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Santiago Antiguo.
Las Viejitas de las bolsas


por
Guillermo Martínez Wilson

 

Me quede mirando fijamente el letrero que colgaba un poco ladeado sobre la puerta del ascensor escrito en una tabla corriente con letras dispare y desordenadas "En Reparaciones". Me descompuso el animo era ese tipo de sorpresas desagradables las que perturbaban mis rutinas de repartidor de citaciones y cartas de la oficina de abogados Chaparro y Jacobi. A mí lado un señor movió la cabeza con manifiesto mal humor y comento en voz alta ¡No pienso subir! Que lo reparen y otras palabras ininteligibles, yo parecía me contemplaba desde el techo del hall de entrada. Con mi bolso y mis zapatos que desprendían humo, trate de darme animo; esto era lo que me faltaba para colmar mi día repartiendo, di un palmazo a mi bolso de correspondencias y citaciones, ¡Qué Diablos! Y fui en busca de las escaleras. Cuatro pisos, cuatro pisos iba subiendo y canturriando en el asenso hasta llegar a la oficina en la cual había decidido dejar la última citación del día. Toqué el timbre aprovechando de descansar apoyándome en el marco de la puerta A unos metros tres puertas mas allá a mí izquierda, una anciana dejó sus bolsas en el piso del largo corredor. Ella hacia lo mismo que yo, tocaba el timbre, la iluminación era casi nula a acepción de la luz de los vidrios craquelados de las puertas con los nombres de los profesionales, coincidiendo cuando yo tocaba por segunda vez, se abrió la puerta donde esperaba la mujer, la vi recoger sus bolsas y entrar yo debí seguir en el lóbrego pasillo, pasaron unos largos minutos en mi trabajo era normal que me hicieran esperar, sorpresivamente otra mujer casi igual a la anterior que había desaparecido en la oficina del lado, apareció junto a mi con una bolsa en cada mano, me miró y sin mediar nada me preguntó ¿Es usted abogado?. No señora, solo vine a dejar una correspondencia aquí.

-Ahí no hay nadie, esta oficina ésta desocupada hace dos meses créame yo vengo todo los días-. Le di las gracias, y le indiqué que preguntaría al conserje si tenía la nueva dirección de los que ocuparon la oficina.
¿El conserje? No creo que sepa nada.
Yo me quedé mirando a la dama que ahora dejaba las bolsas en el suelo. Sin mediar nada se puso a hablar del conserje
-Es un curagüilla-, Y agrego. Que no sabe nada de nada, ¿Se fija lo sucio que esta este edificio? y los pasillos a oscuras sin sus bombillas, lo van a despedir.
Sorprendido con la información de la dama, se escuchó abrir una puerta y en unos segundos tenía dos ancianas iguales frente a mi. La recién llegada le preguntó a su gemela.
-Ifigenia, le has contado al señor nuestra tragedia e inmediatamente a mí ¿Es abogado usted joven?.
-No señora
-¿Pero trabaja en una oficina de abogados?
- Si, mi jefe es abogado.
- ¿Dónde esta su oficina?
Sorprendido dudé en decirles la dirección. Las damas lo presintieron y la primera que conocí tomo una bolsa y sacó un papel arrugado como esos papeles que se aprietan en un puño se hace una bola y se tira. Observe que las bolsas estaban llenas de papeles arrugados en la misma forma, las cuatro bolsas al parecer contenían lo mismo, con cuidado estiré el oficio.
-Lea para que se entere de nuestra tragedia.
Me estaban haciendo retrasar las dos damas con su historia, pero no podía ser irrespetuoso, y leí:

De nuestra consideración solicitamos el patrocinio y vuestros buenos oficio para denunciar y protestar por siempre contra el criminal que tenemos por vecino en la calle Independencia nº 718: Ifigenio Meteluna Garriet. Quien en un acto de maldad inconcebible a asesinado a nuestros gatos Milton y Henry, degollándolos y lanzándolos contra nuestro patio,....................
-------- Con vuestra firma seguiremos luchando, contra el sadismo, y abuso de inocentes animales de criminales ........Efigenia y Otilia Laso de la Vega Peréz.

Continuaba una firma ilegible y un timbre de un abogado. Una de las damas calculo mi lenta lectura de la carta y agrego:
-Nada le molestaban.
-¿Qué cosa señora?
-Señoritas!. -me corrigió- Nuestros pobres gatitos....Milton y Henry Kisinger. Fue un asesinato brutal, cruel y alevoso
-Sí, es terrible lo que les ocurrió a ustedes señoritas con sus gatos, quisiera hacer algo porqué yo también quiero mucho a los animales. Una de ella me preguntó ¿Pero usted, no es... abogado?
-No. Solo reparto la correspondencia de una oficina de abogados
-Lo importante es que trabaja usted con un abogado, dijo la dama, qué llego segunda y mirándome muy seria. Denos la dirección de su trabajo. Se dirigió a su hermana; Ifigenia anota la dirección del señor. Y Agregó ¡Nadie se niega en esta campaña, hace un año que ocurrió la tragedia... ¡un año!.
La señorita Ifigenia se puso a escarbar en una de sus bolsa y sacó una cartera pequeña de charol con un broche de carey como una mariposa, sus manos un poco atrofiadas, le demoraban la operación de abrirla, observe a las damas de esta curiosa campaña, y me di cuenta que eran muy mayores.

