Existe una deuda que Gabriela Mistral no ha pagado. Imposible culparla,
si ya no está. En su testamento, ella pidió que los
niños pobres de Montegrande recibieran las platas que correspondían
a sus derechos de autor, pagados en Chile y Sudamérica. Eso
quería la poetisa, muerta en 1957.
Pero lo único que llegó al pueblo nortino fueron unos
juguetes y algo de ropa.
De esto se enteró el profesor Guillermo Scallan,
un argentino que dejó sus estudios de Leyes y se vino
a Chile motivado por la pedagogía Waldorf. No podía
creer que nadie se hiciera responsable. Que nadie pareciera muy interesado
en saldar la deuda. A él, un maestro del colegio Giordano Bruno
que se interesó en Gabriela Mistral cuando quiso presentársela
a sus alumnos, se le ocurrió que la respuesta a esta incógnita
la tenía Doris Dana, la albacea de la Mistral, la guardiana
de sus últimos secretos.
"Le dije que sería difícil que ella
respondiera", recuerda Pedro Pablo Zegers, estudioso de la obra
mistraliana y testigo del empeño de Scallan. Y agrega: "Yo
mismo le escribí a Doris una vez, sin respuesta". El mito
creado alrededor de Doris Dana siempre habló de una mujer que
no quería contactarse con Chile. Aún así, Zegers
le dio el teléfono y el e-mail de la estadounidense, y Scallan
siguió con su propósito.
-La llamé preocupado por lo del testamento. Y me
contestó sorprendida. Me dijo que la llamaban mucho para preguntarle
por las cosas que ella tenía de Gabriela, pero que nadie llamaba
para saber por qué no se había cumplido su última
voluntad.
Ese llamado telefónico, Santiago-Florida, derribó
una muralla que por años alejó a Doris Dana de Chile.
Cansada del trato que recibió, Doris no hizo grandes
esfuerzos por acercarse a nuestro país. Había aguantado
el malestar que en Chile provocó que Gabriela escogiera a una
extranjera como su albacea. Enfrentó los rumores que hablaban
de una relación lésbica entre ambas. Esa tensión
y el conocimiento de la poca infraestructura nacional la llevaron
a decidir que los originales de Gabriela estaban bien guardados en
la biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en Washington. Doris,
además, tenía claro que el incumplimiento de la voluntad
testamentaria de la poetisa no era su culpa. El Estado chileno había
desconocido todas sus facultades como albacea, a través de
un decreto ley dictado en 1979 por la Junta Militar. Algo que ella,
una mujer estadounidense culta, hija de familia acomodad; la persona
que acompañó a la Mistral en su últimos años,
no podía entender.
Por eso que el llamado telefónico que hace cuatro
años le hizo Guillermo Scallan la sorprendió. En cuatro
años de llamadas. Íntercambio de correos electrónicos
y visitas a su casa, en Naples, Florida, Guillermo y el empresario
y arquitecto Luis Binimelis, su socio se ganaron la confianza de Doris
Dana y consiguieron lo que nadie había logrado hasta ahora:
que ella los nombrara, oficialmente
sus representantes legales para Chile y Sudamérica. En la práctica,
con las mismas atribuciones que ella, la albacea de la Mistral tiene
en propiedad.
Quienes son
Guillermo Scallan tiene 33 años y hace doce que
dejó Buenos Aires. En los años que ha vivido en Chile
se casó, tuvo un hijo, estudió antroposofía -la
disciplina que lo llevó a la pedagogía Waldorf-, ha
ejercido como profesor y formó el proyecto Cultiva, un programa
de reforestación de la precordillera dirigido a 35 colegios,
con el que busca descontaminar Santiago.
A la primera conversación telefónica que
sostuvo con Doris Dana le siguieron otras llamadas y un intercambio
de correos electrónicos, desde marzo de 2000 hasta julio de
2001. En ese tiempo, Scallan se enteró en detalle de las razones
de la distancia que Doris tenía con Chile. El decreto ley 2.560,
dictado en 1979 por la Junta Militar, desconocía los derechos
de la albacea de Gabriela Mistral y les permitía a las editoriales
chilenas publicar a la escritora sin permiso. Muchas de las
editoriales desconocieron, también, el pago de los derechos
de autor.
De acuerdo al testamento, las platas obtenidas por este
concepto tanto en Chile como en Sudamérica serían destinadas
a los niños pobres de Montegrande. La orden franciscana se
haría cargo de tal trámite, y se quedaría con
el 10 por ciento de esos dineros. Pero el decreto ley y la actitud
de las editoriales truncó cualquier gestión en ese sentido.
Cuando Scallan tuvo clara la situación, insistió
ante Doris Dana. Lo que comenzó como una inquietud de docente
sobre Gabriela Mistral, había tomado otro rumbo.
