Dictamen y Poema
Tentativa sobre el primer poema de la Novísima
Felipe Ruiz
Reconozco que escribir sobre la “Generación Poética 2002” (Manuel Alcides Jofré), sobre la “Red Poética Siglo XXI” (Patricia Espinoza) o sobre la “Novísima” (Héctor Hernández Montecinos), me venía rondando la cabeza desde hace tiempo. Pero tenía mucho miedo la suerte que pudiera correr un artículo semejante, dado el clima de extraña amistosidad que reina por estos días en el circuito local, y los imponderables recelos que suscitó, hace un par de años ya, un artículo que escribí bajo el título de Poquita Fe en Poesía, aparecido en el diario El Mercurio. Pasado un tiempo ya de él, me viene a la cabeza esa suma de pequeñas asperezas, esa suma de buscados o mal buscados temores que asoman a la hora de escribir – de frente -, sobre lo irreprochable: que la Novísima es desde luego una poética.
Pero mi intención no es defender ni atacar su legado, sino, más bien, incitar una pregunta: ¿Desde cuándo Novísima? Desde el año 2000, se dirá. La pregunta es, ¿por qué? ¿Qué pasa el año 2000? ¿Qué implicancias tiene para el futuro de la poesía, y, me atrevo, para el futuro del arte?
El año 2000 no es simplemente el cambio de siglo. Se dice: es el cambio de milenio. Pero es además, el fin de una ilusión: en el año 1998, se publica el opúsculo Chile Actual: Anatomía de un Mito. Moulián surge como un intelectual de peso, y la sociología se pone de moda. Junto con ella, es también la Universidad Arcis, la que surge como bastión contra cultural. Y es así también como muchos conocen a la editorial Lom, a la revista Rocinante. Así, surgen voces críticas, hacia fines de la década del 90, en relación a la vida cultural, económica y política del país.
Muchos universitarios (o liceanos) no sentimos fervientemente entusiasmados por ese proceso. Lo vimos como una respuesta ante otros fenómenos paralelos que suscitaban no más de algún odio generacional: el ensamblaje amable de los canales de televisión, la lenta pero sostenida hiper población de la ciudad, y la ultra visitada cita del “consumismo”, que en el caso de los más jóvenes revestía las veces de consumo cultural – chatarra.
La poesía que conocíamos de la llamada generación de los “náufragos” (Javier Bello) era escasa e indocumentada. Muchos de ellos, al parecer, eran demasiado jóvenes para dirigir talleres en Balmaceda 1215, la fundación en la que muchos participamos.
Y es desde esa experiencia poética de donde surge, a mi modo de ver, lo más peculiar de la Novísima. No se trataba de un giro premeditadamente conceptual a la poesía anterior. No se trataba, siquiera, de una experiencia que intentaba borrar el pasado. La borradura que había ejercido el predominio de lo “literario” en los noventa, minaban las conexiones amplias, y necesarias, con el arte entendido como una manifestación global de la experiencia social y física. La experiencia del CADA – y sus conexiones - fue para esto del todo necesaria. Ellas habrían hacia un tipo de registro poético liberado de las ataduras típicas de la institución académica y, a su vez, permitieron, por ejemplo, la realización de intervenciones y performance en espacios urbanos, siendo para muchos actividades innecesarias después de la Dictadura. ¿Por qué la insistencia, en ese sentido, de revistar la epoché del dolor?
Una respuesta a ello puede ser la necesidad de dimensionar el daño, la erosión. Pero también, abrirse a la noche que se había abierto como una fosa en la vida de muchos jóvenes que habitaban en lo más ruinoso del porvenir eriazo de Chile: el presente, sin nostalgia, de la anomia social, del desempleo, de la apatía del mundo adulto. De este modo, y de frente allí, la poesía Novísima se planteó desde la ambigüedad sexual, desde la promiscuidad y la belleza (a veces demencial) de la marginación como una última frontera, como una guerra sin cuartel.
De allí viene lo siguiente:
Como un pequeño buda iluminado en calzoncillos
Que calienta sus congelados a la luz del televisor
Puedo hablar de la muerte
Pero sólo sé lo que han dicho los que no saben nada de ella
Pierdo luchando contra mí mismo
Y ser hombre nada tiene que ver con esto
Porque ser más hombre quiso decir menos
Allá lejos queda aquel entonces
En que los amantes cuidamos tanto de no manchar a la muerte
Con nuestra esperma
Mi Chico enloqueció hoy son pocos los que me han visto
Y ten contigo que cuando escribo muerte digo amor
Como un pequeño buda iluminado en calzoncillos
Es un poema de una profundidad de mirada única. Es además, a mi modo de ver, el poema fundamental de la Novísima, si es que no su poema fundacional. Pertenece a la serie Elegía Homenaje a Walt Withman, del libro Este libro se llama como el que yo una vez escribí, de Héctor Hernández.
Decirle “conmovedor” quizás no suene más que a un truismo: pero lo que resulta realmente importante aquí es la apropiación lectiva de la experiencia de vida misma – que involucra a los mentores de la Novísima -, a partir de un complejo aparato estético. En él se traduce, desde luego, el volcamiento hacia la noche, cuya sutura magnificente no es lo absoluto una voluntad que demanda la vuelta al día, al deutlich. Por el contrario, la profunda destreza del poema lo enuncia así:
Calienta sus congelados a la luz del televisor
No se trata de una figura artificiosa, obtusa ni rebuscada. La luz es luz de televisor. Es, por ese mismo efecto, luz gélida, que sin embargo, calienta.
