La pieza poética de Óscar Hahn:
¿práctica de una
estética (post)moderna?
Malva Marina Vásquez
La obra del poeta
chileno Óscar Hahn opera un continuo juego de desplazamientos en
relación a su posible filiación a una estética moderna o postmoderna.
Este rasgo se evidencia en la multifacética y copiosa crítica de que ha
sido objeto su poesía. El rastreo tanto del imaginario poético del autor
como de los procesos de textualización que inciden en este fenómeno
estético es el pretexto de nuestra actual reflexión.
En una lectura
panorámica de la producción hahniana el rasgo postmodemo más acusado es
el desplazamiento de la figura del autor hacia su borramiento o
autotachadura. En su poesía la figura del «autor» se desdibuja ya que el
trazado escritural recrea los grandes imaginarios epocales como
productos ya cristalizados de la producción simbólica. De este modo, la
marca registrada de los derechos de autor (individual o grupal) con
respecto a la propiedad intelectual que encarnan en la figura máxima del
manifiesto vanguardista se socavan mediante la autotachadura del
carácter aurático del rol del poeta.
Las confesiones
públicas hahnianas desacralizan «el mito de la originalidad» creativa
que respalda el pretendido carácter fundacional de las vanguardias. Así,
frente a la «ideología del cambio» como movimiento progresista y
rupturista de paradigmas y convenciones artísticas precedentes, su
autoposicionamiento escritural está animado por la voluntad de
inscribirse en una línea de continuidad con la tradición
literaria.
GENEALOGÍA
ESCRITURAL
Pero esta búsqueda
poética no se asume en la investidura de un cosmopolitismo escritural,
sino a través de un diálogo con los orígenes, situándose el escritor
como deudor de la gran tradición hispánica; la del Siglo de Oro y la del
barroco español. Parte así, reconociendo el hecho de que como
latinoamericanos nuestro derecho a cobrar conciencia de nuestra
identidad se ejerce a través de hablar una lengua prestada, la de la
Madre Patria. Y apropiarse de una lengua lleva aparejado el hacerse
cargo de un imaginario, lo que en su poemario Arte de morir (1977)
conlleva la asunción de la visión esperpéntica de la muerte del medioevo
español barroco, reelaborada desde la mirada panóptica del desgarro
moderno existencialista. Considérese su posterior inspiración en los
motivos del idealismo romántico de la literatura fantástica en su
poemario Mal de amor (198l), y en algunos de sus sonetos de Estrellas
fijas en un cielo blanco (1988).
Hahn realiza así, un
viaje de ida y vuelta por el espejo que nos devuelve la imagen de esta
identidad desplazada, dependiente que como alma en pena está condenada a
desdoblarse, a verse reflejada; ya mediante la práctica fetichista de
recreación de los grandes modelos clásicos; ya desde la rebelión al
operar en ellos la «transvaluación verbal» que resulta del diferente
entramado con que se reactivan estos «modelos para armar».
EL POETA COMO
BRICOLEUR
El vanguardismo se
caracteriza por su carácter fundacional como comportamiento cultural que
intenta operar un: «corte anmésico basado en la supresión de la
historia». Por el contrario, «el postmodemismo exacerba la recuperación
del pasado y el juego -citacional y parodiante- de las rememoriaciones
críticas y de la mezcla de tradiciones» Esta recuperación de las
tradiciones se lleva a efecto en la poesía de Hahn haciendo ostentación
del gesto de apropiación y reelaboración de materiales textuales de las
más diversas procedencias, entendiéndose al texto literario como zona de
encuentro de todos los otros textos de la cultura. El lenguaje, este
«hijo de la grandísima» (Invocación al lenguaje) impone su yugo al
hablante, territorializando su conciencia, pues su devenir se realiza en
el espacio cultural en el cual el hombre como creador se asemeja a un
bricoleur, en tanto manipulador de los textos culturales que lo
constituyen.
