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R i b e r a
Apuntes sobre "ORO", de Ileana Elordi.
Por Felipe Poblete
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Periodista: ¿Ha sufrido usted por amor?
Neruda: Y estoy dispuesto a sufrir mucho más.
Enterrado en el ámbito de la narrativa, esta primera publicación de Ileana Elordi (1990), titulada "ORO", emerge bajo el sello "Libros del Pez Espiral" (que inicia su Colección Narrativa Pez Dorado). Un libro que expone una inalterable entrega al entorno digital actual, mediado y organizado por computadores y otros aparatos de última tecnología. Tramado a la manera de una bitácora (que a los más ridículos les gusta llamar "diario de vida"), la escritura va adoptando la forma de sucesivos pero esporádicos correos electrónicos que la autora se envía a sí misma a lo largo de un plazo de casi nueve meses, lo que no dejaría de ser simbólico (del veinte de enero al cinco de septiembre, en 2012). Lo que de plano la conecta —aunque la autora lo niegue— con el genial "Diario de las especies" (Lanzallamas, 2008; Barataria, 2010) de Claudia Apablaza (1978).
Libre de regularidad, el conjunto de casi cincuenta correos electrónicos (e-mails en vez de capítulos), que componen este bello libro, que puede ser novela y conjunto de cuentos a un tiempo, como la intrigante "Constelación Del Monte" (RIL, 1996), de Ricardo Cuadros (1955) o el empalagoso "Amberes" (Anagrama, 2002), de Roberto Bolaño (1953-2003). Definitivamente nos toca una fibra sensible, sin ser lacrimógena, nos entusiasma a seguir y seguir leyendo. Cada e-mail posee un asunto (su título), las casillas de correo de origen y destino, como además la fecha y la hora en que fueron enviados; sólo el último correo conserva su estatuto de borrador, confiriéndole al libro un necesario final abierto.
Desprende el libro cierto olor a pubertad, quizás en razón de estar dedicado en forma exclusiva, tanto en lo formal como también en el contenido, a la expareja de la autora, el expololo más bien. Sí, esa es la palabra: pololo, el ser humano Hernán Duval. Todos los e-mails que la autora envía para sí son, en realidad, misivas para él, sólo que él no lo sabe (al menos no mientras dura la ficción). El título del libro se origina en el pez dorado de la autora, la conexión crucial está en el acto de escribir y el acto de cuidar:
"El seguir escribiéndote será mi manera de mantenerte vivo. Te alimentaré por medio de mis cartas y así lograré que nuestra historia continúe vibrando. Serás como el pez que me regalaste para mi cumpleaños: vive dentro de su acuario sin poder escapar y depende totalmente de mi cuidado" (p.8)
Esa comparación nos recuerda irremediablemente a "Bonsái" (Anagrama, 2006), de Alejandro Zambra (1975), cuando el protagonista, Julio, piensa: "cuidar un bonsái es como escribir […] Escribir es como cuidar un bonsái"[1]. Pero además, intuyo, el libro de esta joven autora tiene más que un guiño con esa novela. De pronto construcciones verbales que la recuerdan con latente cercanía: "Después me pedías que folláramos, pero no tenías más plata. Me decías que me pagarías al otro día, que me pagarías más, pero yo no acepté, argumentando que no fiaba" (p.11), y en "Bonsái": "no me agradaría culiar o culear contigo, preferiría que folláramos" y "un amigo del novio quiso besar a Emilia mientras bailaban, pero ella esquivó el rostro argumentando que no le gustaba ese tipo de música". O esta, "es bello leer y comentar lo leído antes de enredar las piernas"[2], conectada con: "al otro día, al despertar, mis piernas estaban enredadas con las tuyas" (p.16). Estas semejanzas, junto con algunas otras que me costaría precisar de manera breve, arman un vínculo que no siento forzado, ni siquiera gratuito.
