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Brevemente

Por Armando Uribe Arce


El poeta Díaz-Casanueva era, decía él, pariente del rector de la Universidad Católica, don Carlos Casanueva.

Estudió en Escuela Normal y obtuvo el título de profesor primario. A comienzo de los años treinta fue a Alemania con una beca. Profundizó allí estudios de filosofía y asistió a cursos del Heidegger de esa época. Los normalistas de Chile eran intelectuales reputados y capaces.

Al retornar a Chile publicó sus libros más importantes de poesía durante las décadas siguientes. A la vez entró, en 1938, a nuestro servicio diplomático, al cual perteneció hasta setiembre de 1973, fecha en que renunció al Ministerio de Relaciones Exteriores a raíz del golpe de Estado de A. Pinochet U. y sus acólitos uniformados y civiles. Se había casado con una funcionaría diplomática también de carrera, que lo acompañó hasta su muerte en Chile. Había tenido destinaciones en el extranjero de importancia, y la última fue como Embajador en Naciones Unidas.

Su poesía no se parece a la vida exterior que hizo en varios continentes. Por aquélla recibió el Premio Nacional de Literatura. Es una poesía con ambición filosófica y, si hubiera que atribuirle una etiqueta, se la llamaría "hermética". En efecto, introduce en atmósfera misteriosa y secreta, no sin atisbos de alquimia del verbo (expresión aplicada al último Rimbaud, pero en este caso más cercana a las ideas de Karl Jung).

Hay una veta religiosa en la poesía de Humberto Díaz-Casanueva, muy interesante y curiosa. Por ejemplo, en el libro Los Penitenciales, de los años sesenta. Si se estudiara en relación con los Salmos penitenciales del Antiguo Testamento, se descubrirían sus correspondencias con ellos, así como sus divergencias.

Compartió con su amigo el poeta Rosamel del Valle un gusto por lo desusado y los sueños, tanto con los experimentados cuando se duerme, como los de la vigilia, las fantasías que se tiene despierto, y que son tan válidas experiencias en la poesía como aquéllas de la vida exterior. Díaz-Casanueva tendía, más que Del Valle, a admitir un cierto papel de la racionalidad en la poesía escrita. (Desde luego, el sujetarse a la gramática y la ortografía son aspectos de una primaria racionalidad).

Es un poeta chileno de fuste, que será descubierto y redescubierto, como lo fue en vida suya, por su posteridad.

 


X

Yo soy apenas Uno que danza como Uno, yo no quiero ser Dos ni
................. . .. múltiple
Ni tampoco quiero sumergirme en vida
En el espantoso Todo.
Si habéis escuchado mi trote de caballo ciego
Perdido entre las estrellas
Derribando al frío jinete
Deseando la yerba del suelo,
Entonces, ¿perdonáis mi canto? ¿Perdonáis esta vela desplegada
................. . en medio de la tempestad?
Yo quiero avivar vuestros fuegos, demostraros que aquello que sois
Es más grande que aquello que deseáis ser o teméis ser
Y que vuestra vida es nostalgia para otros,
Tiempo contado, cuenta que se desliza por el hilo (¿acaso roto?)
Yo quiero ser Uno, pero en el Otro, diferente, pero mutuo,
Con el mismo apremio, comunicándole
La pregunta mordida
Para ser por fin yo mismo
Porque sin el Otro sucumbe mi ser excesivo
Acorralado
En la tierra que huye del espacio doliente
Que conquista el sueño del hombre solitario.

................Fragmento de Canto IV de La estatua de sal, 1947.

 


Fragmento de Réquiem
(1945)

Poema elegido entre los 10 mejores del siglo XX según la encuesta realizada por "Chile quiere leer" y publicada en la edición del 2 de septiembre.


