A
propósito de la poesía peruana
Heridas
proféticas
Por Felipe Ruiz V.
Rocinante, N°84, Octubre de 2005.
He tenido la oportunidad de
revisar La letra en que nació la pena, una antología
de los versos peruanos de las últimas tres décadas,
a cargo de Maurizio Medo y Raúl Zurita. Es curioso aproximarse
a una poética tan próxima y desconocida, y hay que
ver de qué forma este desconocimiento puede ser considerado
una ignorancia.
La poesía es quizás el arte que más da cuenta
de la angustia moderna. Es, por cierto, una experiencia estética
ligada a los 'sensoriums' de placer y deleite. Pero en su producción,
la agonía se pone
de manifiesto de muchas formas. No sucede lo mismo con las artes visuales,
por ejemplo, siempre ligadas a una materialidad y, por ende, a una
experiencia exterior al productor. La poesía es un encuentro
del hombre consigo, en su relación con aquello que lo define:
el don de la palabra, y sus cualidades oscuras y misteriosas. Poesía
es profecía y profecía es dolor, angustia del porvenir.
Ya Freud lo sabía. Fue él quien, poniendo atención
en la expresión poética, dedica un ensayo completo a
la "cuestión poética". En ella define que
ésta se caracteriza por ser, del lado del productor, no solo
un "efecto" de la escritura sino también toda una
experiencia. Y esta experiencia siempre deja una "herida".
Es así como la poesía siempre se relaciona con la experiencia
de una "marca" (la herida) y es, de suyo, la expresión
de una violencia.
Freud acerca la experiencia de esta herida, en la poesía moderna,
a la introyección del Simbólico. La "herida"
primigenia signa el movimiento de autoafirmación del Yo. No
hay que olvidar, para estos efectos, la relación que el 'simbólico'
adquiere en tanto cualidad valórica del ser humano. La experiencia
de la herida es, por ende, siempre la experiencia del mal: la cercanía
mordaz, demoledora, de la violencia y el dolor.
En el caso chileno, por ejemplo, esa experiencia enraiza en lo colectivo
a través de la violencia -estética y efectiva- del golpe
militar. De ahí en adelante, en las poéticas de Zurita,
Maquieira, Juan Luis Martínez, José Ángel Cuevas,
quedará de manifiesto la incisión violenta de la herida
poética. Se trata de una violencia que no deja lugar a la palabra,
y que deja lugar a una nueva manera de relacionarse con la palabra
nunca antes vista en las poéticas de Neruda o Huidobro. En
el primero podemos encontrar esa experiencia en la Guerra Civil Española
(estamos de acuerdo, desde Loyola, en que esa experiencia transformará
para siempre la relación de Neruda con la poesía) y,
en el segundo, ocurre algo similar a través de la experiencia
de la Segunda Guerra Mundial. Nada comparado con la proximidad, en
todo caso, de un Golpe Militar en la propia patria. La casa de nuestra
habla.
Hay casos terribles de asimilación de la experiencia de esa
herida. La podemos encontrar en diversos momentos históricos,
pero en nuestro siglo quizá el ejemplo más terrible
sea el del poeta Georg Trakl. Trakl, austríaco de nacimiento,
es considerado hoy un poeta cercano a lo vidente. Heidegger le dedicó
un extraordinario ensayo en que señeramente señalaba
el lugar que llegaría a ocupar en la poesía alemana
(habría que decir ya mundial). Trakl no alcanzó a disfrutar
en vida de esa fama, sin embargo. De una vida corta y cruda, solo
permaneció su poesía oscura y profética, en donde
ya quedaba de manifiesto la decadencia del Occidente continental luego
de las grandes guerras de principios de siglo. Y eso que Trakl apenas
alcanzó a avizorar esa caída. Farmacéutico de
profesión, fue enviado, en 1914, junto al equipo médico
encargado de atender a los soldados prusianos en una de las primeras
acciones bélicas de la Gran Guerra: la batalla de Grodek. Luego
de esa terrible experiencia, Trakl no soportó más y
decidió que ya era suficiente. Aquejado de una temprana demencia,
se suicida con una sobredosis de cocaína dos semanas después
de la batalla. De aquella terrible violencia solo nos dejó
un poema bajo el sencillo pero locuaz título de su dolor: "Grodek":
Bajo el dorado ramaje de noche y estrellas
vacila la sombra de la hermana por la
silenciosa arboleda, para saludar el espíritu de los héroes,
las cabezas sangrantes; y suaves resuenan en los juncos oscuras
flautas
del otoño.
