Humberto Díaz
Casanueva:
Enmudecimientos
inactuales
por Andrés
Ajens
Si hay algo característico de la obra
de Díaz Casanueva que falleció en Santiago, el 22 de
octubre de 1992, tal vez sea su diálogo preferente
con la tradición
poética en lengua alemana y, a la vez su nítida opción
por no disociar poesía y pensamiento.
Yo soy Uno pero/no
idéntico
H. Díaz Casanueva
La inactualidad de la obra de Humberto Díaz Casanueva (1906-1992),
isla rarísima en el archipiélago de la poesía
en lengua castellana, se acrecienta en estos días cercanos
a la fecha de su fallecimiento. La inactualidad: lo extemporáneo
de una escritura que, en tensión con los sistemas institucionalizados
de construcción del tiempo común, explora y configura
temporalidades singulares y, con todo -al decir de Rosamel del Valle-,
“comunicables”.
Inactualidad del poema, entonces, que hace señas no sólo
a la virtualidad de otras actualidades sino que también, por
estar inscrita en nuestra lengua, recrea permanentemente sus vínculos
con un tiempo común (nuestro).
Nietzsche, como es sabido, tituló precisamente uno de sus primeros
libros: Unzeitgemässe Betrachtungen -lo que frecuentemente
ha sido traducido por Consideraciones inactuales (o Intempestivas
o francamente Desubicadas). Y el azar no es enteramente premeditado
en este cruce de lenguas -y de nombres-: si hay algo característico
de la obra de Díaz Casanueva tal vez sea esto: su diálogo
preferente con la tradición poética en lengua alemana
y, a la vez (y tal vez por ello mismo), su nítida opción
por no disociar poesía y pensamiento.
Viajes y estudios
Las experiencias de vida tempraneras son insoslayables.
Díaz Casanueva viajó a Alemania en 1932, donde permaneció
hasta 1937. Asistió, pues, al comienzo de los años más
heavy de la historia europea de este siglo: el ascenso de Hitler al
poder (1933), la quema de libros por los nazis y la puesta en marcha,
de las políticas antisemitas (y, entremedio, las olimpiadas
de Berlín, el 36, con Jesse Owens desafiando inopinadamente
la mise en scène del purismo ario). Estudió con profesores
neokantianos en Jena y luego, en Friburgo, siguió los seminarios
de Heidegger sobre Hölderlin y sobre Nietzsche.
También iría, Y más de unavez, a Todtnauberg
-la cabaña de Heidegger en la Selva Negra, donde éste
escribiera amplios pasajes de Sein und Zeit. Ya antes había
participado en un seminario con Paul Klee, comenzado a traducir a
Rilke e indagado en los archivos de Nietzsche en Weima -lo que lo
incitaría a dar, en 1938, de vuelta ya en Santiago, un curso
sobre el Zaratustra nietzscheano en la Universidad de Chile.
La intensidad de la inmersión en las aguas de la cultura alemana
fue, posiblemente, una experiencia radical de desestructuración
y de reinterpretación de la tradición en que el poeta
venía. El cariz vanguardista -huidobriano y, latamente si bien
no exclusivamente, “francés”- de sus primeros libros publicados
en Chile (El aventurero de Saba, 1926, y Vigilia por dentro,
1931), sin desaparecer del todo en sus textos posteriores, se reconfigura
en el encuentro con la fuerza simbólica y singularizante del
romanticismo y del expresionismo alemanes, así como con el
pathos heroico del análisis existencial heideggeriano y con
la exploración intrasubjetiva del psicoanálisis. Sincretismo
sui generis, si se quiere -o, simplemente, drama barroco alemán
con aliño latinoamericano-; lo ciertoto es que a partir de
El blasfemo coronado (1942), la poesía de Díaz
Casanueva se agrava y se rarifica, y la voz órfica del poeta
tiende a consonar más con la del poeta pensante heideggeriano
que con la del pequeño dios vanguardista, si bien la afirmación,
la auscultación y la reinvención de la propia subjetividad
no serán jamás canceladas.
Tiempo alemán
Poesía pensante: poesía atenta a acoger
e inscribir lo irrepetible, poesía memoriosa de las fechas,
al decir de Paul Celan, a quien Humberto Díaz Casanueva cita
en epígrafe, junto a Jacques Derrida, en su último libro:
Vox tatuada (1991). Poesía pensante o “sangre pensante”
(Sol de lenguas, 1970): no poesía metafísica
-si tal existiere-, sea ésta comprendida como platonismo, como
época del olvido del ser o metafísica de la presencia;
lo que no impide, por cierto, que haya habido y puedan seguir habiendo
aún por mucho rato lecturas y lectore(a)s metafísico(a)s
de poemas.
