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“Labios Ardientes”
Emilio Ramón (Santiago, 1984) Santiago-Ander Ediciones, 2016. 118 Páginas.

Por Gonzalo Schwenke



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Labios Ardientes (2016), la opera prima de Emilio Ramón (1984), es una novela basada en abismos y superioridad moral desde lo degradado y que en su estructura tradicional destaca por la minimización de recursos de estilo.

En las primeras páginas, el autor deja entrever cómo vendrá el nudo y el lector se cuestiona si hacia el final de la novela el protagonista logrará salir del abismo en el que ha sumido su cotidiano. Nada nuevo bajo el sol. En adelante, serán incontables las exhibiciones hedónicas del narrador. Éstas serán presentadas con igual relieve al mérito de ser un estudiante destacado durante la educación media que está preparado para las exigencias de la vida universitaria y las obligaciones económicas que se imponen para estudiar dirección de cine y televisión.

Pablo Tapia emigra a la capital con el fin de convertirse en cineasta, pero al poco tiempo debe congelar la carrera debido a las estrecheces económicas. Empieza a buscar empleo y encuentra uno como cuidador de un cine porno. En tal situación y a diferencia de la mayoría de los escritores de Santiago, el protagonista observa una ciudad donde lo que resalta es la pobreza y la marginación social, lejos —incluso— de la preemergencia ambiental y de la maquinaria trabajadora que recorre las calles durante el día. De esta manera se configura un entorno de degradación social: “Y caminar por el centro de noche es un espectáculo digno de ver. Santiago parece otra ciudad, como si las alcantarillas se tragaran al ciudadano diurno de traje y corbata y vomitara a las putas, a los locos y a los angustiados, a los vagabundos y a los deformes.” (10)

En aquel cine, el administrador del local, don Marcelo, apodado “el Gorila”, quien representa la decadencia de su negocio, le solicita a sus empleados hacer turnos dobles. Esto significa no sólo operar el local sino también satisfacer sexualmente a su mujer Gloria, una exprostituta ninfómana que su marido complace en todos sus caprichos.

El argumento de la obra coincide con la aparición de Natalia, una clienta habitual que llega a reemplazar al recién fallecido Claudio González (cortador de boletos y amante de las pistolas), muerto por propia mano. Esta circunstancia provocará que Natalia participe con una inesperada preponderancia en la vida y en el departamento de Pablo, revelando su cotidiano y su forma de ver la vida, donde ninguna relación humana debe tener importancia sino sacar el máximo provecho de las personas: “me doy cuenta de que todo el rollo del velorio no es por la comida o el vino, sino para conocer a paltones con una buena billetera y llevárselos a la cama.” (51)  

Pablo Tapia es un perdedor y un misógino irremediable con delirios de grandeza. Su odio hacia las mujeres —basado en el permanente recuerdo de los reproches de su expolola durante la universidad—lo utiliza como motor para demostrar que él ha avanzado en la vida y ha logrado algo. De igual manera, apela a la creencia de la superioridad de género, es decir, la mujer como ser inferior; mucho más si la categoría de mujer subyace en una trabajadora sexual: “Intento pensar en otra cosa, pero no puedo, y se me viene a la cabeza la idea de la venganza, de hacer algo que la haga sentir más abajo que yo, algo que la avergüence.” (82) Sin embargo, continúa en el mismo sitio, estancado, sin ánimos de salir. Es más, regularmente piensa que su única salida es el suicidio. Igualmente, reparará en su amistad con Natalia, pero pese a que le genera más problemas que amores, asume que le conviene que ella transite por su departamento para convencerse a sí mismo de que ha avanzado en la vida, aun cuando su situación haya pasado de la soledad y la desdicha a una amistad por conveniencia no sexual: “Y la prefiero cerca. Cerca y a la vez absolutamente inalcanzable y dejándome caer a la mierda una vez más. Como la vida misma.” (53)

En resumen, la narración busca recurrentemente plasmar la superioridad de un sujeto sobre otro, de lamerse las heridas de un pasado que no se puede subsanar. Esta moralina pechoña, miserable, de confort, nunca en riesgo, escurridiza y conservadora, es la misma que revela una trama floja, sin saltos temporales, y una escritura de primero medio. Si la obra es la visión de mundo de un autor que exhibe una sociedad machista y pueril, me quiero bajar del vagón.


 

 

 

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Emilio Ramón (Santiago, 1984) Santiago-Ander Ediciones, 2016. 118 Páginas.
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