Oscura
claridad de sol
Crítica a City, de Carlos Whertheman
Tranvías Editores - 2005
Por Felipe Ruiz V.
Febrero de 2006
La editorial Tranvías presentar en su colección Cartografías
(que posee la peculiaridad de presentar sus títulos como si
fueran cuidados mapas y planos de distintas regiones del Perú)
el poemario City, de Carlos Wertheman. Esta es la primera
publicación de este joven poeta limeño, una breve pero
bien orquestada opera prima. Sería curioso en un poeta joven
chileno encontrarnos con una obra completamente
dedicada a la observación amorosa o romántica de una
figura femenina - esa licencia la tienen sólo los más
viejos -, y, más aún, resultaría más curioso
encontrarnos con una poesía que pese a ser de corte eminentemente
urbano, sin embargo, no presente ese extraño universo que es
la noche de la ciudad. Este sería el caso, prueba más
quizás de las profundas motivaciones que distancian las raíces
inconsciente de la poesía peruana y chilena. Aquí, a
diferencia de la gran mayoría de poetas noctámbulos
que deambulan por Santiago, el epicentro de la acción se encuentra
en una ciudad a pleno sol, un sol casi insoportable, que parece derretir
el asfalto y que incluso pareciera definir la personalidad del hablante:
"el sol no se agota en tus espaldas/ pero el único
signo es humedad en la camisa". Calor, pues, humedad - figuremas
propios de la tierra de Inti - son una constante en el deambular espectral
de esta figura que busca, y sólo a veces encuentra, su objeto
de contemplación: figura femenina fantasmal que se desplaza
entre los "officeman" y de la que pese a ser el centro de
atención del poemario, poco se nos dice: "la luna no
se habrá vaciado de luz todavía/ y no se habrá
acercado aún/ cuando te hayas decidido a coger tus bártulos/
para evadir el juicio".
La mujer en cuestión no está en esta tierra de soles
abrasadores, parece querer decirnos el poeta, pues ha iniciado una
suerte de descenso a los infiernos, de los cuales él resulta
un testigo, pero también un cómplice amoroso. Pero en
vez de ser esta visión causa de temor y terror en el sujeto
parece como si, al revés, resultara del mayor placer la condena
al Ades que cuida el "cancerbero" e, incluso, como si este
hablante quisiera acompañarla en su viaje. No estamos pues
aquí en presencia de una figura Dantesca o Fauística
del infierno como perdición moral. Por el contrario, muy nos
parece que el verdadero tedio resulta aquí este divagar por
calles semivacías - no nos habla de multitudes salvo cuando
menciona las combis repletas (suerte de pequeñas micros peruanas)
-, como esperando algo, un encuentro, que nunca se gesta.
Pero el hablante parece no estar convidado a ese encuentro. Así
al menos lo manifiesta su ánimo, como cuando nos dice: "tu
ausencia se equipara al vapor de mis mañanas/ y al sol que
enfría mi café las tardes de agosto". La ciudad,
pues, es el escenario de estos tres elementos que parecen encontrarse
y dispararse en una luminosidad casi sofocante, en una claridad demasiado
diurna y que no deja espacio para el pecado posible entre el hablante
y su Beatriz. El sol pareciera, entonces, una suerte de personaje
terrible que se interpone entre los que van en busca de ese Infierno
(¿lujuria? ¿muerte?) que anuncia un mundo más
frenético pero menos monótono que esta especie de esfera
donde todo es visible, donde nada hay de misterio. Habría,
pues, que buscar las raíces de esta poesía no en la
reciente poesía joven peruana - ni femenina ni masculina -,
como tampoco en la tan distendida poesía cruda que se impuso
en ese país en los setenta. Estamos hablando de un registro
de curiosas reminiscencias morales, quizás posibles de anclar
en árboles de otras latitudes. Pienso mucho, por ejemplo, en
cierta poesía surgida en México, en tanto todas ellas
tienen en común una suerte de aridez urbana más que
una gelidez nocturna del antro citadino.
En fin, esta entrega claramente entra en el tan manoseado y desmenuzado
registro de literatura urbana, tan comercial como mal entendido en
nuestro país. Sin embargo, qué distintas parecen ser
las urbes latinoamericanas bajo miradas tangenciales. Sirva esta pequeña
muestra - para quien pueda obtenerla -, de una prueba de que no es
necesario llegar a las nueve p.m del trabajo (o despertar a esa hora)
para observar el lado más "oscuro de la ciudad".
Aunque a veces ese lado oscuro, sea el que el sol más ilumina.