Como un centinela helado pregunto: ¿quién se esconde en el tiempo y me mira? Algo pasa temblando, algo estremece el follaje de la noche, el sueño errante afína
.. .. .. ..mis sentidos, el oído mortal escucha el quejido del perro de los campos.
Mirad al que empuja el árbol sahumado y se fatiga y derrama blancos
.. .. .. ..cabellos, parece un vivo.
Pero no responde nadie sino mi corazón que tiran reciamente con una larga soga. Nadie, sino el musgo que sigue creciendo y cubre las puertas.
Tal vez las almas desprendidas anden en busca de moradas nuevas.
Pero no hay nadie visible, sino la noche que a menudo entra en el hombre y echa sellos.
¡Oh, presentimiento como de animal que apuntan! Terrible punzada que me hace ver.
Como en el ciego, lo que está adentro alumbra lo distante, lo cercano y lo distante
.. .. .. ..júntanse coléricos.
Allá muy lejos, en el país de la montaña devoradora, veo unas lloronas de cabelleras
.. .. .. ..trenzadas
que escriben en las altas torres, me son familiares y amorosas, y parece que dijeran
.. .. .. .."unamos la sangre aciaga".
¿Hacia dónde caen los ramilletes? ¿por qué componen los atavíos de los difuntos? ¿Quién enturbia las campanas como si alguien durmiera demasiado?
Aquí me hallo tan solo, las manos terriblemente juntas, como culebras asidas
.. .. .. ..y todo se agranda en torno mío.
¿Acaso he de huir? ¿tomar la lancha que avanza como el sueño sobre las negras aguas?
.. .. .. ..No es tiempo de huir, sino de leer los signos.
¡Cómo ronda el corpulento que unta la espada! Las órdenes horribles sale a cumplir. De pronto escucho un grito en la noche sagrada, de mi casa lejana, como
.. .. .. ..removidos sus cimientos,
viene una luz cegada, una cierva herida se arrastra cojeando, sus pechos brillan
.. .. .. ..como lunas, su leche llena el mundo lentamente.

II

¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas! por qué el perro no calla
.. .. .. ..y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra y todo zumba como un despeñadero
y mi ser desolado tiembla como un gajo.
Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como
.. .. .. ..una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están
.. .. .. ..tatuando, son tus besos que están devorando.
¡Ay, madre!, ¿es cierto, entonces? ¿te has dormido tan profundamente que has despertado más allá de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?
¡Hiéreme, oh viento del cielo! con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro. Hiéreme memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.
A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos, y el monarca en la otra orilla restaña la sangre,
y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.
¿Acaso no ven al niño que sale de mil/orando, un niño a la carrera con su capa
.. .. .. ..en llamas?
Yo soy, pues, yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado
.. .. .. ..en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos
.. .. .. ..sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos,
pero únicamente hijo de ti, ¡oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia
.. .. .. ..llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!

 

 

 

Periplo Vienés

Luminosidad y pesadumbre

Por Humberto Díaz Casanueva

Cuando yo era un estudiante de filosofía en Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, visitaba a menudo Viena. Me alojaba en una modestísima pensión de extramuros, atendida por Frau von Schmerling, una dama de la nobleza venida a menos que nunca renunció a pasear su galgo después que nos servía la frugal cena. Muy lejos de los palacios del "Ring", en medio de jardines, viñas y tabernas, iba yo con otros estudiantes a un café en cuyos muros figuraban los famosos caballos Lippizzaner de la Escuela de Equitación Española. Prefería la cerveza al vino con soda. En mis grandes paseos descubrí que Viena era "circular"; uno volvía al mismo punto, como en una ficción de Borges. Al contrastar en mi espíritu lo fastuoso de los castillos de Schonbrun y de Belvedere con las grandes y magníficas barriadas construidas para un pueblo oprimido por la miseria, me refugiaba en la catedral de San Esteban, en los museos o en las salas de concierto. Pesaba sobre tan bella ciudad, algo lúgubre, el anuncio de una catástrofe. Dominaba, entonces, un fascismo corporativista y duro; el antisemitismo era muy activo, y el viejo pangermanismo evolucionaba hacia el nacionalsocialismo. Allí me encontraba cuando asesinaron a Dollfuss, en un complot de los nazis. Hitler odiaba a Viena porque allí sufrió grandes frustraciones. Después de la anexión no volví más. Años pasaron, llegué a Viena, otra vez, cuando todavía estaba ocupada por las cuatro potencias. Al cruzar el borde, me interrogaron un Iván macizo y un John seco. La gente caminaba cabizbaja por las calles; el vino estaba mezclado con lágrimas. (...). He estado una vez más; ya Viena había resucitado. Admiré las obras del Body Art y del "realismo fantástico"; adquirí un nuevo libro del infortunado poeta Paul Celan. En estas últimas creaciones encontré la huella, hundida, trasmutada, de los grandes patriarcas. Pero volvamos a ellos y a mi peregrinación primera, mirando fijamente a aquellas sombras cada vez más luminosas.

