ÑAUPARI:
POESÍA EN DOBLE LLAMA
Prólogo
a "Rosa de los vientos", Poesía de Héctor Ñaupari
Víctor
Coral
1
Visto desde ahora -un
tiempo trágico y demasiado politizado- puede parecer extraño el
hecho de que poesía y erotismo hayan estado íntimamente ligados
prácticamente desde los inicios de la cultura, tanto en Oriente como en
Occidente.
Basta recurrir a la Biblia, cuyo Cantar de los Cantares
ha sido visto por muchos estudiosos como el summun de la poesía
erótica, o remontarse a la poeta griega Safo de Lesbos, cuyos versos que
seducen y ensalzan el amor homosexual y el ansia por el cuerpo amado todavía
permanecen como hitos dentro de la poesía erótica:
"Se
oprime en mi pecho el corazón
de solo mirarte, ni mi voz encuentra
salida
desde el fondo de mi cuello,
y calla mi lengua quebrada.
Raudo
fluye todo, fuego sutil
de mi cuerpo: mis ojos desbocados
sin rumbo vagan,
mis oídos
truenan en horrísono zumbido.
De
sudor gélido me cubro toda:
como marchita hierba reseca quedo,
y
ya sin fuerzas, sin aliento,
yazgo como muerta en el lecho".
En
Oriente la cosa no fue para nada distinta. La poesía erótica ha
sido cultivada desde muy antiguo en Arabia, Persia y la India (ya no hablemos
de China) y de hecho ha influenciado tanto nuestra concepción del amor
como los símbolos con que señalamos al amado
o amada.
Con algunos momentos de distensión semejantes a aquellos
de la sesión amorosa, la presencia del erotismo ha permanecido y trascendido
tiempos y guerras, para llegar a un punto laxo, de quiebre, en nuestros tiempos.
En
su clásico ensayo La llama doble (1),
Paz desarrolla dos figuras claves del erotismo occidental: el religioso solitario
y el libertino. Escuchemos: "emblemas opuestos pero unidos en el mismo movimiento:
ambos niegan a la reproducción y son tentativas de salvación o de
liberación personal frente a un mundo caído, perverso, incoherente
o irreal".
En Oriente, por ejemplo, hay casos en que libertinaje y
ascetismo están imbricados en un mismo texto, y aparecen como indesligables
y no contradictorios como podría parecer prima face.
Un ejemplo
de ello es el Gita Govinda, poema escrito en lengua sánscrita por
el poeta Jayaveda, donde se ensalzan los amoríos del dios Krsna con Radha,
una pastora de vacas. Allí el sentido religioso es inseparable del sentido
erótico, y hasta diríamos que ambos se apoyan mutuamente: son dos
aspectos de una misma realidad consubstancial y compleja.
Prosigue Paz:
"En la figura opuesta, la del libertino, no hay unión entre religión
y erotismo; al contrario, hay oposición neta y clara: el libertino afirma
el placer como único fin frente a cualquier otro valor." Su mundo
es el del "sacrilegio, la blasfemia y la profanación", en general,
el de la negación de lo trascendente.
Pero hay en esa negación
una afirmación implícita: hay que creer mucho en la existencia de
Dios para enfrentarse a él pecho abierto, como lo hicieran Sade y Baudelaire.
Como afirma Paz: "podría decirse también que el libertinaje
es una religión al revés"(2).
Ahora
bien, el devenir de la poesía occidental, desde la Edad Media de los Goliardos
y el amor cortés hasta las postrimerías del siglo veinte -con un
desconocido intermedio de poesía "pornográfica" en pleno
Siglo de las Luces- se ha circunscrito casi exclusivamente a la poesía
erótica liberal (llamémosla así para evitar la semántica
negativa del término "libertino").
En ella el canto a
la amada o al amado desde una perspectiva sexual y hasta procaz se impuso a medida
que la sociedad moderna fue abandonando esos principios y valores que el asceta
afirma con su práctica y que el libertino niega con la suya. Es por ello,
en parte, que en estos tiempos no hay santos ni sabios religiosos visibles(3).
La poesía del fundador de Neón, Héctor Ñaupari,
se inscribe sin ambages en la perspectiva del poeta liberal.
2
El
tema erótico clásico en poesía, no es más que un movimiento
de variaciones y hallazgos parciales. El encuentro de dos cuerpos cuando se aman,
las formas que estos adquieren, las sensaciones que los amantes tienen y los elementos
utilizados para metaforizar el encuentro han sido fijados en nuestra cultura desde
muy antiguo, e incluso se han incorporado a las respectivas lenguas occidentales.
Ñaupari
parece consciente de estos parámetros. Ha elegido la rosa de los vientos
como un símbolo señero de su amada y la ha comparado con provecho
en versos que citaré sin desgano:
"Soy
en ti apenas un vahído, un rayo de sol que intenta tímidamente derretirte,
y transformarte en agua lívida,
amor
líquido
ávido que se agita desde las montañas
y
no cede, sino que cae y cae y cae
hasta
llegar al río cuyo cauce soy yo una vez más cariño mío
y en mi furia que te azota y te ahoga
te abandonas,
apenas
arropada por los gemidos que corren desde tu boca hacia la mía
como
cuando estamos en el amor
y
en el amor somos otra vez uno,
uno como
el sol que se hace del mar elevando su temperatura para crear las nubes,
esas
nubes eres tú, a veces cúmulos y a veces cirros
y
yo soy el cielo libre azul que trémulo te sostiene siempre
como
ahora te sostengo al borde de la cama ...............................