-Empecé por conocer sus versos. Entré en
su prosa, en la profundidad de su pensamiento, y en su capacidad de
preocupación por los otros, que se muestra en su testamento.
Doris ya había invitado a Guillermo a Florida,
pero él no tenía el dinero para realizar el viaje. Fue
entonces, a principios de 2001, que le contó de su intención
a Luis Binimelis, arquitecto, empresario y apoderado del colegio Giordano
Bruno, con experiencia en proyectos culturales. La esposa de Luis
es una de las personas a cargo del Museo de Artes Visuales y él
mismo levantó hace años una propuesta similar a ésta
alrededor de la obra de Roberto Matta, la que no prosperó.
Binimelis pagó el viaje y ambos partieron a conocer a la albacea
de la Mistral, sin saber si ella los recibiría con la misma
cordialidad con la que había tratado a Guillermo por teléfono.
-La acogida que tuvimos fue maravillosa -dice Scallan
y parece exagerar. Pero a través del correo electrónico,
Doris Dana se refiere a ellos en términos parecidos. Dice a
"El Sábado" que Luis y Guillermo "are wonderful
people and doing very productive things", y declara que está
muy contenta del interés que estas gestiones están despertando
en Chile. Al parecer, Doris Dana, a sus 84 años, necesitaba
confiarle a alguien la última voluntad de Gabriela; necesitaba
un interlocutor válido que, hasta ahora, no tenía.
Scallan insiste en que el sentido de ese primer viaje
fue sólo hablar del decreto ley, buscar entre los tres una
vía para derogarlo. "Estábamos abriendo una ventana
de una situación que estaba cerrada. Que nosotros apareciéramos
dio la oportunidad para que esto tuviera un desenlace. Y Doris es
todo un personaje, una mujer con una fuerza notable, con una actitud
súper moral".
Luis y Guillermo, al regresar a Chile, tomaron contacto
con quienes posibilitarían la derogación del decreto
ley. Agustín Squella, por entonces asesor cultural del Presidente
Lagos, fue uno de ellos. En enero de 2003, el propio Lagos se encargó
de eliminar aquella norma, lo que fue aprobado por la Cámara
de Diputados y por el Senado.
Así, la primera misión de la dupla Scallan-
Binimelis está más cerca. Saldar la deuda con los niños
de Montegrande depende, ahora, de una logística que se está
armando. Una nueva fundación inspirada en Gabriela Mistral,
pero bautizada con el nombre de su última secretaria: Fundación
Doris Dana.
La cuarta fundación
Después de la derogación del decreto, Doris
los invitó nuevamente a su casa. Esa visita duró seis
días y en ella se gestó una propuesta más concreta:
la creación de una fundación, una suerte de centro cultural
y de investigación de primer nivel, que permita difundir la
obra de la poetisa. Y que guarde, en las mejores condiciones, los
originales de Gabriela que hoy reposan en la biblioteca del Congreso
de Estados Unidos.
En ese segundo viaje, Doris Daña entregó
a Binimelis y Scallan un poder para representarla en Chile. "Ellos
no tienen el poder de albacea", precisa Doris a través
del e-mail, "ese carácter sólo podía darlo
Gabriela. Yo les di el poder de actuar en mi nombre dentro de Sudamérica,
para recaudar los dineros de Gabriela para los niños de Montegrande,
y para firmar por mí cualquier contrato urgente con publicaciones
en Sudamérica". Este poder entregado por Doris Dana -formalizado
ante notario en Florida el 21 de octubre de 2003- se basa en la disposición
de la Mistral, dejada en su testamento, en la que le permite a Doris
nombrar apoderados "para administrar o ayudarla en la administración
de las referidas obras". Además, Doris les confiere un
poder especial, "tan amplio como sea necesario", para que,
entre otras facultades, ambos puedan usar el nombre de Doris Dana
en la
creación de esta fundación homónima, de la que
ya se están redactando los estatutos.
Scallan y Binimelis saben que entre los mistralianos la
figura de Doris Dana no es la más querida. De hecho, ya existen
tres fundaciones en honor a Gabriela Mistral en las que Doris no ha
participado activamente. La Fundación Doris Dana sería
la cuarta corporación inspirada en la obra de la poetisa, pero
la primera en tener sede y la que contaría con el material
más valioso. Lo que posee Doris Dana no es menor: sólo
en su casa hay veinte cajas de cartas de Gabriela Mistral que
nunca han sido investigadas.
Ni a Binimelis ni a Scallan les acomoda, pero ambos saben
que apenas se concrete la fundación se harán, de nuevo,
las incómodas preguntas acerca de la sexualidad de Gabriela
y de la relación que sostuvo con Doris. "Esas preguntas
las tendrá que responder Doris", dice Scallan. Agrega:
"Creo que la respuesta de que esta fundación se llame
Doris Dana la da la misma Gabriela Mistral. Yo no puedo considerar
su grandeza y después decir que se equivocó al dejarle
todo esto a Doris. Mi reflexión es que por algo se lo dejó.