Recuerdo imperecedero del pintor Klimt, cabeza del movimiento llamado Sezession vinculado al Art Nouveau. La revista «Ver Sacrum» (Primavera Sagrada) da vuelta el siglo. Es el pintor del Eros femenino; el que arremete contra hipocresías y trabas. ¡Cómo me impresionaban sus mujeres de grandes ojos, espesa cabellera, posturas lánguidas, concentradas en su carne y en su misterio! Me quedaba extasiado mirando a su "Nudas Veritas", una mujer desnuda sosteniendo en su mano derecha un espejo en el cual ella casi no se miraba. Tal vez un speculum mundi, o el hervidero de una vida instintiva o la vaciedad absoluta. Desde entonces los espejos y las cabelleras irrumpen en mi poesía. (...). Su "Filosofía", pintada en 1900, en la techumbre de la Universidad, contiene algo de Nietzsche y de R. Wagner; esa pintura constituía para mí una inmersión en un abismo de tensiones, lejos del conceptualismo al que yo estaba obligado por lo terriblemente serio de mis estudios en Jena. (...). Emparento a Klimt con Gustav Moreau y otros simbolistas -más tarde restaurados por el surrealismo— y que figuran en algunas historias del arte como "decadentes", lo cual, a pesar de su acento peyorativo, no niega la calidad visionaria de ellos, que ahora se aproxima mucho a ciertas modalidades del arte moderno. ¿Y no fue la "modernidad" —que tratamos ahora de llevar a sus extremos— la que tuvo su inicio en Viena? Modernidad que todavía no hemos logrado del todo, a pesar de la admonición de Rimbaud: "hay que ser absolutamente moderno". En el estudio de Jean Gyorry Austria fantástica, es posible encontrar ciertas vías, las que han irrumpido súbitamente y nos han alertado, no tanto sobre aquéllos sino sobre nosotros.

Por ejemplo, y conforme a mis preferencias e inclinaciones, ¿cómo no mencionar al vienes Otto Weininger —Genia, como lo calificó Freud— y su obra Sexo y carácter? Se suicidó a los veintitrés años... Confieso que en esa época, traspasado por el "romanticismo alemán", el expresionismo de Elsa Lasker-Schüler y la filosofía de Heidegger, no pude apreciar, fundamentalmente, a Wittgenstein, cuyo Tractatus logico-philosophicus fue publicado en 1929. Concurrí a un seminario sobre él en la Universidad de Viena, pero no traspasé sus categorías rigurosas, aunque me dejó perplejo. Más tarde lo sentí entroncado con la filosofía anglosajona; positivismo y pragmatismo. Han pasado los años y ahora lo revalorizo inquietamente. (...). El filósofo vienes, que condenaba la palabra "magistral", llega a decir lo siguiente: "Mi obra comprende dos partes: la que ha sido manifestada, y la que yo no he escrito: precisamente la última es la más importante". Este merodeador del silencio me es actualmente inédito a la vez que indispensable, y lo consulto mucho cuando se trata de la hermenéutica de la poesía moderna.

Frau von Schmerling se empeñaba en mostrarme álbumes repletos de fotografías de la época de la pompa y del alarde. Aunque comprendía su nostalgia, le expresaba mí temor de que aquella Viena era apenas una fachada endeble, un kitsch, una decoración empalagosa y falsa, y que detrás de todo aquello hervían fuerzas destructoras y fatales. Algunos profesores de la Universidad, que más tarde fueron sustituidos, me señalaban la afluencia en Viena de eslavos, románicos, magiares, etc., provenientes de las antiguas regiones del Imperio, que se sumaban a los descontentos y a los oprimidos. El régimen opresivo de aquellos años, en lugar de sofocar la protesta sorda, la incubaba o la llevaba a ciegos derroteros.

Entonces conocí a Schönberg; me desconcertó y abismó; para mí su música se reflejaba en el espejo de "Nudas Veritas", aunque, contradictoriamente, brotaba en la Viena de los valses arremolinados y de la armonía acariciante y ligera. Afírmase que la adaptación del Tristán de Wagner, impuesta por Strauss hijo, sedujo a Schönberg, lo llevó a su música dodecafónica, a una nueva ciencia de la orquestación, y a sus invenciones pianísticas. En mi última visita a Viena, como estudiante, ya Schönberg se había marchado a su exilio en Estados Unidos; pero triunfaban sus discípulos: Webern y Berg. Era natural que la sociedad vienesa rechazara a Schönberg que "emancipaba la disonancia", exaltaba el elemento dinámico, llenaba la música de estremecimientos sísmicos, alterando el orden y la placidez. En sus "Gurrenlieder", y luego en "Ervartung", constaté la coexistencia del habla, el canto, el grito; uno quedaba desintegrado en su ser más íntimo; luego, en "Pierrot lunar", sentía una especie de martirio y de alucinación. En 1910 Schónberg escribía: "Arte es el grito de socorro de aquellos que experimentan en ellos mismos el destino de los hombres". Él arremete contra lo "confortable", la complacencia, el culto de una belleza que divierte y tranquiliza. Rilke dice en su "Primera Elegía de Duino": "porque la belleza no es sino el comienzo de lo terrible...". Yo seguía con mi Rilke bajo el brazo y con él volví a Chile, no me di cuenta, entonces, de que en Viena existía otro poeta que años más adelante iba a cautivarme: Georg Trakl.

