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Pero la noche es mi reducto, mi sepulcro de alas agitadas: “Nocturna”, de Guillermo Mondaca

Por Benjamín López Hidalgo[1]

 


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Al igual que se observa en este verso de Mondaca –que nos sirve de título a este comentario– Nocturna parece ser un espacio y en tal naturaleza, específicamente, un no-lugar. Es decir, un espacio en el que no se avanza y a la vez no se permanece, donde se padece y los hechos se suceden como en una tormenta, pero que no sirven sino para seguir fragmentándose. El hablante se pregunta: ¿a dónde voy que me cruzan otros regresos? (pag.29). Con admirable dominio de la composición, a medida que avanza el poema se vislumbra aquello que es una manera distinta de percibir el tiempo, ya no desde la típica perspectiva occidental, sino desde el retorno, desde el tiempo como un círculo. El hablante afirma: mientras retorno, mientras retorno/ hasta el huracán que se degüella/ colgado en el eje de la respiración del mundo (pag.30). En nuestra lectura de este poema, consideramos fundamental ahondar en el problema que yace entre el ser y el tiempo que desespera lentamente al hablante lírico: ¿qué es lo que pasa: el tiempo o el olvido? (pag.33).

Nos encontramos de golpe con el conflicto del humano que enfrenta sus límites y en este sentido es imposible no nombrar a cierto Humberto Díaz Casanueva de Vigilia por dentro. Me parece que en este conflicto el hablante se sitúa en la marea de lo propio y en cierta forma reconoce más su calidad de parte, la cual, a su vez, está constituida por otras partes más pequeñas: no somos más que una tejedura de recintos (pag. 26); y vuelve a buscar ese algo que es insondable, vuelve a su origen que no tiene origen, a la huella –que como ocurre en la arena– se puede ver pero no se puede saber con certeza de quién es. Se parte, no sabe contenerse: porque mis costillas se rompieron de cuerpos para nacer (pag.30) y parece que se disuelve pero no: no me voy perdiendo en la disolución sino/ que me tallo en los despojos como el otoño (pag.31). Tal vez aquella huella que se busca sea la identidad que en la amalgama de la noche se ha perdido quedando el hablante en el medio, mareado de no saber si ir hacia adelante o hacia el pasado, pero siempre en busca de ese origen que muchas veces lo deja impotente: Sueño lo que no alcanzo/ alcanzándome en el límite que me cierra (pag.32). Avanza pero lo borrado vuelve porque: lo desecho presencia la memoria (pag. 34).

En el comienzo de esta lectura dijimos que Nocturna era un espacio, un no-lugar en donde ocurre la tormenta, le agregamos la presencia de lo borrado, la ida de lo presente configurándose como rompecabezas de una sola búsqueda del hablante para luchar con sus propios límites. También Nocturna es aquello que nos pregunta qué somos, aquello que nos obliga a reflejarnos en el prójimo y observar en él nuestra propia naturaleza, como si hubiésemos perdido nuestro nombre o simplemente tuviésemos infinitos como para ser recordados. Creo que aquí radica la más alta virtud de Mondaca: su capacidad de hacernos sentir los ríos de sal que nos envuelven por dentro a cada uno en busca de ese origen, esa huella que se flota por  algún lugar de nuestro tiempo.

 

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[1] Benjamín López Hidalgo, poeta y estudiante de Literatura y Lengua Hispánica PUCV, ha participado en las revistas: Efímero (2013) y Falsa Rabieta (2015); ha sido becario de la Fundación Pablo Neruda (La Sebastiana 2015).



 



 

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Pero la noche es mi reducto, mi sepulcro de alas agitadas:
“Nocturna”, de Guillermo Mondaca.
Por Benjamín López Hidalgo