Ahora, volviendo al libro que nos ocupa, su dedicatoria es algo así como un regalo griego. Resulta, por lo menos, divertido que la autora ataque frecuentemente a quien ofrece su producción literaria: "siempre fuiste tan avaro" (p.10), le dice, o se burla de su "delantal ridículo" (p.60), de su "lunar asqueroso" (p.63), lo llama "poco sexy" (p.57), o derechamente "maldito idiota" (p.61) o bien le desea, visceralmente, "vuélvete feo, vuélvete amargo, sé infeliz" (p.64), le confiesa "no sabes las ganas que tengo de maldecirte" (p.63), entre otros.
Aunque no se trata de la organización de un lloriqueo lamentable en el noble formato epistolar, por lo demás, no es malo que un libro responda a una necesidad de orden terapéutico. "ORO" es —entre otras cosas— una profunda y personalísima puesta en estudio de la memoria, una tentativa por entender el presente mediante la reconstrucción (o más bien "reconfiguración"), del pasado, a través de la narración de episodios sustanciales, livianos, divertidos, irrelevantes, del pololeo. Todo eso. La exposición de varias caras de la vida privada, atravesada de cotidianeidad y —valga el oxímoron— de ritos cotidianos, como el beber leche fría y sin azúcar cada mañana. De manera favorable, en el desierto del libro (es una metáfora), logran despuntar ciertos ápices de lirismo, pero nunca vemos su sima, lamentablemente, o tal vez por fortuna. Igualmente dispersa, se encuentra la poética de la autora, algunas pistas sobre el qué del escribir: "soy una copiona" (p.67), dice: "mi papá está escribiendo una novela nueva y, mientras duerme, sin que se dé cuenta le saco el computador para poder leerla […] Sólo busco frases sueltas para copiárselas" (pp.67-68), y ello también habla sobre el modo de escribir, con computador y no a mano. O esta, casi idéntica a una idea propuesta por Humberto Díaz-Casanueva[3] (1906-1992), "No creo en eso de que hay que vivir grandes experiencias para tener material de escritura. Yo te he escrito bien seguido y no he ido a la guerra o a la cárcel, no he visto dragones, ni he traficado diamantes" (p.49).
Melancólico, inmaduro, detallado, caprichoso (casi como son las palabras mismas), es este ambiguo libro (ambiguo en el primer y mejor sentido). Lo extraño, y he aquí una singular relación con la novela de Apablaza, es la total ausencia del habladel ámbito del correo electrónico, del mundo en soporte digital, a la inversa, hay un especial cuidado por la distribución de tildes, signos de exclamación e interrogación, comas y otros signos gráficos, no hay abreviaciones en absoluto, pero sí, por ejemplo, oraciones en italiano. En el mismo ámbito de cosas, tampoco hay estructuras gráficas que puedan ser leídas visualmente, antecediendo los idiomas: =) =S =( por ejemplo. Aquellas imágenes son muy propias del ámbito digital, del chat, del e-mail, uno recuerda el poemario "Retiro de televisores" (Ripio Ediciones, 2009), en donde hay un esfuerzo por integrarlas al libro. Lo cierto es que, en lo personal, desprecio la ausencia de ese rigor mínimo en la escritura, por lo cual, la omisión de abreviaciones como "xq" o "tb", verdaderamente la agradezco.
Abundan las analogías de situaciones, u objetos, distantes, (el libro se abre con una conexión entre los charcos y un vaso de leche), vasos comunicantes, le llamaron los surrealistas. Entre analogías y definiciones, entre las escamas brillantes del libro, aparecen ciertas sentencias que bien podrían funcionar en modo autónomo: "Cuando desaparecen los contornos, se es parte de todas las cosas" (p.18), "Entre las palabras y las acciones buscamos un refugio inútil y que sólo lo que callamos y dejamos de hacer nos puede afectar realmente" (p.76), "Nada tiene más sentido que esas invenciones que son sólo para uno" (p.20), "Es raro que aquello que nos da vida a la vez nos haga daño" (p.12), mi preferida es esta, algo más larga:
"A veces pienso que me gustaría darte sangre y que circule dentro de ti. O que tras mi muerte te comieses mi cuerpo, no como acto de salvajismo, sino para seguir habitando dentro de otro cuerpo, el tuyo.
