MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES
de Gabriel García Márquez
Notas de lectura de Hernán Castellano Girón*
Publicado en Anaquel Austral en 2005
La primera novela después de diez años sin aventuras
narrativas mayores en un escritor de la talla de García Márquez,
es sin duda un acontecimiento.
Pero la expectativa se ve bastante frustrada después de su
lectura, y la brevedad del libro lo hace fácilmente leíble
en pocas horas. La ambición del título y del proyecto
enunciado por García Márquez hacían esperar algo
más que este libro sucinto, apresurado a veces, y en muchos
aspectos, muy
por debajo del nivel de la prosa que el autor nos ha tenido acostumbrados
desde el terremoto grado diez de Cien años de soledad.
Para empezar, el título desfasado hacia una forma de anglicismo
(recuerdo = memory) resulta intrigante. ¿Se trata de
la memoria de las propias putas cuya tristeza sí parece incuestionable?
¿Se trata de una tesis doctoral o de maestría escrita
sobre ellas por uno que las trató menos académica que
carnalmente? Cualquiera que sea el caso, el título en cuanto
a juego de palabras sirve para resaltar el misterio del contenido
de la novela.
No podemos ocultar que desde las primeras líneas nos invadió
una suerte de desilusión, legítima o no, pero igualmente
inevitable. Casi todo el primer capítulo nos deja con la incómoda
situación de estar leyendo un remedo del mismo García
Márquez a su propia prosa. Es como si el maestro hubiera cedido
a la compulsión de un compromiso editorial o simplemente personal,
y se hubiera decidido por un nivel escritural más propio de
obras de menor calibre. Su estilo barroco y polidimensional muestra
aquí un cambio notable, pasando a la prosa simplificada de
tantísimos otros libros de éxito escritos para la galería
por esos fatuos personajes que llenan la farándula literaria-y
que en la actualidad se despacha con arrogancia por la literatura
misma-y sólo conservando vestigios de la genialidad de sus
otros libros. La mirada del García Márquez viejo pareciera
devolverlo a los orígenes del lenguaje donde sólo se
ve o se percibe con los ojos del cuerpo y por lo tanto se transfiere
al texto sólo lo que es esencial para referir los hechos, o
sea lo banal, y el resto se pierde, se disipa.
García Márquez emplea en su Memoria una descripción
narrativa anclada en el viejo realismo unidimensional. En vez del
diestro uso del realismo mágico de raíz carpenteriana
que produjo el éxito de sus grandes novelas desde Cien años
de soledad hasta Del amor y otros demonios, aquí
en su mayor parte muestra signos de un regreso a un viejo y escueto
realismo, con toda la debacle narrativa que ello significa.
Por supuesto, todas estas afirmaciones rebasan el propósito
de estas notas, y podrían remitirse a un ensayo mayor donde
el proceso aquí sumarizado fuera desarrollado con ejemplos,
diferencias y semejanzas, etc.
El relato tiene la ambición de metaforizar el ocaso del macho
anciano, pero en un modo diametralmente opuesto al vigor manifestado
por Pablo de Rokha en su poema homónimo. El proyecto original-suponiendo
que hubiese sido el suyo-de relatar la tragedia de este amor más
maniático que romántico o imposible, por parte de un
hombre de rostro caballuno y alma ratonil que desea celebrar sus 90
años desvirgando a una prostituta niña, se resuelve
en la anécdota, muchas anécdotas hilvanadas con la destreza
acostumbrada, pero sin que la tragedia del amor senil cobre vuelo
literario.
García Márquez construye su último libro en torno
a la vida solitaria de un marginado total en medio de una sociedad
bullente en su pauperismo, socarrona e implacable con los perdedores,
un escribiente reciclador de noticias, escrilector mínimo,
fetal. Semejante antihéroe actúa como un impotente desde
siempre aunque hubiese penetrado, a su decir, a unos cuantos cientos
de putas, como sucedía en El chino del sampán,
una película porno de los años 50 en la que borrosamente
se veía en unos 3 minutos un muelle donde estaba atracado un
sampán tripulado por un chino maquillado como Fumanchú,
esperando recostado a una fila de mujeres desnudas que iban bajando
al esquife y eran poseídas frenéticamente en cámara
rápida. Cuando la última era servida, el oriental se
entregaba a una masturbación tan hiperactiva como los coitos
anteriores. Los polvos del Mustio (el protagonista sólo es
referido en el texto por apodos subrepticios como Mustio Collado,
pero se menciona el apellido de su madre italiana) eran como la masturbación
final del chino del sampán, una rúbrica a lo que daba
igual si era un verdadero acto o (como dice Parra), un espejismo
del espíritu.
