Gonzalo Rojas:
XXI por egipcio
Santiago,
LOM Ediciones, 2005, 54 p.
Por Leonardo Piña
Cabrera
[Emitido al aire en Programa BELLO
BARRIO, Radio Ciudadanía, 105.3.
Julio 27 de 2005, Universidad Bolivariana]
Resumida entrega del celebrado poeta chileno Gonzalo Rojas,
XXI por egipcio, de la democrática y accesible Colección
Libros del Ciudadano de LOM Ediciones, reúne en sus páginas
una contundente serie de poemas publicados, originalmente, en diferentes
momentos de su prolífica vida
escritural. XXI por egipcio, en este sentido, aunque ya sabido
registro por su repetición de otros, sigue sorprendiendo como
lo hicieran, en su oportunidad, los muchos textos que lo componen,
retornándonos, de la mano de su lectura, algo de la frescura
adolescente que a pesar de la evidencia calendaria, aún no
nos ha abandonado (afortunadamente).
“¿Qué se ama cuando se ama?”, “Del relámpago”,
“Carta del suicida”, “Efímero” o “Materia de testamento”,
por ejemplo, nos alumbran con sus letras, una a una, con el sabor
de las cosas que no perecen porque su fondo, el de ellas, y la sonoridad
de su forma, toca la esencia del mundo de las cosas, el mismo que
habitamos y también nos habita. ¿Cuántos de nosotros
no nos hemos sorprendido leyendo, cualquier tarde de invierno al pie
de un curso de agua que parecía llevarnos con su paso, alguno
de sus poemas, absortos, convencidos que la vida se nos iba y no se
nos iba, precisamente porque sus versos nos mostraban cómo,
aunque así lo pareciere, todo podría ser parte de un
plan, maestro o no, donde el dolor podía dejar de serlo, y
la belleza no necesariamente estaba donde se nos había enseñado,
o mal enseñado? ¿Cuántos de nosotros, de otra
manera, no vimos a dios, o al menos así lo creímos,
en los prestados ojos de alguna fémina, precisamente porque
la cadencia amorosa de Rojas nos lo repetía en los oídos
tal como nosotros, embelesados, hacíamos en los propios de
nuestra escurridiza escucha? ¿Cuántos de nosotros, como
él y sin su gracia claro está, nos hemos preguntado
por las dos lenguas de nuestra boca, las dos cabezas de nuestro cráneo
o los dos esqueletos de nuestra columna?
Profesor de castellano, miembro de la Generación del 38 y
desmarcado del Grupo La Mandrágora al que se le solía
emparentar, Gonzalo Rojas, el octogenario pero joven poeta laureado
con los más importantes premios del mundo de las letras, es
autor de una infinidad de libros, muchos de los cuales han sido traducidos
a varios idiomas, constituyéndose, de paso, en una de las voces
más originales y sonoras de nuestra larga y no angosta geografía
literaria. Sus materiales, el amor y el brío de lo erótico,
la muerte y su movimiento que también es vida, o lo concreto
y abstracto de todo lo que nos circunda, pasean por sus páginas
tanto o más como la musicalidad de su construcción,
aspecto central y desbordante en su poética.
Viejos en su factura pero renovados por su lectura nueva, como en
otras ocasiones, también esta vez quisiéramos terminar
estas palabras con las propias del poeta, quien, en 1977, en un ensordecedor
poema del libro Oscuro, se nos muestra, cual amante sorprendido
por el frenesí de una noche robada a lo prohibido, lleno de
preguntas cuyas respuestas, como tantas veces nos ocurre, no vienen
con la razón sino con su falta. De ésa y esta entrega,
venga entonces “El fornicio”, y venga también con su
lectura, la invitación a leerlo, de corrido o en pausa, pero
siempre con los abiertos ojos de la memoria, ese viaje nuestro, personal
e intransferible, que nos hace ser quienes somos, no más, pero
tampoco menos:
“Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones,
te turbulentamente besara,/ mi vergonzosa, en esos muslos/ de individua
blanca, tocara esos pies/ para otro vuelo más aire que ese
aire/ felino de tu fragancia, te dijera española/ mía,
francesa mía, inglesa, ragazza,/ nórdica boreal, espuma/
de la diáspora del Génesis, ¿qué más/
te dijera por dentro?/ ¿griega,/ mi egipcia, romana/ por el
mármol?/ ¿fenicia,/ cartaginesa, o loca, locamente andaluza/
en el arco de morir/ con todos los pétalos abiertos,/ tensa/
la cítara de Dios, en la danza/ del fornicio?// Te oyera aullar,/
te fuera mordiendo hasta las últimas/ amapolas, mi posesa,
te todavía/ enloqueciera allí, en el frescor/ ciego,
te nadara/ en la inmensidad/ insaciable de la lascivia,/ riera/ frenético
el frenesí con tus dientes, me/ arrebatara el opio de tu piel
hasta lo ebúrneo/ de otra pureza, oyera cantar a las esferas/
estallantes como Pitágoras,/ te lamiera,/ te olfateara como
el león/ a su leona,/ parara el sol,/ fálicamente mía,/
¡te amara!”.
Leonardo Piña Cabrera
Antropólogo
Académico Universidad Bolivariana