Sonia González Valdenegro
 
 


GALÁN CON GUITARRA

 

Después de los preparativos finales y resueltos los temas de la iglesia, el vestido del cóctel que ofrecerán los padres a los invitados; luego, en fin, de que el novio toma el avión (Ella lo despide. Él y ella se besan, antes del ingreso a policía internacional), la novia regresa a la casa que debe deshabitar. Y empieza por descolgar los cuadros de las murallas que enseñan entonces la huella de su antigua presencia, los futuros fantasmas suyos en aquella habitación pronto desnuda, mañana morada de otra gente. Cavilosa, se va deteniendo en los detalles de ésa, su vida pasada, aunque aún sea hoy el momento en que abre el cajón de su escritorio donde encuentra  viejas pruebas de alumnos que aprendieron, guiados por la mano suya, el gran arte del silabario. Hay, en cada uno de sus gestos una demora premeditada, como si no quisiera concluir aquella faena o deseara prolongar una despedida necesaria para inaugurar entonces la existencia que ha escogido, por la que ha optado respecto de otras, ¿cuáles?, no importa. Con rigurosidad, con parsimonia calma, selecciona en una caja los libros, en las maletas la ropa, todo menos la cama, negociada ya con la sustituta que llegará a ocupar aquella habitación cuando ella se vaya, cuando entregue las llaves a las amigas con quienes compartió tantos días de juventud que sabe, presiente, comenzaran a quedar atrás.
..... Pero ya son las once y media y a las doce debe tomar el autobús, recorrer media ciudad para llegar al colegio, recibir a los niños a la entrada de la sala, ordenarles un poco de su atención antes de comenzar la clase y aclarar que durante un par de semanas su reemplazante los va a acompañar porque ella va a casarse. Y asumir entonces, ante ellos, la condición de novia que por algún motivo resulta un poco incomoda, sensación que no tiene que ver con el vestido, el ajuar en que han insistido sus padres para hacerlo todo como se debe, con la fiesta, el lugar de la recepción escogido por él. Todo eso, se dice.
..... Las cosas aquella jornada se presentan un poco difíciles. Hay una apoderada a la entrada de la sala; tiene a un niño cogido del brazo y la espera para reclamarle por una injusticia cometida al calificar su prueba de ciencias; un cuatro  a su hijo, le dice con ira, le consta que el niño sabe mucho más de los mamíferos de lo que ella cree; hay un libro en su casa, y el niño mira todos los documentales que pasan en la televisión así que está en presencia de una pequeña autoridad en zoología, una autoridad de siete años, que pronto va a cumplir ocho, ¿le queda claro? Se produce, también, durante el recreo, un pequeño incidente policial; alguien ha robado el sacapuntas con forma de botella de cocacola de una de las mellizas Salgado.
.... De manera que al volver, viene demasiado cargada de asuntos, y no ha querido pensar demasiado en e matrimonio y en la última prueba del vestido. Y es, luego de la segunda parada, que formula su deseo, invocando al hada madrina, y su deseo es un galán, uno que tenga guitarra, uno que cante con la voz de Sting o Guaraní, uno que le dedique alguna canción porque está cansada y, esa noche, ella lo sabe, el novio no va a llamar por teléfono porque estará en alguna reunión; a sido enfático, el novio no es hombre de sorpresas, en que la llamada primera se producirá a eso de las seis de la mañana, cuando él se levante en el hotel para dirigirse a la reunión. Y ella sabe cómo son esas conversaciones, la distancia de la voz al otro lado del teléfono el silencio incómodo de no poder decirle algunas cosas, como que aquella tarde ha deseado un galán con guitarra, que le cante, que le toque los pies, tal vez.
..... El trayecto es largo. Se ha ubicado junto a la ventana, y se suceden a su lado un par de mujeres, un muchacho de colegio cuya música estridente sobrepasa la intimidad de sus audífonos y le permite a ella el involuntario ingreso en la evasión personal del chico que a ratos entrecierra los ojos. Sí, un galán con guitarra, porque bien pensado, ella sabe, el novio tendrá una despedida que le darán los amigos de la empresa. Lo llevarán a algún lugar donde habrá mujeres. Tontearán. Él también. El novio no sabe, no quiere escapar a las exigencias sociales que imponen los grupos y las bárbaras costumbres de la época. Lo ve, sosteniendo alguna prenda de vestir arrojada por la chica desde arriba del escenario; el