Octavio Vinces, escritor:
“En mi propia existencia he experimentado la escisión que implica el desarraigo y eso marca mi forma de ser y también mi escritura”
Por Gabriel Ruiz-Ortega
Octavio Vinces (Lima, 1968) es autor de la novela “Las fugas paralelas”, la cual ganó a finales de 2003 el premio Alfaguara – UNAM convocado en México. En ella se nota el sustento real que debe tener toda muestra del género literario más libre: la concepción de la fisonomía de los personajes. Pues bien, son sus personajes que nos llevan por senderos de voces premunidos de nostalgia, desazón y esperanza. Sobre esta interesante novela, conversé con su autor.
- Ante todo, “Las fugas paralelas” es una novela de personajes. En ella notamos que no hay un argumento definido en lo que respecta a una estructura clásica de novela.
- “Las fugas paralelas” fue la culminación del deseo de escribir y publicar una novela, proyecto que siempre estuvo presente en mi vida pero que por múltiples razones fue largamente postergado. Su escritura fue un acto espontáneo y, al mismo tiempo, algo desesperado. Desde el momento en que inicié su escritura hasta la fecha en que envíe el manuscrito definitivo a Alfaguara en México, pasaron apenas siete meses. Inicialmente me había propuesto escribir una novela con un único narrador (este iba a ser Mauricio), sin embargo rápidamente –casi sin percatarme de ello- me di con el hecho de que otros personajes también reclamaban un espacio para exponer un punto de vista que podía confirmar o desmentir lo que otros narradores habían expuesto. Así nacieron los personajes-narradores de Sebastián, el Che, Amalia, Begoña...
- Claro, ese “espacio” de los personajes como que termina imponiéndose.
- Finalmente la novela quedó como una especie de narración “abierta” que no proponía un desenlace ni aportaba respuestas posibles a las preguntas que se habían planteado a lo largo de su desarrollo. En ese sentido, me gusta pensar en “Las fugas paralelas” como una novela en la que sus propios personajes muestran cortes transversales de sus propias experiencias e inquietudes. Esto quizá explique una cierta oralidad en el estilo narrativo, que siento menos presente en mis trabajos posteriores.
- Los personajes de “Las fugas paralelas” han vivido los años del terrorismo, y no pocos parecen estar tras la búsqueda o recuperación de determinados hechos que, voluntaria o involuntariamente, les permita una especie de exorcismo existencial.
- Efectivamente, los personajes reflexionan en un tiempo presente sobre situaciones del pasado. Hay quizá en todos ellos un elemento de desarraigo bastante significativo que se traduce incluso en su modo de expresarse, en los modismos y tonos de su lenguaje. Recuerdo que una vez alguien me comentó que un personaje como Mauricio podía usar la palabra “camarero” para referirse a un “mozo”, y no sonar artificioso precisamente por el hecho de ser un limeño que había vivido la mayor parte de su vida fuera de su tierra. Mauricio busca recuperar parte de ese pasado del que huyó en un momento de su vida. Retoma el contacto con un viejo amor, al tiempo que rememora a su esposa muerta. Además busca conocer una verdad que le había sido velada respecto de su único hermano, y por eso se propone reunirse con quien fue pareja de éste. Igualmente los personajes más jóvenes –Sebastián, el Ché, Chato Cabezón- huyen por razones diversas de Lima –de la Residencial San Felipe, que es una especie de entorno simbólico que informa a toda la novela-, y conforme pasan los años pueden repensar sus experiencias y su pasado, exorcizarlo, dialogar con sus propios fantasmas. Pero además está el personaje de Incendio, quien parece obstinadamente empeñado en quedarse y no salir, y ve con recelo a aquellos que tomaron la decisión de hacerlo. Es precisamente en torno a la figura de Incendio y de su supuesto diario el eje sobre el cual traté de estructurar la novela.
- En “Las fugas paralelas “ hay un evidente carácter cosmopolita sustentado en la nostalgia de algunos personajes que, como señalas, se han visto obligados a “escapar”.
- Tal vez esto esté relacionado mi propia experiencia vital, pues la mayor parte de mi vida me ha tocado ser extranjero. En realidad el costo del desarraigo es muy profundo y la ilusión del regreso suele ser una esperanza vana. Es posible entonces llegar a la conclusión de que la condición de extranjero no es algo accidental, sino que se transforma en una situación permanente que uno arrastra aunque vuelva a vivir en la tierra de origen. Se asumen demasiadas cosas de los lugares donde se ha vivido, y entonces la visión de lo que nos es propio nunca deja de estar contaminada por esa experiencia. Uno se da cuenta de que inevitablemente las interpretaciones y sensaciones frente a lo vivido, las respuestas y también las preguntas –aquello que se llama idiosincrasia, en definitiva- no pueden ser la mismas.
- ¿Cómo desarrollaste la selección de los personajes?