En mi poema "Los Veredictos" figura como epígrafe el siguiente verso de Trakl:

"pero en sombría caverna
sangra tranquila una humanidad muda
y construye con duros metales
la cabeza redentora".

No es la caverna platónica; es otra más aterradora en que el hombre, habiendo perdido sus dioses, se esfuerza penosamente, y herido, por crear algunos sustitutos que espera lo han de redimir. A Trakl lo mató, moralmente, la guerra del 14. (...). Su vida fue un constante proceso de destrucción; su único amor fue su hermana Grete, "bella, salvaje, tenebrosa". En su universo poético no se encuentran evocaciones de lo real sino visiones misteriosas, con símbolos herméticos que se refieren al destino del hombre. Wittgenstein dice: "No entiendo la poesía de Trakl, pero me deslumbra". Heidegger la desentraña en forma admirable y le encuentra su hilo conductor para aliar el mensaje de su poesía con el surgimiento de una nueva belleza más auténtica mientras más dolorosa. Considera que en él surge una premonición de aquello a lo cual puede llegar el hombre "occidental". La noche horrorosa de su poema "Grodak" fue vivida nuevamente en la Segunda Guerra Mundial, y puede repetirse en una Tercera, aunque también se está viendo, día a día, algo similar en lo dramático de nuestra existencia. Hay un eco del Himno de Nietzsche "el desierto crece", el físico y el espiritual. Pero no quiero ahincar en aquellas pesadumbres surcadas de rayos luminosos y esperanzados, más bien ellos nos advierten e instruyen cómo penetrar el alba; si los evocamos, es porque tenemos necesidad de ellos. No creo que pueda extenderme más y sobrepasar una visión de conjunto; deliberadamente me he limitado a lo que yo percibí en mi juventud, todo me era latente, vivo y conmovedor. (...).

Fragmento de "Viena Rediviva", artículo publicado en Revista Universitaria, N" 13, 1984.

 

 

Homenaje a un ancestro errante

Por Gonzalo Millán

En 1944, el poeta Humberto Díaz-Casanueva residía en Canadá desempeñándose como secretario de la Embajada de Chile en Ottawa. Cuentan que al enterarse de la muerte de su madre ocurrida en Santiago y ante la imposibilidad de asistir al funeral, escribió de un tirón en una sola noche el gran poema trágico Réquiem. La elegía se publicó por primera vez en México en 1945 y ha tenido numerosas reediciones y un reconocimiento crítico casi unánime, entre otros el de Gabriela Mistral.

Yo había salido de Chile unos meses después del Golpe Militar de 1973, y después de un periplo que me hizo recalar en Costa Rica y después en Nueva Brunswick, una apartada provincia del Canadá atlántico, arribé a la capital de Canadá treinta y dos años más tarde que el poeta Díaz-Casanueva.

Después de un exilio siberiano en un remoto campus universitario, mis esperanzas de encontrar en Ottawa un ambiente más acogedor y propicio muy pronto se revelaron como ilusorias. Ottawa era, a pesar de su calidad de capital, una ciudad pequeña y burocrática, tan ajena y provinciana como mi anterior lugar de residencia.

Yo había leído Réquiem en Chile antes de salir al exilio y me había impresionado, por supuesto, pero sin causarme mayor entusiasmo. En 1976 estudiaba literatura comparada y, al tener que escribir un ensayo sobre poesía elegiaca, cayó en mis manos otra vez el poema de Díaz-Casanueva. Al fijarme en la fecha y el lugar del texto, con enorme sorpresa advertí que había sido escrito en la misma ciudad donde me encontraba en aquel momento.

Cambió para mí el poema y la figura del poeta chileno. Uno de los problemas existenciales y creativos que me presentaba el exilio canadiense era la desconexión con la lengua materna y con la tradición poética chilena e hispanoamericana. No se trataba de un problema libresco, fácilmente subsanable gracias a las surtidas bibliotecas universitarias, era otra cosa. Me sentía aislado y enajenado en un paisaje y una realidad impenetrables. El hecho de que Díaz-Casanueva no sólo hubiera vivido en Ottawa sino que además hubiera vivido allí lo que vivió y escrito un profundo poema, me proporcionó un estímulo para seguir escribiendo La Ciudad, a pesar de lo absurdo que me parecía entonces la empresa. Me enteré de que el poeta de Réquiem residía en Nueva York, donde trabajaba para las Naciones Unidas. Además supe que la viuda quebequense de Rosamel Del Valle, su gran amigo, residía en Montreal.

