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Viewmaster o la gruta una ciudad
Viewmaster : Gastón Carrasco Aguilar , Cuadernos de poesía. Biblioteca de Santiago. 2011
Por Angélica Panes Díaz
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La búsqueda corresponsal de los que saben [1]
Ciertamente el acento del Viewmaster del poeta Gastón Carrasco A. (Cuadernos de poesía, 2011) esta puesto en la mirada que se traduce en una representación de la experiencia al modo objetivista, impresionista. Imágenes que parecieran ir superponiéndose unas con otras, parecieran ir pasando en un recuento de evocaciones, de reflexiones meta poéticas, en un recuento de transito por la ciudad. Todo mezclado como fotos arrumbadas al fondo de un cajón.
Pero ya se ha hablado sobre la insistencia de ese lenguaje descriptivo que evoca imágenes, retratos, fotografías con una maestría acertada. Pretendo hablar de otro aspecto que resalta de este conjunto de poemas y que tiene que ver con el imaginario urbano que se articula a lo largo de este despliegue escénico y la forma en que el sujeto habita en esta ciudad (de este poemario).
Imaginario urbano que lindará con la disyuntiva centro-periferia y todo lo que esto pueda significar. Partiendo de esta idea se puede decir que la urbanidad, que plasma o retrata Gastón, es la de la periferia, extrapolada de los puntos de referencia dados en algunos poemas, que habla del Templo votivo de Maipú, la carretera del sol, las autopistas concesionadas, Gran avenida o Santa Rosa, las torres de alta tensión, las canchas de futbol de tierra, el barrio, los pasajes, los departamentos tipo bloques, la feria, etc. Referencias directas o simples alusiones que hablan de un barrio poco lustroso, de un barrio hacinado, de un barrio cercado por estas carreteras concesionadas y torres de alta tensión en pos del desarrollo urbano y siempre fuera del centro histórico de la ciudad.
No quiero caer en la tentativa de la disyuntiva centro-periferia, como ya mencioné, no es la intención de esto. Sino más bien la muestra de un habitat se podría decir. La ciudad abordada desde una periferia entendida no desde el concepto de lo marginal, ni desde la protesta, denuncia o crítica sino desde lo cronístico, casi, a la manera de un corresponsal (periodístico, de guerra...) que emula fotos-poemas, crónicas-poemas de los lugares donde ha vivido, donde se ha desenvuelto, desde donde está escribiendo.
La ciudad como una gran
gruta sin vírgenes ni santos [2]
De tal manera, la ciudad como un motivo recurrente en la Literatura latinoamericana permite indagar en la forma como el sujeto se relaciona con ella, la manera en que comprende y vive los ritmos que esta le impone, la forma en que lee los signos que contiene.
Surge la necesidad de comprender la idea del habitar ligado al devenir urbano desde los inicios de este. Desarrollo que nos muestra inicialmente una relación casi ritualica con la tierra sobre la que se habitaba, sobre la que se sentaban esos primeros conatos de viviendas, surgidas a partir de la agricultura y el sedentarismo. Una relación bajo el signo del arraigo y este entendido como ser uno con el entorno donde la construcción de casas tenían por finalidad albergar el hogar, la descendencia y en ultima instancia los muertos familiares.
Esta relación íntima y respetuosa se perderá a lo largo del desarrollo urbanístico decantando en una relación funcional en tanto las casas serán entendidas como viviendas de paso para el nuevo tipo de habitante, el cual estará definido como un errante, un sujeto que deambula y que, por medio de éste deambular, va descubriendo, reconociendo, leyendo los signos que plagan las calles. Deambular que, entendido como tránsito (o esa búsqueda corresponsal de que nos habla Gastón) no busca esgrimir un centro organizador en medio de una ciudad que ha expandido excesivamente adquiriendo ribetes rizomáticos (la ciudad postmoderna) sino que realzar lo periférico desde lo que es, desde una cotidianeidad sin prejuicio o desdén, sin denuncia panfletaria, desde dentro o en sí misma.
Otro hecho importante es el cambio o pérdida del sentido de arraigo que subyace al acto de habitar (en) la ciudad puesto que ya no hay en los individuos un sentido ritual en torno este, por ejemplo, en términos de establecer un casa-hogar en total armonía con el espacio que lo rodea y donde se dé cabida a la descendencia familiar. En cambio, lo que habría hoy sería la idea de alojamiento ya que las edificaciones destinadas al habitar están construidas con un afán mucho más práctico casi como albergue de paso para moradores también de paso.
Se pierde la esencia del habitar como la “manera en que el hombre es en la tierra” [3] así como la idea del construir como un cuidar y edificar, como una habitar fundamental al hombre. Se difumina en la idea y edificación de las viviendas, construcciones que responden a esta necesidad de contener a una población que ha crecido sobremanera y donde subyace, antes que una necesidad espiritual de tener una morada, una finalidad mercantil. Sucede entonces que “la masa de inquilinos y huéspedes surcan ese mar de casas errando de refugio en refugio (…) entonces ya esta perfectamente formado el tipo del nómada intelectual” [4]. Para este tipo de sujeto surgen entonces “las ciudades de los arquitectos municipales”[5] . Ante esta idea o tesis, planteada por L Mumford y O. Spengler [6], diría que Gastón nos muestra una vuelta al sentido ritualico del habitar, en tanto nos da a conocer un hablante cuya caracterización ya esta dada por la idea de ser una especie de corresponsal periodístico que recorre la ciudad, esta ciudad, recolectando imágenes deslavadas, secuencias ya conocidas para asir o delimitar un espacio propio en la ciudad de los arquitectos municipales.