Hahn desprovisto de
la mala conciencia que obsesiona al creador de estas latitudes a la hora
de señalar los préstamos foráneos que acrecen la deuda externa nacional
se asume como el agradecido acreedor de las técnicas ad usum de los
grandes modelos hispánicos. Cabría preguntarse ¿dónde radica la postura
crítica de su práctica estética o nos encontramos ante el gesto ya
automatizado en la reproducción ciega de lo ya adquirido como patrimonio
cultural literario?
Daremos un rodeo a
esta cuestión mediante la demarcación del territorio por el cual Hahn
transita. Su sistema de preferencias como sensibilidad «ageneracional»,
se delata a primera vista como anacrónica, si se la mira desde la
inmediata contingencia política que aún hasta hoy nos arrasa. Rasgo que
la diferencia de la de otros poetas de su generación, la llamada
«promoción emergente» de los 60 -formada por Omar Lara, Floridor Pérez,
Gonzalo Millán, Manuel Silva Acevedo, Jaime Quezada y Federico Shopft-,
llamada también generación de la «diáspora» . Si bien ninguno de ellos
se arroga la pretensión de constituirse en la imagen prototípica del
poeta, léase como vate o signado por su condición de marginalidad
social, sí hay sesgos de militancia partidista como huellas de
inscripción en una u otra de las tradiciones de la poesía chilena. Así,
tenemos el Lara «lárico», el Quezada «antipoetaprofeta», el Pérez «poeta
testimonial», etcétera.
La disidencia
hahniana actúa promoviendo una ruptura con los cultos atávicos
profesados a los poetas que se mantienen en una de las líneas de combate
o resistencia, demarcando zonas, y por lo mismo, fronteras culturales
dentro del mosaico cultural nacional. Su renuencia a afiliarse a una de
ellas le permite transitar por distintas vías practicando lo que él ha
llamado una «estética pluralista», en la cual la amplitud de registros
culturales van desde la recreación de la oralidad popular ya elaborada
en las canciones del folclor popular chileno («Correveidile del
lustrabotas», «Velorio del Angelito»), pasando por poemas de corte
onírico-surrealista, («Tractatus de Sortilegio»), y por el remedo
manierista de los tópicos de la literatura fantástica.
POSTMODERNISMO
LATINOAMERICANO
La comentada
filiación literaria de esta poesía con el tronco hispánico se lleva a
cabo mediante la apropiación de los lugares comunes poéticos como
inserción en un espacio compartido, literariamente socializado. En
«Misterio Gozoso» (Mal de amor), es el código de la modernidad el que es
exhibido realizando el poema el gesto desacralizador del texto
bíblico:
Pongo la punta de mi lengua
en el misterio gozoso que
ocultas entre tus piernas
tostadas por un sol calientísimo el muy
cabrón ayúdame
a ser mejor amor mío limpia mis lacras libérame
de todas mis culpas
arrásame de nuevo con puros pecados
originales, ¿ya?
Este poema promueve
una inversión de valores simbólicos, al atraer a la relación
erótico-comunicativa de los amantes, intertextos que consisten en
códigos convencionales del ámbito religioso. El «Misterio Gozoso» como
metáfora del sexo de la amada, se ve reforzado a partir del tercer verso
por la realización del ruego amoroso a través de la fórmula convencional
de la plegaria. La apelación a la amada como al cordero de Dios, que
quita los pecados del mundo, recibe una vuelta de tuerca con la petición
del verso final. Así, frente al amor místico, al ascetismo exacerbado en
que el entusiasmo del Eros divino llega al amor del amor, a un deseo
vacío de objeto, hay en estos poemas una concepción del amor que exalta
el contacto carnal.
