Entrevista
a Leopoldo María Panero
Matemática de la locura
Por Francisco Véjar
En Rocinante, N°84, Octubre 2005.
La visita del poeta español
Leopoldo María Panero, el año pasado, dejó una
enigmática huella que solo ahora se ha podido desentrañar:
la ligereza de su lengua oculta un humor entre demoníaco y
desesperado.
Se trata de Leopoldo María Panero (Madrid,
1948), hijo de Leopoldo Panero y Felicidad Blanc. Precoz y maldito.
A la edad de cinco años sorprendía a Dámaso Alonso
con sus composiciones poéticas. En los ’60 debió ser
internado varias veces en hospitales psiquiátricos, por excesos
de drogas e intentos de suicidio. Más tarde diría: “Me
autodestruyo para saber que soy yo y no todos los demás”. Pertenece,
en España, a la generación del ’70, donde figuran autores
como Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, José
Miguel Ullán y Félix de Azúa, entre otros. En
2001 la Editorial Visor de España publicó su Poesía
Completa 1970 –2000, bajo la edición de Túa Blesa.
El año recién pasado dio a conocer Esquizofrénicas
o la balada de la lámpara azul, con el sello de poesía
Hiperión, Madrid, España.
Panero tiene más de 14 libros de poemas publicados,
algunos ensayos, traducciones y relatos. El año pasado estuvo
en Chile a raíz del encuentro Factor Poesía,
organizado por la Universidad Finis Terrae. Por indicación
médica, no puede viajar solo y por ello en dicha travesía
lo acompañó el poeta chileno Bruno Montané. Aquí
compartió con jóvenes admiradores, e incluso fue a Las
Cruces y estuvo con Nicanor Parra. Al preguntarle por la poesía
nacional, dice: “Me gusta más Góngora que Neruda”; pero
casi de inmediato recuerda dos versos del poema de Residencia en la
tierra, “Tango del viudo”: “Y oírte orinar, al fondo de la
casa, / como vertiendo miel delgada, trémula, argentina, obstinada”.
Es Panero, quien no solo recita a Pablo Neruda sino que también
poemas completos de Stéphane Mallarmé, Ezra Pound, Francois
Villon, Gerard de Nerval o Charles Baudelaire. Dice que es la reencarnación
de este último. Su vida ha sido un peregrinar por distintas
clínicas de alienados. Algo de eso conversamos, en una tranquila
mañana de fines de noviembre. No es fácil entrevistarlo,
por el alto nivel de sedación a que está sometido. Con
todo, tiene permanentes fogonazos de lucidez. Fuma como un condenado
a muerte y se declara dipsómano como Edgar Allan Poe. Para
muchos es el mejor poeta vivo de España. Sin embargo, no es
ampliamente leído por las nuevas generaciones. Él mismo
reconoce: “Nunca ha ido un poeta joven a visitarme al manicomio de
Las Palmas. Desconozco lo que escriben”. A la hora de partir tuvo
nostalgia por Chile. Aquí se plasman algunas de sus inquietudes.
- ¿Quién es Leopoldo María Panero?
- No sé. Me conozco a mí mismo y me parezco a Francis
Scott Fitzgerald; eso es todo. Cuando nadie puede hablar de su vida,
saber quién es, la existencia sencillamente se hace infructuosa.
- ¿Cuándo fue la primera vez que estuviste internado
en una clínica psiquiátrica?
- En Barcelona, por un intento de suicidio que tuve. Allí leí
el libro de un psiquiatra católico, un tal Baruch. Fue el primero
que abogó en contra de la aplicación del electroshock.
Hablaba en pro de un apoyo moral al enfermo, en lugar de tanto rollo
con el psicoanálisis. Y como decía Eurípides:
“La idea es perderse, si no te vuelven loco”.
- Tú dijiste que las clínicas psiquiátricas
son sistemas carcelarios, porque al paciente lo estarían interrogando
constantemente…
- Está “en el eterno derecho de la no posible apelación”,
como diría Foucault. Los psiquiatras son como los detectives.
Su interrogatorio utiliza las mismas técnicas que el policial;
el psiquiatra piensa, infaliblemente, que su víctima miente.
- ¿Qué piensas de la esquizofrenia?
- El rechinar de la mandíbula del llamado esquizofrénico
–como lo señalé en el prólogo a mi libro de poemas
Teoría del miedo, el año 2001– y su risa inexplicable
son actos ‘canibálicos’ como el poema quisiera ser: un acto
‘canibálico’; un intervalo en la desesperación, como
un porro que suspende la vida.
