|  
   
 Proyecto 
    Patrimonio - 2007 | index | Humberto 
      Díaz Casanueva | Armando Uribe | Gonzalo Millán  | Autores |
 
 
 
 
   Brevemente
 Por 
Armando Uribe Arce
 
 El poeta Díaz-Casanueva 
era, decía él, pariente del rector de la Universidad Católica, 
don Carlos Casanueva.
 Estudió en Escuela Normal y obtuvo el título 
de profesor primario.
  A comienzo de los años treinta fue a Alemania con una beca. Profundizó 
allí estudios de filosofía y asistió a cursos del Heidegger 
de esa época. Los normalistas de Chile eran intelectuales reputados y capaces. 
 Al 
retornar a Chile publicó sus libros más importantes de poesía 
durante las décadas siguientes. A la vez entró, en 1938, a nuestro 
servicio diplomático, al cual perteneció hasta setiembre de 1973, 
fecha en que renunció al Ministerio de Relaciones Exteriores a raíz 
del golpe de Estado de A. Pinochet U. y sus acólitos uniformados y civiles. 
Se había casado con una funcionaría diplomática también 
de carrera, que lo acompañó hasta su muerte en Chile. Había 
tenido destinaciones en el extranjero de importancia, y la última fue como 
Embajador en Naciones Unidas.
 
 Su poesía no se parece a la vida exterior 
que hizo en varios continentes. Por aquélla recibió el Premio Nacional 
de Literatura. Es una poesía con ambición filosófica y, si 
hubiera que atribuirle una etiqueta, se la llamaría "hermética". 
En efecto, introduce en atmósfera misteriosa y secreta, no sin atisbos 
de alquimia del verbo (expresión aplicada al último Rimbaud, pero 
en este caso más cercana a las ideas de Karl Jung).
 
 Hay una veta 
religiosa en la poesía de Humberto Díaz-Casanueva, muy interesante 
y curiosa. Por ejemplo, en el libro Los Penitenciales, de los años 
sesenta. Si se estudiara en relación con los Salmos penitenciales del Antiguo 
Testamento, se descubrirían sus correspondencias con ellos, así 
como sus divergencias.
 
 Compartió con su amigo el poeta Rosamel del 
Valle un gusto por lo desusado y los sueños, tanto con los experimentados 
cuando se duerme, como los de la vigilia, las fantasías que se tiene despierto, 
y que son tan válidas experiencias en la poesía como aquéllas 
de la vida exterior. Díaz-Casanueva tendía, más que Del Valle, 
a admitir un cierto papel de la racionalidad en la poesía escrita. (Desde 
luego, el sujetarse a la gramática y la ortografía son aspectos 
de una primaria racionalidad).
 
 Es un poeta chileno de fuste, que será 
descubierto y redescubierto, como lo fue en vida suya, por su posteridad.
   