Por ello, Memoria… es la historia de un infeliz sexual-a despecho
de su pinga de burro que aparentemente era su mayor patrimonio como
hombre-que tenía que pagar por el acto, puesto que siempre
había pagado todas y cada una de las cópulas de su vida
(que él llamaba "montas"). Como muchos varones antiguos
y modernos, nunca fue adulto, no creció, sólo envejeció
físicamente hasta encontrarse con su edad de siempre en el
seno del tiempo justiciero.
Las páginas del primer encuentro con Delgadina (nombre atribuído
a la niña por el Mustio) son de alto nivel e intensidad poética
y narrativa, pero desgraciadamente esto no se mantiene por igual,
siendo más bien la excepción que la regla. La señal
más inquietante es que por alguna razón incubada en
la acción corrosiva del tiempo-esta vez real y no literario-la
prosa del maestro, en la sorprendente simplificación experimentada
¡se parece a la de Isabel Allende! Un círculo deplorable
se cierra y el producto genuino llega a ser comparable a la imitación
barata característica de la más mediática de
las bestsellers chilenas. Como en estampas de un retablillo
de inocencias antiguas, la maestría de García Márquez
va y vuelve, pintando escenas que saben a su sueño profundo
y visionario, pero también al cálculo y el truco.
Pensamos que la mejor parte del libro no es la historia principal
del viejo y la putita virgen (¿otro cliché de la impotencia
del macho tercermundista?) sino el episodio de Casilda Armenta, una
puta (¿es que podía no haberlo sido?) que terminó
regenerándose al casarse con un chino inmigrado a Colombia
(¿o a Macondo?). En el breve párrafo donde Casilda se
encuentra con el Mustio y confrontan sus vidas en la perspectiva del
tiempo-y donde por única vez él evidencia alguna conciencia
de ello-la imagen de una multitud de chinos trabajando en sus arrozales
del Nuevo Mundo con sus sombreros cónicos encasquetados, fundiendo
allí la historia y la presencia de los explotados de todo tiempo
y lugar, es al mismo tiempo conmovedora y sugerente.
En una iluminación final, el viejo caballar reconoce lo bello
que contenía la miseria de su vida, recobra sus posesiones
que le otorgaban existencia, incluidas las putas por siempre tristes
y el gato de angora que le regalaron sin merecerlo y al que maltrató
en su insensibilidad: ¿era esa su muerte u otro cambio de ilusión,
un súbito viraje de estación radial donde los sonidos
del silencio irrumpen en la siesta lírica del mediodía
del trópico?
El lector debe sacar su propia conclusión.
Lo triste es que pese al virtuosismo oscilante del maestro García
Márquez, su metáfora o alegoría de la ancianidad
no convence, el amor del personaje no convence ni como formal ni como
desquiciado. Lo que pudo ser una gran epifanía o sátira
de los dolores del amor a esa edad donde Eros ya no se distingue de
Tánatos, de la enorme diferencia de edad entre los amantes,
y de la periclitación de los cuerpos cuando sólo les
queda convertirse en almas o en osamentas, narrativamente se remite
a esa penetración que no fue, y que repleta un libro que apenas
es un vistazo rápido, a lo peep-show, de los cuerpos
de hombres y mujeres de Hispanoamérica condenados a vivir cien
años de soledad compartida.
Y ello, a bien ver, no es poca cosa, por lo que el viejo maestro se
sale finalmente con la suya, y se nos ríe en la cara.
Img: Hernán
Castellano Girón
www.hernancastellanogiron.com
Hernán Castellano-Girón (Coquimbo, 1937)
es escritor, su obra ha sido publicada por Planeta y LOM, profesor
emérito de la Universidad del Estado de California.