EL JUICIO FINAL
Guillermo Martínez Wilson
Los árboles no lograban disminuir el ruido que producía el intenso tráfico, por ambas avenidas que encajonaban el parque. Me senté en el único lugar libre, junto a dos mujeres de edad medio camino a la vejez. Me miraron sorprendidas, igual pedí permiso; Abrí mi libro y me despreocupé, el calor era soportable debajo de los árboles; Miré la hora: tres y media de la tarde; Con un poco de imaginación se podía pensar que estaba en una agradable isla en medio de dos torrentes, interrumpido sólo por el claxon de algunos cretinos intolerantes en los tacos. Leía, sin poder concentrarme, Además cada cierto minuto las damas hablaban, y yo escuchaba.
-¡Allá va!- ¡Es tan juguetón!
-Sí, el mío también, y tan habiloso, es como un reloj, a las tres en punto se para en dos patitas y empieza a ladrar-
-Ay, el mío también, y en invierno, por la mañana, igual lo saco a dar una vuelta a la manzana.
-El mío, no es friolento-
¡Mire, qué vergüenza!
De reojo las observé, como ansiosas miraban lo que duramente criticaban.
-Ya no hay ningún respeto-
Miré en los claros donde no llegaba la sombra de los árboles, unos muchachos jóvenes se besaban apasionadamente, otros sobre la hierba tirados con sus chaquetas por medio, tendidos sobre el césped dormían, o despertaban bruscamente cuando pasaba la leva de perrillos correteándose y ladrando. Se podía suponer que exclamaban, ¡Perros de mierda! Y los miraban irse, apoyados en sus manos semi-levantados, y volvían a tenderse, como en una mullida cama.
Pude observar que todas las damas y señores mayores, miraban a sus perros correr felices, que interrumpieran la siesta de algunos (cesantes o vagos), pensarían para sí, o como mis vecinas de asiento, que comentaban en voz alta.
-¡Qué mal que estamos! Peor que nunca.
-Qué terrible, yo no se qué va a pasar, menos mal que esos muchachos están vestidos (por los que se besaban apasionadamente), ¿no vio a los que se... -bajó la voz- ...frente a mi departamento? ¡Qué horrible!
-¡Ay! Yo los vi desde el mío; todos piluchos, si yo vivo en segundo piso-
-¡Ay! Usted no se imagina tantos, sin nada de nada; Y tanto frío, a mi me tiritaba todo de sólo verlos.
Traté de concentrarme en la lectura, y no escuchar ridiculeces de solteronas histéricas, porque mis vecinas de silla, no eran otra cosa que unas mujeres amargadas, seguramente vírgenes por nada; Miré de nuevo con detención la portada de mi pequeño libro y la di vuelta, me quedé fijo mirando la cifra escrita con lápiz de mina $ 500. (Quinientos pesos), lo que había cancelado por él, en una carpa adosada a la casa central de la Universidad. Empecé a recordar los ridículos vendedores, vestidos con trajes como del tiempo de los Tolomeo, fue una ganga no debería quejarme; Adquirir un libro por esa cifra en éstos tiempos era una lotería.
Me salté una hoja y quedé frente a la presentación, leí Gonzalo De Berceo. (Siglo XIII)
-Y eso sería el colmo- Dijo una de las damas. -El agua pasa, que se venda, pero un barrio... Igual que en esos países degenerados ¡Como Holanda!-
-¡Vender el agua! Bueno... tendrá sus motivos.
-Pero, ¡Un barrio rojo! -Le contesto la otra-. De verdad no sé en que tiempos vivimos. Jamás me lo hubiera esperado de él. Si tiene hasta cara de niño bueno. ¡Mire!... ¡Mire!
-La pareja se daba unas vueltas en el pasto sin despegarse de los labios-
-Seguí leyendo: “De la Presente Obra se Imprimieron 4000 ejemplares en papel Nº 263, y 1.000 en Aless. El prólogo, Prosificación Moderna Estuvieron a Cargo de Clemente Canales Toro. Tipografía De Mauricio Amster”.
-Yo estaba aterrada; Mi mamá enferma ¡Ya ni se levanta, la pobrecita! Y el día anterior al “empiluchamiento”, me llegaron unas primas del sur, para acompañarnos y rezar el rosario juntas usted sabe... por su salud.
Leí más abajo: “Portada; Nemesio Antunes”, y volví a mirar la portada. Un dibujo bastante malo. Una especie de sol que más parecía una flor de maravilla, que tiraba gotas verdes sobre una figura que iba moviendo los brazos de espalda al sol. Curiosamente se produjo un silencio, como que todo entraba en otra esfera de las cosas. Se podría decir que todos nos escuchábamos a nosotros mismos. Las damas y otros señores viejos dormitaban, pero los despiertos y yo, en silencio mirábamos embelesados a la joven pareja. Ahora ella se había puesto a horcajadas sobre la pelvis del muchacho. Miré de reojo a las damas, la que estaba a mi lado, sonreía. Uno de los perritos, más bien un quiltrillo, se allegó, me miró, pero no me ladró. La dama de espalda a mí le dio algo, seguramente una galleta seca. Lo acarició sin dejar de mirar a los jóvenes, y le dijo:
¡Vaya a jugar mi niñito, vaya!
