El próximo lunes 25 se presentan en el Centro
Cultural de España (Florida 943), cuatro poetas chilenas
destacadísimas entre las nuevas promociones. Radarlibros entrevistó a
María Eugenia Brito (Filiaciones, Emplazamientos), Elvira Hernández
(Carta de viaje y Album de Valparaíso), Soledad Fariña (La vocal de la
tierra y Narciso y los árboles) e Isabel Larraín (Regreso a Sadness y
De los esfuerzos y oficios) y anticipa a continuación un posible
temario de discusión.
por Andi Nachón, desde Santiago de Chile
en Página12
24 de agosto de 2003
... Es
una tarde soleada de invierno en Santiago, el café Bovary está
inundado por un sol tibio y cuatro mujeres sentadas a la mesa
conversan distraídas acerca de los teléfonos celulares y la pasión que
los chilenos sienten por ellos. Sería fácil olvidar que representan
una de las vertientes más interesantes de la poesía latinoamericana
actual, hasta que en un momento la voz de Elvira Hernández, autora de
libros de culto como Arre Halley Arre o La bandera de
Chile, suena calma y cortante para afirmar “¿quién quiere ser
siempre ubicable?”.
La década de
los 80 en Chile fue un momento riquísimo para la poesía, en
contraposición a una de las instancias más difíciles de su historia,
¿no?
Isabel Larraín: –El enemigo común convocó a mucha gente,
nos unió la lucha contra la dictadura. A partir de los ‘80 se dan
muchas lecturas públicas, muchos actos. Esa lucha sirvió para
mostrarnos cómo funcionar desde la resistencia. Sin haber representado
necesariamente opciones políticas, la escritura y las lecturas
públicas eran una forma de resistencia, un granito que uno
ponía.
¿Y cómo ven la aparición de las voces de mujeres en
ese marco?
Elvira Hernández: –Siempre sentí que había un tejido
bastante amplio de mujeres escribiendo pero que todo ese tejido era
subterráneo. Pienso por ejemplo en Estela Díaz, en Cecilia Vicuña o en
la misma Paz Molina. Mujeres que teniendo libros igual estaban
enteramente sumergidas. Y creo que en el momento en que acá se
empiezan a reivindicar ciertas libertades, las mujeres sienten el
derecho de expresarse escrituralmente. Y en esas dimensiones
históricas la mujer empieza a hacer su aparición en conjunción con
otros actores sociales que también se hallaban ferozmente
reprimidos.
I.L.: –Nos empezamos a conocer, y ese tejido
subterráneo empezó rápidamente a levantarse en ciertas líneas.
En
ese sentido el Congreso Internacional de Escritoras del ‘87 debe haber
sido importante...
Eugenia Brito: –Después del Congreso hubo un
fenómeno interesante en Chile y las mujeres tomaron un espacio,
ganaron lugar para su escritura. Por ejemplo, antes era inconcebible
que a uno la presentara otra mujer. Yo creo que el Congreso abrió
posibilidades. Se empezaron a oír más las voces de mujeres como
críticas, teóricas y escritoras. Apareció esta noción de “mujeres
pares”, que estaban leyendo y produciendo al mismo tiempo. Fue un
fenómeno interesante porque Chile tiene una tradición muy patriarcal
en la que era muy difícil hacerse oír.
I.L.: –Nosotras llegamos a
un terreno mucho más llano. En mi generación estaba bastante más
establecido el hecho de la mujer como poeta. Yo me doy cuenta de que
la generación anterior empezó a publicar mucho más tarde que nosotras,
publicaron entre los treinta y cinco y los cuarenta. Nosotras entre
los veinte y los treinta ya teníamos por lo menos un primer libro
editado. Y uno se da cuenta de que el terreno estaba más abierto, y ya
estaba más establecida la realidad de la “mujer escritora”. Pero
todavía en los momentos de hacer crítica o de participar en revistas,
ahí se nota que eso no está tan superado. Igual, sin dudas hubo un
pequeño avance.
E.B.: –Es una marca haber sido joven en los
setenta. Fue un momento muy rico pero también muy inhibitorio, muy
difícil.
E.H.: –Sí, después de 1973 la palabra estaba censurada a
todo nivel. Entonces la pregunta era: ¿qué se puede hacer hoy con una
palabra en este estado? Y yo creo que esa pregunta a uno la corroía:
qué se puede hacer con la palabra después de todo su recorrido
estético, histórico, qué se puede balbucear.
