Guillermo
Niño de Guzmán, escritor
"Soy
un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más que pasarme
horas en una librería, buscando en las estanterías algún
ejemplar valioso para mí"
Por
Gabriel Ruiz-Ortega
Sin
lugar a dudas, Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955) es uno
de los más importantes narradores que tiene Perú hoy en día.
Es autor de libros imprescindibles como El tesoro de los sueños, Caballos
de medianoche y Una mujer no hace un verano. Su amor por la literatura
lo ha llevado a escribir los deliciosos En búsqueda del placer y
Relámpagos sobre el agua. Y es el responsable de la referencial
antología narrativa En el camino. Niño de Guzmán no
suele ofrecer muchas entrevistas, pero en esta derrocha la pasión con la
que ha sabido construir una obra realmente adictiva.
-
Guillermo, todo indica que no eres un escritor prolífico, sin embargo,
tus libros de ficción se resisten en abandonar la parcela del olvido. En
el caso de Caballos de medianoche, ¿cómo lo ves a ya más
de veinticuatro años de haber sido publicado?
- Como un libro
primerizo, con todos los aciertos y errores que ello supone. El problema inherente
a todo primer libro es la falta de experiencia del autor. No sólo en cuanto
a la vida sino en lo que concierne al trabajo del lenguaje, a la búsqueda
y depuración de un estilo personal. Mirando ese libro
con los ojos fríos de hoy quizá lo más rescatable sea la
creación de determinadas atmósferas y de un tipo de personajes.
Me refiero a esos ambientes lúgubres, mortecinos y sórdidos, así
como a la desolación y sensación de derrota implícitas en
la mayoría de los personajes. No me gusta releer lo que he escrito porque
suelo encontrar fallas debidas a mi inexperiencia o falta de mesura. Recientemente
tuve que volver a leer el relato "Carta a París" de aquel volumen
-que, dicho sea de paso, es una historia que nunca me gustó mucho por su
truculencia y porque aún no había conocido París y, por tanto,
estaba basada en una información de segunda mano-, ya que me lo solicitaron
para una antología (Pasajeros perdurables). Al releer el cuento
percibí sus debilidades y me vi obligado a hacer una revisión minuciosa
antes de enviarlo al editor. Desde luego, no creo que haya mejorado demasiado
(¡hay varios remiendos!), pero, en todo caso, resulta menos deficiente que
antes.
- Manejo la idea de que la poesía
y el cuento están muy ligados en el detalle, digamos que se linda con la
relojería. ¿Qué es lo que te atrae del cuento?
-
Lo que me atrae del género breve es la concisión y la capacidad
de concentrar todo un mundo en un instante. Hay escritores que edifican casas
e incluso grandes edificios, mientras que yo me conformo con construir una habitación.
A veces, incluso, con sólo una ventana por donde poder mirar. Por otra
parte, a diferencia de la novela, en el cuento todo resulta esencial. En ese sentido,
se acerca a la poesía y yo siempre he admirado mucho a los poetas (aunque
soy incapaz de escribir un par de versos). Asimismo, creo que todo es cuestión
de aliento creativo. Yo soy un gran lector de novelas y, sin duda, me gustaría
ser capaz de escribirlas. Sin embargo, creo que ocurre algo similar a lo que se
observa en el ámbito de los corredores: hay expertos en distancias cortas,
medias y largas. Yo no puedo correr un maratón, ni diez mil o cinco mil
metros, pero sí cien, doscientos y cuatrocientos metros planos. Y, quién
sabe, tal vez me anime a probar en unos ciento diez metros con vallas...
-
La primera vez que te vi tenía quince años, y te vi en televisión,
en una entrevista que te hiciera Jaime Bayly. Lo recuerdo bien porque ese día
falleció Julio Ramón Ribeyro y le rendiste un homenaje descorchando
una botella de vino en pleno programa. Creo que nunca olvidaré un homenaje
así. Tú fuiste uno de sus amigos más cercanos, ¿qué
es lo que más recuerdas de él?
