Carta
de Gabriela Mistral a Manuel Magallanes Moure
en
Cartas de Amor de Gabriela Mistral
Sergio
Fernández Larraín
Editorial Andrés Bello, 1978.
Siempre
pensé en que lo que es la flor misma, la coronación de mi religión,
el amor a los seres está en Ud. mucho, mucho más que en mí.
En Ud. es estado cotidiano, en mí florece después de luchas reñidas
con mi ángel malo. Siempre lo vi como Ud. se me presenta: con un alma no
viril (por virilidad entienden casi todos la rudeza) y sufre siempre que va por
sus venas no la sangre espesa que da las pasiones comunes, los celos, los rencores,
sino un zumo azul de azucenas exprimidas. Y vea Ud. cómo se cumple aquí
cierta extraña ley según la cual llega a un paraje privilegiado
un pobre anhelante atravesando diez países, y no llega, porque no le tienta
o porque tiene cobardes los pies fuertes, el que está al mismo nivel del
paraje aquel, separado de él por una pared frágil. Ud. no necesita
ascender; está en el mismo plano, pero le repugna el esfuerzo y sobre todo
un esfuerzo hacia cosas que le inspiran desamor. ¡El caso mío es
tan diverso! Yo nací mala, dura de carácter, egoísta enormemente
y la vida exacerbó esos vicios y me hizo diez veces dura y cruel. Pero
siempre, siempre, hubo en mí un clamor por la fe y por la perfección,
siempre me miré con disgusto y pedí volverme mejor. He alcanzado
mucho; espero alcanzar más. ¿No ha pensado Ud. nunca que la fe sea
un estado de vibración especial en el cual hay que ponerse para que el
prodigio venga a nosotros o se haga dentro de nosotros? La materia necesita hallarse
en tal o cual estado para quedar habilitada para tal o cual operación o
transformación magnífica; en su estado natural es un imposible alterarla
o realizar la maravilla que después se realiza. ¿No ha pensado Ud.,
cuando los descreídos alardean de no haber oído llamado alguno espiritual,
que la fe mueva dentro de nosotros ocultos resortes, abra ventanas incógnitas
que nadie sino ella pueda abrir, hacia lo desconocido? Ud. que sabe del amor a
todo lo que vive habrá sentido que ese estado de simpatía es una
felicidad. (Puede llegar al éxtasis.) Bueno; este estado de fe a que le
he aludido se parece mucho a ese estado de arrobo que da ese amor. De ahí
que el que ama se parezca mucho al que cree y de ahí que la fe pueda llenar
el sitio que el amor debió llenar en un alma. Santa Teresa y los místicos
conocieron, dentro de la exaltación espiritual, el estado del amor como
el más apasionado de los mortales; no les quedó ignorado ese estado;
tal cosa fue una inferioridad; lo conocieron enorme y arrebatador en sus éxtasis.
Se parecen tanto el rezar y el querer intenso! El estado de exaltación
en el que florece la oración, lo llevo yo a veces todo un día. Voy
orando, orando; mi corazón y mi pensamiento son una llama que clamorea
al cielo por trepar hasta Dios. Y esos son mis días de dicha intensa. Será
que riego las cosas de mi amor y gasto raudales de espíritu; ello es que
tengo después depresiones lastimosas. Y tanto como oí de luz cegadora
veo después de entraña negra; ¡caigo tan alto como subí!;
un hastío me roe el corazón, que un día antes fue una apoteosis
y suelo llegar hasta la desesperación. No dudo de Dios, no; dudo de mí;
veo todas mis lepras con una atroz claridad; me veo tan pequeña como los
demás, escurriendo mis aguas fétidas de miseria por un mundo que
es una carroña fofa. Sufro horriblemente. Sin embargo, estas etapas se
hacen cada día más breves; ya no ocupan como antes años,
meses, ni siquiera semanas. Yo he descubierto el enemigo: es la exaltación
misma en el creer. Yo sé que Ja perfección no puede ser sino la
serenidad. Y la busco, y la hallaré algún día. El arte daña
para esta busca; el arte —y el de hoy más que otro— está impregnado
de fiebre; convulsionado de una locura lamentable.