- La novela se sustenta en cinco de ellos, principalmente. Para mí era importante poner sobre el tapete la problemática de una ruptura generacional, manifestada en la incredulidad y el nihilismo que caracteriza a un grupo de jóvenes y en el fracaso del proyecto político de sus mayores.
- Y saliéndonos un toque de la novela, ¿cómo describirías a la generación de jóvenes de los ochenta?
- Pienso que es muy difícil hablar de una generación cuando han transcurrido pocos años y no se ha tomado la suficiente distancia. Sin embargo tal vez sea posible referirse a algunos rasgos que parecen bastante notorios: el mundo cambió, los proyectos ideológicos emparentados con una visión totalizadora del mundo naufragaron, las migraciones se hicieron más frecuentes, el intercambio de información más abierto. Esto invita a pensar en una generación más abierta al mundo, más propensa a las mezclas y al mestizaje. Pienso por ejemplo en lo que está pasando en ciertas literaturas —especialmente la inglesa y la norteamericana—, donde los elementos foráneos aportan frescura y novedad a lo que parecía anquilosado, donde el mestizaje se evidencia no sólo en los nombres de muchos de sus autores, sino también en las temáticas y los estilos. Pero también en una obra como la de Roberto Bolaño, donde existe un diálogo —no siempre pacífico— entre los diversos componentes de la cultura hispanoamericana, y de ésta con el resto del mundo.
- Uno de los pasajes que reflejan la violencia de los años retratados en tu novela es el que da cuenta de la bomba de Tarata, ¿fue una experiencia personal?
- Estaba viviendo en Venezuela cuando sucedió lo de Tarata. Una persona conocida —concretamente una compañera de clases de la Universidad Católica— murió en el atentado junto con parte de su familia. No tenía una relación muy cercana con ella, lo cual no impidió que lo sucedido me afectara sobremanera. El episodio de Tarata es muy triste, y además ha adquirido en el imaginario colectivo significados bastante concretos —quizá nunca antes un sector de la población de Lima había sido testigo de la violencia de una forma tan directa—, por lo que es un tema en el que no me gustaría ahondar demasiado.
- No puedo dejar de decirte que en cada página hay un fuerte sentimiento de desazón.
- Mi propia existencia he experimentado la escisión que implica el desarraigo y eso marca mi forma de ser y también mi escritura. Creo que la nostalgia es un sentimiento irrenunciable para quienes dejan su hogar, su ciudad, lo que les propio y familiar. Pero por otro lado, no pienso que “Las fugas paralelas” sea una novela pesimista, al final los protagonistas encuentran su lugar, o están en vías de hacerlo, dialogan con su pasado y tratan de aceptarlo o entenderlo. Y además está la amistad como un bálsamo en medio de las frustraciones y los disgustos de la vida cotidiana.
- Como hay un tono muy intimista, como que es posible notar un influjo de las novelas epistolares, del diario.
- Como diría Borges, uno debería enorgullecerse de lo que ha leído más que de lo que ha escrito. Quiero pensar las lecturas que me han emocionado y conmovido, no dejan de manifestarse en mi escritura, aunque sea de una manera inconsciente. La lista de autores de los que soy tributario sería muy larga. No quisiera dejar de mencionar a algunos: Marcel Proust, Kenzaburo Oe, Roberto Bolaño.
- Uno de los puntos de que resaltan en tu novela es la fusión no forzada de referentes, digamos, cultos, con referentes de la cultura popular.
- Quizá no sea posible a estas alturas formular una división creíble de lo culto y lo popular. Nuestra generación está demasiado marcada por manifestaciones artísticas que apelan, por igual, a ambos conceptos. El cine quizá sea el ejemplo por excelencia. Dudo que alguien pueda seriamente delimitar las obras de Hitchcock al ámbito de lo popular o de lo culto. Y lo mismo pasaría con las obras de John Ford, Orson Welles o Woody Allen. Hoy en día tal vez no sea desmedido afirmar que para un escritor tienen tanto peso las películas que ha visto como los libros que ha leído.
- En la contratapa de tu novela leo que tienes un poemario inédito, “La distancia”. ¿Piensas publicarlo?
- Sí, en algún momento lo publicaré. Edmundo Paz Soldán tuvo la generosidad de hacer una nota que irá en la contratapa. He colocado, además, algunos de los poemas que forman parte de él en mi blog.
- También acabo de leer tu novela inédita “La circunferencia inconclusa”, a grandes rasgos, ¿de qué va?
- “La circunferencia inconclusa” es una novela sobre el desarraigo, el desamor, la traición, enmarcada en el proceso de inmigración y en las claves del mundo corporativo. Como ves, mi experiencia trashumante no deja de estar presente en lo que escribo. La escribí en Caracas, Ciudad de México y Lima. Saldrá publicada el próximo año, lo cual me tiene muy contento.