Más que cualquier mausoleo, creo que esta acción sería una forma superior de hacer arquitectura" (p.41)
Se trata de un libro de mucha soledad, bastante triste, pero que a pesar de ello disfrutaría mucho cualquier persona que tenga un vínculo difícil, una tormenta, con su expareja; en especial por el hecho de poder reconocerse, identificarse incluso, como en el ejercicio meloso de contar junto a la pareja, pero en silencio, los segundos que tarda el sol en sumergirse en el mar (pp.22-23), por ejemplo.
También es un libro que constantemente reflexiona en la comunicación: "Antes cuando estábamos separados por la distancia, lo hacía por cartas virtuales. Por eso, ahora que también lo estamos —y no precisamente por la distancia— lo seguiré haciendo por el mismo medio" (p.8), así va construyéndose la escritura de misivas, en las cuales lo narrado es casi siempre ocioso e intrascendente, "sé que no es una historia grandiosa, pero quise contártela" (p.47). Cuando no absurdo. Sólo que lo absurdo es un epíteto entregado muy mezquinamente a ciertas acciones que, en su origen fueron sinceras y apasionadas, como realizar traducciones (p.16), o desear frenar lo inevitable (p.23). Junto a eso, la autora es maquiavélica, como cualquiera, al escribirle a la expareja: "tomo un rol para manipular la imagen que tienes de mí", dice de un e-mail, "antes de enviártelo lo leí más de mil veces, dejándole ciertos errores para que pareciera casual y espontáneo" (p.56). Aquello, cuando le escribe (pp.60-61) por única vez en el libro a su casilla de correo, y cita ("sin confesar la deuda", como diría Zambra), a Juan Luis Martínez (1942-1993), "los poetas juegan con el lenguaje aparentando profundidad" (p.60). El poeta viñamarino escribió: "muchos poetas jóvenes torturan las palabras para que ellas den la impresión de profundidad"[4]. Al menos, hacia el final del libro el poeta aparece mencionado en la lista de agradecimientos.
La autora se sorprende, transitando por Roma, de observar "un monumento griego y a una persona sacándole una foto con su teléfono" (p.40), pero especialmente de aquella condición, casi cliché, de Roma como una ciudad-museo: "Esta ciudad, como dicen, es realmente un museo al aire libre" (p.40). De manera parcial, Roma opera como una alegoría de "ORO", por ser un espacio donde "los tiempos están solapados y no se hace una diferencia radical entre el pasado y el presente" (p.40), aunque la autora anteriormente hubiese expresado que "el tiempo no es más que una sucesión de capas invisibles sobre el espacio" (p.24). Y es, pienso, justamente esa interna y agitada contradicción la que aviva los textos que componen al libro. La forma en que comprendemos una relación amorosa pasada, por ejemplo, pues no hay que ser un gran genio para saber, darse cuenta, que lo pasado no es algo fijo e inmóvil, sino dinámico, cambiante.
Así como la ciudad de Roma opera al mismo tiempo como museo, el libro "ORO" modula esa combinación en donde los límites no están bien delineados. Eso es hermoso, doloroso, la imprecisión que significa ignorar cuándo terminan las relaciones, cuando mueren, en general abunda una inquietante inexactitud para precisar las fechas, los plazos, los minutos u horas, tal vez para confirmar que los hechos vividos no los podemos recorrer como el río que fueron, sino observarlos a través del zigzagueante errar por su imprecisa y dudosa ribera.
Diciembre 2013 - Enero 2014
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NOTAS
[1] ZAMBRA, Alejandro. Bonsái. Anagrama. 3°ed. 2008. Santiago, Chile p.87
[2] El trío de citas a la novela de Zambra pertenecen (en la edición citada), a las páginas: 15, 48 y 33, respectivamente.
[3] "La circunstancia más fortuita o el motivo más fútil pueden despertar la voracidad creadora. Pero conviene no olvidar que la manzana para Newton fue sólo la gota que desbordó el vaso. El poeta logra concentrarse en el acto creador porque ya está grávido". Poesía chilena contemporánea (Breve antología crítica, por Naín Nómez), Fondo de cultura económica, 1992, Chile. p.200
[4] MARTÍNEZ, Juan Luis. La Nueva Novela. Ediciones Archivo. 2°ed.1985. Santiago, Chile. p. 126