Yo no soy una artista,
pero el ver estas cosas aún desde lejos daña. A mí me ha
salvado la enseñanza. ¡Es tan vulgar y tan seca! Hay períodos
en que yo trabajo salvajemente en cosas que ni aun necesito hacer, para gastarme
esta exuberancia de fuerzas, para fatigarme el espíritu inquieto.
¿Por
qué le hablo tanto de mí? No sé; me parece un deber mío
mostrarle todo lo que de malo y de amargo yo alojo dentro. Cada día veo
más claramente las diferencias dolorosas que hay entre Ud. —luna, jazmines,
rosas— y yo, una cuchilla repleta de sombra, abierta en una tierra agria. Porque
mi dulzura, cuando la tengo, no es natural, es una cosa de fatiga, de exceso de
dolor, o bien, es un poco de agua clara que a costa de flagelarme me he reunido
en el hueco de la mano, para dar de beber a alguien, cuyos labios resecos me llenaron
de ternura y de pena.
Vea Ud., pues, cómo ésta que cree que
siente a Dios pasar a través de ella como a través de un lino sutil,
es tan miserable, tan llena de máculas al lado de Ud. y que no cree. Esto
mismo ¿hará que a Ud. no le importe el creer? No, hará que
Ud. lo desee porque si con mi escoria negra suelo yo hacer una estrella (entrar
en divino estado de gozo espiritual) Ud. con su pasta de lirios a qué zonas
entraría, qué corrientes de luz eterna atraería a su mar,
qué vientos cargados de olor a gloria bajarían a su valle, si Ud.
quisiera gritar con todas sus fuerzas creo?
No, yo no soy capaz
de enseñarle nada y todo lo que puedo hacer por Ud. es matar sus ocios
con cartas largas que le devoren una hora de fastidio.
La vida me ha dejado
un guiñapo sucio de las ropas magníficas que mi alma debió
tener y Ud. no puede, ¡no, por Dios, llamarme maestra! Si no fuera Ud. quien
lo dice, me parecería una burla.
Respecto a los "Juegos Florales":
me dolió lo que un anónimo me decía porque —y aquí
le confesaré uno de mis fanatismos— se me decía allí farsante.
Ponga Ud. en lugar de esa palabra cualquier insulto, cualquiera, y me quedo tranquila;
pero nada he cuidado más celosamente que de ser presuntuosa y me he arrancado
con pinzas calientes las pequeñas vanidades que me asomaban a flor de labios
y de ahí que me exaspere la palabra farsante más que otra cualquiera.
Sobre la publicación de la poesía, hay esto: Yo no he querido que
la poesía se conozca, y esto por razones morales largas de contar. La he
negado a varias publicaciones de provincia que me la pidieron. Sin embargo, alguien
me la ha sacado de entre mis papeles y sé que la ha mandado a alguna parte.
Por cierto que yo no he autorizado esto. Ni aun va firmada. Así, pues,
agradézcole hondamente su bondadosa proposición y no la aprovecho
por las razones dadas.
Le he dicho que tengo malos días. Este es
uno y otros le han precedido. Hoy me he visto tan miserable que he desesperado
de ser capaz de hacer bien. A nadie, a nadie puede dar nada quien nada tiene.
¡Dulzura! me he dicho. Pero si no la poseo. ¡Consolación! Si
eres torpe y donde cae tu mano es para herir. Y este demonio me ha azuzado cruelmente.
No es a los demás a quienes odio en estos días, es a mí,
a mí. No sé; el negror de los pinares se me entró en el espíritu.
A propósito. Corrija en ellos cambiando en "Así el alma era
— tapiz sonrosado", tapiz por alcor. Debí empezar hablándole
de unos ejercicios para su salud. Llenarán mi próxima. Espero lavarme
de mi lodo de pesimismo y estar limpia para mi próxima. ¿Es verdad
que Ud. mejora? ¿Usa Ud. también las mentiras piadosas de que me
habla? El 4 de Frbro. me voy a Talcahuano, talvez dos días antes, talvez.
Rezo
por Ud. esta noche, con fervor intenso.
L. Godoy
26
de En.