- Su complicidad. Bajo
su apariencia tímida y distante, de cierta tristeza y apatía, ardía
el corazón de un muchacho de barrio que había hecho todas las mataperradas
de la infancia y adolescencia, y al que le entusiasmaba la camaradería
y ese "esprit de corps" que caracteriza a un estrecho clan de buenos
amigos. Por desgracia, durante gran parte de su vida el autoexilio que se impuso
y una salud endeble fueron minando sus ganas de aventura. Sin embargo, tuvo el
acierto de compensar esta situación arrojándose de lleno a la literatura,
donde dio rienda suelta a sus pulsiones más íntimas y desveló
su mirada escéptica e implacable. Lo curioso es que, si se lee con atención
su obra -sobre todo, sus diarios-, se puede descubrir que no era nada indulgente
consigo mismo, Por el contrario, era muy conciente de sus debilidades, yerros
y fracasos. Para mí, pese a la gran brecha generacional que nos separaba,
era como un amigo de mi edad. Sus tres o cuatro años finales fueron intensos,
si no felices, ya que, para sorpresa de todos, decidió dejar de reemplazar
la vida con la literatura y se zambulló en la aventura como un joven inflamado
de ardor guerrero.
- En las entrevistas que te
han hecho hay una en la que dices que uno de los primeros libros que tuviste en
las manos fue Tom Sawyer, de Mark Twain. Pero siempre hay libros especiales que
nos llevan de inmediato a escribir. Yo tengo la idea de que uno de esos autores,
para ti, fue Juan Carlos Onetti. Y que tienes una predilección temática
por los personajes que viven un mundo interior muy convulsionado. Como si detrás
de ellos estuvieran arrastrando a la muerte en distintas facetas. La muerte se
deja sentir más en Caballos de medianoche.
- Qué
puedo decirte... Desde muy joven he reflexionado sobre ello y he llegado a la
conclusión de que escribo para derrotar, de algún modo, a la muerte.
Ya sé es que es una tentativa utópica, condenada al fracaso, pero
creo que vale el gesto de rebeldía, un poco como los guerreros que saben
que van a morir al enfrentarse a un enemigo descomunal y, sin embargo, se esfuerzan
por vender caras sus vidas. En cuanto a Onetti, es mi escritor favorito entre
los latinoamericanos. Supongo que me identifiqué mucho con su mundo narrativo
porque cuando lo leía era muy joven y experimentaba esa sensación
de vacío que atravesaba a la mayoría de sus personajes.
-
Cuando hurgo en tu biografía veo algunos enlaces biográficos con
esa estela conformada por escritores aventureros como Ernest Hemingway. Sabemos
que Hemingway fue clave para ti en la búsqueda de un estilo personal, pero
digamos que has recorrido mundo, has sido reportero de guerra, periodista y has
vivido muchos años fuera de Perú. Y esto se nota tanto en Caballos...
como en Una mujer no hace un verano. ¿Hay algo de lo estés
arrepentido o crees que lo vivido es suficiente?
- Mi gran problema
es que siempre me he arrepentido de algunas cosas que he hecho y de varias otras
que no he llegado a hacer. Naturalmente, lo vivido nunca es suficiente. Hemingway
ha sido una suerte de cómplice para mí y un estímulo permanente
porque logró conciliar dos opciones aparentemente opuestas: una vida de
acción y una vida de artista. En mi caso, carezco del arrojo y de la vitalidad
que lo caracterizaban (no tengo el culto por la naturaleza ni por el deporte,
por ejemplo), pero
su lectura me ha ayudado a tratar de superar mis limitaciones y, sobre todo, a
adoptar un código de valores personal. Asimismo, ha sido mi maestro en
el arte de escribir.
- La primera vez que hablamos
me contaste que cuando eras joven solías buscar libros que no eran fáciles
de ubicar. ¿Recuerdas alguna anécdota en especial?, ¿algún
personaje que hayas conocido a raíz de estas búsquedas?
