Brevísimas
impresiones a propósito de Putamadre
por Reinhard Huaman Mori
Lima, agosto de 2005.
No es muy difícil darse cuenta de que la poesía y los
poemas de Héctor Hernández Montecinos mantienen
una carga visual y sígnica muy marcadas. Como sabemos, Putamadre
nace de la reunión y selección de sus tres primeros
libros a la que se añaden textos de un poemario inédito
titulado
Coma. Me interesa mucho la poesía de Héctor en
cuanto presencia y construcción de imágenes. Ya desde
la aparición de No! se podía advertir que esta
construcción escapaba del uso de la palabra en cuanto representación
abstracta y simbólica que engloba una idea y un referente.
Por ello mismo, hay una serie de ilustraciones que acompañan
los poemas entablando un diálogo que complementa una serie
de ejes temáticos basados en las confusiones y el caos del
sujeto y su orden social. Es decir, si de fondo había una problemática
posmoderna, había también una relación figurativa
que llevaba a la poesía de Héctor a ser tomada en cuenta,
porque había algo en ella que se diferenciaba de toda esta
concepción decadente y negativa del mundo y de las relaciones
humanas. Entonces, me permito decir, el acierto de esta poética
no reside en su temática, porque ella misma es utilizada y
reutilizada por muchos autores desde que Baudelaire dio inicio a la
poesía moderna con su visión de la ciudad como centro
que deshumaniza y que refleja la pobreza de espíritu del ser
humano. De ahí en adelante, la caída, la inmundicia,
la confusión sexual, política, religiosa y temas similares
están muy presentes en casi toda la poesía moderna,
y también en los versos de cada uno de los libros que conforman
la serie llamada Las categorías visuales de la gloria trágica.
Lo fundamental de No! está en que es un libro que instaura
y establece la continuidad de este submundo llamado “La Manicomia”,
un espacio circense a modo de zoológico freak, con sus respectivos
personajes como la Divina Trinidad de las Marías (María
Thalía, María Paulina Rubio y María Lynda). Ellas
no son sino un trío de íconos pop latinoamericanos que
me recuerdan a La tirana de Diego Maquieira o a La manoseada
de Sergio Parra, no solo por el uso de la primera persona y el modo
de presentarse ante el lector como si se tratara de una confesión,
sino sobre todo por el tono irreverente, obsceno y mordaz de su discurso:
“Yo, La tirana, rica y famosa
la Greta Garbo del cine chileno
pero muy culta y calentona, que comienzo
a decaer, que se me va la cabeza
cada vez que me pongo a hablar
y hacer recuerdos de mis polvos con Velásquez.”
(Maquieira)
“Me decían la Divina
vamos papi dámelo todo
soy hija de mi hijo
los aztecas me llamaron Guadalupe
soy la reina de los mil nombres
y estoy profundamente abandonada en lo alto”
(Héctor)
En pocas palabras, No! es un libro cuya importancia radica
en que es la puerta que abre toda una secuencia poética, pero
que en relación con los dos siguientes se muestra un tanto
menor. El Héctor que ahora leemos en Putamadre es el
Héctor que crece y lleva al límite su propia propuesta
simbólica con la publicación de su segunda entrega:
Este libro se llama como el que yo una vez escribí.
Este poemario, editado por la editorial (contrabando del bando
en contra) que él mismo dirige, se muestra mucho más
osado que su precedente, con el cual mantiene una fuerte relación
de reescritura de algunos poemas aparecidos en No! y su posterior
continuación. Será a partir de este libro que la palabra
encuentra esta doble función de representar imágenes
a través del significado, por un lado; y por el otro a través
de su disposición gráfica. Afortunadamente, Héctor
no cae en los típicos juegos visuales de los caligramas como
lo hizo hace muchos años Apollinaire y muchos otros antes y
después que él, lo cual hubiera supuesto el fracaso
total de su poética, debido a la repetición de esquemas
ya conocidos de la poesía de Occidente. Sin embargo, los cambios
de tipografía a lo largo de un poema, la elección de
sus diversos tamaños o la división en espacios pequeños
y amplios de los versos reconfiguran y transforman el campo gráfico
del libro de otra manera, acercándolo más a la propuesta
visual de la obra de Juan Luis Martínez. Este libro se llama
como el que yo una vez escribí se sostiene en la mente
del lector como un conglomerado de imágenes e íconos,
las referencias existentes en sus páginas sufren un tratamiento
irónico, alejado de todo formalismo y solemnidad. Los ecos
y las resonancias que instaura con La nueva novela de J. L.
Martínez no son ni gratuitos ni fortuitos, hay mucho trabajo,
muchos poemas, mucha escritura en donde se puede advertir una totalidad
sin muchos altibajos con un tratamiento irónico y descreído:
“Mi nombre es Bastarda. Mi nombre traducido
significa algo. Pero no hay lengua que quiera pronunciar mi nombre.
Porque mi nombre no significa nada. Novela Bastarda. Qué
bonito suena. Hija de puta. Amante. Loca. Bastarda”.
Ya en 2003, Héctor publica su tercer poemario y lo titula
El barro lírico de los mundos interiores más oscuros
que la luz, nuevamente bajo su propio sello editorial. Si bien
es cierto que este tercer libro guarda por momentos muchas semejanzas
con el anterior, es también cierto que los límites entre
la palabra como signo visual y como representación semántica
son completamente traspasados. Me da la sensación de que en
la serie Las categorías visuales de la gloria trágica
se desarrolla el mismo proceso de desintegración lógica
y racional que experimenta la palabra como entidad sonora en pos de
encontrar una nueva manera de expresión, como sucede en Altazor
de Huidobro. Manteniendo prudentemente las respectivas distancias,
la poética de Héctor es una metamorfosis visual y monocromática,
pero que se alarga a través de tres libros luego de muchos
versos de desintegración, como se puede apreciar en los poemas
“LA TORRE DE LOS FANTASMAS”, “Ladesmaterializaciónesunprivilegio”,
“EL CORAZÓN DE VACA DIOS” y otros más. Finalmente, cierran
la selección de Putamadre los textos inéditos
de Coma, los cuales me traen a la memoria el extenso poema
de la quinta sección de No! y que también aparece
en el segundo libro de Héctor: “LA MANICOMIA DIVINA”.
No me queda más sino decir que Putamadre es el resultado
de un trabajo de años, el resultado de una depuración
cuidadosa que ya no presenta los altibajos que suscitaban por momentos
algunos de sus poemas. Hemos llegado a presenciar el final de un ciclo
con la expectativa de uno nuevo, y yo, como lector, poeta y amigo,
me mantengo a su espera.