 
 X Yo 
soy apenas Uno que danza como Uno, yo no quiero ser Dos ni ................. 
. .. múltiple
 Ni tampoco quiero sumergirme en vida
 En el 
espantoso Todo.
 Si habéis escuchado mi trote de caballo ciego
 Perdido 
entre las estrellas
 Derribando al frío jinete
 Deseando la yerba 
del suelo,
 Entonces, ¿perdonáis mi canto? ¿Perdonáis 
esta vela desplegada
 ................. . en medio 
de la tempestad?
 Yo quiero avivar vuestros fuegos, demostraros que aquello 
que sois
 Es más grande que aquello que deseáis ser o teméis 
ser
 Y que vuestra vida es nostalgia para otros,
 Tiempo contado, cuenta que 
se desliza por el hilo (¿acaso roto?)
 Yo quiero ser Uno, pero en el 
Otro, diferente, pero mutuo,
 Con el mismo apremio, comunicándole
 La 
pregunta mordida
 Para ser por fin yo mismo
 Porque sin el Otro sucumbe mi 
ser excesivo
 Acorralado
 En la tierra que huye del espacio doliente
 Que 
conquista el sueño del hombre solitario.
 ................Fragmento 
de Canto IV de La estatua de sal, 1947.   Fragmento 
de Réquiem (1945)
 Poema 
elegido entre los 10 mejores del siglo XX según la encuesta realizada por 
"Chile quiere leer" y publicada en la edición del 2 de septiembre. Como 
un centinela helado pregunto: ¿quién se esconde en el tiempo y me 
mira? Algo pasa temblando, algo estremece el follaje de la noche, el sueño 
errante afína
 .. .. .. ..mis sentidos, el 
oído mortal escucha el quejido del perro de los campos.
 Mirad al que 
empuja el árbol sahumado y se fatiga y derrama blancos
 .. 
.. .. ..cabellos, parece un vivo.
 Pero no responde nadie sino mi corazón 
que tiran reciamente con una larga soga. Nadie, sino el musgo que sigue creciendo 
y cubre las puertas.
 Tal vez las almas desprendidas anden en busca de moradas 
nuevas.
 Pero no hay nadie visible, sino la noche que a menudo entra en el 
hombre y echa sellos.
 ¡Oh, presentimiento como de animal que apuntan! 
Terrible punzada que me hace ver.
 Como en el ciego, lo que está adentro 
alumbra lo distante, lo cercano y lo distante
 .. .. .. 
..júntanse coléricos.
 Allá muy lejos, en el país 
de la montaña devoradora, veo unas lloronas de cabelleras
 .. 
.. .. ..trenzadas
 que escriben en las altas torres, me son familiares 
y amorosas, y parece que dijeran
 .. .. .. .."unamos 
la sangre aciaga".
 ¿Hacia dónde caen los ramilletes? ¿por 
qué componen los atavíos de los difuntos? ¿Quién enturbia 
las campanas como si alguien durmiera demasiado?
 Aquí me hallo tan 
solo, las manos terriblemente juntas, como culebras asidas
 .. 
.. .. ..y todo se agranda en torno mío.
 ¿Acaso he de 
huir? ¿tomar la lancha que avanza como el sueño sobre las negras 
aguas?
 .. .. .. ..No es tiempo de huir, sino de 
leer los signos.
 ¡Cómo ronda el corpulento que unta la espada! 
Las órdenes horribles sale a cumplir. De pronto escucho un grito en la 
noche sagrada, de mi casa lejana, como
 .. .. .. ..removidos 
sus cimientos,
 viene una luz cegada, una cierva herida se arrastra cojeando, 
sus pechos brillan
 .. .. .. ..como lunas, su leche 
llena el mundo lentamente.
 II ¡Ay, ya 
sé por qué me brotan lágrimas! por qué el perro no 
calla.. .. .. ..y araña los troncos de 
la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra y todo zumba como 
un despeñadero
 y mi ser desolado tiembla como un gajo.
 Ahora claramente 
veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como
 .. 
.. .. ..una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano 
que están
 .. .. .. ..tatuando, son tus besos 
que están devorando.
 ¡Ay, madre!, ¿es cierto, entonces? 
¿te has dormido tan profundamente que has despertado más allá 
de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?
 ¡Hiéreme, oh 
viento del cielo! con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro. Hiéreme 
memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.
 A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas 
manos, y el monarca en la otra orilla restaña la sangre,
 y todas las 
cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.
 ¿Acaso no 
ven al niño que sale de mil/orando, un niño a la carrera con su 
capa
 .. .. .. ..en llamas?
 Yo soy, pues, yo 
mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado
 .. 
.. .. ..en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos
 .. 
.. .. ..sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos,
 pero únicamente 
hijo de ti, ¡oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia
 .. 
.. .. ..llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!
  