-
Soy un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más
que pasarme horas en una librería, buscando en las estanterías algún
ejemplar valioso para mí. Por suerte, no soy coleccionista de libros antiguos
ni de primeras ediciones (aunque tengo algunas), ya que mis medios económicos
no me lo hubieran permitido y me hubiera sentido muy frustrado por ello. Tal vez
lo más sorprendente que me ha pasado en lo que concierne a la pasión
por los libros era haber tenido el privilegio de ver una biblioteca increíble.
Fui amigo de Pepe Durand -el autor de esa joya que es Ocaso de sirenas-
y tuve la oportunidad de visitarlo en su casa de Berkeley, en California, donde
era profesor. Cuando le dije que quería ver sus libros -es lo primero que
suelo hacer cuando voy a casa de alguien por primera vez: los libros que uno posee,
así como los cuadros o los discos, te dan una imagen muy certera de la
persona en cuestión- me advirtió que probablemente no me iban a
gustar, por la sencilla razón de que él no era un amante de la literatura
contemporánea. Además, me dijo, sólo tenía alrededor
de seiscientos. No obstante, cuál sería mi asombro cuando contemplé
la colección de libros antiguos e incunables que poseía. José
Durand era un insigne garcilasista y había dedicado la mayor parte de su
vida a reconstruir la biblioteca del Inca Garcilaso. ¿Te imaginas? Durante
años había buscado y gastado una fortuna en adquirir los mismos
libros que había tenido y leído el Inca. No conozco otro caso tan
ejemplar de bibliolatría (aunque ciertamente mi amigo Ricardo Silva-Santisteban
puede ser considerado en el segundo nivel, el de bibliómano; yo me ubico
en el rango más bajo: soy un modesto bibliófilo).
-
¿Cómo llegaste al jazz o fue el jazz que llegó a ti? Hace
unos años Carlos Eduardo Zavaleta me contó que le comentaste que
la polifonía que William Faulkner utilizaba en sus novelas te parecía
un concierto de jazz. Además, escribes sobre jazz, y las novelas que te
gustan, caso El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina, siempre
están ligadas al mundo nocturno en el que esta música se mueve.
-
No recuerdo la aserción de C. E. Zavaleta, pero si se lo comenté,
tal vez no me hallaba tan desencaminado. Ignoro si a Faulkner le gustaba el jazz,
pero la mixtura de voces que se aprecia en sus libros podrían sugerir una
influencia de la polifonía improvisada característica del jazz de
Nueva Orleáns. Y, claro, Faulkner era un hombre del sur y, aunque fuera
por ósmosis, tenía que haber asimilado los viejos blues y el jazz
de las primeras bandas negras que pululaban en Nueva Orleáns, ciudad en
la que pasó una temporada y donde -si no me equivoco- trabó amistad
con Sherwood Anderson.
- Y hablando de jazz, encuentro
que la música y la vida de Chet Baker te fascinan. Uno de los personajes
de El invierno en Lisboa es el trompetista Billy Swann, inspirado en Chet
Baker. En tu libro Relámpagos sobre el agua hablas de la búsqueda
nocturna de los músicos de jazz tras la nota azul. ¿Cómo
definirías la nota azul? ¿Te gustó la versión cinematográfica
que Zorrilla hizo de la novela?
