MATAR AL MARIDO ES LA
CONSIGNA
( cuento )
El hombre ordenó su vaso de vino. Frente a él, la mujer terminaba
de saborear las gotas de un martini deslizando su lengua por los labios
ásperos del invierno.
.......... -¿De
verdad no le molesta que me siente aquí?- preguntó
.......... Ella se encogió de hombros con soltura.
Parecía acostumbrada a hacerlo; en aquel ademán, su cuerpo se movía con
comodidad. Y el gesto de su cara era perfecto para aquella actitud. El
mozo regresó y puso el vaso ante el hombre. El hombre lo bebió de un
trago y pidió la botella. La mujer lo observó con indiferencia y dio
otro sorbo a su copa. En la lentitud con que el alcohol iba pasando por
su boca parecía estar el placer de aquella noche que se arrastraba fría
y lenta hacia ellos, y que tenía por lo mismo cierto color de pasado. A
través de la puerta se colaba el aire helado como un manguerazo que
obligaba a los cuerpos a retreparse.
.......... -¿No es un poco tarde para una mujer?
-sonó la voz del hombre.
.......... -No.
Vivo al frente.
.......... -¿Y vive
sola?
.......... -No. Quiero decir sí.
ESTO ES UNA COPIA
.......... El desconocido calentó el vaso
haciéndolo girar entre sus manos. Lo llenó una vez más tomando la
botella del gollete y se echó al seco el contenido sin acusar una
amenaza de ebriedad.
.......... -¿Cómo
dice?
.......... -Quiere decir que hasta
hoy vivía con mi marido.
.......... -Se ha
ido él -afirmó el hombre. ESTO ES UNA
COPIA
.......... -No. Acabo de
darle muerte. Hace sólo un par de horas.
.......... Ella se sonrojó y el hombre sonrió con
indulgencia.
.......... -Comprendo -dijo-.
¿Y es e primer marido al que asesina?
.......... -Y el último.
.......... -¿Está arrepentida? ESTO ES UNA COPIA
.......... La visión de dos hombre, uno de los
cuales reproducía el fuego de su encendedor en el cigarrillo del otro,
le hizo sentir ganas de fumar. Buscó en el interior de su bolso sin
éxito. De pronto, la mano del hombre apareció ante sus ojos ofreciéndole
de su cajetilla.
.......... -No me ha
contestado. ¿Está arrepentida?
..........
-Arrepentida no... Pero ha sido triste.
.......... -¿Lo quería usted?
.......... Si lo quería. Aquella era una pregunta
muy sencilla de hacer pero que requería de una respuesta extensa luego
de la cual no quedara duda alguna. Un paño limpio y extendido, albo. Así
era su amor. Pero en la búsqueda de una respuesta, como cada vez que
ella había arreglado las maletas con que echaría al hombre a la calle,
había demasiados detalles que desordenaban las ideas igual que cosas mal
dispuestas sobre una mesa. Navidades, vacaciones, amaneceres..., pero
siempre el tiempo transcurriendo intraduciblemente para cualquiera que
no fuera ella y el hombre muerto, su marido, el difunto. A veces era
mejor nombrarlo a través de un concepto, porque su nombre se le subía a
las mejillas como el alcohol. Y así la dejaba.
.......... -Hace mucho dejé de quererlo -mintió-.
Verá usted, él estaba todo el tiempo en otra parte. No me refiero a la
distancia física, eso cualquiera lo soporta. Hablo de otra cosa. No sé
si usted pueda entenderme.
.......... El
hombre parecía saber mucho de mujeres.
.......... -Por qué no -dijo-, siempre es
igual.
.......... -Entonces qué podía
hacer...
.......... -Buscarse un amante.
Es una buena solución. Alguien debería patentarlo: tenga un amante y
deshaga el tejido de su infelicidad matrimonial. ¿Qué le
parece?
.......... -No lo creo. Eso
siempre enreda las cosas.
..........
-Entonces usted lo amaba -aseguró el hombre.
.......... Ella dio un par de pitadas a su
cigarrillo y dejó ir la mirada en la espiral de humo que se deshizo un
poco más arriba de su cabeza. Parecía pensar, pero en realidad no
pensaba, en realidad sólo sentía la tranquilidad de haber llegado hasta
ese lugar, un sitio que antes era sólo un gran misterio a través de la
puerta que se veía tragar a la gente desde su ventana. Así lo había
planeado; el día que finalmente asesinara a su marido cogería un bonito
traje del closet y bajaría al bar a servirse un trago. Hasta podía
enredarse con un tipo. Por qué no. Ahora todo eso era una realidad: el
crimen, la libertad, el interior del bar y el hombre frente a su
copa.
.......... -Lo triste es cómo murió
-se escuchó decir. Me estaba mirando... Creo que no se dio cuenta que
era yo quien le daba aquella muerte. No me creía capaz de algo
así.
