La nueva poesía latinoamericana, una relatividad, sin
duda, va conquistando un espacio el cual obliga a que la crítica
replantee sus preceptos a fin de aproximársele. La dificultad
estriba en que la primera, la poesía, desprovista de un centro,
emprende la escritura desde las márgenes. No poseemos más
una capital retórica. La segunda dificultad que enfrenta aquello
que entendemos como
crítica, está en la actitud de los creadores emergentes
quienes, prescindiendo de la sauna colectivista, asoman desde la escritura
en sí misma con una nueva conciencia, a la que me aventuro
denominar como antigeneracionalista.
Al respecto se interroga Mirko Lauer:
Es sintomático de algo que los poetas post-2000 no hayan
sido arrinconados en la prolongación de alguno de los esquemas
de clasificación poética que conocemos? Nadie los ha
generacionalizado, ni ellos han querido grupalizarse. Incluso los
que editan revistas no se identifican a partir de ellas. Definitivamente
es el final de la célula, la patota, la collera, la mesa de
cantina, etc., pero tampoco parece haber mucho mercado para un lobo
solitario. ¿Todo esto es bueno o malo? (1)
Ese final de la célula y la patota es la resultante,
¿de qué?. Creo que una de las respuestas más
acertadas la esgrime Rodrigo Quijano:
De diversas formas, los poetas de las últimas promociones
han migrado, como se migra en el tiempo y en la geografía,
de este horizonte en la tradición, y este mutuo desplazamiento
-el de desplazarse y ser desplazado- ha empujado a estos poetas a
aparecer como invasores ilegítimos en busca de un espacio para
pasar la noche y en busca de un lenguaje para poder decir. Como si
la opción imposible de estos escritores estuviera entre habitar
los jardines residenciales de los años 60 o las calles orinadas
de principios de los años 70, hoy el poeta aparece convertido
en un ser desplazado que migra con esteras y efectos personales en
búsqueda de un lenguaje propio(2).
Amén de ello, la no-identificación de los nuevos con
los esquemas de clasificación, establecidos por la normativa
de una crítica yuppie (Gomes), a la que fueron sometidos
sus antecesores, es un síntoma que insinúa una nueva
sensibilidad: la del ser desplazado.
La ruptura, según Derrida, sólo llega a configurarse
cuando se acepta, filosóficamente, la ausencia de centro. A
mi parecer, sostiene Arnaldo Enrique Donoso, la ausencia de
centro deviene en un sistema de diferencias que no es la ruptura en
sentido estricto, sino un asomo de contrastes(3).
La ausencia de ese centro, que debe aceptarse no sólo
desde una perspectiva filosófica, sino discursiva, por la heterogeneidad
de nuestras literaturas, y por ende de nuestras archiescrituras,
parafraseando a Felipe Ruiz. Se trata más bien de la consecuencia
del fin del discurso unitario, de la estética de
patota. De esta, manera, como señala acertadamente Fajardo,
debemos indagar el panorama de la poesía de finales del siglo
XX y principios del XXI como un prisma que se deconstruye constantemente,
provocando otras miradas y ajuste de nuevos instrumentos para su observación
e interpretación. Imposible entrar a ella con los viejos esquemas
de la modernidad triunfante; imposible abordarla con las teorías
literarias tradicionales del siglo XX.
Entre los Sesenta y Setenta, el sur de América, me refiero
fundamentalmente a la poesía escrita en países como
el Perú y Chile, destacó por las grandes voces. En el
caso del primero, sería ilegítimo desconocer las aventuras
transgrecionalistas desde Rodolfo Hinostroza hasta Róger Santiváñez.
Tanto como si en Chile, se obviaran los discursos de Juan Luis Martínez,
de Raúl Zurita, donde el yo es relativizado desde la
misma experiencia, que es escritura o la magistral ironía de
Diego Maquieira que, a su vez se constituye en crítica del
entorno.
Estas, entre otras voces, reunidas, son las que, de algún
modo constituyen la génesis de la diversidad, ese asomo
de contrastes, al que apunta Donoso. Pero, conviene recordar que esta
génesis es una sumatoria de individualidades, de contrastes
implícitos, no reconocidos en su real dimensión por
la oficialidad, si es que aún existiese tal. Los poetas
nombrados no se constituyeron en centros retóricos,
arriesgo al decir que, de algún modo, abrieron el camino de
la margen, inauguraron un nuevo territorio, ese no-lugar,
al que apunta el poeta Eduardo Milán, desde donde se levantó
un discurso babélico y plural, siendo conscientes del poeta
como un desplazado.
Estas reflexiones asoman como un preámbulo a la lectura del
libro Cobijo, de Felipe Ruiz.
¿Qué tiene que ver Ruiz con los anteriormente citados?
Su discurso está inscrito entre aquellos que alumbran esa margen
llevando el discurso al límite expresivo, desde una doble conciencia,
tanto de los discursos heredados como de una estética del
descentramiento.
El advenimiento del hijo(4)
es el leitmotiv del que se vale el poeta para presentarnos un panorama
caótico, oscila entre la recuperación y la pérdida
de la voz manufacturando un poema polifónico, casi como un
bricolaje que nos ilustra, desde la deriva, una atmósfera que
pareciera surgir desde una paradoja: nacimiento y agonía. Esta
conciencia, que es al mismo tiempo estética del descentramiento
se nos manifiesta desde las primeras líneas:
en el sur de sures cobijé el espíritu de los sin
patria
Ese cobijar a los sin patria desde una locación no
específica, el sur de sures, nos da la primera pincelada,
la voz de alerta del espacio, del mencionado no-lugar. La impertenencia
lleva al yo poético, que en Ruiz es un nosotros,
a la indagación de aquello que en lo que pudo constituir. Pregunta
el poeta:
hubo color en las camillas de América
nocturna?
hubo una vez solamente una vez la rosa perfumada
o todo bajo el sol que a sombra, siempre penumbra?