El encuentro con la tradición “alemana”, con
todo, debió ser tan remecedor que el poeta, por un tiempo,
enmudeció: de sus años en Alemania sólo se conoce
un poema breve -“La víspera”-publicado en la Antología
de poesía chilena nueva (1934), de Anguita y Teitelboim. Se
trata de un texto de hermosura archiromántica, con alusiones
a "los valles del Rhin", al “ruiseñor” y a las “rocas
sin agua”, pero a la vez en conflicto con las bellas palabras aladas:
“Que vengan las palabras de todos los días, las que se emplean
para comprar una fruta o alabar a un niño”.
En Vox tatuada, casi al final del libro final, Díaz
Casanueva le hará guiños otra vez a este tiempo “alemán”,
entrecitando (casi) por primera vez en su escritura poética
unos versos en un idioma distinto al “materno”:
‘‘Evoco días felices con mujeres
muertas de la risa derramando cerveza por
todas las calles del pueblo
’das Volk war durstig also ging das eine
durstlose Mädchen ging die Steine um Wasser
’flehen für ein ganzes Volk'
tal vez sea una remembranza que algo pronostica
ahora el Hombre está fuera de la Criatura
un perro indio me olisca”
Los versos “alemanes” pertenecen al inicio del poema
“Die Heilige” (La santa.) de Rilke. En una carta datada poco antes
de su muerte, Humberto Díaz Casanueva me sugería la
siguiente traducción: “Sediento estaba el pueblo; entonces
la única/ muchacha sin sed fuese a las piedras/ a implorarles
agua para todo el pueblo./ ¡Y sin embargo...! Sin embargo: ahora
que literalmente el “pueblo” ha desaparecido (y con él su “santa”
patrona), oír, otra vez tal vez, entre las ruinas, al Zaratustra
de vuelta de la montaña: “No volveré a hablar al pueblo
nunca; por última vez he hablado con un muerto.” Algo así
como: la inquietante inactualidad de lo que enmudeciendo viene -y/o
en traducción.
* * * * *
Poesía de Humberto Díaz Casanueva
CAUCE DE LA VIDA
Cuando un viento nupcial levantó sus solares pechos
un beso le detuvo adentro esa estrella de piel blanca;
por amor, su cuerpo es la más tierna pausa de la muerte;
su leche, por el hombre, disuelve sus láminas puras.
Un infante, hijo aún de su abismo, busca la greda viviente,
busca la frente febril para sus sueños en borda oscura,
las prisiones para su corazón todavía anegado de dioses
pues sólo posee ese secreto que es anterior al alma.
Se tienta una vena la madre, ahí nadan dos ojos sueltos
que tal vez no atinan a fijar sus estambres invisibles,
y esos pies que le golpean pidiéndole un camino terrestre
los encuentra, cuando duerme, hollando su propio rumbo.
Cuando la madre dormía, el niño le sopla su nombre
y le ruega calme su miedo de aproximarse al mundo,
porque ya vive, el destino terminó los nudos a su alma
y su memoria está olvidando su verdadero origen.
REQUIEM
I
Como un centinela helado pregunto: ¿quién se esconde en el tiempo y me mira?
Algo pasa temblando, algo estremece el follaje de la noche, el sueño errante afina mis sentidos, el oído mortal escucha el quejido del perro de los campos.
Mirad al que empuja al árbol sahumado y se fatiga y derrama blancos cabellos: parece un vivo.
Pero no responde nadie sino mi corazón que tiran reciamente con una larga soga.
Nadie sino el musgo que sigue creciendo y cubre las puertas.
Tal vez las almas desprendidas anden en busca de moradas nuevas.
Pero no hay nadie visible, sino la noche que a menudo entra en el hombre y echa los sellos.
¡Oh presentimientos como de animal que apuntan! Terrible punzada que me hace ver.
Como en el ciego, lo que está adentro alumbra lo distante, lo cercano y lo distante júntanse coléricos.
Allá muy lejos, en el país de la montaña devoradora, veo unas lloronas de cabelleras trenzadas
que escriben en las altas torres: me son familiares y amorosas,
y parece que dijeran ...................
"unamos la sangre aciaga".
¿Hacia dónde caen los ramilletes?, ¿por qué componen los atavíos de los difuntos?
¿Quién enturbia las campanas como si aguien durmiera demasiado?
Aquí me hallo tan solo, las manos terriblemente juntas, como culebras asidas y todo se agranda en torno mío.
