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Felipe Poblete y Elvira Hernández durante la presentación
Espacio Estravagario 17 de Marzo de 2016.
Neruda y su búsqueda de la pureza irreductible
Presentación de la tercera edición de tentativa del hombre infinito
(17 de marzo de 2016)
Felipe Eugenio Poblete Rivera
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Es muy frecuente encontrar dos fechas para este singular libro: los años 1925 y 1926. La explicación es sencilla. Por una parte está la escritura, la generación misma del libro, que habiendo sido comenzada hacia 1924 es finalizada no más allá de octubre de 1925, o tal vez poco antes. Fecha en la cual el poeta realiza un breve viaje a Chiloé, con su amigo el escritor Rubén Azócar, regresando a destiempo en los fines del año, cuando certifica las pruebas de impresión del libro, cargada de erratas, que será impreso en el transcurso de enero de 1926.
Nada me pareció más atractivo que reiterar aquella dualidad histórica. Por eso, cuando puedan observar el libro, podrán ver que fue terminado en 2015 e impreso en 2016, con lo cual es cabalmente cumplido el nonagésimo aniversario (¿cuándo imaginé que podría darle un uso práctico a esa palabra?), de este libro que para Neruda siempre fue tan importante, tan decisivo y que, raramente, no tuvo mayor circulación; ni siquiera amplia consideración en los vastísimos estudios nerudianos, ni aún entre los antinerudianos. Recién en 1964, y posiblemente a causa de una confesión que el poeta hace sobre sus libros, la tentativa del hombre infinito vuelve a ser impresa como un proyecto editorial independiente: en un libro de bolsillo de la editorial chilena Orbe. Y desde entonces hasta la fecha no hubo una edición independiente de este proyecto poético. De aquí la importancia de esta tercera edición de este libro-poema, conformado por quince secciones.
Tampoco es que fuera imposible de encontrar, pues la tentativa apareció en libros en que eran incluidos varios poemarios orgánicos; aprovechando, acaso, la brevedad de los conjuntos. Así, la editorial argentina Losada editó, en un solo volumen, la novela El habitante y su esperanza, junto al conjunto Anillos, además de la tentativa del hombre infinito y aun El hondero entusiasta. Bueno, por supuesto también en las obras completas del poeta (esas que el cura Valente considera tan pesadas), sea que fueran impresas en América o en Europa. Y existe también la versión reciente de la editorial española DeBolsillo, en donde este libro está acompañado, en un solo volumen material, por Crepusculario y por El hondero entusiasta.
Resulta raro, además de las escasas ediciones (de los Veinte poemas se editó, en vida del poeta, una edición conmemorativa por un millón de ejemplares vendidos), la ínfima inclusión de textos de este libro en antologías, sean de poesía chilena en general o de Neruda en exclusivo. He tomado este punto de referencia: Neruda mismo, en los mediados del siglo pasado, preparó una antología de sus poemas de amor, a la que tituló nada menos que Todo el amor –del año 1953– donde el lector encuentra cuatro secciones de la tentativa, o sea, casi un tercio del poema. En otra antología de Neruda, hay cinco secciones, pero se trata de la voluminosa Antología general; por otra parte, la que prepara Isidora Aguirre, en dos tomos, apenas incluye uno.
Entre mis aproximaciones a la obra de Neruda, este libro siempre me llamó la atención ya desde su enigmático y atractivo título: tentativa del hombre infinito. Título que hasta pudiera parecer rokhiano, tal vez a causa de que tenga algo de himno (cuestión de sílabas), o a pesar de ello. Yo sólo había leído secciones en una viejísima antología de Neruda –en la que se anuncian odas inéditas– de la editorial Nascimento, del año 1957. Y me llamó tanto la atención que no hubieran mayúsculas ni signos de puntuación ¡ni una mísera coma! Ni siquiera signos de exclamación o de interrogación: labor que las mismas palabras iban invocando con su ritmo y su sonoridad, su gramática en fin: y la interrogación o la exclamación están ahí, sin duda.
Gracias a la generosidad de un amigo, el poeta Enrique Winter, pude tener acceso a este recóndito poema de Neruda en forma íntegra por primera vez. Y es coincidencia pura –o tal vez no– que el libro reciente de Enrique (llamado lengua de señas), tampoco posea signo de puntuación alguno, ni mayúsculas. Pero ese es otro asunto, que, por cierto, les recomiendo visitar.
Algo de coincidencia hay también entre mi aproximación lectora a este libro y la experiencia de escritura que tuvo el joven Neruda, quien en 1964 confiesa que escribiendo esos textos fue “adquiriendo una conciencia que antes no tenía”. De alguna forma, esa conciencia permanece en los textos mismos, dejándose observar en la lectura atenta; y no sólo atenta sino concienzuda además y también lenta, muy lenta, lentísima, reiterativa, y esforzada, muy esforzada, apasionada; que es la exigencia de lectura de todo poema: moviendo los labios aunque el sonido sólo sea un suave susurro que apenas sí oímos.
Rodando raíces abajo, tras el umbral que este libro inaugura, Neruda ingresará hacia la escritura de Residencia en la tierra, –a mi juicio, su libro de mayor intensidad– que temporalmente también tiene coincidencias de escritura con tentativa del hombre infinito. Si hasta poemas como “Serenata” están en la misma atmósfera, casi como si fuera un poema residual[1] que finalmente halló su cabida en la primera parte de Residencia. En la misma línea, dos inéditos de Neruda fueron impresos en la contraportada del número reciente de la revista Nerudiana: son dos textos que –en palabras de Loyola– “valen como ejercicios preparatorios” de la organización de la tentativa, en la misma atmósfera de escritura y sentido.
