"Cobijo" de Felipe Ruiz
Ejercicio del mal
Por Patricia Espinoza
Revista Rocinante, N°83, Septiembre
de 2005
Es el primer libro de Felipe Ruiz (1979); con él obtuvo
el Premio "Armando Rubio" otorgado por Chilepoesia el año
2003. Cobijo es un texto que en apariencia podría resultar
fragmentario; sin embargo, el gran hilo conductor es la muerte de
un niño en proceso de gestación. Hay rabia mezclada
con ternura, hay resentimiento e inconformismo. No quiero ligarlo
a Mistral ni a Celan, ¡hasta cuándo con las fáciles
intertextualidades! Solo quiero destacar la intensidad, el
dolor y la suciedad
de esta escritura, enmarcada en la sangre, en cuerpos que sufren,
en la perversidad infinita de la cual es víctima cualquier
posible inocente. Porque en definitiva, la inocencia ya no tiene sitio.
O, mejor dicho, el lugar de la pureza es el lugar de su cruce con
el mal. De esta forma, si bien es cierto que es el dolor el tema que
cruza el volumen, hay otro vector poderoso: el mal, que toma tal forma
que desplaza definitivamente cualquier lectura metafísica,
ya que se instala en los cuerpos. Así, la problematización
del mal es abordada desde el incesto. El padre viola a su hija y genera
un híbrido: hijo/nieto. El incesto convocará la pudrición
de la vida.
En términos de voces, el texto nos presenta al padre, la hija,
el hijo abortado. Sin embargo, hay una cuarta perspectiva, dominante
en el texto: un fuera de la triangulación, que ve, que siente,
que marca la temporalidad casi cronológica de los hechos y
que nos lleva a leer en contrapunto con el lugar latinoamericano:
"Hubo color en las camillas de América nocturna? / hubo
una vez solamente una vez la rosa perfumada / o todo bajo el sol que
a sombra, siempre penumbra?". El lugar edénico fracturado
nos marca un ahora donde: "El herpes / nos pegamos / los hongos
de las uñas / las liendres / garrapatas / el quiltro / a sus
crías". La contaminación de los cuerpos, la infección
solidaria, que carcome sin más nos configura un entorno irredimible.
La excrecencia, la mugrosidad, aparecen incrustadas en el lenguaje
que Ruiz utiliza. Estrategia que lleva a la desmitificación
continua y a la constatación de una realidad oscurecida, un
ambiente postapocalíptico, como en el cyberpunk: "Y todas
las mañanas de invierno / llueve moco de niño sobre
Santiago", "Moscos y mocos de mocosos / con lágrimas
/ tubérculos secos / y leporinos sollozos / en cola de turno
/ se contagian como perros los ladridos / se multiplican por mil los
llantos / los moscos / los niños enfermos / en las tibias mañanas
de invierno / en las monoconsultas de Santiago". El lugar enrarecido,
contenedor de una crítica social no es gratis y en un preciso
giro se vuelve hacia la madre que dice: "Le empujo los flatos
/ como si fuera / el otro / que llega borracho / se caga y le cambio".
Sacándonos del discurso mayor, vamos a la cercanía de
lo prosaico, a la voz de la madre que pareciera aborrecer/amar a ese
niño infecto que no duda en interpelarla: "Qué
pobre leche / me has dado / mamá / se nota que / no te nutrías
/ como debiste / mi boca sabe / que bebes sopa/ la purita no mana
de tus mamas (no alcanza) / para tus crías / que te cubren
los pezones".
El tercer segmento y final de este libro es sin duda el más
potente. Los versos recién citados pertenecen a esta parte.
Surge en pleno el tono metafísico transgredido, el discurso
político, étnico, el hablante mayor asumiendo su total
culpabilidad y miseria que esta vez se dice desde la ironía:
"Nunca oímos el río de la infancia / qué
río / un canal pasaba por mi patio / mi abuelo más idiota
que sabio". El maravilloso lar jamás existió, por
tanto la profanación ha sido un estado permanente. Es decir,
no hay un antes al que acogerse. Uno de los poemas más destacables
del volumen en cuanto a exposición del yo que intenta expiación
mediante el ejercicio del mal, dice: "Y entonces la violó
una y diez veces para nacer de nuevo" y "Le rocié
parafina / al fondo del raspaje / con mi lima de / uña en uña
/ en mi entrepierna la sombra de una culpa / extirpada a tenazas".
Cobijo es un texto complejo en tanto intenta redefinir la tragedia
mediante la reiteración del duelo como estado permanente. Ruiz
instala una poesía de textura violenta, filtrada por imágenes
de muerte, de purulencias, de sangramientos, de culpabilidades ambiguas
y de mucho dolor. Una escritura que demuestra solidez en su apelación
a la violencia material y simbólica. Cobijo me parece
que marca una inflexión, en el contexto de la última
poesía, al resituar la escritura en el cruce de lo rabioso
con lo infecto. Un trabajo con ganas y con fuerza.