"¿Leer a Gonzalo Rojas? Parece que no vale la pena, ¿no?"
Es un abogado quien me lo dice. De joven leyó a Neruda hasta
que el humor de Parra lo cambió. Neruda le pareció grandilocuente.
Además, nunca le gustaron sus poemas políticos. Parra:
"¡Viva la cordillera de los Andes, muera la Cordillera
de la Costa"! repite entusiasmado. Es un poema antisocialista,
me dice como confesando un secreto. Después se fascinó
con Zurita, "un poeta matemático para el siglo XXI. Pero,
¿Rojas? Pura palabrería... ¿Por qué le
dieron el Cervantes?" Contesto: "Porque es un tremendo poeta."
"¿Lo dices en serio?" Se me viene a la mente un poema
político, le digo, "El Helicóptero". El levanta
una ceja, pero nos interrumpen y pasamos al comedor.
El helicóptero, no alcancé a decir, sobrevuela
las casas escrutando "hasta el polvo con sus antenas", una
"máquina sucia", "madre de los cuervos del puerto..."
delatores", "cóndor venenoso" en "este
asco de aire" que está "apestado por el zumbido del
miedo", y que hace "vivir así en la trampa... de
este tableteo de lata".
La poesía de Rojas es grande, debí decirle
y no alcancé. Tiene una sensualidad ronca, una belleza masculina:
"Mala suerte acostarse con fenicias..." Retrocede a la duodécima
centuria y "todo era blanco, las aves" incluso "el
océano, el amanecer era blanco". La fenicia le dice que
pertenece al templo, le dice "soy Templo"
...."No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa
complacencia."
Le ofrece 50 dólares y ella llora y pinta con rouge
y lágrimas en el espejo un pez:
"...Pez,
acuérdate del pez".
|
Entonces "empezó a bailar en la alfombra" su "rito
completo"; y "puso en el aire un disco de Babilonia"
y "le dio cuerda al catre" y "apagó las velas"
y ese catre era "un gramófono milenario" y entre
la música
"...palomas, de
repente aparecieron palomas.
Todo eso en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos
verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra, como
cuando la rifaron en Tiro entre
las otras lobas
del puerto..."
De pronto, el poeta cambia el tono, abandona bruscamente
la exaltación de sus imágenes y nos lleva a una conversación
llana y concreta. Rojas es un maestro para lograr estos súbitos
cambios de
ritmo: "Pero ahora, ay, hablando en prosa..."
Después la "besé áspero"
y la "lastimé" y me "besó en un exceso
de pétalos" y "nos manchamos gozosos... adentro en
la noche ronca".
El poema se llama "Quedeshím quedeshóth".
En fenicio, "cortesana del templo".
¿Cómo concluir un poema como éste?
Muchos buenos poetas —muchos buenos amantes— se caen en ese crucial
momento post.
Rojas acude al humor y se salva; ni Agustín de
Hipona,
"...que también fue liviano y pecador en África
hubiera hurtado por una noche
el cuerpo a la diáfana fenicia.
Yo pecador me confieso a
Dios".
Pero nada de esto alcancé a decir.