El mal del "proyectismo":
Una vuelta de tuerca en el Ministerio
de Cultura
Por Felipe Ruiz Valencia
Las recientes declaraciones de la Ministra de Cultura, Paulina Urrutia,
a Artes y Letras (12 de marzo), en una entrevista realizada por Octavio
Crespo, no dejan de ser alentadoras. Ante la pregunta sobre la crítica
de "varios teóricos de las artes visuales" a propósito
de la "proyectización que ha exigido el Fondart a las
obras en concurso", la Ministra ha respondido que, en efecto,
tal política "tiene que cambiar" ya que la línea
de fomento "es sólo una parte de la cadena"
de producción artística. Hay que destacar que dicha
crítica refleja la inquietud no sólo de actores ligados
a las artes visuales, sino también, tema que nos interesa,
de los agentes literarios. Porque es claro que a lo largo de los tres
gobiernos anteriores de la Concertación el acusado "proyectismo"
y otros vicios en la línea de fomento han generado frustraciones
en la opinión del medio artístico local.
En efecto, crece la insatisfacción de actores noveles ante
la "sensación" de que la mayor recaudación
de los fondos de fomento se destina generalmente a una elite afincada
de artistas y gestores culturales. En el terreno literario, el asunto
sólo ha cobrado relevancia pública en circunstancias
especiales. Conocido es el caso de la polémica desatada tras
la negativa del Consejo Nacional del Libro y la Lectura al financiamiento
del evento Chile Poesía: La Región XIV, en la
que su organizador, el poeta José María Memet, se propuso
traer a poetas del exilio. En aquella polémica (en la que el
propio autor de estas líneas se vio involucrado), Memet emplaza
a terminar con el "nepotismo" y los "amiguismos"
imperantes en el Consejo, así como con la constante "rotación
de jurados" en beneficio de grupos y no de "obras o proyectos
de excelencia".
Más allá del caso puntual, sin embargo, interesa destacar
que pese a todos los intentos realizados en pos de "transparentar"
la administración y la elección de jurados del Consejo,
persiste la sensación de que habría una camarilla de
autores que obtienen financiamiento a partir de consideraciones extra
literarias. Una de ellas sería, por ejemplo, la sobredimensionada
valoración curricular. Así, por ejemplo, mientras en
la categoría de escritores jóvenes (hasta 25 años)
la valoración curricular pesa un 10% contra un 75% de la calidad
de la propuesta, en el caso de la categoría escritores de excelencia
el currículo pondera exactamente igual, es decir, un 40%, quedando
el 20% restante supeditado al ítem impacto cultural. Todo sería
bastante acorde con una lógica que tiende a favorecer, en los
más jóvenes, la originalidad de la propuesta, salvo
por el hecho de que el escritor joven puede optar apenas a una cuarta
parte del financiamiento del escritor de excelencia, esto es, 1 millón
250 mil pesos contra 6 millones. Nada más en contra de una
política comunicacional que ha situado la equidad en el centro
de sus prioridades, tanto como la renovación de actores y el
primado de nuevas caras por sobre el peso histórico.
Pero el asunto es más grave cuando constatamos la certeza
de las críticas de estos "teóricos de las artes
visuales" (mucho más activos que los literarios) al "proyectismo"
de los concursos. Dicho "proyectismo", en efecto, responde
a una errada lógica y concepción de la naturaleza del
quehacer artístico. Vamos a exponer los argumentos de tal juicio.
Los temibles formularios
¿Cómo se puede evaluar la calidad de una propuesta
literaria, qué criterio aplicar a la hora de fallar a favor
o en contra de aquello que aún ni si quiera tiene forma acabada?
El asunto es complejo y requiere de una honda reflexión. Sin
embargo, nada más lejano se encuentra el camino elegido por
la inteligentzia del Consejo.
Vamos por parte: primero, pensemos sólo por un minuto qué
puede significar, a la hora de optar a una beca de apoyo a la creación
literaria, completar un formulario que exige presentar una fundamentación,
una descripción y adelantar de qué se trataría
el "producto final" de la obra en cuestión. Podríamos
conceder la necesidad de establecer dichas premisas en el caso de
la línea de ensayos. Pero, por ejemplo, en poesía, género
que conozco de cerca: ¿podría imaginar, por ejemplo,
Pablo Neruda, antes de escribir el primer verso de Residencia en
la Tierra, cómo sería el producto final de
aquella aventura? ¿Habría logrado esa obra tan extraña,
tan cautivante, pero por lo mismo, tan resistente a dichas categorías,
ganar una beca según estos criterios?