En ese sentido
las voces de mujeres tienen una clara tendencia a poner en discusión
lo público, y a problematizar su presencia en lo
público.
Soledad Fariña: –Claro. Mi segundo libro es un libro
de búsqueda, de indagación diría. Y dentro de sus preguntas se dio una
pregunta por la identidad nuestra, de mujeres, en la escritura. En mi
primer libro la búsqueda más consciente era una pregunta por
Latinoamérica, por esa entelequia en relación con la cual me sitúo. Y
Albricia se centra más en la figura y en la subjetividad de las
mujeres. Pero ambas búsquedas son preguntas sobre el lenguaje,
también. Ponen en juego una identidad cultural, un estar cultural
también.
E.B.: –Es que se intentó romper con una voz intimista.
Aquí estaba la noción de la poetisa que declamaba, y era una dama, y
hablaba de la vida íntima.
E.H.: –Yo creo que con la postura de
Gabriela Mistral abordando no sólo el mundo íntimo sino también un
mundo social, educacional y público, ya hay un fuerte cambio. La
palabra “poeta” parecía privativa de un sujeto masculino y la Mistral
se apropia de ella. Y a partir de los setenta las mujeres que escriben
sienten en su escritura la posibilidad de reivindicar para sí la
palabra poeta.
E.B.: –La mujer se aleja del estereotipo de una
figura de salón. O de la iluminada. Formas pensadas desde un modelo
patriarcal como entretenimiento o, a lo sumo, la poetisa como la
hacedora de una “poesía intuitiva”.
E.H.: –Sí, se pasó de esa
poesía decorativa a pensar que también se puede acceder a una palabra
pública.
I.L.: –Creo que la instauración de una voz de mujer da
cuenta de un espacio que refleja un poco más cómo son ahora las cosas,
cómo queremos que sean.
E.H.: –Para mí esa primera persona es una
cantidad de voces disímiles pero en el fondo hay un sustrato de la
mujer que subyace y surge de un sí mismo que se va construyendo a
través de esa gran cantidad de voces por donde avanza. Yo diría que
son zonas dolorosas. Que en esa emergencia de la palabra, va
arrastrando y se va arrastrando por lugares no mencionados pero
también difíciles de perfilar. Y yo creo que ese aspecto, esa
borradura, es por el tránsito que hay en zonas por donde no se ha
andado, que no son visibles.
Sin dudas la presencia de
Gabriela Mistral dentro de la tradición literaria debe haber sido
fuerte para ustedes.
S.F.: –Sabés qué, como esta mujer fue tan
sacralizada nos ha costado mucho encontrarla. Recién ahora nos estamos
acercando en forma bastante más natural a ella. La Mistral dejó cosas
ocultas y cosas abiertas. Bueno, Elvira tiene esa reflexión hermosa,
sobre “las cosas que Mistral dejó bajo llave”. Y muchos estamos
buscando la llave para abrir esa riqueza que legó.
E.H.: –A mí
Gabriela Mistral me sedujo siempre porque ella busca un lenguaje muy
arcaico. Y yo sigo sosteniendo que quizás no era tan importante ser
absolutamente moderno, sino diría, más bien, absolutamente arcaica.
Una búsqueda más hacia atrás que hacia adelante.
Claro. Y
miradas desde afuera un parecido entre sus escrituras está dada por la
búsqueda...
E.H.: –Sí. Aunque creo que escribimos desde ese
silencio que dejan las lecturas. Tratamos de recoger eso que está
siendo borrado. Empezamos a escribir en un momento en que América
latina como tal es un concepto que empieza a desaparecer, el propio
país está tratando de ser borrado en muchos aspectos, y uno trata de
recoger eso. Hay algo de lo que no se quiere dejar huella y entonces
la escritura busca hacer patente eso, dar cuenta de eso.
E.B.:
–Hay un intento por mantener un lenguaje vivo. Y por no
desaparecer.
S.F.: –Sí, y para mí también una inquietud, la poesía
como forma de conocimiento. Para mí esa es realmente una raíz. A veces
muy aérea. Y a veces ligada a la tierra.
I.L.: –Y a la vez el
panorama ahora es mucho más cambiante, más rápido. La posibilidad de
referentes y lecturas es múltiple. Eso hace que haya mayor libertad
para tener un pequeño proyecto poético o escribir un par decosas sin
necesidad del gran proyecto. Finalmente la palabra, si uno es
consecuente con lo que cree, es un vehículo de libertad no más.
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