Una frágil telaraña comenzaba a conectar tiempos, espacios y lugares dispersos. La poesía chilena parecía haber brotado por todas partes. El fantasma viviente del poeta huérfano a los 38 años se me empezó a aparecer en ciertos sitios de la ciudad. Me acompañaba durante mis largas caminatas por el congelado Canal Rideau repleto de patinadores. Se sentaba conmigo en el embarcadero del lago Dow y mirábamos juntos las esculturas de hielo, y más allá las esclusas profundas y vacías como fosas comunes. A dúo repetíamos antes de separarnos: estamos "aquí en este país tan lejano donde la nieve parece el llanto congelado de los sueños".

 

 

Un cazador de imágenes

Por Kurt Folch Maass

Es una lástima que Humberto Díaz-Casanueva no cuente hasta el momento —aquí en Chile— con ninguna compilación que reúna la totalidad de su obra. No sólo porque se trata de un Premio Nacional, sino porque su producción refleja cabalmente la integridad de un poeta que nunca dejó de considerar su trabajo con el lenguaje como una forma de experimentación y exploración existencial. Imagino, sin embargo, que le habría agradado saber que el encuentro con su poesía con frecuencia ocurre —como a mí me sucedió— por obra y gracia de la amistad, sentimiento que él consideraba de los más honorables. Mi primera lectura válida de su trabajo fue cuando un buen amigo me prestó su Obra Poética (antología publicada por Biblioteca Ayacucho en Venezuela), creyendo que podría gustarme. Estaba, obviamente, en lo correcto. La poesía de D íaz-Casanueva es simplemente bella y terrible. Sus imágenes iluminan, ramifican en uno a punta de escalofríos. Su lenguaje es casi siempre de una precisión que roza lo violento, lo bíblico. Cada uno de sus libros es un replantear un mismo puñado de inquietudes. Cada vez vuelve a nombrar lo que es el hombre, la muerte, la búsqueda, el amor, el dolor, la mujer, la luz.

Se definía a sí mismo como un ojo dilatado en la medianoche, y de sus múltiples viajes volvió como un verdadero cazador de imágenes; imágenes que rara vez cristalizan sin tocar algo herido, algo absolutamente desolado y esto sin la menor complacencia o autocompasión. Fue un hombre y un poeta que se exigió un máximo de lucidez en la penetración en las raíces del lenguaje y del pensamiento. Su intelectualidad, su pensamiento profundo, amargo y extraño abarca, al mismo tiempo, lo instintivo, los sueños y lo paradójico: la claridad es oscuridad, y viceversa. La medida de esto, para él, pasaba por ser capaz de dar cuenta de cada una de las imágenes creadas. Esta responsabilidad ante su literatura lo libró de ser meramente un autor interesante dentro del cortejo de alguna vanguardia.

Personalmente, creo inclinarme con mayor atención a los textos que escribió desde 1960 en adelante. Desde Los Penitenciales y hasta Vox tatuada la versificación de Díaz-Casanueva se torna menos musical, los versos sufren una reducción drástica en su extensión, sometiendo a cada texto a una fragmentación que exige al lector reacondicionar, de cierta manera, la forma de encarar la lectura de un poema. Así, su poesía, que es un aventurarse en paisajes vastos y desolados (tanto interiores como exteriores), se impone con un instrumento extremadamente preciso; cada estrofa surge como una pieza de relojería en la que varias cosas pueden ocurrir al mismo instante. Las imágenes, si bien siguen dando cuenta del asombro (el asombro de un niño permanente e interior), se hacen más concretas. Los poemas se articulan, se arman, a través de imágenes que forman el núcleo duro y seco de una red coherente y lúcida de posibilidades semánticas: son condensaciones simbólicas que plantean a la poesía como una forma de comprensión totalizadora del hombre —su mente, su corazón— ante la realidad (sea ésta lo que sea). Sí, es una lástima no contar con una edición chilena con la obra completa de Díaz-Casanueva. Algo así como lo que se hizo con la obra de su gran amigo Rosamel del Valle, para quien, al saber de su muerte, escribió aquella elegía memorable que es El sol ciego. Con algo de suerte, tras este número especial, alguien por ahí se aventura. Mientras tanto, su obra seguirá fluyendo, inevitablemente, de mano en mano como gesto de amistad.


 


 

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Humberto Díaz Casanueva (1906 - 1992).
Chile quiere leer, Revista de Libros de El Mercurio,
Viernes 2 de Diciembre de 2005.