Segunda mano / Héctor Hernández Montecinos
Lima, Editorial Zignos, 2007
Publicado en Intermezzo Tropical, nº5, año 2008, Lima, Perú
Luis Fernando Chueca
Casi al final de “Centrífugas circulaciones (identidades en prenda)”, tercera parte de Segunda mano, leemos: “En algo así como un barco ebrio en tránsito desde el vacío al vacío la poesía chilena se mueve en una cajita”.
Si recordamos que en Las categorías visuales de la gloria trágica –la obra publicada por Héctor Hernández Montecinos de la que este libro es el segundo volumen recopilatorio– una sección lleva como título “La poesía chilena soy yo”, podemos establecer, desde una coordenada de lectura (hay otras, por supuesto, como la que implicaría hablar de las relaciones con el libro-caja La poesía chilena de Juan Luis Martínez), la relación entre el sujeto de este proyecto de escritura y este barco ebrio que se apropia del poema con que Rimbaud hizo su deslumbrante y escandalosa presentación en la ciudad letrada parisina en 1871. En su poema, el francés dibujó el alucinado –y radicalmente moderno– trayecto de una nave que, librada a su albedrío o al arrebatado flujo de las aguas que lo llevan hacia el mar, recorre bellos o desoladores parajes, increíbles escenarios que repercuten y diseñan su subjetividad.
Algo semejante podría decirse de Segunda mano y de todo Las categorías visuales de la gloria trágica: al embarcarnos en la lectura, nos enfrentamos a –o nos dejamos arrastrar por– olas textuales que se suceden o se superponen. Marejadas verbales que nos llevan de un punto a otro, de una sensación a otra y de ahí a otra, de un escenario a otro. Ramificaciones casi infinitas que obligan al eventual pasajero (el lector) a sujetarse o dejarse llevar en este viaje del vacío al vacío. Quizá durante ese intenso y ríspido recorrido una clave inevitable sea la imposibilidad de asirse a algo unívoco, o, al otro extremo, la seguridad de estar recorriendo, fascinado, las innúmeras habitaciones de una rizomática y desbordada escritura.
En su poesía, Héctor Hernández se ha apropiado, como hemos visto, de Rimbaud; también de Ginsberg, de literatura orales, de textos védicos. O, en la ya aludida “La poesía chilena soy yo”, se apropia de la Mistral, de Neruda, de Pablo de Rokha, de Huidobro (y de ellos a través de Martínez). Y la lista podría seguir, pues la poesía, como dice al final de Segunda mano: “Es un sueño que se continúa escribiendo / desde la primera noche de la humanidad / cuando un hombre o una mujer o un niño o una anciana // alzó la cabeza al cielo estrellado y se quedó absorto”.
¿Quién es, pues, el canibalizador sujeto de escritura de estas páginas? Otra vez hay que mencionar las “identidades en prenda” o las “centrífugas circulaciones” de estas: deslizamientos, discontinuidades, contaminaciones. Un sujeto necesariamente híbrido, múltiple e impuro que fagocita todas las posibilidades de la escritura y de la voz para ser, como anuncia uno de los epígrafes, pharmakon: simultáneamente veneno y remedio. Y para asumir, así, la palabra poética como canto, llanto, oración, crítica política, confesión, narración del apocalipsis, reclamo. Para expresar el deseo, la exaltación o el fracaso. Para ser rito y mito. Para, simultáneamente, insertarse de modo inconfundible en la más presente historia e intentar acariciar el infinito.
Un sujeto de escritura, también, que oscila entre el yo masculino y la voz femenina: que se feminiza. Y a propósito de esto sería bueno recordar a Nelly Richard cuando escribe que “Cualquier literatura que se practique como disidencia de identidad respecto al formato reglamentario de la cultura masculino-paterna; cualquier escritura que se haga cómplice de la ritmicidad transgresora de lo femenino-pulsional, desplegaría el coeficiente minoritario y subversivo (contradominante) de lo ‘femenino’.” Y, entonces, hablar, como se ha hecho, de la escritura de Hernández Montecinos como queer ayudaría en tanto apunta el desafío de las identidades sexuales rígidamente establecidas; aunque no hay que olvidar que corremos el riesgo de un encasillamiento frente al que el libro y el poeta de seguro también se rebelarían, porque todo intento de estabilización refleja, de una u otra manera, una mirada autoritaria.
Con esto me acerco a otra de las ramas mayores de esta Segunda mano. La primera sección, “Rinso matiz (Poder memoria blanca y moral inmaculada)”, se abre casi con los versos “ALGUIEN QUIERE LIMPIAR LA CASA / ALGUIEN QUIERE LIMPIAR LA PATRIA / ALGUIEN QUIERE LIMPIAR EL CORAZÓN”, y juega irónicamente con el motivo del lavado de la ropa: limpiar o desmanchar a través del uso de eficaces detergentes. Pero las manchas que alguien quiere limpiar son manchas de vida, suciedades del goce y del deseo, huellas de la intensidad asumida; son la presencia vívida del cuerpo; son los dolores de la noche y las cicatrices de las búsquedas de plenitud. Esas manchas son, pues, la memoria y la existencia, desde la más privada intimidad hasta las de la vida colectiva. Y entonces se nos recuerda que “los artículos de aseo fueron inventados cuando el primer hombre vio un grano de arena en el ojo de su compañero”. Es decir, la incapacidad de ver lo otro y la vocación de controlar. Evidencias de que vivimos en sociedades de vigilancia donde el “homo bestia machina se cree dueño de la verdad monolocuente”. De que habitamos espacios donde los cerderos (y todos sus cómplices de turno y permanentes) están decididos a limpiar: “La multitud se abalanza hacia el ruedo para también unírsele al cerdero en el faenamiento del animal Le amputan los testículos y el pene Le clavan picas con las que lo levantan en andas Le provocan heridas con anzuelos sujetos a cuerdas que al ser tirados le arrancan la piel La gente en éxtasis grita el apellido del cerdero”.
Tendría mucho más por anotar, pero es imposible dejar una idea suficiente de esta Segunda mano que busca “no olvidar el sueño de la noche anterior / que son todos los sueños de todas las noches / de todos quienes han contemplado una noche estrellada”. Para terminar, quiero citar un fragmento, quizás más elocuente que mucho de lo que acabo de decir:
ESCRIBO una
como marea
por donde transitan el barro lírico y el abismo local
concibo los flujos que pongo en escena desde mi mirada sorprendida
con un imaginario incendiándose mi nombre es vector lo que pretendo es la acción
captar lo que está sucediendo
aprovechar las intensidades que mueven a las cosas y a las personas dar cuenta de ellas con toda mi rabia y mi amor
no delimito ningún espacio porque todo es expansión
del yo al nosotros del nosotros al sujeto
quiero congregar energías y colores y no separarlos
lo mío es el
movimiento
ciclos de agua-sangre que buscan liberarse
desde el metarrelato de la identidad
y su desaparición subliminal en el gesto sobre el cuerpo
en blanco