Todo sobre el
pecado
- En 1992 publicaste el poemario Piedra negra o del temblar.
Allí hay un poema titulado Yo, Francois Villon, que
es una adaptación del texto escrito por el bardo francés
del siglo XVI. ¿Lo recuerdas?
- Recuerdo parte del texto: “Yo, Francois Villon, a los cincuenta
y un años / gordo y corpulento, de labios color ceniza / y
mejillas que el vino amoratara, / a una cuerda ahorcado / lo sé
todo acerca del pecado”. En España es el poema más sacrílego
de todos los tiempos. Hay que ser el anticristo y el demonio para
que no se lo carguen a uno en ese país de nazis.
- ¿Crees en la inspiración o en la matemática
del verso?
- Creo en la matemática del verso. Esto me recuerda las siguientes
líneas de Mallarmé: “Porque yo instalo con la ciencia
/ el himno de los coros espirituales”. Entonces, la literatura es
un trabajo y se nutre de la lectura, no de la inspiración.
Yo escribo poesía técnicamente. Aquí va un ejemplo:
“Soy un excremento de tus pies corocos y tal…”. En fin, el poema es
la prueba de mi existencia.
- ¿Qué estás escribiendo ahora?
Un libro con Félix Caballero; un cadáver exquisito.
- ¿Qué poetas españoles de tu generación
te gustan?
- Félix de Azúa, Antonio Colinas y Pere Gimferrer. Luis
Antonio de Villena junto a Eduardo Calvo, Luis Alberto Cuenca y Ramón
Mayrata fueron las caras visibles de El espejo del amor y la muerte
(1971), antología compilada por Antonio Prieto y prologada
por Vicente Aleixandre. Ese volumen no es más que un espejo
bizarro de los Nueve novísimos (1970), de José
María Castellet. En la recopilación de 1971 está
Villena. Él no me gusta porque es el Pere Gimferrer bizarro.
Además, criticó duramente mi último libro, centrándose
en la persona y no en el poema. Sin embargo, debo reconocer que hace
tiempo que no leo a mis contemporáneos.
- En una entrevista que concediste a Babelia, suplemento del diario
El País, en el año 2001, dijiste: “Estoy harto de ser
Leopoldo María Panero”. ¿Por qué?
- Es verdad. Estoy de mí hasta el puto culo. Está escrito
que voy a suicidarme algún día, pero no por ahora. Richard
Castell escribió en su “Oda al psiquiátrico”: “Hay que
interrogarse como en un secuestro de alienados”.
- ¿Qué es la muerte para ti?
Un estado de conciencia. Cuando murió mi madre la traté
de resucitar con respiración boca a boca, que es una resurrección
hindú. Fue muy doloroso.
- ¿Qué nos puedes decir de tu padre?
Mi madre decía que si se hubiera enterado de que yo era miembro
del partido revolucionario trotskista y además marica, me habría
echado de la casa. Leopoldo Panero murió cuando yo tenía
14 años. Recuerdo parte de su epitafio: “Amó mucho /
y bebió mucho y ahora, / vendados sus ojos, / espera la resurrección
de la carne / aquí, bajo esta piedra”.
- ¿Qué recuerdos te llevas de Chile?
La vida de Panero y los muchos amigos que he hecho aquí. Es
la primera vez que cruzo el charco.
- ¿Te gustaría recibir el Premio Nobel de Literatura?
Por poco lo recibo este año. Siempre lo estoy esperando, como
Jorge Luis Borges. Cuando lo gane, iré a Estocolmo y de ahí
a París, a emborracharme al Café Flore donde se embriagaba
Oscar Wilde.
El hombre que mató
a Leopoldo María Panero*
(The man who shot Leopoldo María Panero)
Mi querido amigo Javier Barquín siempre creerá
que fue él quien mató a Leopoldo María
Panero. Pero eso no es cierto. Nadie tenía entonces valor
para hacerlo. El sujeto tenía aterrorizada a toda la
ciudad. Había raptado a varias mujeres y amenazaba con
torturarlas. Así que esa tarde me decidí, fui
a la armería de Jim y compré un revólver
calibre 45. En el momento en que Leopoldo María Panero
estaba intentando extorsionar una vez más a Javier Barquín,
yo disparé desde lejos. Como Javier había sacado
también una pequeña pistola, supuso haber sido
él quien hiciera justicia. Toda su vida creerá
que fue él quien mató a Leopoldo María
Panero. Pero no fue así. Yo soy el hombre que mató
a Leopoldo María Panero.
*Relato extraído del libro Tres historias
de la vida real, Panero (1981).
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