GENTE
ABUSIVA
.......... El edificio estaba
custodiado por dos hombres armados. Uno de ellos la vio venir
equilibrando los pies sobre el borde que separaba la acera de la
calzada. Se detuvo cerrándole el paso con un gesto que sin el arma ni el
edificio de concreto detrás habría sido semejante a la ternura.
.......... -¿Dónde vas?
.......... La niña respondió sin titubear.
.......... -Quiero ver al teniente Avalos.
.......... El de la izquierda bajó la metralleta y
se inclinó flectando las rodillas hasta que él y la niña pudieron verse
a los ojos sin elevar ninguno la mirada. La visera de la gorra le
ensombrecía un lado de la cara. El otro estba picado de
viruela.
.......... -Yo te he visto
antes.
.......... Yo también a usted -dijo
ella. Sus pequeños pies calzados con zapatos negros de colegio mal
abrochados patearon una piedrecilla cerca de las botas del hombre. El le
cogió el mentón volteándole la cara.
.......... -¿Qué te pasó?
.......... La mano de la niña ocultó la huella que
la curiosidad de él quería descifrar. Murmuró algo y el hombre creyó
escuchar la palabra mamá.
..........
-Habla más fuerte.
.......... -Quiero
hablar con el teniente.
.......... Desde
la puerta del fondo salió un hombre que se encaminó atravesando el
jardín hacia las oficinas. La niña alzó la mano para llamarlo, pero no
llegó a decir nada y su brazo quedó, simplemente, extendido.
.......... El teniente era un buen hombre. Carmen
siempre acudía donde él. Su mano se extendía hacia las dos sin dobles
intenciones. De nuevo por aquí, colorina. Ya ve, usted, de nuevo,
asentía ella estrechándole los dedos luego de limpiar su saludo en el
delantal. El teniente hacía bailar el lápiz sobre la cubierta del
escritorio y bajo su mirada Carmen arremangaba los brazos del vestido y
le iba mostrando aquí y también acá. Entonces el teniente dejaba los
anteojos y se acercaba a mirar bien la carne machucada. Otra vez,
colorina, déjame verte el hombro. El secretario bajito, que siempre
estaba en un rincón junto a la máquina, tecleaba las palabras agresión o
denuncia con un solo dedo, cansándose. Hasta cuándo, colorina, lamentaba
más que preguntar el oficial. Nunca más, teniente, ya me cansé.
.......... La memoria de Carmen andaba fallando.
Por eso se hacía acompañar de la niña, para que ella le soplara cada
detalle en el que se encendiera nuevamente la luz del cuarto por la
noche, la puerta, el hielo que se colaba por las planchas abiertas del
techo, el hombre tambaleándose en el umbral.
.......... Uno sin gorra, que venía desde la
esquina, se quedó viéndola.
..........
-Pero si es la hija de la colorina -dijo, y la empujó hacia el interior
del recinto explicando a los otros que él la conocía.
.......... El teniente estaba tras su escritorio
raspando un fósforo en la suela de su zapato. La invitó a sentarse y la
niña obedeció ocupando la punta de la silla. Al fondo, un ventilador
arañaba más que refrescar el aire.
.......... -¿Y tu mamá?
.......... Como si otra vez, pero ahora lentamente,
se vio ofreciendo su cuerpo al hombre para que no cayera. Sus huesos
resistieron apenas el esfuerzo, el tiempo suficiente para que él pudiera
sentirse de pie, intacta su rabia contra la mujer. Y se vio ayudando a
su madre a no caer. Y si cerraba los ojos, un esfuerzo mayor, pero a su
alcance, habría sido capaz de reproducir en su cuerpo el dolor del
codazo que la arrojó al suelo. Y entonces él, una imagen que no puede
borrarse a pesar de haber ocultado su cara tras los brazos, se va encima
de las dos lanzando pies y puños como aspas enloquecidas. Y la mesa es
demasiado baja para ocultarla bien cuando repta lejos de aquella escena
tapándose los oídos que sin embargo registran cada palabra, cada amenaza
y maldicón. Se viviría tan bien bajo las mesas.
.......... -¿Quieres tomar una bebida? -preguntó el
teniente. Su gesto, al alisarse los cabellos bajo la gorra haciendo una
peineta con los dedos, tenía algo muy remoto del cansancio de las manos
del hombre al caer por uno de los costados de la cama.
.......... -Mamá y papá pelearon anoche. Los dos.
Ella también con él.
.......... El hombre
bajito se dispuso frente a la máquina de escribir, pero el teniente alzó
la mano con un gesto que lo obligó a detenerse. Ambos se inclinaron
hacia adelante en sus asientos. La niña les habló de un patio grande al
que daban las casas, la suya casi al fondo, de un pilón donde se lavaba
la cara por las mañanas. Fue sola, porque su madre dormía en los brazos
de él. No recordaba en qué momento se cansaron de pelear; en algún
minuto de la noche el sueño se apoderó de ella bajo la mesa. Soñó que
alguien le regalaba un conejo blanco. Como parte de aquella imagen, en
alguna esquina su madre lloraba quedamente. Pero la vio dormida cuando
se levantó en puntillas y abrió la puerta de la casa. Entró mucho sol y
la habitación se puso fea con aquel rsplandor que enseñaba el polvo
suspendido sobre el desorden. Se preguntó dónde guardar su conejo
blanco, dónde ocultarlo de la furia de todas las noches.
.......... -Me fui a lavar la cara. Me eché harta
agua porque tenía sueño.
.......... El
teniente llamó al picado de viruela que venía asomándose a la oficina
para saber si habían terminado.
..........
-Escucha -le dijo, y volviéndose a la niña la animó a continuar-, ¿y
entonces...?
.......... -Volví para
despertarlos, teniente, pero no sé qué hacer. Ella llora sentada sobre
la cama y él no despierta. Ella llora porque él no quiere despertar, y
le dice que ya está bueno, que despierte, pero él nada. Y es tan raro
teniente. Nunca antes lo vi dormir con los ojos abiertos.
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