- No he visto la versión
cinematográfica de El invierno en Lisboa, pero la novela me gustó
mucho. Creo que es una de las mejores novelas sobre jazz que se han publicado
jamás, quizá porque el autor es un profundo conocedor de esta música
y tiene las dotes literarias para recrear la turbulencia y complejidad de un trompetista
maldito como Chet Baker. En lo que concierne a la nota azul, se trata de un concepto
técnico un tanto difícil de explicar. La idea básica es que
en el jazz predominan determinados acordes característicos del blues. En
realidad, las "blue notes" son las que le dan ese tinte inconfundiblemente
"bluesy" a esa expresión musical. Los musicólogos han
aventurado que los esclavos que llegaron de África utilizaban una gama
pentatónica que no incluía semitonos. Por tanto, al encontrarse
con la música occidental y una gama mayor diatónica con dos semitonos,
se vieron precisados a disminuirlos para recuperar, en cierta forma, los intervalos
a los que estaban acostumbrados. Si se considera la teoría de que la música
evoluciona de acuerdo a la progresión de la serie armónica, entonces
puede decirse que la asimilación de la 7ª menor distingue a los acordes
propios del jazz Las notas azules pueden ser aplicadas a cualquier tema estándar
para imprimirle un toque, un color típico del blues, lo que genera una
tensión peculiar. En ese sentido, la "blue note" resulta esencial
para la improvisación jazzística e incide en el swing particular
que genera cada intérprete o ejecutante. Sin embargo, creo que se puede
expresar lo que significa el swing basándose sólo en esos términos
técnicos, ya que ello implicaría que cualquier músico que
recurriera a las notas azules pudiera adquirir esa cualidad y convertirse automáticamente
en jazzman, lo que sabemos que no es posible. Hay algo tan misterioso en
el jazz que no es fácil traducirlo. A veces el músico y al oyente
entran en una suerte de trance que, quizá, remita inconscientemente
a algún tipo de mágico ritual ancestral.
-
Cuando escribes sobre libros, lo haces en torno a aquellos que te han gustado.
No recuerdo alguna reseña negativa a libro alguno. ¿Cómo
te sientes en la faceta como crítico?
- Creo que sólo
he hecho un par de reseñas negativas: a libros de Carlos Fuentes y Guillermo
Cabrera Infante. Fue por indignación, porque en esos momentos esperaba
mucho más de ellos y, como lector, me sentí defraudado. Aunque no
me considero crítico en el sentido estricto del término -un crítico
debe estar dispuesto a comentar tanto los libros buenos como los malos -, debo
reconocer que disfruto mucho escribiendo sobre literatura. Por tanto, suelo escribir
sobre los libros que me gustan. ¿Para qué perder el tiempo analizando
las fallas y torpezas de un mal libro? Dejemos eso a los críticos profesionales.
Yo, ante todo, soy un lector que trata de contagiar su entusiasmo a otro lector
e inducirlo a leer un libro que me ha dado placer.
-
En un mundo globalizado como este, en el que cada día hay más puentes
de comunicación, ¿crees que es necesario emigrar a los lugares en
donde el mundo editorial está desarrollado, como es el caso de España?
Tú has vivido muchos años allá y sabes de cerca cómo
se mueven las cosas.
- Naturalmente, siempre puede surgir un gran
escritor en un país del Tercer Mundo y que haga su obra sin tener que salir
del mismo. Pienso, por ejemplo, en Lezama Lima, que prácticamente nunca
abandonó Cuba. No obstante, de acuerdo a mi experiencia, si se trata de
un novelista con ambiciones, tal vez lo mejor sea vivir una temporada en la metrópoli
editorial. En buena cuenta, todo sucede como en Lima y en cualquier parte: si
haces los contactos necesarios puedes tener una mejor oportunidad para difundir
tu obra. El problema es que en España hay miles de escritores y, en consecuencia,
se requiere de cierto nivel de calidad que te permita competir con ellos. Los
latinoamericanos que logran colocar sus libros en sellos españoles son
muy pocos. En realidad, como ocurre en el mundo del cine, si no tienes un agente
estás perdido. Las editoriales no pueden darse el lujo de leer los incontables
manuscritos que les llega todo el tiempo. De ahí que el filtro sean los
agentes, los cuales a su vez son selectivos. La industria editorial es un negocio
y evaluar un manuscrito cuesta tiempo y dinero.
¿Qué
hacer entonces? Pensar en los concursos y premios es una utopía, pues la
mayoría son concertados previamente por agentes y editoriales. Tal vez
el camino más adecuado para un escritor que vive en el Perú es intentar
publicar su obra en un sello local que tenga distribución internacional.
Si el libro tiene alguna acogida, luego habrá más posibilidades
de interesar a un agente de fuera. A estas alturas lo importante ya no es que
te publiquen sino que, por lo menos, te lean. He trabajado en editoriales españolas
y sé que la mayoría de manuscritos que se les envían son
devueltos sin haber sido leídos. Esto parece terrible, pero es comprensible
si uno repara en la cantidad de escritores que existen.
