GALÁN CON
GUITARRA
Después
de los preparativos finales y resueltos los temas de la iglesia, el
vestido del cóctel que ofrecerán los padres a los invitados; luego, en
fin, de que el novio toma el avión (Ella lo despide. Él y ella se
besan, antes del ingreso a policía internacional), la novia regresa a
la casa que debe deshabitar. Y empieza por descolgar los cuadros de
las murallas que enseñan entonces la huella de su antigua presencia,
los futuros fantasmas suyos en aquella habitación pronto desnuda,
mañana morada de otra gente. Cavilosa, se va deteniendo en los
detalles de ésa, su vida pasada, aunque aún sea hoy el momento en que
abre el cajón de su escritorio donde encuentra viejas pruebas de
alumnos que aprendieron, guiados por la mano suya, el gran arte del
silabario. Hay, en cada uno de sus gestos una demora premeditada, como
si no quisiera concluir aquella faena o deseara prolongar una
despedida necesaria para inaugurar entonces la existencia que ha
escogido, por la que ha optado respecto de otras, ¿cuáles?, no
importa. Con rigurosidad, con parsimonia calma, selecciona en una caja
los libros, en las maletas la ropa, todo menos la cama, negociada ya
con la sustituta que llegará a ocupar aquella habitación cuando ella
se vaya, cuando entregue las llaves a las amigas con quienes compartió
tantos días de juventud que sabe, presiente, comenzaran a quedar
atrás.
..... Pero ya son las once y
media y a las doce debe tomar el autobús, recorrer media ciudad para
llegar al colegio, recibir a los niños a la entrada de la sala,
ordenarles un poco de su atención antes de comenzar la clase y aclarar
que durante un par de semanas su reemplazante los va a acompañar
porque ella va a casarse. Y asumir entonces, ante ellos, la condición
de novia que por algún motivo resulta un poco incomoda, sensación que
no tiene que ver con el vestido, el ajuar en que han insistido sus
padres para hacerlo todo como se debe, con la fiesta, el lugar de la
recepción escogido por él. Todo eso, se dice.
..... Las cosas aquella jornada se presentan un
poco difíciles. Hay una apoderada a la entrada de la sala; tiene a un
niño cogido del brazo y la espera para reclamarle por una injusticia
cometida al calificar su prueba de ciencias; un cuatro a su
hijo, le dice con ira, le consta que el niño sabe mucho más de los
mamíferos de lo que ella cree; hay un libro en su casa, y el niño mira
todos los documentales que pasan en la televisión así que está en
presencia de una pequeña autoridad en zoología, una autoridad de siete
años, que pronto va a cumplir ocho, ¿le queda claro? Se produce,
también, durante el recreo, un pequeño incidente policial; alguien ha
robado el sacapuntas con forma de botella de cocacola de una de las
mellizas Salgado.
.... De manera que al
volver, viene demasiado cargada de asuntos, y no ha querido pensar
demasiado en e matrimonio y en la última prueba del vestido. Y es,
luego de la segunda parada, que formula su deseo, invocando al hada
madrina, y su deseo es un galán, uno que tenga guitarra, uno que cante
con la voz de Sting o Guaraní, uno que le dedique alguna
canción porque está cansada y, esa noche, ella lo sabe, el novio no va
a llamar por teléfono porque estará en alguna reunión; a sido
enfático, el novio no es hombre de sorpresas, en que la llamada
primera se producirá a eso de las seis de la mañana, cuando él se
levante en el hotel para dirigirse a la reunión. Y ella sabe cómo son
esas conversaciones, la distancia de la voz al otro lado del teléfono
el silencio incómodo de no poder decirle algunas cosas, como que
aquella tarde ha deseado un galán con guitarra, que le cante, que le
toque los pies, tal vez.