   
   Periplo 
Vienés
 Luminosidad 
y pesadumbre
 
 Por 
Humberto Díaz Casanueva
 
 
 Cuando yo 
era un estudiante de filosofía en Alemania, antes de la Segunda Guerra 
Mundial, visitaba a menudo Viena. Me alojaba en una modestísima pensión 
de extramuros, atendida por Frau von Schmerling, una dama de la nobleza venida 
a menos que nunca renunció a pasear su galgo después que nos servía 
la frugal cena. Muy lejos de los palacios del "Ring", en medio de jardines, 
viñas y tabernas, iba yo con otros estudiantes a un café en cuyos 
muros figuraban los famosos caballos Lippizzaner de la Escuela de Equitación 
Española. Prefería la cerveza al vino con  soda. 
En mis grandes paseos descubrí que Viena era "circular"; uno 
volvía al mismo punto, como en una ficción de Borges. Al contrastar 
en mi espíritu lo fastuoso de los castillos de Schonbrun y de Belvedere 
con las grandes y magníficas barriadas construidas para un pueblo oprimido 
por la miseria, me refugiaba en la catedral de San Esteban, en los museos o en 
las salas de concierto. Pesaba sobre tan bella ciudad, algo lúgubre, el 
anuncio de una catástrofe. Dominaba, entonces, un fascismo corporativista 
y duro; el antisemitismo era muy activo, y el viejo pangermanismo evolucionaba 
hacia el nacionalsocialismo. Allí me encontraba cuando asesinaron a Dollfuss, 
en un complot de los nazis. Hitler odiaba a Viena porque allí sufrió 
grandes frustraciones. Después de la anexión no volví más. 
Años pasaron, llegué a Viena, otra vez, cuando todavía estaba 
ocupada por las cuatro potencias. Al cruzar el borde, me interrogaron un Iván 
macizo y un John seco. La gente caminaba cabizbaja por las calles; el vino estaba 
mezclado con lágrimas. (...). He estado una vez más; ya Viena había 
resucitado. Admiré las obras del Body Art y del "realismo fantástico"; 
adquirí un nuevo libro del infortunado poeta Paul Celan. En estas últimas 
creaciones encontré la huella, hundida, trasmutada, de los grandes patriarcas. 
Pero volvamos a ellos y a mi peregrinación primera, mirando fijamente a 
aquellas sombras cada vez más luminosas. Recuerdo imperecedero 
del pintor Klimt, cabeza del movimiento llamado Sezession vinculado al 
Art Nouveau. La revista «Ver Sacrum» (Primavera Sagrada) da 
vuelta el siglo. Es el pintor del Eros femenino; el que arremete contra hipocresías 
y trabas. ¡Cómo me impresionaban sus mujeres de grandes ojos, espesa 
cabellera, posturas lánguidas, concentradas en su carne y en su misterio! 
Me quedaba extasiado mirando a su "Nudas Veritas", una mujer desnuda 
sosteniendo en su mano derecha un espejo en el cual ella casi no se miraba. Tal 
vez un speculum mundi, o el hervidero de una vida instintiva o la vaciedad 
absoluta. Desde entonces los espejos y las cabelleras irrumpen en mi poesía. 
(...). Su "Filosofía", pintada en 1900, en la techumbre de la 
Universidad, contiene algo de Nietzsche y de R. Wagner; esa pintura constituía 
para mí una inmersión en un abismo de tensiones, lejos del conceptualismo 
al que yo estaba obligado por lo terriblemente serio de mis estudios en Jena. 
(...). Emparento a Klimt con Gustav Moreau y otros simbolistas -más tarde 
restaurados por el surrealismo— y que figuran en algunas historias del arte como 
"decadentes", lo cual, a pesar de su acento peyorativo, no niega la 
calidad visionaria de ellos, que ahora se aproxima mucho a ciertas modalidades 
del arte moderno. ¿Y no fue la "modernidad" —que tratamos ahora 
de llevar a sus extremos— la que tuvo su inicio en Viena? Modernidad que todavía 
no hemos logrado del todo, a pesar de la admonición de Rimbaud: "hay 
que ser absolutamente moderno". En el estudio de Jean Gyorry Austria fantástica, 
es posible encontrar ciertas vías, las que han irrumpido súbitamente 
y nos han alertado, no tanto sobre aquéllos sino sobre nosotros. Por 
ejemplo, y conforme a mis preferencias e inclinaciones, ¿cómo no 
mencionar al vienes Otto Weininger —Genia, como lo calificó Freud— y su 
obra Sexo y carácter? Se suicidó a los veintitrés 
años... Confieso que en esa época, traspasado por el "romanticismo 
alemán", el expresionismo de Elsa Lasker-Schüler y la filosofía 
de Heidegger, no pude apreciar, fundamentalmente, a Wittgenstein, cuyo Tractatus 
logico-philosophicus fue publicado en 1929. Concurrí a un seminario 
sobre él en la Universidad de Viena, pero no traspasé sus categorías 
rigurosas, aunque me dejó perplejo. Más tarde lo sentí entroncado 
con la filosofía anglosajona; positivismo y pragmatismo. Han pasado los 
años y ahora lo revalorizo inquietamente. (...). El filósofo vienes, 