Pude observar su perfil con patas de gallo, pero debió ser una mujer bonita en sus años mozos. Miré a los muchachos con cierta envidia, y volví a mi libro. Lo abrí en la página 82-83. Y leí:
“DE LOS SIGNOS QUE APARECERAN ANTE DEL JUICIO”
Texto original de Berceo:
sennores, si quisieredes attender un poquiello,
querríavos contar un poco de ratiello
un sermón que fué priso de un sancto libriello
que fizo Sant. Iheronimo un precioso cabdiello
“SIGNOS DEL JUICIO FINAL”
Versificación moderna:
Señores, si quisiereis atender un poquillo,
os quería contar, en relato sencillo,
un sermón que tomé de un sagrado librillo
hecho por San Jerónimo, un notable caudillo.
Dudando un poco, si la traslación del castellano antiguo que había hecho éste, seguramente serio y docto profesor de antaño, al castellano moderno, sería lo correcto. Volvieron las damas ha sacarme de mis divagaciones. Pero esta vez lo hacían sin ambages, para que yo escuchara, ya que los señores de los otros bancos estaban distantes, y la gente del césped aún más.
-¡Eso sí que sería el colmo, se imagina! -Así como el agua, mañana los cementerios, para hacer unos malls o un condominio... Yo salgo a protestar aunque me traten de comunista. Todos mis muertos están enterrados en el Cementerio Católico. Sería un escándalo señorita Luisa. Se imagina... ¡Qué horror!-
-Los míos están repartidos en El Cementerio General, y otros en El Católico, y mi mamá, que está tan enferma. ¡Ay, Dios mío! No quiero ni pensar esto que usted me dice.
¿Sobre los que se empilucharon?
¡Hay no!, ¡Lo de vender los cementerios! Mi mamá lo único que me pide es quedar al lado de mi papá y de mi hermanito, ¡Ni por nada! -Me dice -En esos cementerios que parecen canchas de fútbol.
Seguí ojeando el libro. De reojo miraba a los amantes de la hierba.
“Verso Nº 65”
No existirán entonces tal día rogadores;
Todos estarán mudos: justos y pecadores;
Todos sufrirán miedos y muy grandes temblores, pero los de la izquierda los sentirán peores.
No me era muy confiable la traslación del castellano antiguo.
-¡Tan elegante que era! - Dijo una de ellas- y me volvió a sacar del texto.
-Sí, fue terrible, mi mamá nunca se ha recuperado, nunca, de ahí que está enferma, fue tan triste; Se fue poniendo flaquito mi pobre hermano, puros huesitos y las heridas, puras llagas. Horrible su muerte, estas enfermedades modernas; Ahora quedamos las dos solitas.
-Pobre señora Martita, menos mal que estaba en cama ese domingo ¡escandaloso!
-¡Hay! No quiero ni acordarme-
-¡Se imagina! Mi mamá en cama, sentía el bochinche de los piluchos del Tunkin ese, los pitazos de carabineros para que no traspasaran las barreras de cordeles, del lado de los evangélicos que protestaban contra los empiluchados; Era una locura, la pobre creía que había estallado una revolución como el once, me decía ¡Niña, cierra las ventanas! Y que fuera a cerrarle también a las chiquillas, que tienen la misma edad mía, por mis primas. Ellas estaban felices. ¿Se imagina? en las provincias nunca habían visto algo así, miles; Y ellas que son de misa diaria, ¡hay! Después nos reíamos las tres.
Saqué un cigarrillo, cuando lo iba a encender la dama cerca de mí me pidió que no lo hiciera, -Por favor hay tanto Smog, y sufro de asma- -No se preocupe, me traslado hacia otro escaño- Me dieron las gracias y me levante buscando otro sitio.
A cincuenta metros había escaño completamente vacío, quedé con otra panorámica totalmente diferente, un jardinero pasó por detrás tirando unas largas mangueras, y gritó a un viejo que tomaba el sol en un banco enfrente mio con el sombrero cubriéndose los ojos, en un escaño lleno de bolsas plásticas, ¡Ya voy! Le contestó el viejo vagabundo.
-Sí, lueguito nomás- Le insistió -Sino, se le van a mojar todas las pilchas del dormitorio-
El viejo se demoró en recoger sus bolsas, y vino hacia donde yo estaba, debajo del banco donde estaba sentado, salió un perro flaco, que dormía a la sombra de su amo. Venían juntos. El viejo fue hacia un árbol justo detrás de mí, y volvió a sentarse junto a mí con un bulto de colchoneta, unas frazadas sucias y un atado de ropas, lo puso adelante de sus piernas como mesa, me miró y me dijo: Mi cama. -Duermo aquí en el parque, ésta es mi casa, algunas noches duermo allí otras allá- Y me fue indicando los distintos escaños.
-Sí, en verano está bien, ¿pero en invierno...? Pensé lo terrible que sería dormir a la intemperie.
-En invierno me cambio- Y me indicó hacia el palacio de Bellas Artes.
-¿Siempre ha vivido aquí en el parque?-
-No antes vivía en el barrio del club Hípico, pero hubo que volar-
-¿Era mejor barrio?-
-Muy superior, gente más sociable, aquí no pues, no les gusta ni mi perro, otra gente...
-¿Y por qué se cambió?-
-Estaba desapareciendo la gente como yo, y no se supo nunca más-
-¿y por qué?-
-Dicen que para hacerlos jabón, pero ese es otro cuento-