La luz del televisor es comprendida a partir de la experiencia disonante de su Otro: el pequeño buda, por cuyo efecto conjuga tanto la imagen como su doble: el pequeño buda hace las veces de incipiente personaje y a la vez fetiche – alcancía de la casa -. Por él, doblemente, el televisor aparece escenificado como aparato técnico pero a su vez pseudo ritual: configuran estos elementos la inaugural promesa de reencuentro entre técnica y religión.
Pero hay algo más. El poeta no se contenta con admitir únicamente la posesión del aparato, la domesticación en él instante en que, previamente a cualquier especulación, pregunta por la muerte. La noche no se va a prestar únicamente como escenario para la consumación de ese encuentro entre televisor – luz – buda. La muerte es aquí evocada por aquellos que no saben nada de ella: los otros, los habitantes – especulo – del mundo diario, del mundo de los diarios, para los que seguro la sutil destreza con que Hernández urde este poema está ausente. Por el pequeño Buda, Hernández puede hablar de la muerte. Mas: sólo sabe lo que han dicho los que no saben nada. Es sólo a partir de ese momento donde sintonizamos con el espíritu de esta Novísima: ella no se manifiesta como un despertar poético focalizado a partir de unos elementos “innovadores” dentro de lo literario. La Novísima no hace el gesto de “repetir” al CADA, como se ha visto por ahí, pues es la televisión – una Gestell, en el sentido heideggeriano -, lo que le da su matriz estética. Es lo que en otros momentos en Hernández aparece como “función con pantalla” de donde mana la fuente de sus imágenes.
Pero esa productividad no implica, ni por lejos, la sutura, la solución del registro del poema. A lo más, permite explicar la operación que está en juego al interior de los “Novísimos”, pero que de seguro no pasa por alto su matriz unívocamente desgarrada, dolorosa: allá lejos queda el tiempo.
¿Se trata de una figura nostálgica? ¿Es acaso el llamado hacia un tiempo – otro, del que el pensamiento, acaso apenas, tiene noticias? Allá lejos queda el tiempo. Ese tiempo debe ser pensado en la cautela de la meditación acerca del poema. No nombra – pues no ha menester nombrarlo – la provincia. No nombra – pues ni siquiera está estampado en los versos – el hogar patrio. Indica más bien la certeza del amor roto, por el que hogar – pareja queda anudado. Los “amantes” nombrados no son, pues, “amantes” económicos, no son pues, amantes domesticados bajo la sapiencia de la potestad del mercado. Son, más bien, amantes muy antiguos, son de allá lejos. Ese lejos es la patria griega, en que la distinción entre sexos y géneros no estaba nominada al compás del contrato social, de vínculos maritales cristianos. La revolución sensorial de la Novísima se encausa en esa promesa reconciliatoria con el sexo, liberado de sus ataduras económicas. Queda así patente en esta opera prima pero también en otros autores y poéticas.
Sin embargo, lo más devastador de este encuentro con la patria griega viene a ser lo “iluminado” que se calienta en la luz gélida del televisor. Esa prominencia enuncia lo que descoyunta en los últimos versos: “Y ten contigo que cuando escribo muerte digo amor/ Como un pequeño buda iluminado en calzoncillos”. De este modo se realiza la interconexión de el primer y último verso, manteniendo, así, el poema perfecto, simétrico. La clave reveladora de este poema lo ofrece no una anécdota “generacional”, sin embargo – la imagen de los pequeños budas de greda, los televisores encendidos en el centro de las salas de los hogares -: lo que manifiestan la estructura del verso es la conjunción entre técnica y fuerza expresiva a partir del requerimiento esencial del Corte. El Corte - herencia del CADA -, es la esencia mostradora del origen del poema Novísimo. Se trata del acto de violación de la madre – no sé a estas alturas si del matricidio -, por el que el Corte manifiesta la doble escisión. Esta doble escisión implica la muerte del padre violador y, por ese mismo efecto, la “puerilización” del sujeto. El poeta nombra a Mi Chico. Mi Chico es, en la suma de sus posibles interpretaciones, el alter del poeta. Pero ese alter – el alter masculino -, descoyunta en el verso así:
Mi Chico enloqueció hoy son pocos los que me han visto
Este verso oscuro, denso, oculta sin embargo en lo diáfano de su ternura la oculta providencia de donde mana el poema de la Novísima: su peculiaridad denomina a veces “Mi Chico” a este sujeto cuyo nombre quisieras tan sólo in – nombrar, dejar a partir de la transparencia del poema su lugar, indicando su localidad: el Chico como figura ni siquiera ambigua, acaso, como señala Deleuze, simplemente ese fuego inmemorial de donde todos los rostros son fraguados.
El dictamen del poema de la Novísima determina su sino. No es necesario encontrar nuevas variantes al concepto de “generación” en el futuro poético. No hay que creer, junto con Jofré, que debemos esperar unos años a la aparición de la “generación 2012”. La Novísima representa la última manifestación de la poesía chilena. Poetas hay, y seguirán habiendo en el futuro, pero el destino de la poesía chilena ha sido trazado en estos últimos poetas.