Memoria
extrema
Germán Marín, La ola muerta
Sudamericana,
Santiago, 2005, 380 páginas.
Por
Francisca Lange
Universidad Diego Portales
Revista Universitaria N°90. Marzo Mayo
2006
Un adolescente chileno castigado; una
familia anacrónica; un joven perdido entre Santiago y Buenos
Aires; un narrador descreído. Todos estos elementos son partes
argumentales y estructurales de La ola muerta, el último
libro de Germán Marín (1934) que culmina la trilogía
Historia de una
absolución familiar iniciada con Círculo vicioso
(Planeta, Santiago, 1994) y seguida por Las cien águilas
(Planeta, Santiago, 1997).
Como novela individual, La ola muerta relata las aventuras
del joven Germán Marín, quien, expulsado de la Escuela
Militar por su mal comportamiento, vive un particular periplo entre
el encierro estival al cual lo condena su padre, sus precoces amoríos
con la joven empleada de la casa paterna, su paso por el Internado
Barros Arana y una breve escala por la Escuela de Arquitectura de
la Universidad de Chile. Hastiado de la vida santiaguina, curioso
por conocer el mundo e indeciso ante el futuro, el joven decide emprender
un viaje a Buenos Aires, con miras a Europa.
La vida del protagonista en la capital trasandina transita entre
la sobrevivencia gracias a una serie de trabajos clandestinos, una
dulce y macabra historia de amor juvenil con la joven Maribel y su
madre, algo de bohemia y las visitas a la Escuela de Letras de la
Universidad de Buenos Aires.
Estas historias completan el periplo iniciado en los dos libros anteriores
de la trilogía, el que conlleva una serie de particularidades
que exceden la anécdota de la historia familiar y personal
del protagonista, en tanto se comprenden en profunda conexión
con el proyecto narrativo del autor. Si bien esta novela funciona
por sí sola, resulta no sólo interesante sino a ratos
necesario recorrer la trilogía completa: su riqueza narrativa
y también sus complejidades estructurales adquieren una real
envergadura en sus tres tomos.
La historia de esta novela concluye las aventuras de un personaje
central cuyo nombre es igual al de su autor. A partir de este juego,
el narrador emprende una arriesgada estrategia que simula la periodicidad
de un diario, transgredida por las distancias entre los años
de escritura: mientras se evoca el pasado relatado, se constata el
presente de quien escribe. Así, una simulada autobiografía
se cruza con el diario de un narrador que vuelve sobre las sombras
de su historia personal, familiar y social, regreso que se esboza
a la manera de una novela de aprendizaje (Bildungsroman): es
la juventud de un narrador que se reconoce cansado y distante la que
sostiene gran parte del relato (en algunos de sus párrafos
presentes sólo señala: «Ayer fue sábado»).
Es importante destacar que, más allá de las posibles
mezclas formales presentes en La ola muerta, su real asidero
se encuentra en las posibilidades reflexivas, inciertas y a veces
decepcionantes de la literatura. Los cruces históricos, la
no siempre amigable intimidad familiar y el desarraigo de un hombre
que juega incluso con la confianza y el trabajo correctivo de un supuesto
editor (Venzano Torres), constituyen el juego de un relato que se
cita a sí mismo mediante una estrategia académica. Se
perciben, así, tanto las ilusiones como el escabroso y poco
rutilante trabajo de la escritura, mezclado con la distancia y la
desaparición de los lazos afectivos:
« Habiendo dejado a secas el nombre
de la madre de Maribel en el relato, tras abandonar el adjetivo
señora, queda testimoniado así el cambio de rol que
tendrá Luisa en adelante. Espero que esto no convierta las
páginas siguientes en una astracanada rocambolesca, pues
el propósito es estrujar al personaje del yo, agotar sus
posibilidades existenciales, hasta arribar a la caída del
telón que persigo desde el primer tomo como final de la trilogía.
Veremos hasta dónde llego con estas pretensiones.»
Estrujar las posibilidades del yo. Ésa parece ser una de las
consignas tanto de La ola muerta como de los dos tomos anteriores.
Un juego no exento de fino humor negro, cuyo final retoma esa historia
construida con fragmentos, inmigraciones, desamores y exilios.
Las partes de este relato están fechadas por día y
mes pero no por año, dejando en claro que pretender contar
verazmente una historia no es más que una ironía del
oficio: un 12 de febrero regresa a Chile un joven Marín autoexiliado
en Buenos Aires y un 12 de febrero un Germán adulto deja Barcelona,
ciudad donde vivió su exilio político y desde donde
se sitúa para contarnos esta historia. Una historia que al
fin y al cabo revuelve la memoria en su ejercicio más extremo:
las peripecias de una vida pasada pero también la tristeza
de la desaparición, de ésa que ni la escritura salva.