Es a través de la
instauración de este lugar de zona franca donde se convoca a desplazar
las jerarquías o dicotomías del sensus communis, en relación a la
topología de los códigos, donde nos hace sus señas esa diferencia que se
puede pretender como latinoamericana. La integración de expresiones del
lenguaje coloquial en «Misterio Gozoso»; «el muy cabrón» y la muletilla
«¿ya?», confirman las palabras de Enrique Lihn a propósito de Arte de
morir, y que pueden aplicarse también a Mal de amor: «Lo notable es la
integración a la vez que el choque de los distintos actos de lenguaje,
una convivencia democrática de lo culto, lo popular, lo banal, lo
religioso» . Rasgo que apunta a eliminar la distancia que separa la
cultura ilustrada de la popular, y que muestra la heterogeneidad
cultural de nuestras sociedades mestizas.
Este entrecruce de
códigos -bricolage- en base a préstamos de las más diversas índoles en
el espacio de un sólo poema, lleva a efecto a nivel textual, lo que
Jaime Giordano llama «la desenmarcación del discurso lírico», rasgo que
caracteriza a gran parte de la poesía contemporánea, en la cual «el
régimen del valor se ha desplazado desde el hablante lírico hasta la
palabra lírica, desde la historia del que conversa, hasta la pura
historia de la conversación» .
EROS / TÁNATOS
La poesía de Óscar
Hahn escenifica la tensión irresuelta entre Eros y Tánatos, ya como
destino natural o histórico-cultural. En el prefacio a Arte de morir, se
invita al lector a asistir a este espectáculo de escandalosa
promiscuidad, de contaminación mutua en que conviven la vida y la
muerte: «Venir a la fiesta mortal los nacidos». Se recrean diversas
actitudes en el trato con la muerte; una visión profética y apocalíptica
(«Reencarnación de los carniceros», «Visión de Hiroshima», «Gladiolos
junto al mar»); visión esperpéntica medieval con elementos de humor
negro y popular: «La muerte está sentada a los pies de mi cama»,
personificándose a la muerte como a una mujer que «se calentó conmigo, y
quiere dejarme más chupado que higo». En otros poemas es la conciencia
existencialista en su devenir autorreflexivo mismo, el tema recurrente
(«La caída», «Movimiento perpetuo» etcétera). A nivel discursivo este
rasgo se acentúa mediante el uso recurrente de las formas «ser» y
«estar»; marca idiomática que nos identifica como
hispano-hablantes.
Para situarnos en la
perspectiva adecuada diremos que estamos ante un «Arte de Morir», y no
ante un Diario de muerte, (Lihn, 1986) puesto que en él no se recrea una
experiencia individual autorreflexiva frente a la muerte, sino que se
hallan los ecos de las visiones que de ella heredamos de la tradición de
la poesía del Siglo de Oro y barroca españolas. El morir visto así, como
un ars poética, imita esas obsesivas imágenes que conforman el
imaginario del hombre del medioevo.
POÉTICA DE LO FANTÁSTICO:
FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO
Mal de amor, segundo
poemario de Hahn, genera un espacio intertextual como lugar de reflexión
sobre el quehacer literario, siendo la poética de lo fantástico la que
le permite establecer el estrecho lazo que anuda el impulso erótico y el
proyecto utópico.
Es a la travesía
crítica de la conciencia moderna que asistimos aquí como al tránsito
desde la zona de arraigo de un imaginario compartido que se mantiene
vivo mediante la recreación de los grandes modelos del proyecto
utópico-literario, hacia la mutación postmodemista que a la vez que
instalar al hablante en el espacio del exilio, del desarraigo, suspende
la ya tensionada relación entre las cosas del mundo y la conciencia.
«Aerolito», poema inaugural de Mal de amor, nos sitúa en lo onírico;
metamorfosis del mundo producida por los efectos del amor:
La velocidad del amor rompe la barrera de lo real
y el
mundo estalla en astillas de sueño
sin la menor consideración para
los despiertos.