.......... -Comprendo. -El
desconocido llenó una vez más el vaso. Sus ojos eran duros. Ella lo
imaginó sonriendo y en aquella imagen vio la misma crueldad que le
enseñaban ahora. Parecían los ojos de un hombre destinado a sentarse
frente a las mujeres a decirles las cosas que ahora le decía. Una
especie de burlador.
.......... -Hace un
tiempo yo también asesiné a mi mujer. Fue una experiencia
horrible.
.......... -¿Y qué usó?
.......... Los labios de él no se movieron para
responder. La miró fijo con aquellos ojos que cortaban el aire,
dejándola como tras una cárcel y le enseño las manos haciendo con ellas
el gesto de apretar.
.......... La mujer se estremeció.
.......... -Yo lo envenené... Pero en fin, es un
tema que no me gusta. ¿A usted sí?
.......... -No. A mí tampoco. Nunca es agradable
matar a la gente que uno ama.
..........
-¿Amaba a su mujer?
..........
-Sí.
.......... -¿Y por qué la
mató?
.......... -Qué se yo. Lo hacen
todos, ¿no?
.......... -No de esa
manera.
.......... -Es igual.
.......... -¿La encontraba hermosa?
.......... -Muy hermosa.
.......... -¿Y se lo decía?
.......... -No. Nunca se lo dije. O tal vez sí,
hace mucho tiempo. ¿Se lo decía él a usted?
.......... -No.
.......... -Y usted, sin embargo, es muy
hermosa.
.......... -Gracias.
.......... Sonrieron. El mozo apareció con la
cuenta. La dejaron estar sobre la mesa, lejos de ellos y se examinaron
valientemente con la mirada, midiéndose el valor o la cobardía, pero
midiéndose como dos animales. Una pareja ocupó la mesa junto a la de
ellos. El muchacho ordenó algo para beber y mientras aguardaban se
cogieron las manos y estuvieron así unos instantes, midiéndose también,
pero con otra vara, con una que no quería ir demasiado lejos. El hombre
les dio una mirada de desprecio.
.......... -Un día dejarán de mirarse así y uno de ellos asesinará al
otro.
.......... No lo creo-, La mano de
la mujer levantó su copa vacía para observarla al trasluz. -La mayoría
de la gente no lo hace. Sólo usted y yo. ¿Quiere venir a mi
casa?
.......... -Está bien.
Vamos.
.......... El pagó la cuenta de los
dos. Atravesaron la calle y entraron en el edificio. El hall estaba
iluminado y desierto. Usaron un ascensor que los llevó hasta el quinto
piso. Junto a la puerta de entrada al departamento, la mujer buscó la
llave en el bolsillo de su abrigo y la metió en la cerradura.
.......... -Un momento -advirtió, y el hombre la
escuchó sin prisa-. Encendería la luz, pero el cadáver de mi marido está
en la sala y no quiero que nadie lo vea.
.......... -Está bien. Déjelo así.
.......... Ella caminó de memoria hasta la cocina
donde encendió una luz fluorescente que daba un aspecto celeste a aquel
lugar. El se quedó apoyado en el marco de la puerta y sólo entonces ella
reparó en que era un hombre muy alto, casi tanto como el otro. Abrió el
refrigeardor y lo cerró. Luego buscó en el interior de una despensa y
sacó un gran trozo de queso envuelto en un paño y una botella de vino
hasta la mitad. Sacudió un par de vasos que había sobre el fregadero y
los llenó.
.......... -¿Se sirve?
.......... El hombre accedió y se bebió su copa de
un trago.
.......... Ella comenzó a cortar
el queso hasta el momento que la mano de él detuvo la ruta que seguía la
suya presionando el mango del cuchillo.
.......... -¿Tiene miedo? -preguntó.
.......... -No sé si miedo -dijo ella-. Pero me
siento muy sola.
.......... -Es así. No
tema. Ya pasará.
.......... -¿Usted
cree?
.......... -Estoy seguro. Siempre es
así.
.......... Le apartó la mano de la
mesa y la abrazó por la cintura rodeándola desde atrás, de manera que el
cabello de ella le quedara cerca de la nariz. Besó aquel cuello tibio y
perfumado. Ella ayudó con las manos a lebvantarse el pelo para ofrecerle
el tramo oculto de su piel que también era blanco y suave y que se
endurecío al contacto de las dos mano fuertes que comenzaron a apretarlo
lenta y persistentemente. ESTO ES UNA COPIA DE P: P:
.......... Cuando la soltó, la
mujer se desplomó sobre el suelo de la cocina. Entonces el hombre caminó
hacia la sala tambaleándose. Tuvo cuidado al poner sus pies de no
tropezar con el cadáver. Y no tropezó. Cayó limpiamente en medio de la
habitación oscura.
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MATAR AL MARIDO ES LA CONSIGNA
(Premio de
Cuento Consejo Nacional del Libro y la Lectura 1993)
PLANETA
1993