Francisco Véjar (1967), nos desafía en "El
Emboscado", ediciones La Pata de Liebre, con un perentorio
los amigos ya no son originales ante la muerte. Si Rilke nos exhortaba
vivir nuestra propia muerte, El Emboscado rehúsa esa
permanencia ante su trazo diferenciador. Y es que ese trazo
se vuelve difuso para los sobrevivientes, quienes deben convivir con
el sabor agridulce de la "ausencia presente" de aquellos
que han sorteado ya el naufragio para transformarse en lápidas
anónimas. Véjar ensaya en estas páginas una
honda fenomenología de la caducidad; el poeta y su palabra
-ceniza del poema-, no están indemnes a este destino
inevitable y así nos advierte: Estos escritos se perderán
con el fluir del río/ y su eco será como verse en una
película absurda/ cuyos actores principales han sido dados
de baja. Los poemas, escritos desde ese territorio resbaladizo
donde se juega la vida y la muerte, avanzan en una progresión
serena, sin estridencias, hacia el despojamiento. En estas aguas inquietas
y leteicas, Véjar, acude a dos figuras que hacen las veces
de Carontes: el poeta español Leopoldo María Panero
y el poetas austríaco Georg Trakl. Digamos que el nombre de
Panero es invocado como el de una Estación, esto es, un lugar
que puede ser un punto de partida o de llegada. En ambos casos, Francisco
introduce la clave nevermore (el nunca más), que Panero,
a su vez, lo recoge siguiendo la huella del cuervo de Poe: el mundo
de lo irremediable, de la infinita vanidad de todo. Trakl es, por
su parte, el poeta de la caída, de la relegación progresiva,
hasta tocar en el punto culmine de ese tránsito al anonimato:
la muerte.
¿Por qué Véjar ha elegido la emboscadura? La
tradición de la emboscadura encuentra sus orígenes en
el Waldgänger alemán de la edad media, aunque es probable
que éste sea tributario del Wreccan aglosajón del siglo
VIII; en ambos casos, el concepto posee un sentido similar: escoger
la senda menos transitada, optar por la disidencia frente a quienes
hacen de la vida un festín para encubrir la pequeñez
humana. El emboscado es receloso; su mirada es la mirada de la
sospecha; por instinto es un acérrimo detractor de quienes
miran con insidia lo creador y libre, o bien la instrumentalizan bajo
la bandera de un dogma, una ideología o el poder. Para el emboscado
lo único auténtico es nuestra precariedad, el estar
sujetos al viento de la muerte que habrá de borrarlo todo.
Por eso, el poeta se vuelca con desesperación a su oficio;
el único contrapunto a la muerte es entregarse al poder evocador
del recuerdo plasmado en la palabra: palabra como refugio y guarida,
palabra como emboscamiento, donde atesoramos lo más honesto
de nosotros mismos: ciertos paisajes urbanos y costeros, vivencias,
seres queridos. Donde una palabra lleva todo lo que hemos podido
poseer, escribe Véjar.
La imagen del árbol, que se repite constantemente en el poemario,
bien podría asimilarse al estatuto de la palabra del poeta:
afincada en suelo firme, es un vestigio que va quedando frente al
paso de las estaciones.
El Emboscado es un texto reflexivo, logopeico; los poemas están
trabajados con un delicado tratamiento de la imagen y buen ritmo.
Digamos, al terminar, que se trata de un libro que tiene una línea
de continuidad con País insomnio y con otros trabajos
de Véjar, tanto en verso como en prosa, que van consolidando
a un poeta cuyo universo espiritual se ha afincado con credenciales
propias y definidas.