Nutre al poema una
concepción romántica del sueño, entendido como ars poética, en la cual
coexisten como producción simbólica del imaginario tanto lo fantástico,
lo alegórico, lo metafórico, lo paródico, etcétera. A este espacio de
apertura -espacio del arte- puede aplicársele la misma definición que
Hahn da de lo fantástico: «Se caracteriza no sólo por la presencia de lo
inverosímil, sino por la yuxtaposición y contradicción de diversos
verosímiles» . La puesta en cuestionamiento del límite entre lo real y
lo irreal, propio de toda literatura se reduplica como efecto estético
en el género fantástico. Así, al decir el poema que «el mundo estalla en
astillas de sueño», estas astillas «suprareales», resultado de la
colisión cósmica, son los poemas diseminados a lo largo del texto, y en
los cuales se da este juego de verosímiles que permiten la actualización
de diversas lecturas interpretativas, lecturas que intentan armar un
rompecabezas con estos fragmentos de un discurso amoroso.
Rememorando los
juegos literarios, recordamos que las «reglas de juego» del género
fantástico dicen relación con el uso que el lector debe hacer del
lenguaje, (el significado es el uso, nos dice Wittgenstein). Dado que
las «reglas de juego» del género fantástico nos obligan a tomar el
discurso figurado en su sentido literal, se contrapone así, a la
convención que cualifica al género poético como lenguaje figurado,
potenciando el texto al menos dos lecturas posibles.
Desplazándonos desde
los acontecimientos del mundo a la sede de la conciencia creativa misma,
el poema «Ningún lugar esta aquí o está ahí», también echa por tierra la
consabida antinomia realidad-ficción que en líneas generales nos dice
que el mundo real es el marco de los orbes ficticios y
autónomos:
Ningún lugar está aquí o está ahí
todo lugar es
proyectado desde dentro
todo lugar es superpuesto en el
espacio.
La nota dominante de
reflexividad se pone en marcha al referirse el hablante a una realidad
que él mismo hace devenir a través del acto de escribir: «Ahora estoy
echando un lugar para afuera/ estoy tratando de ponerlo encima de ahí».
El discurso deviene en reflexión metapoética que señala que el
lugar-mundo, se construye y se instaura por medio del lenguaje que lo
nombra. No habría así, un estado de cosas del mundo ya dado, sino un
estado «posible» del mundo; provisional e indeterminado, los espacios
posibles de ser habilitados por la subjetividad humana.
El poema juega con
dos «yo textuales» (Goffman): uno es el sujeto de la escritura que aquí
podemos identificar con el rol social del poeta, el otro «yo textual» es
el personaje de la historia contada; el amante que intenta generar el
lugar de encuentro con la amada: «Aparécete ahí aparécete sin miedo/ y
desde afuera avanza hacia aquí/ ...a ver si reaparecemos los dos tomados
de la mano». Se enfatiza la necesidad de realizar una acción conjunta
con la amada para que gracias a la fuerza del deseo amoroso se cree el
lugar común de encuentro, espacio utópico de la página en
blanco.
Pero en este
«espacio literario», el lenguaje sólo constata su fracaso, la amada sólo
aparece en tanto cuerpo ausente, bajo la condición fantasmática del
lenguaje que sólo hace aparecer las cosas en tanto desaparecidas
(Blanchot). Mal de amor, variante popular del tópico Eros/Tánatos
deviene así en el relato de un amor que es pasión, y que se padece como
una enfermedad, tópico que se inicia ya en la novela griega Dafne y
Cloe, pasando por las distintas reelaboraciones epocales. En «Nacimiento
del fantasma», este proceso alcanza su clímax, la pérdida del objeto
amoroso, el «Cuerpo de todas mis sombras», transforma al sujeto en la
sombra de sí mismo. De este modo, lo que en una lectura poética
funcionaba como metáfora de la amada, en otra de corte fantástico
funciona como la instauración del acontecimiento sobrenatural mismo: «y
soy la sábana ambulante/ que te busca de cama en cama». La dependencia
amorosa es tal que la constatación de la pérdida definitiva del ser
amado provoca la pérdida del instinto libidinal castrando el proyecto
vital del sujeto.