Hay una gran cantidad de obras, sino la mejor de nuestra historia,
que surge desde un impulso creador sublime, misterioso, "phatético",
y que no pide más que la pura iluminación de un segundo
para ser descubierta. Pensemos, por ejemplo, en las Elegías
del Duino, de Rilke. La obra comienza a escribirse en 1912, y
Rilke la continúa ininterrumpidamente hasta 1918. Sin embargo,
tras dos años de crisis creativa, recién en febrero
de 1922, y en una sola noche, Rilke daría por concluida la
obra con la redacción de la Décima Elegía. ¿Hay
aquí un plan de trabajo, un criterio descriptivo que permita
evaluar la obra maestra? Podría señalarse que las susodichas
becas son apenas "estímulos" a la creación.
Estamos de acuerdo que el artista, el genio, existen incluso "a
pesar" de las instituciones culturales. Sin embargo, no consideramos
apropiado que el "proyectismo" en los criterios del Consejo
atente contra el inherente misterio y encantamiento de la creación
artística.
Ahora bien, bajo este punto de vista: ¿Qué tipo de
proyectos sí se benefician con este proyectismo? La respuesta
no es fácil. Desde hace un buen tiempo que en la actividad
literaria nacional se ha impuesto una visión respecto de qué
tipo de obras resultan más innovadoras. En dicha visión
se insertan generalmente proyectos artísticos que manifiestan
explícitamente un interés social y político,
representando ya sea a una minoría, a un grupo social particular,
o a un movimiento reivindicativo. No se trata específicamente
de un "arte militante", sino de algo más complejo
aún, pues dichas obras, pese a no manifestar directamente una
ligazón con la política, sí tienen una
vinculación con lo político: en su mayoría,
ellas están blindadas por una serie de discursos sociológicos
y hermenéuticos que las validan dentro de un marco de relaciones
sociales. Contra la simple afección aurática del
arte, contra su naturaleza misteriosa y sublime, estos proyectos se
erigen sobre la base de supuestos teóricos y metodológicos.
En consecuencia, el "proyectismo" favorece a este tipo
de obras, pues ellas pueden demostrar su estructura teórica
a priori. Bajo esta rúbrica entran, por ejemplo, los
llamados proyectos de "género" (literatura feminista,
homosexual y lésbica), étnico (mapuche y otras), testimonial
(experiencias traumáticas en períodos de crisis política)
y en general, todos aquellos que involucren una relación directa
entre la obra y la condición social del productor. Así,
la obra resulta un constructo cuasi teórico que sirve de médium
entre los intereses artísticos del autor y sus reivindicaciones
sociales.
No hay que ser muy agudo para observar que gran parte del apoyo a
los proyectos artísticos en Chile (ya sea por parte de organismos
estatales, ONGs u otras instituciones) van dirigidos hacia los casos
anteriores, por considerarlos de mayor "interés social",
más "transgresores" o, simplemente, porque a estos
les resulta más fácil completar los formularios con
un arsenal de teorías de respaldo. ¿Qué queda
para el autor que, no siendo homosexual, no perteneciendo a una cultura
originaria, no teniendo la más mínima idea de cómo
criticar al mundo falogocéntrico, en un súbito
asalto de inspiración, se le ocurre la alocada idea de escribir
cosas? ¿Cómo justifica, describe, nos muestra
el producto final, el impacto social de ese impulso tan antiguo y
especial? Por ahora, no tenemos respuesta para él.
Posibles salidas
Siendo que las declaraciones de la Ministra Urrutia en el sentido
de terminar con el proyectismo arrojan luces de esperanza sobre los
problemas antes expuestos, es preocupante que las salidas que plantea
no pasen por el interés específico de reflotar los canales
públicos de la crítica.
Espontáneamente, surge a año tras año la necesidad
de grupos organizados por crear revistas de efímera existencia
en torno a temas de diverso interés, en las que no falta el
literario. Hoy por hoy, tras el cierre de la revista Rocinante, el
indefinido receso de la mexicana Voz Otra, de Noreste, y tantas más,
las oportunidades de ejercer una función crítica escasean.