cuello de la camisa desabotonado, la corbata suelta, al vez en el bolsillo de la chaqueta, el cabello revuelto al que él solo, aprendizaje de la infancia, sabe domesticar con un poco de agua y fijador, lo ha visto tantas veces ordenarlo, las tardes que logran encontrarse en algún hotel de aquellos que él gusta, con asépticos sellos en el inodoro, bolsas para el cabello y toallas esponjosas, dobladas junto al lavamanos. Lo ha visto; se sabe el gesto con que pasa su mano por el cabello, antes de cepillarse  los dientes, ajustar la pulsera del reloj a la muñeca y  dirigirle alguna broma, un chiste a la pasada, de ésos que son parte del lenguaje de los dos, ése que conocen desde hace más de veinte años, cuando decidieron hacerse novios casi porque todo el mundo creía que ya lo eran.
..... Un galán con guitarra, que le toque los pies, que descubra, bajo sus mocasines el agujero de la media que esrangula el dedo gordo y acaricie aquel pedazo de piel.
..... Parte del ajuar es el traje de dos piezas, que su madre ha recomendado como lo mejor para el viaje de bodas al Caribe, afortunada hija, que la llevan al Caribe cuando ella, alguna vez apenas legó a Puerto Varas, que era también la tierra de donde había venido su padre. Un traje de dos piezas que según el programa se va a poner luego de la recepción. Se vestirá en la pieza de ellos; puede imaginar a su madre o a su hermana recostadas en la cama observándola en el omento que levanta los brazos para quitarse el vestido que ha preferido en un color más bien marfil por el natural pudor que le produce el blanco, un color para las novias de antes, que llegaban sin mácula al lecho nupcial.
..... Un galán que la macule, porqué no; que llegue hasta ella sin olor a colonia sino a cigarro, los dedos manchados de nicotina, y las uñas dela derecha un poco largas, algo desagradable en un principio, antes de enterarse que es la mano que debe rasguear la guitarra que él  ha de traer hasta ella para pulsar algún tema, luego de quitarle los zapatos y rascar la piel detrás de la oreja; sentir en la oreja el sonido que hace aquella uña manicurada, para luego decirle que se tienda sobre el sofá de la sala, ahora que sus amigas están una de viaje y la otra en casa de sus padres recuperándose de una hepatitis. Tiéndete.
..... El lino es la tela escogida para e traje con que h de emprender el viaje inaugural de su vida de casada, del que  regresará al departamento escogido por los dos. El novio ha recorrido las habitaciones el primer día; ha dicho aquí mi equipo de música, acá la estantería para tus libros. Cómo la ha mirado esperando su reconocimiento luego de aquellas palabras con las que tributa para ella una ofrenda de amor. El espacio de ella, el espacio de él. Aquí una gran planta de interior, acá una silla, cerca de la puerta de corredera por la que se accede al balcón desde el que se ve la calle, el paradero de los autobuses donde desciende un muchacho moreno con una  guitarra, el galán que mira hacia su balcón y comprueba la espera, el reconocimiento de saberla imaginando, arriba del bus que la lleva de regreso a la casa que abandona, que él le quita los zapatos, que ella luego, descalza, se dirige a la cocina y le ofrece una cerveza de una lata; no hay platito con vaso largo para la cerveza; el galán está sentado sobre uno de los cojines de aquella casa que tuvo sólo almohadones en el suelo para sentarse, algunos preservados pro ella para poner en un extremo del sofá de brocato bajo sus pies y tenderse descalza, nuevamente descalza a mirar sus pies, y pensar que los de él, el galán con guitarra, son oscuros, que se ha quitado también os zapatos y ha exhibido un calcetín con un agujero, detalle que alienta la risa de los dos, perfectos orificios por os que los dedos de sus pies se asoman al mundo con un aire de entristecida rebeldía antes de abrazarse sobra la alfombra, de poner un pie sobre el otro, el de ella, el de él, la gimnopedia que ellos inventan en tanto ella le dice: galán, quiero que toques algo para mí.
..... ¿Te gusta?, ha preguntado el novio. ¿De verdad te gusta? Y sí, cómo no va a gustarle aquella habitación de grandes closets, los vanitorios de los baños, el de ellos en verde; han escogido después las cortinas, un posapies, otra vez los pies, los de ella, los del novio, desde entonces y para siempre el marido que sale apurado de la ducha y la observa mientras se viste y pregunta por qué no tira aquellas medias que tienen agujeros.
