Manuel
Silva Acevedo y Antonio Cisneros
En
la línea de fuego de la poesía latinoamericana
Por
Grínor Rojo
Revista de Libros de El
Mercurio, Domingo 8 de julio de 2007
Un
autor chileno y otro peruano, ambos nacidos en 1942, comparten una experiencia
de vida que incluye el retorno a la fe y el desengolamiento del lenguaje poético.
Tengo
dos libros de poesía sobre mi mesa de trabajo, diferentes pero asociados:
uno es Campo de amarte, de nuestro Manuel Silva Acevedo; el otro,
Como un carbón prendido entre la niebla, una antología del
poeta peruano Antonio Cisneros, hecha (y ahí empiezan las asociaciones)
por Manuel Silva Acevedo.
Comienzo por este último: Campo de amarte
contiene su poesía de amor. Del amor como guerra o de la guerra del amor,
es lo que podría pensarse, si es que uno toma en serio el título
del libro. Sin embargo,
el espectro semántico es harto más extenso: es tentación
en "Primeras armas"; es derrotado anhelo de comunicación, en
"Todo lo triste es bello" y "Anja"; es declaración
insuperable, en "A la manera de Apollinaire"; es aislamiento de la pareja,
campana perfecta, en "En el fondo del mar"; es reconocimiento y apropiación
del cuerpo femenino, en "Cuerpo a cuerpo"; es posesión, muerte
e inclusive deseo de resurrección, en "Campo de amarte"; es sexo
duro, con mucho de decadentismo, en casi todos los poemas de la segunda parte:
"Piel con piel" y "Precipicio de labios", por ejemplo; y es
nuevo amor, amor maduro y homenaje, en "A la manera de Breton" (que
responde a "A la manera de Apollinaire"). Esto por decir lo menos. Agréguese
a ello una poética en la que el azote visual, repentino y vibrante es el
rasgo característico, y en la que la ironía y el sarcasmo van de
la mano con la ternura y hasta el sentimentalismo más hondos, y se tendrá
una idea aproximada de lo que este libro contiene.
En otra parte, yo argumenté
que Silva Acevedo es un poeta que viene de vuelta de la confianza en el poder
renovador de un centro metafísico primigenio y de la relación con
el oficio que en la literatura chilena y latinoamericana introdujeron los vates,
los "videntes", los "sacerdotes", los "magos", quienes
todavía embrujados por el canto de la sirena simbolista se enfrentaban
con las desdichas del mundo buscando una puerta de acceso a le Mystère,
l'Inconnnu o L'Idée. Pero a eso yo le oponía ahí mismo
una salvedad: que no es éste un sentimiento que reprima, en su escritura,
el deseo de la significación. No lo obliga a caer, como si ésa fuera
su única alternativa, en la práctica "desmitificadora",
la de la antipoesía, poesía conversacional, poesía de lo
cotidiano o cualquier otra de las mil y una jergas de la banalidad. El deseo de
significar sigue vivo en su programa, aunque puesto en jaque por un contrapeso
pesimista, dubitativo, irónico y autoirónico, que por lo menos en
principio no difiere demasiado del que otros poetas chilenos favorecen sobre todo
a partir de los años sesenta. Cualquiera puede ver que lo que yo subrayaba
entonces, en el pensamiento poético de Silva, era su resistencia a la sospecha
contemporánea de la muerte de la poesía.
Lo de Cisneros, quien,
como Silva, nació en 1942 (segunda asociación), cuenta como el chileno
con una producción que no es enorme pero sí poderosa y cuyo nombre
es, por lo tanto, una
inclusión necesaria en cualquier muestra que se haga de la poesía
actual de América Latina, es y no es distinto. De partida, ésta
es una antología amplia, que recorre la obra entera o casi entera del autor,
al menos diez libros, entre Destierro, de 1961, y Un crucero a las Islas
Galápagos (Nuevos cantos marianos), de 2005. En segundo lugar,
la antología recoge un trabajo de más de cuarenta años, lo
que a nosotros nos permite perseguir continuidades y marcar diferencias: desde
el desarraigo (y la pérdida) infantil de Destierro a la preocupación
por la historia y la prehistoria de su país en Comentarios Reales,
al entusiamo revolucionario de Canto ceremonial contra un oso hormiguero,
al amour fou y del otro en esa misma época y, después, al
entibiamiento político de Como higuera en un campo de golf y al
catolicismo de los "cantos marianos", en los noventa y dos mil. Todo
ello dentro del discurso de un poeta cosmopolita, viajero inteligente y culto
como no hay muchos más en América Latina.
¿Qué
permanece al cabo?, me pregunto. Una experiencia de vida, paradigmática
en tanto es en buena medida la experiencia de una generación, y en la que
el antologador chileno de Cisneros, Manuel Silva, participa (tercera asociación).
Además, una experiencia que después de avatares numerosos desemboca
en un retorno a la fe (cuarta asociación). Pero también hay que
mencionar el propósito compartido de desengolamiento del lenguaje poético
(quinta asociación), que a Silva le llega desde Parra y Lihn y a Cisneros
desde una familiaridad de primera mano con la poesía angloamericana, de
Donne a Pound, a Eliot a Lowell. El resultado es en el peruano una poesía
desnuda, limpia, con importantes componentes narrativos, y que deja en descubierto
su convicción de que existe en efecto una poética de la prosa, que
el prosaísmo no es necesariamente un sinónimo de la trivialización.
Valéry creía que el poema tenía su propio lenguaje. Jakobson,
que el lenguaje del poema era el lenguaje de todos, pero al que el poeta era capaz
de hallarle un potencial extra de significación. Con un verbo directo,
sin aspavientos metafóricos, la poesía de Cisneros confirma el sabio
dictamen de Jakobson.
Grandes poetas estos dos: uno chileno y uno peruano,
ambos en la línea de fuego de la literatura de sus países respectivos
y de América Latina en general.
COMO
UN CARBÓN PRENDIDO ENTRE LA NIEBLA
Antonio Cisneros
Lom, Santiago,
2007, 167 páginas,
CAMPO DE
AMARTE
Manuel Silva Acevedo
Cuarto Propio, Santiago, 2006, 68 páginas.