EL SUEÑO DE MI PADRE
(TEXTO
ESCOGIDO)
XV
..... A medida que recorría el
tramo entre la esquina de la ciudad donde Joaquín me dejó y mi casa me
preguntaba si existiría alguna posibilidad de que Roberto no me
reconociera. Aunque nunca nos vimos, y sólo hablamos un par de veces por
teléfono, era de esperar que me hubiera visto en fotografías. Deseaba
poder llegar hasta él como una anónima ciudadana y entregarle el sobre
sin involucrar a Sergio, e ideaba absurdas fórmulas de encubrimiento
para evitar el inmerecido perjuicio de Sergio. Y pensaba en él como
alguien a quien me disponía a traicionar, muy a mi pesar.
..... No fue esa, sin embargo, la última
preocupación de aquella jornada. Regresaba a casa con esa mezcla de
cansancio y decepción propia de quien ha llegado a una cita abortada, y
donde aguardó con ansiedad a alguien que no se molestó en avisar que
faltaría.
..... La casa estaba en
penumbras, y sonaba en su interior aquel extraño murmullo en que parece
vibrar la cuerda del silencio. Tenía todavía las llaves en la mano
cuando divisé dos sombras recostadas sobre el sofá. Cuidé de ponerlas en
el llavero, junto a la puerta de entrada antes de encender la luz del
centro que iluminó los cuerpos de Mamá y de la madre de Sergio,
sentadas, cerca de la ventana. En la cocina, alguien retiró del fuego la
tetera que comenzaba a pitar.
..... - Tu
padre abrió los ojos -dijo Mamá.
..... Iba
a subir la escala, pero sus palabras me detuvieron.
..... - No te apures. Sólo fue un instante. Pero
como estaba sola hice venir a tu tía Leonora y a Bertita. ¿Dónde has
estado?
..... - Por ahí.
..... La madre de Sergio se puso de pie y me
abrazó. Era una mujer sensible y atenta, que ejecutaba su preocupación
por estar con nosotras y demostrar en todo momento, de manera no
explícita, que si Sergio y yo volvíamos a estar juntos la haríamos muy
feliz, pero que si no era tal nuestra decisión, no iba a olvidarse de
mí. Ni de mi familia.
..... Tía Leonora
apareció en la puerta de la sala trayendo una bandeja con café. Mamá
recibió mi beso con una frialdad que evidenciaba su molestia conmigo por
mi ausencia.
..... - Lo siento,
Mamá.
..... Ella manoteó mis disculpas. No
era una manera de rechazarlas, sino una simple exhibición de su
desaliento. Pero luego agregó:
..... -Deja
ya de sentir lástima por nosotros. Somos tus padres.
..... - ¿Cómo fue? -pregunté.
..... A medida que hablaba, la voz de Mamá fue
apaciguando su cólera.
..... - Estaba con
él, sentada junto a su cama, en la calle sonó una bocina. Me volví hacia
la ventana y cuando nuevamente lo miré, me estaba observando. No sabría
decirte que había en aquella mirada. No era tu padre, nuevamente. Estoy
segura de que no era él quien me miraba.
.....
Subí la escala y me detuve en la puerta de la habitación. La luz
del velador estaba encendida y me mostraba a mi padre entregado a aquel
sueño que parecía llevarlo por una suave pendiente, con tan delicado
tranco que todo él parecía inmerso ya en una paz profunda.
..... - Papá -le hablé.
..... No me escuchaba. Quizá nunca más lo haría.
Sin embargo, y mientras estuviera ahí, era mi deber hablarle, perseverar
en una fórmula que lo reivindicaba para el mundo de los vivos casi con
tanta fuerza como el de los muertos reclamaba por él. Respiraba. Latía.
Estaba aún tibio y presente. Sus manos despedían calor; yo podía
cerrarlas alrededor de las mías, apretándolas.
..... - Te he dicho que la encontraré, Papá. La
traeré para ti. Comeremos un cordero y estaremos alegres...
..... En realidad, no sé si llegué a decir todo
aquello. Quise. Debí decirlo para que su aliento se asiera a mis
palabras y mi promesa le diera la fuerza para esperar.
..... Minutos después, la madre de Sergio entraba
en la habitación.
..... - Teléfono,
Teresa. Es Sergio -dijo la voz de Mamá tras de ella.
..... Cuando ella lo nombró cayó sobre mí
nuevamente el peso de la misión aceptada, y mientras me encaminaba al
teléfono, me rondaba la idea de que Sergio era, todavía, legalmente, mi
marido. Desde que él y yo nos encontramos, muchos años atrás, habitué mi
ser al suyo. Sergio pertenecía al mundo de las certezas con las que yo
podía contar. Y estaba ahí, nuevamente, al otro lado del hilo telefónico
preguntando por la salud de Papá.
..... -
Está todo bien -mentí-. Salvo Papá.
.....
- ¿Qué dice el médico?
..... - No lo sé.
No lo he visto en los últimos días.
.....
Había un nuevo acento en su voz. Comenzaba a hablar como un español.
Aquello nos había divertido mucho durante el tiempo que estuvimos juntos
antes, en Madrid.
..... - Te echo de menos
-dijo él-. Quisiera estar allá, contigo.
..... - Yo también -volví a mentir.
..... Pero no era una gran mentira sino una de
aquellas pequeñas frases, teñidas de falsedad a las que todos nos
sentimos con derecho. Porque en estricto rigor, siempre pensaba en él.
Mi memoria lo había despojado de la roña de los últimos tiempos para
transformarlo en un amigo, alguien que educadamente llamaba por teléfono
para interesarse por mí, pero sobre todo, para hacer notar, en los
breves instantes en que la conversación se silenciaba, que seguía
estando ahí, pegado a mí de alguna manera, como la última noche que
pasamos en nuestro departamento.
..... -
Me gustaría que estuvieras aquí -añadió.
..... - A mí también.
..... Luego usó el antiguo diminutivo para
nombrarme, con el manifiesto propósito de restablecer nuestra
complicidad.
..... - No lo he olvidado
-dije y comencé a llorar, apurando el término de la conversación para
que él no lo advirtiera.
..... Sabía, sin
embargo, que apenas colgara, iría por alguien, que se enredaría con
cualquiera en un bar. ¿Podía culparlo de algo si lo hacía? En mis manos
estaba la carta para Roberto. ¿Por qué no podría él traer, de regreso,
las huellas de otra mujer como la marca de una enfermedad propia de un
exótico país? Ciertos estados de conciencia me permitían ver con
lastimosa claridad. Había que ser valiente para soportar aquellas
visiones. Y yo lo era. A mi manera, claro está. Yo sonreía. Tendría el
valor de levantarme a la mañana siguiente y preguntar a qué hora pasaría
el médico a ver a Papá, o volver a trabajar. Alzaba así la vida sobre
los hombros, una vez más, como se hace todo el tiempo aunque uno no
advierta que siempre hay que estarla cogiendo del suelo y sacudiendole
los pedazos, soplándola para quitarle el polvo y diciéndole que se le
ama aún, como a un amante feroz que ni nos deja ni nos hace
felices.
..... El teléfono volvió a sonar
minutos después. Lo decolgué y nadie habló del otro lado. Ante una nueva
llamada me asaltó un súbito, inexplicable presentimiento. Yo sabía que
era Julia cuando levanté el auricular.
..... - No lo hagas, Tere -dijo-. No hagas lo que
ellos te piden.
..... - Julia...
..... - Deja ir a nuestro padre, Teresa. No hagas
lo que ellos te piden.