Al margen
de emigrar a un lugar donde abunden editoriales, creo que lo decisivo para un
escritor es tratar de conocer el mundo. Desde luego, hay algunos escritores a
los que les basta una información básicamente libresca, pero la
mayoría necesita aquilatar nuevas experiencias, descubrir universos distintos
al suyo. Esto no quiere decir que haya necesariamente que viajar a Europa o Estados
Unidos: tal vez sea suficiente con dejar Lima e internarse en la selva o lanzarse
al camino, como los beats y recorrer Chile y Argentina. En fin, todas las opciones
valen y todo depende de la personalidad de cada escritor.
-
¿Hacia dónde apuntan ahora tus gustos literarios? ¿Hay algún
escritor a quien le estés siguiendo los pasos?, ¿algún autor
a quién tengamos que descubrir o releer?
- Mis gustos son
eclécticos (además, no sólo leo ficción sino ensayos,
biografías, diarios y memorias, estudios sobre jazz y cine, tauromaquia,
etc.). Sin embargo, debo admitir que de cada cinco libros que leo sólo
uno pertenece a un autor de hoy. Ya no me interesa como antes estar al día,
sino, más bien, leer algún libro de un gran autor del pasado (por
ejemplo, hay novelas de Dostoievski, Dickens o Balzac que aún no he leído)
o releer a un autor querido (Hemingway, Joyce, Kafka, Conrad, Stevenson, etc).
Pero no se crea que sólo ando en pos de los grandes títulos: también
disfruto mucho leyendo obras de arte menor, una pequeña novela de André
Gide, otra de Willa Cather, alguna de Kawabata, un relato de Gracq. Y, por cierto,
he puesto énfasis en la lectura de autores que antes me resultaban muy
difíciles y herméticos, como Beckett, Blanchot o Klossowski. Antes
no estaba preparado para comprenderlos. También leo con obstinación
a Joseph Roth. Entre los contemporáneos, he apreciado mucho en los últimos
tiempos a Cormac McCarthy y Haruki Murakami, a James Salter y Denis Johnson, y,
por supuesto, a J. M. Coetzee. Entre los españoles me gustan Enrique Vila-Matas
y Javier Cercas. También me ha atraído Montero Glez -a quien me
has recomendado vivamente- por su prosa tan fulgurante e insólita. En cuanto
a los latinoamericanos reconozco los aportes de Roberto Bolaño (sus novelas
breves, que encuentro más redondas que sus propuestas de mayor envergadura)
y Juan Villoro, quien además de narrador es un estupendo ensayista y cronista.
No obstante, sigo pensando que los viejos maestros que reverdecieron con la estela
del "boom" son casi insuperables (Onetti y Cortázar, Sabato y
Carpentier, etc.). No voy a mencionar a los peruanos, para evitar susceptibilidades.
Sin embargo, quiero insistir en que los aportes de ese cuarteto imprescindible
constituido por Arguedas, Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce han hecho posible que
ahora, en la primera década del siglo XXI, surja toda una pléyade
de narradores muy buenos. La mayoría, pese a su juventud, derrocha talento
y, en esa perspectiva, me parece que vivimos un florecimiento de nuestra narrativa,
en el que no tardarán en aparecer sendas obras maestras.
-
Algún consejo o sugerencia para aquellos que quieran dedicarse a la literatura.
-
No requerir consejos de nadie. Cada escritor es distinto a otro y debe
hallar por sí solo su propio camino. Más aún, si me viera
obligado a dar alguna sugerencia, esta sería que no se dediquen a la literatura,
si es que pueden evitarlo. Hay demasiados escritores en el mundo y se trata de
un oficio en el que los perjuicios suelen ser mayores que los beneficios. ¿Por
qué? Porque un escritor siempre se empeña en ir contra la corriente,
lo que resulta peligroso y, en todo caso, revela ausencia de sentido común
(¡tan indispensable para sobrevivir!).
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de Gabriel Ruiz-Ortega
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