..... El
trayecto es largo. Se ha ubicado junto a la ventana, y se suceden a su
lado un par de mujeres, un muchacho de colegio cuya música estridente
sobrepasa la intimidad de sus audífonos y le permite a ella el
involuntario ingreso en la evasión personal del chico que a ratos
entrecierra los ojos. Sí, un galán con guitarra, porque bien pensado,
ella sabe, el novio tendrá una despedida que le darán los amigos de la
empresa. Lo llevarán a algún lugar donde habrá mujeres. Tontearán. Él
también. El novio no sabe, no quiere escapar a las exigencias sociales
que imponen los grupos y las bárbaras costumbres de la época. Lo ve,
sosteniendo alguna prenda de vestir arrojada por la chica desde arriba
del escenario; el cuello de la camisa desabotonado, la corbata suelta,
al vez en el bolsillo de la chaqueta, el cabello revuelto al que él
solo, aprendizaje de la infancia, sabe domesticar con un poco de agua
y fijador, lo ha visto tantas veces ordenarlo, las tardes que logran
encontrarse en algún hotel de aquellos que él gusta, con asépticos
sellos en el inodoro, bolsas para el cabello y toallas esponjosas,
dobladas junto al lavamanos. Lo ha visto; se sabe el gesto con que
pasa su mano por el cabello, antes de cepillarse los dientes,
ajustar la pulsera del reloj a la muñeca y dirigirle alguna
broma, un chiste a la pasada, de ésos que son parte del lenguaje de
los dos, ése que conocen desde hace más de veinte años, cuando
decidieron hacerse novios casi porque todo el mundo creía que ya lo
eran.
..... Un galán con guitarra, que
le toque los pies, que descubra, bajo sus mocasines el agujero de la
media que esrangula el dedo gordo y acaricie aquel pedazo de
piel.
..... Parte del ajuar es el traje
de dos piezas, que su madre ha recomendado como lo mejor para el viaje
de bodas al Caribe, afortunada hija, que la llevan al Caribe cuando
ella, alguna vez apenas legó a Puerto Varas, que era también la tierra
de donde había venido su padre. Un traje de dos piezas que según el
programa se va a poner luego de la recepción. Se vestirá en la pieza
de ellos; puede imaginar a su madre o a su hermana recostadas en la
cama observándola en el omento que levanta los brazos para quitarse el
vestido que ha preferido en un color más bien marfil por el natural
pudor que le produce el blanco, un color para las novias de antes, que
llegaban sin mácula al lecho nupcial.
..... Un galán que la macule, porqué no; que
llegue hasta ella sin olor a colonia sino a cigarro, los dedos
manchados de nicotina, y las uñas dela derecha un poco largas, algo
desagradable en un principio, antes de enterarse que es la mano que
debe rasguear la guitarra que él ha de traer hasta ella para
pulsar algún tema, luego de quitarle los zapatos y rascar la piel
detrás de la oreja; sentir en la oreja el sonido que hace aquella uña
manicurada, para luego decirle que se tienda sobre el sofá de la sala,
ahora que sus amigas están una de viaje y la otra en casa de sus
padres recuperándose de una hepatitis. Tiéndete.
..... El lino es la tela escogida para e traje
con que h de emprender el viaje inaugural de su vida de casada, del
que regresará al departamento escogido por los dos. El novio ha
recorrido las habitaciones el primer día; ha dicho aquí mi equipo de
música, acá la estantería para tus libros. Cómo la ha mirado esperando
su reconocimiento luego de aquellas palabras con las que tributa para
ella una ofrenda de amor. El espacio de ella, el espacio de él. Aquí
una gran planta de interior, acá una silla, cerca de la puerta de
corredera por la que se accede al balcón desde el que se ve la calle,
el paradero de los autobuses donde desciende un muchacho moreno con
una guitarra, el galán que mira hacia su balcón y comprueba la
espera, el reconocimiento de saberla imaginando, arriba del bus que la
lleva de regreso a la casa que abandona, que él le quita los zapatos,
que ella luego, descalza, se dirige a la cocina y le ofrece una
cerveza de una lata; no hay platito con vaso largo para la cerveza; el
galán está sentado sobre uno de los cojines de aquella casa que tuvo
sólo almohadones en el suelo para sentarse, algunos preservados pro
ella para poner en un extremo del sofá de brocato bajo sus pies y
tenderse descalza, nuevamente descalza a mirar sus pies, y pensar que
los de él, el galán con guitarra, son oscuros, que se ha quitado
también os zapatos y ha exhibido un calcetín con un agujero, detalle
que alienta la risa de los dos, perfectos orificios por os que los
dedos de sus pies se asoman al mundo con un aire de entristecida
rebeldía antes de abrazarse sobra la alfombra, de poner un pie sobre
el otro, el de ella, el de él, la gimnopedia que ellos inventan en
tanto ella le dice: galán, quiero que toques algo para mí.
..... ¿Te gusta?, ha preguntado el novio. ¿De
verdad te gusta? Y sí, cómo no va a gustarle aquella habitación de
grandes closets, los vanitorios de los baños, el de ellos en verde;
han escogido después las cortinas, un posapies, otra vez los pies, los
de ella, los del novio, desde entonces y para siempre el marido que
sale apurado de la ducha y la observa mientras se viste y pregunta por
qué no tira aquellas medias que tienen agujeros.