..................y
elevo tus piernas para poseerte
lamo
tus rodillas tu entrepierna tus muslos
aprieto
suavemente los tendones de tus pies
y
tú te electrizas, eres una lluvia con relámpagos que cae sobre mi
cuerpo
y yo soy la tierra
fértil amor mío
crecen
la hierba y los árboles y los pájaros y los gatos salvajes que te
ven con ojos lánguidos caer, caer, caer,
caes
como una muñeca de porcelana entre las sábanas de la niña
que eres tú una vez más, amor,
caes
como tus propios pechos sobre el mío,
tus
piernas devorando mis pulmones
te amo
tanto cuando quieres absorberme totalmente...".
Versos
inflamados, sinceros, versos que se atienen a una tradición de lírica
amorosa y sensual prístina,
pero que sin embargo se dan espacio para un aporte singular y como oculto: el
poeta-amante se compara con la tierra fértil, mientras que la amada es
la lluvia que fecundará esa tierra.
Maravillosa inversión
de los papeles tradicionales que nos avisa de una posición ideológica
abierta y sana a favor de una valorización de la mujer distinta al machismo
predominante (y a su versión intelectual, travestida y equívoca,
encarnada en cierto feminismo rabioso y "ferial").
Ñaupari
ha intentado con este libro algo que durante los dos últimos decenios pocos
han imaginado siquiera: elaborar íntegramente un poemario erótico,
congruente y medido, tanto en las figuras literarias utilizadas -cuyo exceso "gozamos"
en su primer libro- como en el planteamiento y radio de acción de cada
uno de los poemas.
(Como sabemos, la poesía peruana desde los años
sesenta, por la influencia de Eliot y Pound, terminó de abandonar la temática
amoroso-erótica para asumir asuntos supuestamente más profundos
-el tiempo, la existencia, lo social).
Los poemas simulan eslabones de una
cadena que nos lleva desde el placer intelectivo del cuerpo amado hasta el desbocamiento
sofrenado de las sensaciones, las emociones íntimas y el "buen amor",
en versos nítidamente apreciables:
"Nuestro
buen amor
ha sido un perfecto salto
al vacío.
Ah tus caderas vibrantes
tensadas entre mi cuerpo como el miedo intuitivo de un acróbata ciego.
Este largo amor nos mantuvo despiertos
como una espera que no da tregua alguna
semejante a un soneto que repica y
refulge al mismo tiempo
y que cedió
sus pausas a los puntos suspensivos
que
sueltan los cabellos de tu imaginación.
Nuestro
buen amor
tiene el sabor de la piel
recién lavada.
Ahora te miro
con ese mismo asombro antiguo del que escribió el poeta.
No
te recuerdo como hace unos instantes, en esta misma alcoba donde en su hora más
umbría,
te presentabas ante
mí más nítida que un mediodía de enero
y
donde impacientes y urgidos nos acometíamos tensos y sobrecogidos como
dos duelistas,
sin más motivos
que esta impaciencia por tocarnos,
sin
más armas que
nuestra piel sudorosa y febril...".
Si
al leer estos versos, el lector percibe un sabor (un saber) a ya visto, a tema
(re)conocido, esto no es más que una característica moderna de la
poesía erótica-amorosa. Son viejos temas, ancianos tópicos
que se renuevan gracias al sentir particular de cada ser, de cada forma de asumir
la mimesis del encuentro de los cuerpos. Y Ñaupari ha acertado muchas veces
en la renovación de estos temas clásicos en su Rosa de los vientos.
En su poema "Amor en música", un verdadero grande de la
lírica amorosa, Luis Cernuda, define en un sobrio cuarteto el tema erótico-amoroso
en poesía:
"Aunque
el tema sea el mismo,
cada amor tiene su aire,
que con tantas variaciones
difiere
y a nuevo sabe".
Ñaupari
parece haber estudiado, como un obsedido, una y otra vez esta enseñanza.
De otra forma no podríamos explicarnos el éxito -para hablar en
términos profanos- que ha logrado al escribir el mejor poemario erótico-amoroso
de las dos últimas décadas en el Perú. Y todo "con ese
mismo asombro antiguo del que escribió el poeta".
El
poeta, ese libertino cuya religión es la poesía. O ese religioso
cuya deidad es la palabra, y cuyo ritual es la escritura y la consumación
del amor en el tálamo real y en el de lo imaginario. Allí donde
moran la rosa de los vientos y los rosales de una regeneración intemporal
más allá y más acá de los cuerpos.
Víctor
Coral ............
Chaclacayo,
a 4 de junio de 2006. ...........
(1) Paz, Octavio. La llama doble, amor y erotismo.
Seix Barral, 1993.
(2) Op. Cit.. pp. 22-24.
(3) No me referiré, por un último resabio
de respeto, al Dalai Lama y sus conferencias pagadas.