............... SONIA GONZALEZ VALDENEGRO
 

 

GENTE ABUSIVA

.......... El edificio estaba custodiado por dos hombres armados. Uno de ellos la vio venir equilibrando los pies sobre el borde que separaba la acera de la calzada. Se detuvo cerrándole el paso con un gesto que sin el arma ni el edificio de concreto detrás habría sido semejante a la ternura.
.......... -¿Dónde vas?
.......... La niña respondió sin titubear.
.......... -Quiero ver al teniente Avalos.
.......... El de la izquierda bajó la metralleta y se inclinó flectando las rodillas hasta que él y la niña pudieron verse a los ojos sin elevar ninguno la mirada. La visera de la gorra le ensombrecía un lado de la cara. El otro estba picado de viruela.
.......... -Yo te he visto antes.
.......... Yo también a usted -dijo ella. Sus pequeños pies calzados con zapatos negros de colegio mal abrochados patearon una piedrecilla cerca de las botas del hombre. El le cogió el mentón volteándole la cara.
.......... -¿Qué te pasó?
.......... La mano de la niña ocultó la huella que la curiosidad de él quería descifrar. Murmuró algo y el hombre creyó escuchar la palabra mamá.
.......... -Habla más fuerte.
.......... -Quiero hablar con el teniente.
.......... Desde la puerta del fondo salió un hombre que se encaminó atravesando el jardín hacia las oficinas. La niña alzó la mano para llamarlo, pero no llegó a decir nada y su brazo quedó, simplemente, extendido.
.......... El teniente era un buen hombre. Carmen siempre acudía donde él. Su mano se extendía hacia las dos sin dobles intenciones. De nuevo por aquí, colorina. Ya ve, usted, de nuevo, asentía ella estrechándole los dedos luego de limpiar su saludo en el delantal. El teniente hacía bailar el lápiz sobre la cubierta del escritorio y bajo su mirada Carmen arremangaba los brazos del vestido y le iba mostrando aquí y también acá. Entonces el teniente dejaba los anteojos y se acercaba a mirar bien la carne machucada. Otra vez, colorina, déjame verte el hombro. El secretario bajito, que siempre estaba en un rincón junto a la máquina, tecleaba las palabras agresión o denuncia con un solo dedo, cansándose. Hasta cuándo, colorina, lamentaba más que preguntar el oficial. Nunca más, teniente, ya me cansé.
.......... La memoria de Carmen andaba fallando. Por eso se hacía acompañar de la niña, para que ella le soplara cada detalle en el que se encendiera nuevamente la luz del cuarto por la noche, la puerta, el hielo que se colaba por las planchas abiertas del techo, el hombre tambaleándose en el umbral.
.......... Uno sin gorra, que venía desde la esquina, se quedó viéndola.
.......... -Pero si es la hija de la colorina -dijo, y la empujó hacia el interior del recinto explicando a los otros que él la conocía.
.......... El teniente estaba tras su escritorio raspando un fósforo en la suela de su zapato. La invitó a sentarse y la niña obedeció ocupando la punta de la silla. Al fondo, un ventilador arañaba más que refrescar el aire.
.......... -¿Y tu mamá?
.......... Como si otra vez, pero ahora lentamente, se vio ofreciendo su cuerpo al hombre para que no cayera. Sus huesos resistieron apenas el esfuerzo, el tiempo suficiente para que él pudiera sentirse de pie, intacta su rabia contra la mujer. Y se vio ayudando a su madre a no caer. Y si cerraba los ojos, un esfuerzo mayor, pero a su alcance, habría sido capaz de reproducir en su cuerpo el dolor del codazo que la arrojó al suelo. Y entonces él, una imagen que no puede borrarse a pesar de haber ocultado su cara tras los brazos, se va encima de las dos lanzando pies y puños como aspas enloquecidas. Y la mesa es demasiado baja para ocultarla bien cuando repta lejos de aquella escena tapándose los oídos que sin embargo registran cada palabra, cada amenaza y maldicón. Se viviría tan bien bajo las mesas.
.......... -¿Quieres tomar una bebida? -preguntó el teniente. Su gesto, al alisarse los cabellos bajo la gorra haciendo una peineta con los dedos, tenía algo muy remoto del cansancio de las manos del hombre al caer por uno de los costados de la cama.
.......... -Mamá y papá pelearon anoche. Los dos. Ella también con él.
.......... El hombre bajito se dispuso frente a la máquina de escribir, pero el teniente alzó la mano con un gesto que lo obligó a detenerse. Ambos se inclinaron hacia adelante en sus asientos. La niña les habló de un patio grande al que daban las casas, la suya casi al fondo, de un pilón donde se lavaba la cara por las mañanas. Fue sola, porque su madre dormía en los brazos de él. No recordaba en qué momento se cansaron de pelear; en algún minuto de la noche el sueño se apoderó de ella bajo la mesa. Soñó que alguien le regalaba un conejo blanco. Como parte de aquella imagen, en alguna esquina su madre lloraba quedamente. Pero la vio dormida cuando se levantó en puntillas y abrió la puerta de la casa. Entró mucho sol y la habitación se puso fea con aquel rsplandor que enseñaba el polvo suspendido sobre el desorden. Se preguntó dónde guardar su conejo blanco, dónde ocultarlo de la furia de todas las noches.
.......... -Me fui a lavar la cara. Me eché harta agua porque tenía sueño.
.......... El teniente llamó al picado de viruela que venía asomándose a la oficina para saber si habían terminado.
.......... -Escucha -le dijo, y volviéndose a la niña la animó a continuar-, ¿y entonces...?
.......... -Volví para despertarlos, teniente, pero no sé qué hacer. Ella llora sentada sobre la cama y él no despierta. Ella llora porque él no quiere despertar, y le dice que ya está bueno, que despierte, pero él nada. Y es tan raro teniente. Nunca antes lo vi dormir con los ojos abiertos.

 

 


 
 

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