ESTADIO DEL ESPEJO: EL
TELEVIDENTE
El itinerario del
mutante se constituye como el intento frustrado de generar el lugar de
encuentro con el otro, la amada, a través de producciones simbólicas que
son formas de proyección de su interioridad, de su imaginario:
proliferación de imágenes de corte surrealista que evidencian la
obsesiva pulsión inconsciente: «Algo por todas partes deja imágenes
tuyas a medio roer» («Hombre con cajones»). El recurso a la fantasía, en
los poemas que constituyen la serie del fantasma con sus continuas
metamorfosis al servicio del contacto erótico con la amada. Por último,
está el intento de crear el espacio utópico a través del arte: «Te estoy
haciendo un destino aquí mismo/ lo estoy dibujando en las alas de un
pájaro». («Eso sería todo»).
El poema de cierre
«Televidente», quiebra este continuum, en él el yo del hablante se halla
completamente enajenado en lo otro, en la realidad exterior, como un
estado de cosas ya dado:
«Aquí
estoy de nuevo
en mi cuarto de Iowa City.
Tomo a sorbos mi
plato de Sopa Campbell
frente al televisor apagado.
La
pantalla refleja la imagen
de la cuchara entrando a mi boca.
Y soy el aviso comercial de mí mismo
que anuncia nada a
nadie».
¿Poema, antipoema?
En otra forma de ausencia el amante se halla reducido ahora a la inercia
de lo cotidiano; es la realidad exterior la que le devuelve su imagen,
quedando a merced de lo otro, enajenado en la omnipotencia del reflejo.
Despojándose de su identidad individual, adquiere de esta manera, la
nueva condición de lo masificado.
El efecto final de
boomerang del «Mal de amor» que padece el amante es de este modo, su
cosificación en lo real, que aquí no ingenuamente, es su imagen
proyectada por la pantalla televisiva. Así, en una lectura prospectiva y
retrospectiva del acontecer narrativo, desprendemos que lo que quiere
comunicar su autor implícito, es que el sentido de la literatura como
apertura a mundos posibles, tanto «como el sentido de la cultura, es
precisamente, la suspensión de la cosificación» . Ese estado de
iconolatría, que Win Wenders, otro cronista de la sociedad contemporánea
espacializa en su filme «Hasta el fin del mundo», en Mal de amor,
mediante los lugares comunes visuales; «Sopa Campbell», «televisor
apagado», que representan el non plus ultra de lo cotidiano, de lo
trivial en una cultura sobresaturada de bienes de consumo, se sitúa en
la ciudad de Iowa (exilio biográfico del poeta) caracterizándose a la
sociedad postindustrial estadounidense como un universo de percepción
cerrado.
Texto de corte
apocalíptico, a través de sus imágenes poéticas ilustra en forma cabal
la paradojal función del arte en la cultura. Es bajo la «ironía de la
realidad» (Baudrillard) que viene a cumplirse la profecía de que sin
proyecto utópico el hombre queda sometido a constituirse en mero reflejo
de las cosas. Así, si bien la práctica escritural de Hahn se puede
connotar como postmoderna, su concepción del arte como construcción de
espacios que deben poseer «autonomía cultural» (Bourdieu) se inscribe en
el marco de una de las utopías más frecuentes de la cultura moderna
.
Este paradigma
estético-utópico señala que ante el hecho de la convención, que es lo
que posibilita lo verosímil, «restricción arbitraria y alienante de los
posibles» (Barthes), la obra literaria, como creación de un mundo
autónomo, creado en, y por el lenguaje, nos comunica que la realidad es
una realidad posible. De ahí que el texto se clausure como espacio
poético, al constituirse en una mera crónica de la escena
doméstico-cotidiana (poema «Televidente»), acaso remedando
reflexivamente con su gesto final, el otro gesto cultural del antiarte
de Andy Warhol («Sopa Campbell»), quien es acusado, entre otros, -Dada,
Duchamp-, de promover la muerte de la utopía moderna al poner en
circulación artística la banalidad de las imágenes de la vida cotidiana.
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Proyecto patrimonio, letras.s5.com, Artículo: La pieza poética
de...por Malva Marina Vasquez
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