¿Acaso he de huir?, ¿tomar la lancha que avanza como el sueño sobre
las negras aguas? No es tiempo de huir, sino de leer los signos.
¡Cómo ronda el corpulento que unta la espalda! Las órdenes horribles sale a cumplir.
De pronto escucho un grito en la noche sagrada, de mi casa lejana, como removidos sus cimientos,
viene una luz cegada, una cierva herida se arrastra cojeando, sus pechos brillan como lunas, su leche llena el mundo lentamente.
II
¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas!, por qué el perro no calla y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra
y todo zumba como un despeñadero
y mi ser desolado tiembla como un gajo.
Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están tatuando,
son tus besos que están devorando. ¡Ay, madre! ¿es cierto, entonces?, ¿te has dormido tan profundamente que has despertado, más allá
de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?
¡Hiéreme, oh viento del cielo!, con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro.
Hiéreme, memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.
A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos,
y el monarca en la otra orilla restaña la sangre,
y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.
¿Acaso no ven al niño que sale de mí llorando, un niño a la carrera con su capa de llamas?
Yo soy, pues, yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado
en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos,
pero únicamente hijo de ti. ¡Oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!
VIII
¡Oh madre infinita, tierra inmensa, vida conforme a los pactos!
Si tú mueres, muero y en ti me extravío como el buque en la tempestad,
y el que tira tus cenizas contra la peña, a mí mismo me está estrellando.
Pero si mueres quedas también viviendo a través de mí como el fruto que una y mil veces sube al monte y no teme escarcha.
y desapareces consumida y tornas a aparecer rescatada y en tus vaivenes de súbito veo que pasas por los ojos de mi hija
como una cinta fulgurante y le templas sus facciones y le soplas el naciente espejo.
¡Oh doncella que desciendes montada en un águila, con una granada en la mano y que eternamente madura
y con hilos de oro que enredas para la fiesta!
La vida y la muerte osas mezclar y tan extraña afinidad alabo entre visiones.
¡Oh, madre mía, te yergues tan segura en el caos terrible y anhelas sosegarme!
¡Oh, esposa maternal, oh hoja mía, como lenguas de la misma antorcha,
como tibios eslabones en la sucesión del tiempo
y libradas de la misma rueda oscura que mueven las edades,
todas, y una sola a la vez, confundidas en la espiral,
ahí en el profundo sueño mortal, transfiguran mi alma.
Os digo: ¡conjurad la sierpe que viene a beber al seno,
la madre salvará a los chiquillos del rebaño lanzado a la carrera!
Pues todo hombre, entre o salga del mundo, hundido en una cuna de muchas aguas,
resbala y chispas deja el flujo de su sangre y resbala de nuevo
y las Madres le pasan la mano llena de ojos.
XII
Estás aquí delante de mí, apiádate, entonces, no necesitas gritarme para que te oiga. He de aprender a invocarte, a interpretar tus ecos.
(Si no pude decir adiós es porque el adiós no existe entre nosotros.)
Te acercas un poco indecisa como una candela en la mano de otro que te aproximara a la ventana y luego la retirara,
porque debes alumbrar con más espacio sideral en las bóvedas sin fin y bendita perpetuamente.
¿Pero tal vez necesitas que te ayude? El ronco susurro de las preces,
¿no enreda tus pasos?
Tal vez desearías que te pasara el rebozo: estabas tan débil, tan fatigada de sentirte ir llamada por los ajenos.
¡Si hubiera una iglesia profunda para encerrarme y pedir algo por ti, si hubiera una iglesia en el mundo!
¿A quién pedir? ¿A quién decirle?: "no la apuren, ha sufrido tanto y luego no puede vivir dentro de la muerte sin mirarnos".
He de buscar un monte, una ribera, una piedra de ermita salvaje en que yo pueda estar solo, de pie en el éxtasis de la noche inmensa,
solo frente a los alambrados acechando a los guardianes en sus rondas,
lamido por silenciosos animales, rondado por los sueños de los niños
y vea pasar claramente el carro entre las estrellas, la palma que te conduce ancha como el firmamento. Y llorar, nada más que llorar, ver que te pierdes
en el mar como una llamarada entre los témpanos, y sentir que permaneces, sin embargo,
permaneces como una respiración contenida de la tierra, llorar y esperar que pasen los años
y de la cara en llanto salga un destello
y un día venga mi hija corriendo entre la yerba y me muestre la granada vertiginosa, la paloma encendida, el sueño arcano
¡que renace del fondo de la tierra!
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