..... Un galán con guitarra y sin apuro. Te pregunté por qué no tiras esas medias viejas. Difícil explciar que las lleva puestas sin explicación alguna; le gusta el agujero a la altura del dedo gordo, un orificio que le hacen sólo los mocasines café que usaba antes, para ir al colegio, los de gamuza cuyos costados están gastados. El galán ha tomado entre sus manos aquel zapato; es tan rara su sonrisa, que ella piensa de pronto va a desaparecer, se va a hacer humo, va a salir volando por la ventana de la habitación como un globo; lo ve volar, al galán por encima de la cabeza hasta que repara  en que sigue ahí, pero ahora ha dejado el zapato junto a él y acaricia sus pies con las dos manos, masajea sus talones bien cuidados. Qué lindos pies tienes. Habla mal el galán, tienen una acento imperfecto el desconocido a quien ella reconoce, cuando aproxima su cara a la de ella, nuevamente como alguien que es muy antiguo en su vida y cierra los ojos y entreabre los labios por los que los dedos del galán se pasean largamente antes de decirle que no la va a besar, que cantara primero para ella, pero que se quite las medias porque quiere mirar las venas de sus piernas, la textura de su piel, quiere saber si hay granitos en sus muslos, quiere conocer sus rodillas. Y ella dice sí, y agrega que ella sí conoce las piernas de él, sabe que son muy delgadas; sabe que hay un hueso fuera de lugar a la altura de las rodillas, y un gran pedazo de piel, cerca de la pantorrilla, sin vello, sabe que lleva ropa interior originalmente blanca, y ambos coinciden en ese detalle, observando con asombro el poder de adivinación de ella.
..... Ya está cerca de la casa. Debe terminar  de poner las cosas en sus cajas. El novio aprobaría su meticulosidad para embalar asentirá con la cabeza cuando a su regreso del viaje vaya en el auto por sus cosas, cuando como el caballero que es le acomode sin su intervención en la maleta de su automóvil verde botella antes de subir y tomar ubicación frente al volante luego de abrir para ella la puerta y preguntarle qué se vuelve a mirar y pensar, convencido de saberlo todo de ella, a qué tanta nostalgia, qué se queda viendo en aquella calle si va a volver todas las veces que quiera a visitar a sus amigas. La mano de ella sobre la reja antes de cerrarla y recordar cómo se apoya el negro aquella tarde, la cara del negro a las seis de la tarde cuando le pregunta si está sola y ella dice sí, estoy sola, pero pasa, entendiendo que invitarlo es una locura ya que se trata de un desconocido aunque ella ya sabe algo, que desconocidos perfectos no hay en el mundo, y que se trata, entonces, de un extraño más bien imperfecto mientras ella no dé lugar al conocimiento de aquella sonrisa de dientes tan blancos, quizá no demasiado. Es tan oscura la piel del galán, que entra y tiene, entonces lo reconoce, un paso, un caminar que podría confundirse con alguien de la raza negra, ¿no será un negro de verdad?, lo que echa todo por tierra porque los negros tocan saxo, tocan trompetas a cuya ejecución sudan copiosamente sobre sus pieles de ébano.
..... Sí, ya voy, le dirá al novio, y al entrar en el vehículo reconocer una vez más el olor a desodorante que despide el arbolito colgado del espejo retrovisor y recordar el propio aroma de su cuerpo entre las sábanas, un olor ajeno en aquel ambiente, que sólo ha encontrado en su galán con guitarra tal vez por el olor que despide a esa hora de la tarde, al descender del autobús que la regresa del trabajo a la faena de desarmar la vida de antes.
..... Y se apoya en él al bajar. Su mano se posa con distracción en el pecho de él, que está a la vista ya que los tres primeros botones de su camisa están abiertos, y alcanza a tocar la forma del esternón, un hueso duro con una pequeña saliente, suerte de virilidad que sus dedos rozan antes de elevarse hacia él la mirada y comprender, comprender los dos que al respirarse así, de esa manera han reconocido algo en ellos, y que es ésa la razón por la que ella le dice, aunque esté sentada en el sofá de brocato de su nuevo departamento, sí, puedes pasar, verdadero ábrete sésamo de su memoria, agradecida memoria del deseo concebido cuando pronuncia aquellas palabras arriba del autobús: un galán. El galán que deja la guitarra sobre el suelo y la abraza para siempre.



 

 

 
 

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