Deuda muy grande le tiene Residencia en la tierra a la tentativa del hombre infinito, como también a la novela El habitante y su esperanza. No quiero extenderme demasiado en esto, pero resulta muy notoria la presencia de ese ritmo y de ese tono, de la sensualidad material y atmosférica residenciaria en algunas secciones de la tentativa, y todavía más en la novelita, donde el poeta consigue albergar en las palabras mismas, más en la sonoridad y el colorido que en el significado de diccionario, su sentido al interior de la escritura poética: particularmente en una de las secciones, que en su momento[2] nuestro vate publicó (sin signos de puntuación) en forma independiente y con el título “Canto de las ansiedades”. En esa sección, la ritualidad está impregnando todo el texto. En contraparte, el crítico argentino Noé Jitrik[3] invita a leer este poema, este libro-poema, como un mero “borrador” de Residencia en la tierra. Discrepo, tentativa del hombre infinito es un libro autónomo y circular, solo.
En continuidad a lo antes dicho, paso a citar parte de un testimonio que el poeta, a sus sesenta años, ofrece sobre este libro que escribió a sus veinte y veintiuno: “si en alguna parte están medidas las expresiones, la claridad o el misterio, es en este pequeño libro, extraordinariamente personal”. Pero momento: tampoco hay que tomarse esto como argumento para catalogarlo como el gran libro de Neruda, lo que sería, por lo menos, paradójico, porque además es el más breve de todos, lejos: un solo poema, sí, organizado en quince secciones, igual como estará organizado esa colosal obra llamada Canto general, un cuarto de siglo después.
Neruda ensaya en este temprano proyecto poético una forma y una estrategia sin precedentes en su obra, y casi sin ecos, en toda su vasta y diversa obra y, sin embargo no deja de ser fiel a su propia escritura: porque hay ciertas palabras, ciertos sustantivos, combinaciones de palabras que lo vuelven irremediablemente reconocible. Es la escritura de Neruda, sin duda. Pero cabría hacer una distinción, sí: es la escritura del Neruda joven y, mejor todavía, de un Neruda flaco.
Una gran división pueda darse en esa cualidad: la del Neruda flaco y la del Neruda gordo. En verdad, esta última es la que actualmente domina ¡en la que siempre se piensa! El Neruda de la gangosa voz nasal, de los banquetes fabulosos, del clásico Partido Comunista y de las extravagantes casas pintorescas. Por lo mismo consideré necesaria la inclusión de una fotografía del autor en la época de la aparición de este libro. Ese poeta joven, cuyo tercer libro es publicado cuando tiene veintiún años, y en una edición que pudiera evaluarse como lujosa (en razón del formato, casi cuadrado).
Este Neruda flaco es el que cruza un plazo vivencial histórico muy duro y áspero. Su famoso libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada lleva por último verso el siguiente: “Es la hora de partir, oh abandonado!”, y es el libro inmediatamente anterior a la tentativa. Es un período en que tiene grandes discusiones con su padre, desencuentros; en que ha muerto su amigo el poeta Romeo Murga; en que cruza días de ayuno, o come poco; en que le hace falta ropa; en que utiliza cajas de cartón por muebles en la pequeña pensión en que habita; en fin, tiempos difíciles. Pensemos un poco en el contexto: aquel libro de amor tan favorablemente recibido por la crítica y por sus compañeros de oficio, pero al Neruda flaco le interesa, ante todo, su propia búsqueda poética: aquel es su más importante compromiso. Y no se le suben los humos a la cabeza. De hecho, hay unas desilusionadas reseñas sobre la tentativa, como la de Alone (quien había aplaudido sus dos primeras obras). Y más adelante, este poema-libro será llamado surrealista, vanguardista, epítetos que finalmente son rótulos más bien despreciables que sirven sólo para no estudiar en profundidad al poema (como pasa a veces con Jorge Teillier, que lo agotan diciendo que es lárico y punto, ¡pero hay que leer!).
Veintiún años… Y ese mismo Neruda, el flaco, después viaja a Batavia y Rangún, a Ceilán, a Birmania, a Java, a lugares del Asia lejana que con un poco de inseguridad indicaríamos en un mapamundi. Y esto, como si fuera poco, a fines de la década de los veinte, cuando todos los artistas querían estar en París. Neruda, el flaco y joven Neruda, va a ir a encontrar todos los matices de la soledad en esos lugares distantes, y allá va a escribir, escribir, escribir en esa atmósfera inaugurada en la escritura de tentativa del hombre infinito.
Otra nueva relectura merece el vate. Considerando que la poesía es nuestro más caro valor patrimonial en tanto nación, no podemos dejar de leer a nuestros poetas mayores; hay que empezar a leer a Neruda.
Verano de 2016 en Peñalolén
Notas
[1] Cfr. LOYOLA, Hernán en su Introducción a la edición crítica de Residencia en la tierra (de editorial Cátedra), p.17.
[2] Revista Caballo de Bastos, Nº3, Santiago de Chile, 1925; revista que antes de ser una publicación formal de la federación de Profesores de Chile fue la revista Andamios, de la cual nuestro poeta era director.
[3] En el prólogo de la publicación conjunta de Crepusculario, El hondero entusiasta, tentativa del hombre infinito (Editorial DeBolsillo, España, 2003) p.11