Exploración e indagación confluyen en el develamiento
del luogo en el que se sitúa. Y, al mismo tiempo, su
descripción se constituye en la desfragmentación del
mismo. En ambas operaciones, las que eslabonadas constituyen el panorama
al que enfrentamos adquiere visos teratológicos:
a las putas aún vírgenes
las peleamos tal buitres
nos criaron cuervos y les robamos las corneas
les chupamos
mamas
hasta caer
fofas
ni un hilo de leche
La confesión del poeta, más que sumergirlo en el efectismo
malditista y cacográfico, enfila, más bien, hacia la
(auto)crítica del entorno. En donde hubo una vez solamente
una vez la rosa perfumada - nótese el contraste de lenguajes-
hoy: "a las putas aún vírgenes las peleamos tal
buitres".
La yuxtaposición de imágenes une dos estadíos
del lenguaje: el reflexivo, que es transmitido vía el lirismo,
y el crítico, que llega a nosotros rompiendo las fronteras
entre lo tradicionalmente poético con el habla cotidiana. Esta
dualidad, lo poético y lo antipoético, aparece con un
vértigo inusual homogenizándolos de manera tal que alcanza
una síntesis entre ambos creando con su savia un / otro lenguaje.
La conciencia (y estética) del descentramiento se ahonda con
el uso de lo paradójico:
mis hermanos lesbianas
mis hermanas travestis
"nadie es de nadie"
tus crías gimen
Es decir, no es solamente Ruiz quien aparece como un outsider
del centro, engloba una colectividad. El yo poético no se conforma
con saberse en o no saberse sino que hay una luz cenital:
Su individualidad es, al mismo tiempo pluralidad, voz de una tribu.
El poeta es parte de ese mundo paradojal y contradictorio que revela
y, a su vez, es la alegoría del mismo. Como en las Crónicas
Maravillosas de Harris, el Cobijo de Ruiz exige al lector
perderse en la búsqueda de la memoria y el presente, como
un nauta que pasa por distintas estancias temporales y por los géneros
clásicos épico-líricos y dramáticos sin
olvidar las técnicas narrativas del video-juego, rescribiendo
las crónicas de una historia trágica(5).
La diferencia reside en que Felipe Ruiz posee una conciencia herida
por la atrofia de una hiperurbanización del entorno.
Y algo más, su inquina contra cosas y hechos hará que
estos de nuevo posean la incitación, que en lugar de neutros
e indiferentes, de nuevo cosas y hechos susciten un afán de
relación, de movimiento. Rompe con revelar las realidades en
falta o en deterioro, que fuera de la aventura poética emprendida
desde el espíritu, resultarían como un número
limitado de sucesos y anécdotas narradas desde su propio acabamiento.
En Cobijo lo laberíntico pareciera angostarse a punto
tal que la búsqueda del Minotauro es aquí el encuentro
con el Uno:
que no despierte la cría
nos cansó el hacino
vivimos en
una micro
viajando por la mala vía
La cría, en Cobijo, velado protagonista, es la fuente
de los instantes de ternura que se permite FR:
arrullo en mi ceno
a ru ru
run run
arrullo
a ru ru
cervatillo ciervillo
patitas de mimbre
nariz de cereza
animalito de juguete
Su fuerza fanopoética en la expresión es sustituida
por una lúdico arrullo, que asoma por ráfagas, muchas
a través de claves ocultas que se van abriendo de acuerdo al
desarrollo de su discurso, hasta hacerse evidente:
y nunca - escúchame bien, hijo
- nunca
las Erinias serán Euménides
El Cobijo de Ruiz, como algunos otros de la nueva poesía
chilena, pienso en Puta Madre, de Héctor Hernández
o en su antípoda, Números del reo, de Gabriel
Silva, es una lección de cómo sacarle la vuelta
a los discursos heredados, que sin duda están presentes. Lo
que logra Felipe Ruiz es romper con la falacia de la resemantización.
Heterogeneidad, pluralidad, discontinuidad, simultaneidad, bricolage,
inestabilidad, dispersión, imprecisión, lo contingente,
indecibilidad, lo arbitrario, entre otras, son algunas de las nuevas
categorías que se manifiestan en este Cobijo pues, la
faena de Ruiz no se restringe a la reelaboración metafórica
de las voces que inauguraron la margen con su grito auroral,
por ejemplo Raúl Zurita, o la de otros incuestionables paradigmas
de la poesía chilena, sino que suma nuevos vocablos y estadíos
en ese libro de arena que venimos escribiendo en el sur de sures.
Quién sabe desde hace cuánto tiempo atrás.
NOTAS
(1)
Post 2000, Nueva Poesía Peruana /Mirko Lauer, Mario Montalbetti.
Hueso Húmero N·45, Lima 2004.
(2)
El poeta como desplazado: palabras, plegarias y precariedad desde
los márgenes / Rodrigo Quijano. Hueso Húmero N·35,
Lima 1999.
(3)
Cuatro poetas. Aproximación a la poesía Chilena Nueva.
Arnaldo Enrique Donoso.
(4)
El libro de Felipe Ruiz inicialmente tenía por título
Cobhijo.
(5)
Carlos Fajardo Estructuras, Figuras y Categoría en el arte
de fin de siglo, Espéculo,N 11