que condenaba la palabra "magistral", llega a decir lo siguiente: "Mi 
obra comprende dos partes: la que ha sido manifestada, y la que yo no he escrito: 
precisamente la última es la más importante". Este merodeador 
del silencio me es actualmente inédito a la vez que indispensable, y lo 
consulto mucho cuando se trata de la hermenéutica de la poesía moderna. Frau 
von Schmerling se empeñaba en mostrarme álbumes repletos de fotografías 
de la época de la pompa y del alarde. Aunque comprendía su nostalgia, 
le expresaba mí temor de que aquella Viena era apenas una fachada endeble, 
un kitsch, una decoración empalagosa y falsa, y que detrás de todo 
aquello hervían fuerzas destructoras y fatales. Algunos profesores de la 
Universidad, que más tarde fueron sustituidos, me señalaban la afluencia 
en Viena de eslavos, románicos, magiares, etc., provenientes de las antiguas 
regiones del Imperio, que se sumaban a los descontentos y a los oprimidos. El 
régimen opresivo de aquellos años, en lugar de sofocar la protesta 
sorda, la incubaba o la llevaba a ciegos derroteros. Entonces 
conocí a Schönberg; me desconcertó y abismó; para mí 
su música se reflejaba en el espejo de "Nudas Veritas", aunque, 
contradictoriamente, brotaba en la Viena de los valses arremolinados y de la armonía 
acariciante y ligera. Afírmase que la adaptación del Tristán 
de Wagner, impuesta por Strauss hijo, sedujo a Schönberg, lo llevó 
a su música dodecafónica, a una nueva ciencia de la orquestación, 
y a sus invenciones pianísticas. En mi última visita a Viena, como 
estudiante, ya Schönberg se había marchado a su exilio en Estados 
Unidos; pero triunfaban sus discípulos: Webern y Berg. Era natural que 
la sociedad vienesa rechazara a Schönberg que "emancipaba la disonancia", 
exaltaba el elemento dinámico, llenaba la música de estremecimientos 
sísmicos, alterando el orden y la placidez. En sus "Gurrenlieder", 
y luego en "Ervartung", constaté la coexistencia del habla, el 
canto, el grito; uno quedaba desintegrado en su ser más íntimo; 
luego, en "Pierrot lunar", sentía una especie de martirio y de 
alucinación. En 1910 Schónberg escribía: "Arte es el 
grito de socorro de aquellos que experimentan en ellos mismos el destino de los 
hombres". Él arremete contra lo "confortable", la complacencia, 
el culto de una belleza que divierte y tranquiliza. Rilke dice en su "Primera 
Elegía de Duino": "porque la belleza no es sino el comienzo de 
lo terrible...". Yo seguía con mi Rilke bajo el brazo y con él 
volví a Chile, no me di cuenta, entonces, de que en Viena existía 
otro poeta que años más adelante iba a cautivarme: Georg Trakl. En 
mi poema "Los Veredictos" figura como epígrafe el siguiente verso 
de Trakl: "pero en sombría cavernasangra 
tranquila una humanidad muda
 y construye con duros metales
 la cabeza redentora".
 No 
es la caverna platónica; es otra más aterradora en que el hombre, 
habiendo perdido sus dioses, se esfuerza penosamente, y herido, por crear algunos 
sustitutos que espera lo han de redimir. A Trakl lo mató, moralmente, la 
guerra del 14. (...). Su vida fue un constante proceso de destrucción; 
su único amor fue su hermana Grete, "bella, salvaje, tenebrosa". 
En su universo poético no se encuentran evocaciones de lo real sino visiones 
misteriosas, con símbolos herméticos que se refieren al destino 
del hombre. Wittgenstein dice: "No entiendo la poesía de Trakl, pero 
me deslumbra". Heidegger la desentraña en forma admirable y le encuentra 
su hilo conductor para aliar el mensaje de su poesía con el surgimiento 
de una nueva belleza más auténtica mientras más dolorosa. 
Considera que en él surge una premonición de aquello a lo cual puede 
llegar el hombre "occidental". La noche horrorosa de su poema "Grodak" 
fue vivida nuevamente en la Segunda Guerra Mundial, y puede repetirse en una Tercera, 
aunque también se está viendo, día a día, algo similar 
en lo dramático de nuestra existencia. Hay un eco del Himno de Nietzsche 
"el desierto crece", el físico y el espiritual. Pero no quiero 
ahincar en aquellas pesadumbres surcadas de rayos luminosos y esperanzados, más 
bien ellos nos advierten e instruyen cómo penetrar el alba; si los evocamos, 
es porque tenemos necesidad de ellos. No creo que pueda extenderme más 
y sobrepasar una visión de conjunto; deliberadamente me he limitado a lo 
que yo percibí en mi juventud, todo me era latente, vivo y conmovedor. 
(...). Fragmento de "Viena Rediviva", 
artículo publicado en Revista Universitaria, N" 13, 1984.
   
