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Juan Peñaloza no existe. Pero pudo ser. Su nombre, su historia, no son
más que una representación, una manera de abordar los acontecimientos
actuales, de motivar una reflexión.
..... De
manera que hagamos como que Juan Peñaloza existió, que nació a fines del
siglo pasado, tal vez en alguna localidad perdida del sur, en un pueblo
sumergido en el barro, donde de tarde en tarde llegaban noticias desde
el otro mundo, de Chile. Juan Peñaloza no fue al colegio. Y si fue, tal
vez, alcanzó a llegar a segundo o tercero de preparatoria. Quizá,
aprendió a escribir. Hijo de un matrimonio rústico, hermano de una corte
innumerable de críos moquillentos que compartían una comida precaria,
integrada principalmente por frutos de la tierra, a la manera de los
primeros pueblos recolectores, Peñaloza, nuestro Juan, llegó a la edad
en que debía ganarse la vida, que no eran los 20 o ni tan siquiera los
15 como permite nuestra actual ley laboral, sino los 8, 9 años. Y si le
ponemos 7 tampoco estaremos equivocados.
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Juan Peñaloza viajó a la ciudad. No portaba, como D´Artgnan,
recomendaciones, cabalgadura, dinero. Ni siquiera las ilusiones comunes
de quienes llegan a una ciudad. De todas las personas a quienes había
conocido hasta entonces, ninguna había estado en la ciudad. Y se puso a
trabajar. Sus oficios fueron tantos que cuando, ya viejo, se ponía a
enumerarlos, sus hijos decían, a manera de broma o juego "ah, no, de
aquí no salimos con vida".
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Trabajó en lo que pudo, Peñaloza. Ganarse la vida, para gente como él
tiene un doble significado; el de la subsistencia, naturalmente, pero
también el de la inserción. O el de la identidad. A través de sus
oficios, se convirtió en Peñaloza, un hombre, alguien que salía de
madrugada, encaminando sus pasos hacia el mar o hacia la oscuridad de
una mina, al calor de una fundición, a la estremecedora soledad de un
frigorífico.
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Peñaloza, le
gritaban y él entendía.
..... Peñaloza se
enamoró. Y se casó. Y multiplicó su simiente a través del pequeño mundo
en el que le tocó vivir.
..... Y
envejeció. No estaba mal. Era un hombre en paz con el mundo. Vivían, él
y su mujer, de una pensión y de la ayuda de sus hijos. Cuando se
enfermaba podía ir al hospital del seguro pedir una hora y ver un
médico. Sus hijos habían terminado el colegio. Esto último era para don
Juan motivo de orgullo. Uno de ellos, el más listo, estudió en la
Universidad.
..... Por
las tardes, Juan Peñaloza se sentaba con su mujer a mirar las plantas
que crecían en el patio de su casa. A los dos les gustaba aquella
plantación que evocaba un mundo así menos perdido. Les acicateaba la
memoria que se iba haciendo confusa.
..... Un
día, una tarde de septiembre, cuando ya comenzaba a hacer calor,
entraron unos hombres en el patio de su casa. Preguntaron si él era Juan
Peñaloza. Para servirles, debe haber respondido él. Y se lo llevaron.
Venga con nosotros. Acompáñenos. Así te queríamos tener
conchetumare.
..... Y
lo llevaron al infierno, en el cual Peñaloza no creía. Y si creía, no
pensaba merecerlo porque jamás había hecho mal a nadie. Le preguntaron
por su hijo, sentado primero en una silla, entre combo y combo. Atado
después a una especie de tabla de planchar conectado como una bombilla
quemada al tendido eléctrico de aquel lugar. Le arrojaron agua sucia. Lo
fusilaron 2 veces con balas de salva. Y luego de la segunda, no a causa
de las balas sino de un corazón que había trabajado inscesantemente 80
años, Juan Peñaloza murió. Entonces llegó un médico. Pero aquél médico
no venía a constatar si estaba en condiciones de enfrentar un proceso
sino sólo que había dejado de existir.
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Y lo tiraron a
una fosa común, es decir, una sepultura donde se iban amontonando todos
los juanes peñalozas que habían muerto con él.
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Existía, por aquella época, en Chile, lo que el mundo moderno llama
estado de derecho, en virtud del cual ninguna persona podía ser detenida
sin previa orden judicial y, además, debía ser puesta a disposición de
un tribunal para que éste lo interrogara y ersolviera sobe su situación,
etcétera, etcétera, etcétera.
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Existía,
también, la clemencia. Siempre ha existido. Es un atributo del ser
humano. Como la maldad.
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Pero Juan
Peñaloza no vivía en Chile. Es decir. sí, vivía en Chile, pero no. ¿Cómo
les explico? ¿Cómo puede explicarse lo sucedido con él?
en La Calabaza del Diablo Nº 10 Año 3 abril
2001