Porque ella podía cuidarlo, porque es quien la valoró
como nadie en la vida".
Los papeles de Washington
En el segundo piso de la Biblioteca Nacional, en la misma
oficina que hace unos años visitó Guillermo Scallan,
Pedro Pablo Zegers guarda uno de los catálogos del material
que Gabriela Mistral dejó en Estados Unidos. "Gabriela
Mistral papers", se lee en la tapa, y Zegers precisa que Doris
Dana y Gastón Von dem Busche -un estudioso de la obra de la
poetisa- fueron los encargados, a petición de la OEA, de realizar
este catastro, un índice que le permite saber a Zegers con
qué se
puede encontrar cuando los originales de Gabriela lleguen a Chile.
Pedro Pablo Zegers ha dedicado su vida a estudiar la obra
de la poetisa de Montegrande. Es capaz de definir la poesía
escolar de Gabriela -ésa que memorizamos de niños, sacada
de "Lagar", de "Tala", de las rondas-, como una
"poesía menor". Sin arrugarse. Arguye que la propia
Mistral la describió así en alguna de sus cartas, y
que explicó que fue escrita como complemento de su labor de
maestra. Cuando Zegers comienza a hablar de los originales de Washington,
en cambio, se sonríe, se ilumina, se entusiasma en el detalle
de ese material desconocido.
-Para cualquier mistraliano serio, contar con ese material
en nuestro país sería una maravilla- dice Zegers, seguro.
Su argumento no es menor. Esos papers completarían
el sueño de cualquier experto en la literatura de la Premio
Nobel. Podrían armarse las Obras Completas de la poetisa.
La Mistral salió de Chile el año 22, invitada
por el gobierno mexicano. Desde esa fecha hasta su muerte, no paró
de viajar por todo el mundo, en calidad de cónsul. En nuestro
país, los originales que dejó son justamentedel "periodo
chileno" de su poesía, repartidos entre el Archivo del
Escritor y el museo de la ciudad de Vicuña. Lo que ha guardado
Doris Dana en la biblioteca del Congreso de
Estados Unidos, en Washington, pertenece a lo escrito por Gabriela
en esos años de cónsul: su correspondencia con intelectuales
latinoamericanos y estadounidenses; correspondencia íntima,
con familiares y amigos cercanos; los contactos que realizó
con distintas editoriales; gran parte de su última poesía;
todo el "Poema de Chile", y mucha poesía dispersa,
probablemente más de algo que Gabriela no se atrevió
a publicar. Porque la Mistral, como lo asegura Zegers, era una escritora
exigente. Severa con sus escritos como la que más. Por lo mismo,
en el material de Washington habría borradores de sus libros,
aquello que Zegers llama "la cocina del escritor", de gran
valor literario. Habría cuadernos con listados de palabras
que la poetisa luego usaba en sus versos, y versiones revisadas de
algunas de sus obras.
-No quiero generalizar- dice Zegers-, pero creo que un
amplio espectro de los chilenos conoce a Gabriela Mistral por su creación
temprana. Recién se está conociendo su prosa y su pensamiento,
y está apareciendo otra Gabriela Mistral. Una Gabriela Mistral
mucho más potente, mucho más lúcida.
La personalidad de Gabriela, mujer de rostro serio y ropas
oscuras, marcó quizá el bajo perfil que ha tenido la
difusión de sus escritos. Más si la comparamos con Neruda,
el vividor, el poeta prolífico, el de la fiesta interminable.
La producción literaria de Gabriela, quince años mayor
que Pablo, estuvo supeditada al tiempo que le dejaba su quehacer como
cónsul. Y su actitud, curtida por los años de maestra
rural y de privaciones, le hizo cultivar una estricta disciplina.
Zegers dice que la Mistral era sistemática que
tenía oficio. Que escribía generalmente por las mañanas,
apoyada sobre una tabla de madera que colocaba sobre sus piernas.
Sus secretarias tenían que lidiar con su inconformismo, y recoger
las hojas arrugadas que Gabriela lanzaba al suelo cuando no daba con
la rima precisa.
Entonces, confirma Zegers, es probable que Doris Dana
haya guardado escritos que Gabriela quiso desechar y que pudieron
salvarse, providencialmente, del basurero.
La posibilidad de abrir las puertas de una investigación
literaria profunda de la obra de Gabriela no estaba en los planes
originales de Guillermo Scallan y Luis Binimelis. Ambos admiten que
no conocen la obra de la Mistral al detalle. Que siguieron en este
afán más por las ganas, más por la obsesión
de Guillermo contagiada a Luis y luego a Doris Dana. La mujer que
todavía guarda los últimos secretos de Gabriela Mistral.
La mujer escogida por Gabriela para ser la celadora de su obra.