No nos confundamos. La Ministra ha hablado de nivelar la cadena de
producción artística en tanto "formación,
capacitación, intercambio de experiencias, la difusión
y la circulación", pero la función crítica
dista mucho de ser la del difusor o publicista, aunque a veces así
lo parezca: la función del crítico se parece mucho más
a la de un detective, capaz de rastrear el talento en aquellos circuitos
no necesariamente validados en el mercado cultural, pero que a su
juicio debe ser recompensado, aunque sea con un simple comentario
en pasquín de fotocopia.
La crítica, en tal sentido, está siendo ejercida
hoy sólo por académicos. Pero son pocos los que tienen
el interés y la oportunidad de ejercerla en un medio público.
En su mayoría, es el interés puro y aficionado de jóvenes
gestores lo que permite, vía autofinanciamiento, generar pequeños
espacios de crítica pública (by the way, cabe
destacar el apoyo del Consejo a la joven revista Carajo, a
la que le deseamos larga vida).
En consecuencia, la cadena de producción artística
no pasa solamente por la generación de una industria cultural
o un mercado artístico como circuito de generación -
difusión - recepción. Es necesaria también la
revitalización de lo que el filósofo Jurgen Habermas
ha llamado la opinión pública literaria.
Con una opinión pública literaria robustecida, es probable
que los jurados tendrían más antecedentes para evaluar
y juzgar la calidad de las propuestas, pudiendo argumentar de mejor
manera a la hora de rechazarlas o aprobarlas. Esta opinión
pública literaria debería tener una participación
activa en las decisiones de esos jurados, a través de mecanismos
públicos de interlocución tales como revistas o foros
regulares. Así, quizás, los mismos jurados podrían
exponer sin tapujos sus preferencias, pero a puertas abiertas, evitándose
las a veces insólitas justificaciones para rechazar alguna
propuestas, como en el caso del novelista Ramón Díaz
Eterovic: autor de más de una docena de obras, el jurado del
año pasado dictaminó escuetamente que este no ofrecía
garantías de concluir su proyecto.
Por otra parte, habría que aplicar un criterio menos esquemático
no sólo en los formularios, sino también en el "tipo"
de resultado esperado de las propuestas de creación. Pienso,
por ejemplo, en la posibilidad de levantar, como en México,
una institución como la Fundación para las Letras
Mexicanas. Surgida del interés de un grupo de gestores
de la Fundación Octavio Paz más la colaboración
de privados, dicha institución tiene como principal función
formar escritores jóvenes en diversas áreas otorgándoles
una beca mensual y una oficina de trabajo. La exigencia a los becarios
consiste en una asistencia de trabajo regular, más la participación
en talleres y actividades que organiza la propia fundación.
Los proyectos presentados son de temáticas libres y no es exigencia
entregar, una vez finalizada la beca, una obra concluida, bajo amenaza
de restituir el dinero entregado. La Fundación se da por satisfecha
con el interés demostrado por el becario en la vida literaria.
En tal sentido, el Consejo podría hacer un gran aporte al fomentar
iniciativas similares o apoyar a las que ya existen, como el alicaído
semillero de la Fundación Balmaceda 1215, erigido por el ex
presidente Lagos cuando era Ministro de Educación.
Más que de recursos, el tema pasa hoy por la orientación
de las políticas de fomento; y más allá de ellas,
se entrelazan diversas formas de pensar y sentir el arte. Eso no significa
que haya disminuido el entusiasmo en los creadores. Muy por el contrario.
Pero mientras crece el entusiasmo, crece exponencialmente la frustración
ante el rechazo, y los rumores que ensombrecen la transparencia del
Consejo bajo acusaciones de "proyectismo", "elefantes
blancos" y "amiguismos" soterrados. Es probable que
este sentimiento salga a flote nuevamente en unas pocas semanas, cuando
se entregue la nómina de ganadores del presente año.
No hay que extrañarse, en tal sentido, de que la Ministra Urrutia
ostente tan alta popularidad. En esto el cientista político
Patricio Navia tiene razón: es claro que por estos días
a la Ministra le lloverán los amigos...