Sobre
la lectura del Chile Poesía en el Huáscar
Por
Harold Alva
Chile, sin duda, tiene,
junto a Perú, una de las más ricas tradiciones literarias, no sorprende
por eso que un promotor cultural como José María Memet organice
el Festival Chile Poesía; este año, el invitado especial es Perú,
y son una treintena de poetas los que asistirán a este importantísimo
evento. Hasta aquí todo se lee bien, bacán, digno de emular tamaña
iniciativa, pero complicadísimo anhelo frente a la inercia de una política
cultural casi inexistente en nuestro país.
Mi aplauso por ello
a la realización de este tipo de festivales o encuentros, lo grave, al
menos para mí lo es, es sujetarse de la poesía para con todo el
desatino del mundo se pretenda hacer leer a nuestros poetas sobre el Monitor Huáscar,
y más grave aún que nuestros poetas acepten tamaño despropósito.
No soy nacionalista, ni pretendo pecar de antichileno, Memet al fin, no es la
cara de Chile, pero sí califico como un insulto realizar una lectura sobre
el Huáscar, emblema de peruanidad para nosotros y reliquia de guerra para
Chile.
Soy muy amigo de varios poetas chilenos, estuve en un encuentro
de poetas jóvenes el año pasado en Santiago, y he aprendido a querer
a Chile, a admirar sus ideales progresistas, a respetar a ese pueblo que sobrevivió
a una de las dictaduras más crueles de Latinoamérica, a ese valor
para recuperarse e intentar sanar sus heridas, sin embargo no puedo aplaudir esta
especie de escupitajo a nuestra historia nacional al invitar a nuestros poetas
a leer sobre el Huáscar.
Nuestro Monitor que significa para la historia
chilena una reliquia de guerra, que lo han convertido en museo, esa especie de
marinero herido, de prisionero, no lo imagino soportando los versos de sus propios
poetas, siento como si se tratara de un Cristo al que le danzan los cuerpos clavándose
en las espinas de su corona, hundiéndole las espinas de su corona, y espero
equivocarme, no quiero pensar en esto como una provocación, como un acto
efectista para un estallido mediático, sobretodo ahora que desacertadamente
su televisión emitirá una serie reviviendo aquellos episodios.
Intuyo
que las jóvenes generaciones del sur han recibido otra historia, como en
Ecuador y los mapas inexactos, o cómo en cualquier país que pretende
borrar las marcas que no puede exhibir con orgullo, y no pretendo ser provocador
ni menos con esto zanjar alguna distancia con poetas que quiero, pero ¿leer
sobre el Huáscar? Pienso en esa lectura y no puedo retirar de mi cabeza
la imagen de nuestra biblioteca incendiada, de los libros que el ejército
saqueó para Chile, no puedo dejar de pensar en Arica, en Tarapacá,
del repaso a nuestros soldados en el Morro, en las pampas de San Juan (a diferencia
de Grau que no solo rescató a los vencidos de La Esmeralda sino que le
remitió, como corresponde a todo buen soldado, las prendas y la espada
a la viuda de Prat). O sea está bien la poesía, el encuentro entre
dos naciones hermanas, los brindis (que los habrán), el agasajo, el pretexto
para una vez más reconocer la alta factura de los poetas de Chile, pero
estoy convencido que no era necesario esa lectura. No allí.
Y no
me vengan a decir que es un acto simbólico ¿símbolo de qué?
Basta de demagogia. De fingir una diplomacia que no funciona en los poetas. Por
eso aún reservo mi fe por lo que dirán sobre ese herido, Miguel
Angel Zapata, Rodolfo Hinostroza o Doris Moromisato, poetas a quienes he aprendido
a respetar por su consecuencia con la historia (leer allí no nos exorcisa
de nada), ojalá y sus palabras no sean esas flores a las que el caricaturista
Heduardo, irónicamente, afirmó que sólo faltaba que lanzaran
sobre ese mar ajeno.
Si el promotor cultural José María
Memet cree que así nos hermana, se equivoca rotundamente. Los poetas somos
otra raza.