Sentado en mi nuevo escritorio, ahora yo le daba instrucciones al nuevo mensajero de la oficina, mi ascenso de la sección cobranza en la oficinas de Chaparro y Jacobi lo logré a los dos años de recorrer la ciudad entregando citaciones y amenazas de embargos, nunca fue agradable llegar a las casas, más bien rancheríos en las periferias de la ciudad o viejas mansiones convertidas en conventillos. No pocas veces debí salir huyendo de abiertas amenazas de golpes y actitudes asesinas de algunos morosos. Dejé al nuevo empleado arreglando las citaciones por sectores de la ciudad y fui a la oficina del señor Chaparro quien me llamaba, la secretaria Rose se arreglaba las uñas con una larga lima metálica, pasé por su escritorio mirándole el nacimiento de sus senos pecosos y oliendo su perfume inalcanzable para mí con mi mensualidad. Cuando volví Rose estaba acompañada de dos damas y ella sonriente les entregaba un escrito que las damas arrugaban y lanzaban a sus bolsas llenas de papeles. Era más del medio día, una de las ancianas al verme me contó su misión y su lucha por la justicia, y el asesinato de sus gatitos. Por asesinos desalmados que vivían entre nosotros los humanos. Nada lograba con explicarle a las damas que hacía unos años yo les había dado está misma dirección, no me reconocían, su campaña las mantenía vitales, pero totalmente enajenadas. Me fije que ambas usaban unos polvos blanco y se coloreaban sus pómulos como muñecas japonesas y llevaban sombreros antiguos. Las vi irse con sus bolsas repletas agradeciéndonos a toda a la oficina en espacial y sobre todo a los señores abogados.
Pobres ancianitas me comentó Rose siempre que vienen les simulo que voy por la firma y les marco cualquier timbre y se rió con esa risa fresca que me desarmaba. Y agrego, vienen una vez por semana y así recorren todo el edificio. Me guardé el comentario que ya sabia de este ritual ya tenía sus años por estas señoritas, era su locura. Eran parte del folklorismo del centro de Santiago.

Frente a mí el Júnior con un ojo morado insistía en renunciar. Menos arriesgarse por un sueldo vital, no estaba dispuesto a ser asesinado por andar entregando citaciones y encargos de esta oficina, traté de convencerlo que en unas semanas se reordenaría toda la oficina, ya que estábamos en etapa de crecer. Le explique que el señor Jacobi había integrado un socio más, al negocio, un abogado joven; el señor Buskosky. Sonó el timbre desde la oficina del señor Chaparro. Espera aquí que hablo con el jefe le dije a mi ayudante, lo dejé lamentándose, Rose me miró como diciendo, es un teatrero.

El señor Chaparro me explicó en broma que debíamos adquirir las oficinas continuas, la firma crecía y el tenía que contrarrestar a los Eskenazis* con los hijos de Sefarad*, que él invitaría a su colega Montecino a integrarse al estudio; no le entendí mucho, menos su risa cuando insistió en explicarme que él era vasco por las dobles erres en su apellido. -Y sobre ese muchacho de los mensajes- dile que no se preocupe, puede ascender a telefonista; él señor Buskosky tiene en su cartera de clientes, grandes tiendas y trae consigo a sus empleados especializados en cobrar por teléfono, claro que los horarios son distintos me señalo el señor Chaparro; a veces de noche, turnos, ¡eso!, turnos, no hay que dejar que los acreedores, ni duerman tranquilos.

Después de las dos de la tarde se producían un relajo en la actividad en la oficina, ahora éramos mas de seis empleados solo en cobranza y Rose había exigido que alguien la auxiliara en su trabajo, una joven llego en su ayuda, trabajaba de tres a siete y vivía en un convento de monjas, que les ubicaban colocación en oficinas del centro, era puntual y era la primera en tocar el timbre a las tres en punto, yo me quedaba a esperarla. Ella se sentaba silenciosa a trabajar en las redacciones, y notas a los acreedores, a las dos en punto salían todos juntos al lunchs, el señor Buskosky era el último en salir, me indicaba algo del trabajo, se despedía y se marchaba, seguramente hacia unas señas a Rosé que por la ubicación de mi escritorio yo no lo lograba ver. Ella se despedía con un sonriente... voy al lunch.

Era la hora tranquila de mi faena, hasta las tres de la tarde. Yo abría el periódico "El vocero del Pueblo." Diario de la mañana que traía una pagina de avisos sentimentales de quienes querían casarse y encontrar pareja. Y ya tranquilo me instalaba en mi escritorio con mi sándwich de mortadela y me olvidaba que estaba en medio de Santiago en una oficina silenciosa. Una noticia con fotos concentró mi atención se apreciaba una fila de gatos sobre una pandereta, eran para mí como notas de música sobre la línea de un pentagrama. Un hombre mayor había sido encontrado muerto después de varios días por unos vecinos, presintiendo una desgracia por el olor fétido y peleas de gatos en una casa abandonada de la calle Independenciaa la altura del nº 700... llamaron a la policía que al descerrajar la puerta, se encontraron con la dantesca escena, lo espantable era que el cadáver fue encontrado casi devorado por gatos y yacía sobre un cúmulo de cartas y el resto de la propiedad estaba llena de papeles, toneladas de cartas timbradas y arrugadas como bolitas, unos vecinos reconocieron que el muertos sus últimos años vivió trastornado en una guerra con unas señoritas que lo acosaban desde la casa vecina una de ellas fallecida recientemente y la otra estaba en una casa de reposo; el juez del séptimo ordeno una investigación de rutina en estos casos, no se cree la intervención de terceros.

 

Guillermo Martínez Wilson - Copiapó (Diario Chanarcillo 2003)

 

Eskenasis: Judíos de Rusia
Sefarad : España en Hebreo

 

 

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Guillermo Martínez Wilson: Santiago Antiguo. Las viejitas de las bolsas.
(cuento)