   Homenaje 
a un ancestro errante Por 
Gonzalo Millán 
 
 En 1944, el 
poeta Humberto Díaz-Casanueva residía en Canadá desempeñándose 
como secretario de la Embajada de Chile en Ottawa. Cuentan que al enterarse de 
la muerte de su madre ocurrida en Santiago y ante la imposibilidad de asistir 
al funeral, escribió de un tirón en una sola noche el gran poema 
trágico Réquiem. La elegía se publicó por primera 
vez en México en 1945 y ha tenido numerosas reediciones y un reconocimiento 
crítico casi unánime, entre otros el de Gabriela Mistral.
 Yo 
había salido de Chile unos meses después del Golpe Militar de 1973, 
y después de un periplo que me hizo recalar en Costa Rica y después 
en Nueva Brunswick, una apartada provincia del Canadá atlántico, 
arribé a la capital de Canadá treinta y dos años más 
tarde que el poeta Díaz-Casanueva.
 
 Después de un exilio siberiano 
en un remoto campus universitario, mis esperanzas de encontrar en Ottawa un ambiente 
más acogedor y propicio muy pronto se revelaron como ilusorias. Ottawa 
era, a pesar de su calidad de capital, una ciudad pequeña y burocrática, 
tan ajena y provinciana como mi anterior lugar de residencia.
 
 Yo había 
leído Réquiem en Chile antes de salir al exilio y me había 
impresionado, por supuesto, pero sin causarme mayor entusiasmo. En 1976 estudiaba 
literatura comparada y, al tener que escribir un ensayo sobre poesía elegiaca, 
cayó en mis manos otra vez el poema de Díaz-Casanueva. Al fijarme 
en la fecha y el lugar del texto, con enorme sorpresa advertí que había 
sido escrito en la misma ciudad donde me encontraba en aquel momento.
 
 Cambió 
para mí el poema y la figura del poeta chileno. Uno de los problemas existenciales 
y creativos que me presentaba el exilio canadiense era la desconexión con 
la lengua materna y con la tradición poética chilena e hispanoamericana. 
No se trataba de un problema libresco, fácilmente subsanable gracias a 
las surtidas bibliotecas universitarias, era otra cosa. Me sentía aislado 
y enajenado en un paisaje y una realidad impenetrables. El hecho de que Díaz-Casanueva 
no sólo hubiera vivido en Ottawa sino que además hubiera vivido 
allí lo que vivió y escrito un profundo poema, me proporcionó 
un estímulo para seguir escribiendo La Ciudad, a pesar de lo absurdo 
que me parecía entonces la empresa. Me enteré de que el poeta de 
Réquiem residía en Nueva York, donde trabajaba para las Naciones 
Unidas. Además supe que la viuda quebequense de Rosamel Del Valle, su gran 
amigo, residía en Montreal.
 
 Una frágil telaraña comenzaba 
a conectar tiempos, espacios y lugares dispersos. La poesía chilena parecía 
haber brotado por todas partes. El fantasma viviente del poeta huérfano 
a los 38 años se me empezó a aparecer en ciertos sitios de la ciudad. 
Me acompañaba durante mis largas caminatas por el congelado Canal Rideau 
repleto de patinadores. Se sentaba conmigo en el embarcadero del lago Dow y mirábamos 
juntos las esculturas de hielo, y más allá las esclusas profundas 
y vacías como fosas comunes. A dúo repetíamos antes de separarnos: 
estamos "aquí en este país tan lejano donde la nieve parece 
el llanto congelado de los sueños".
 