Además, me atrevería a decir que, el tono con que nos expresa tal despliegue de las escenas, tal apropiación, lo torna en una especie de deudo silencioso que detecta y otorgar un sentido a los lugares que habita, descargándolos de esa idea fría del habitar como un estar de paso, donde la infancia, las construcciones, los juegos, el tiempo, la costumbre, las creencias y lo cotidiano re-fundan un sentido de pertenencia, de arraigo.
Decenas de genuinas falsificaciones [7]
Podríamos hablar, entonces, de una voz, de un sujeto, en todos estos poemas que pareciera adquirir una faz de deudo silencioso, contrito, como mencione antes, entrando, no en la catedral fastuosa, sino en la gruta simple y limpia, llana en su ornamento. La invocación de esta alegoría tiene que ver con ese imaginario que se va armando en ciertos poemas del Viewmaster y del tono que adquiere la voz que aquí enuncia.
La gruta una ciudad, las animitas, los edificios al costado o en la barriada donde los santos trizados aun expelen pruritos milagrosos, todo depende de cuanta fe se ponga en ello. De eso se trata: la ceremonia, el rito puede hacerse en cualquier parte. Sólo hay que cargar los lugares, cargarlos de santidad, mirar con la óptica predispuesta. Un recuerdo, un expósito, el silencio, casi, de una poesía que parece retribuir el favor concedido con toda la gratitud y respeto que se pueda.
Así, mientras se leen estos poemas, se tiene la sensación de una ceremonia a ratos con dejos orientales, silenciosa en extremo, cuidada, que obliga a leer con tiempo, con disposición de ánimo para el mutismo. Mutismo que exige el poemario cuya puerta de entrada es la visión de un Buda superpuesto en la ciudad primero como uno reluciente y parpadeante que cuidaba en plenitud la ciudad [8] para luego mostrarnos un buda indigno raquítico y animal que despreciaba el sol de la ciudad [9] acercándose cada vez más a una desacralización total hasta ser sólo la ilusión de un dios (…) reluciendo agotado en mi mirada.[10]
Puerta de entrada que es también un descenso de este corresponsal o feligrés que se interna en la gruta-ciudad primero andando por estas vías concesionadas, las avenidas (Santa Rosa, Gran Avenida), el metro, el barrio respectivamente. Un peregrinar con el viewmaster, colgando a modo de cámara fotográfica, que al disparo no entrega una nueva imagen sino la deslavada certeza de los recuerdos que se mezclan como la mala señala de aquella radio. [11]
Está claro el énfasis en lo difuso de las imágenes, en lo difuso que puede tornarse el recuerdo que solo entrega chispazos, retazos de una infancia, de un barrio, de este deambular. Todo entregado a la mirada del hablante, en quien la vista se cansa. El recuerdo no es legible [12]. Escenas como racconto al estilo del cine oriental. Ese remedo que sale bien acá, sin esfuerzos, parsimonioso.
Remedo donde la ciudad primero es el altar de unos budas que como puertas de entrada cuidan la ciudad, la observan sobre todo como en el poema Buda se esconde en las miradas. Desde aquí ese tránsito, esa peregrinación, esa búsqueda corresponsal por lugares que se van cargando de un sentido sagrado bajo la mirada del hablante confluyendo diversos iconos “religiosos”: buda, el manto de Turín, las cruces, las grutas, las animitas, los rosarios, el zodiaco, los sueños, etc.
Así en Versiones confluyen la cancha de tierra, los niños, el recuerdo de la pichanga en el barrio y la mirada que torna en sudarios las camisetas húmedas donde tras algunas horas de juego/el rostro de los niños queda estampado/durante algunos minutos en sus camisetas [13]; luego la ciudad alegorizada gruta vacía, sin feligreses donde habita culpa y fe en la escritura/lectura, en el poema Torres de alta tensión: crucifijo o las cuentas de un rosario o como una gruta sin cuidado (virgen quebrada incluida) [14] armada con la imagen de las sabanas puestas a secar a las afueras de estos departamentos estilo bloques. Animita diría yo, de esas que se van quedando abandonadas y donde nadie reza y donde alguna que otra vez, los niños juegan a las escondidas dentro de ella [15].
Así parece ser este Viewmaster que nos muestra la secuencia deslavada de una ciudad alegorizada en gruta, animita o lugares sagrados donde el tono, en todos estos poemas, fuera una voz contrita que resulta remedo de recuerdos, de lecturas o cine oriental.
NOTAS
[1] Carrasco, G: Viewmaster. Cuadernos de poesía. Biblioteca de Santiago. 2011. Pp. 6
[3] Ver: Heidegger M.: “Construir, pensar, habitar”. En: Ciencia y técnica. Ed. Universitaria. Santiago. 1993
[4] Spengler O.: La Decadencia de Occidente. Vol. I. Ed. Espasa Calpe. Buenos Aires. 1952. Pp.137
[6] Sociólogos que a partir de los años ´40 postularon una caracterización de la ciudad ligada a una visión evolucionista que planteaba un nacimiento, crecimiento, desarrollo e inevitable muerte de ésta. La perspicaz observación de la sociedad de su tiempo y de los eventos históricos, sociales y económicos les permitió a estos señores deducir un tipo de ciudad post-moderna muy similar a la que habitamos hoy en día. Deducción con sesgos de desencanto debido al antecedente de la 1º y 2º guerra mundial.
[7] Carrasco, G: Viewmaster. Cuadernos de poesía. Biblioteca de Santiago. 2011. Pp. 10