Ah orgulloso duelo! vuestros metálicos altares,
la caliente flama del espíritu alimenta hoy un violento
dolor, al vastago nonato.
Las videncias acarrean dolor. Y el precio a
pagar es a veces la propia vida.
La
violencia y la pena
He tenido la oportunidad de revisar La letra en que nació
la pena, una muestra de la poesía peruana de los últimos
treinta años a cargo de Maurizio Medo y Raúl Zurita.
Es curioso aproximarse a una poética tan próxima pero
tan desconocida a la vez, y hay que ver de qué forma este desconocimiento
puede ser considerado una ignorancia. Todo en la poesía peruana
tiende a entroncarse con la poesía chilena, como si de alguna
manera el destino de la nuestra y la de nuestros vecinos estuvieran
en mutua correspondencia. A decir verdad, creo que al Perú
le ha tocado la peor parte: la de aprender a través del dolor.
Ya Zurita quizá lo avizora en el prólogo, cuando refiere
a la Historia General de Garcilaso a propósito de la
muerte de Tupac Amaru en el Cuzco: "Camino al patíbulo
un funcionario va enunciando a viva voz las culpas por la que se le
condena a muerte y éste al oírlo le pide al fraile que
lo acompaña que le traduzca porque no entiende el castellano,
es decir, no entiende la lengua en la que están las razones
por las que lo van a matar. El hecho es en sí impresionante:
esa decapitación reúne todas las muertes ocurridas por
y en la lengua que hablamos, transformando la totalidad de los Comentarios
Reales: cada descripción del antiguo esplendor incaico, cada
detalle de sus templos y de sus creencias, en los ornamentos fúnebres
de unas exequias".
Zurita cree que es a la poesía peruana a la que le corresponde
representar "de modo más radical" el desgarro -y
hay que entender aquí la palabra "desgarro" en un
sentido muy profundo- que significa la imposición de un idioma
por medio del uso de la violencia. En un sentido general, podríamos
decir, la poesía expresa de manera más radical ese modo
por el cual la palabra nace de la violencia misma y vuelve a ella
como su fuente originaria.
Pensemos en la Guerra del Pacífico y abrámonos a comprender
de la manera menos prejuiciosa posible cómo el uso de la violencia
modifica la palabra misma, define el sentir de la poesía en
toda un habla. Pero el caso peruano tiene un antecedente más
cercano: Sendero Luminoso. Si bien éste se disuelve públicamente
en 1992, la violencia y la inestabilidad son un lugar común
en el país vecino. Según comenta el propio Maurizio
Medo, la supervivencia y renovado vuelo de otros grupos insurgentes
mantienen una sombra de dudas sobre el futuro de la nación:
"La violencia, si bien con Sendero Luminoso estaba institucionalizada,
ahora se manifiesta a través de brotes aislados. Prueba de
ello es la existencia del movimiento etnocacerista de Antauro y Ollanta
Humala, quienes recluían a los reservistas del ejército
peruano. Dicho movimiento, paradójicamente, entra en escena
cuando el Presidente Toledo encabeza en el año 2000 la denominada
'Marcha de los Cuatro Suyos' por la recuperación de la democracia.
Luego de aparecer con un nimbo redentor, ahora es visto como un grupo
insurgente".
La cuestión no revestiría mayor importancia para la
literatura si no fuera porque la poesía peruana y su arte en
general reflejan de manera descarnada esa pena, ese dolor que es la
violencia como forma generalizada de relación con el mundo,
el castigo como fuerza adoctrinante y la palabra como lamento. Pienso
en esa pictórica típica que muestra a las campesinas
en el Valle de Tarma: nunca dan el rostro y caminan cabizbajas, ocultas
bajo esos enormes sombreros contra el sol enorme que les castiga el
rostro. Es como si el arte actual en el país vecino fuera una
extensión del lamento primero que expresaba las exequias ornamentales
de Tupac Amaru.
Curiosamente, creo ver allí su importancia para entender el
destino de nuestra propia habla: no solo por el sincretismo cultural
(hoy más fuerte que nunca), sino porque de manera enigmática
la poesía peruana encierra un misterio acerca de nuestro propio
destino e historia. No solo a manera de contraste, sino aproximándonos
a los derroteros más profundos del habla, la poesía
peruana puede que sea la clave interpretativa del por qué la
poesía insiste en decirnos algo en este mundo iconoclasta y
secular:
Los ojos de madre yacen encima de la tierra:
Cubiertos y amarillos nos niegan su última
Palabra.
Luis Fernando Chueca "Ritos Funerarios"