   
   Un 
cazador de imágenes Por 
Kurt Folch Maass Es una lástima que Humberto 
Díaz-Casanueva no cuente hasta el momento —aquí en Chile— con ninguna 
compilación que reúna la totalidad de su obra. No sólo porque 
se trata de un Premio Nacional, sino porque su producción refleja cabalmente 
la integridad de un poeta que nunca dejó de considerar su trabajo con el 
lenguaje como una forma de experimentación y exploración existencial. 
Imagino, sin embargo, que le habría agradado saber que el encuentro con 
su poesía con frecuencia ocurre —como a mí me sucedió— por 
obra y gracia de la amistad, sentimiento que él consideraba de los más 
honorables. Mi primera lectura válida de su trabajo fue cuando un buen 
amigo me prestó su Obra Poética (antología publicada 
por Biblioteca Ayacucho en Venezuela), creyendo que podría gustarme. Estaba, 
obviamente, en lo correcto. La poesía de D íaz-Casanueva es simplemente 
bella y terrible. Sus imágenes iluminan, ramifican en uno a punta de escalofríos. 
Su lenguaje es casi siempre de una precisión que roza lo violento, lo bíblico. 
Cada uno de sus libros es un replantear un mismo puñado de inquietudes. 
Cada vez vuelve a nombrar lo que es el hombre, la muerte, la búsqueda, 
el amor, el dolor, la mujer, la luz. Se definía a sí 
mismo como un ojo dilatado en la medianoche, y de sus múltiples viajes 
volvió como un verdadero cazador de imágenes; imágenes que 
rara vez cristalizan sin tocar algo herido, algo absolutamente desolado y esto 
sin la menor complacencia o autocompasión. Fue un hombre y un poeta que 
se exigió un máximo de lucidez en la penetración en las raíces 
del lenguaje y del pensamiento. Su intelectualidad, su pensamiento profundo, amargo 
y extraño abarca, al mismo tiempo, lo instintivo, los sueños y lo 
paradójico: la claridad es oscuridad, y viceversa. La medida de esto, para 
él, pasaba por ser capaz de dar cuenta de cada una de las imágenes 
creadas. Esta responsabilidad ante su literatura lo libró de ser meramente 
un autor interesante dentro del cortejo de alguna vanguardia.
 Personalmente, 
creo inclinarme con mayor atención a los textos que escribió desde 
1960 en adelante. Desde Los Penitenciales y hasta Vox tatuada la 
versificación de Díaz-Casanueva se torna menos musical, los versos 
sufren una reducción drástica en su extensión, sometiendo 
a cada texto a una fragmentación que exige al lector reacondicionar, de 
cierta manera, la forma de encarar la lectura de un poema. Así, su poesía, 
que es un aventurarse en paisajes vastos y desolados (tanto interiores como exteriores), 
se impone con un instrumento extremadamente preciso; cada estrofa surge como una 
pieza de relojería en la que varias cosas pueden ocurrir al mismo instante. 
Las imágenes, si bien siguen dando cuenta del asombro (el asombro de un 
niño permanente e interior), se hacen más concretas. Los poemas 
se articulan, se arman, a través de imágenes que forman el núcleo 
duro y seco de una red coherente y lúcida de posibilidades semánticas: 
son condensaciones simbólicas que plantean a la poesía como una 
forma de comprensión totalizadora del hombre —su mente, su corazón— 
ante la realidad (sea ésta lo que sea). Sí, es una lástima 
no contar con una edición chilena con la obra completa de Díaz-Casanueva. 
Algo así como lo que se hizo con la obra de su gran amigo Rosamel del Valle, 
para quien, al saber de su muerte, escribió aquella elegía memorable 
que es El sol ciego. Con algo de suerte, tras este número especial, 
alguien por ahí se aventura. Mientras tanto, su obra seguirá fluyendo, 
inevitablemente, de mano en mano como gesto de amistad.
 |