..... Un galán con guitarra y sin apuro. Te
pregunté por qué no tiras esas medias viejas. Difícil explciar que las
lleva puestas sin explicación alguna; le gusta el agujero a la altura
del dedo gordo, un orificio que le hacen sólo los mocasines café que
usaba antes, para ir al colegio, los de gamuza cuyos costados están
gastados. El galán ha tomado entre sus manos aquel zapato; es tan rara
su sonrisa, que ella piensa de pronto va a desaparecer, se va a hacer
humo, va a salir volando por la ventana de la habitación como un
globo; lo ve volar, al galán por encima de la cabeza hasta que
repara en que sigue ahí, pero ahora ha dejado el zapato junto a
él y acaricia sus pies con las dos manos, masajea sus talones bien
cuidados. Qué lindos pies tienes. Habla mal el galán, tienen una
acento imperfecto el desconocido a quien ella reconoce, cuando
aproxima su cara a la de ella, nuevamente como alguien que es muy
antiguo en su vida y cierra los ojos y entreabre los labios por los
que los dedos del galán se pasean largamente antes de decirle que no
la va a besar, que cantara primero para ella, pero que se quite las
medias porque quiere mirar las venas de sus piernas, la textura de su
piel, quiere saber si hay granitos en sus muslos, quiere conocer sus
rodillas. Y ella dice sí, y agrega que ella sí conoce las piernas de
él, sabe que son muy delgadas; sabe que hay un hueso fuera de lugar a
la altura de las rodillas, y un gran pedazo de piel, cerca de la
pantorrilla, sin vello, sabe que lleva ropa interior originalmente
blanca, y ambos coinciden en ese detalle, observando con asombro el
poder de adivinación de ella.
..... Ya
está cerca de la casa. Debe terminar de poner las cosas en sus
cajas. El novio aprobaría su meticulosidad para embalar asentirá con
la cabeza cuando a su regreso del viaje vaya en el auto por sus cosas,
cuando como el caballero que es le acomode sin su intervención en la
maleta de su automóvil verde botella antes de subir y tomar ubicación
frente al volante luego de abrir para ella la puerta y preguntarle qué
se vuelve a mirar y pensar, convencido de saberlo todo de ella, a qué
tanta nostalgia, qué se queda viendo en aquella calle si va a volver
todas las veces que quiera a visitar a sus amigas. La mano de ella
sobre la reja antes de cerrarla y recordar cómo se apoya el negro
aquella tarde, la cara del negro a las seis de la tarde cuando le
pregunta si está sola y ella dice sí, estoy sola, pero pasa,
entendiendo que invitarlo es una locura ya que se trata de un
desconocido aunque ella ya sabe algo, que desconocidos perfectos no
hay en el mundo, y que se trata, entonces, de un extraño más bien
imperfecto mientras ella no dé lugar al conocimiento de aquella
sonrisa de dientes tan blancos, quizá no demasiado. Es tan oscura la
piel del galán, que entra y tiene, entonces lo reconoce, un paso, un
caminar que podría confundirse con alguien de la raza negra, ¿no será
un negro de verdad?, lo que echa todo por tierra porque los negros
tocan saxo, tocan trompetas a cuya ejecución sudan copiosamente sobre
sus pieles de ébano.
..... Sí, ya voy,
le dirá al novio, y al entrar en el vehículo reconocer una vez más el
olor a desodorante que despide el arbolito colgado del espejo
retrovisor y recordar el propio aroma de su cuerpo entre las sábanas,
un olor ajeno en aquel ambiente, que sólo ha encontrado en su galán
con guitarra tal vez por el olor que despide a esa hora de la tarde,
al descender del autobús que la regresa del trabajo a la faena de
desarmar la vida de antes.
..... Y se
apoya en él al bajar. Su mano se posa con distracción en el pecho de
él, que está a la vista ya que los tres primeros botones de su camisa
están abiertos, y alcanza a tocar la forma del esternón, un hueso duro
con una pequeña saliente, suerte de virilidad que sus dedos rozan
antes de elevarse hacia él la mirada y comprender, comprender los dos
que al respirarse así, de esa manera han reconocido algo en ellos, y
que es ésa la razón por la que ella le dice, aunque esté sentada en el
sofá de brocato de su nuevo departamento, sí, puedes pasar, verdadero
ábrete sésamo de su memoria, agradecida memoria del deseo concebido
cuando pronuncia aquellas palabras arriba del autobús: un galán. El
galán que deja la guitarra sobre el suelo y la abraza para siempre.