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El descaro/ el desgarro en La interpretación de mis sueños de
Héctor Hernández Montecinos

Por Paula Ilabaca

Envejecer al compás de letras, mientras caen, al unísono, vibraciones y poluciones nocturnas, que manchan su cama, el tapiz, el lecho universal. Envejecer contemplando hitos que son como mierdas pequeñas que se pisan en un camino asfaltado/ de sol/ de vegetación corporal, de invenciones geopolíticas de mapas y fronteras que se erigen, que se transmutan en misericordiosas protestas, en misericordiosas canciones que Hernández Montecinos escucha. Y calla. O habla. Y cuando habla pareciera que envejeciera y cuando cree que envejece, conejea por la noche estúpida de este país. No a las respetables putas de la belleza/ No a los distinguidos perros de la poesía, dijo una vez. Ahora dice los buenos poemas tienen mala memoria o también A los 28 años/ y estando en un país ajeno/ los amigos se ven como poemas/ poemas que he leído tantas veces y retoma las putas de la belleza. Y no hace otra cosa que escribir sobre lo que él mejor conoce, su propia escritura.

Indagar en La interpretación de mis sueños, es moverse por capas en las que recorremos por medios porosos, pero claros, las aclaraciones de un autor que a los 28 años detiene su delirio escritural, para hablar precisamente sobre aquello que ha estado haciendo desde los 19 años: escribir. Y al hacerlo congrega ahí las casi mil páginas escritas durante estos años en un texto breve, condensado y extremo donde le da a cada cual lo que se merece. Y pienso en todos esos comentarios sobre la extensión de libros de Hernández Montecinos, en su libro blanco, posterior al No! en su sucesor, el libro negro, lleno de ojos y pezones en su portada. El blanco y el negro entonces. La tinta y el papel, diría un romántico. La insolencia de la juventud, pienso yo. Una insolencia que nos permite probar el descaro/ desgarro de La interpretación de mis sueños, del puñete que subyace a este libro, con el que provocará a toda la literatura nacional. Los libros de poemas son sintéticos, escuchó alguna vez el autor. Los poemas son breves, dicen poco, pero congregan millares en pocos versos, habrá escuchado, habrá procesado por ahí. Sin embargo, Hernández Montecinos hizo exactamente lo contrario. Los poemas debieran leerse con un tonito que termine en declive, así como cayendo, le decían las eternas lecturas de poesía que en algún momento él organizó. Pero Hernández Montecinos dijo No!; así como también dijo: ahora me voy a reír. O como una vez en un mail, recuerdo que decía algo como: llegaré a poner orden cuando regrese a Chile, a poner en orden su adorada casa de la poesía. Pues cuando él no está en la patria, emergen las criaturas miedosas y juegan con palabritas prestadas, que han sacado de sus entrevistas, de sus libros, de sus comentarios. Tal como el mismo Hernández Montecinos ha dicho sobre sí: la poesía chilena soy yo. Yo realizaría una corrección: la poesía chilena que tiene los cojones bien puestos soy yo.

Erigido como líder de una generación, llamada la novísima, que ha irritado y hecho hablar a tantas personas del campo literario que no saben ni sobre lo que discuten, autodenominado Director General del encuentro Poquita fe, sucesor de Hitler y Charly García, incluido el bigote, Hernández Montecinos no ha hecho otra cosa que escribir. El decorado inquietante del campo lo han hecho los demás… ¿si eso no es miedo, hijos de puta, díganme qué es? Y pienso en este miedo del que habla Hernández Montecinos. Y pienso en su gesto de detener su obra compleja y extensísima para realizar el acto político de detenerse a sí mismo, de escribir como si fuera la última vez que lo hiciera, de publicar un libro pequeño por Moda y Pueblo, de hacerlo en su acto de despedida ¿Tiene miedo Hernández Montecinos? Jamás. Menos a las palabras que son parte de él, como si no fuera un cuerpo, como si él mismo fuera su propia obra, como si él mismo se tornara un discurso.

Desde que Hernández Montecinos pronunció por primera vez el rabioso No a las respetables... y la audiencia se movió en sus asientos impaciente, molesta, mientras que a los interpelados se nos entorpecía el habla y se derretían los papelitos que habíamos andado escribiendo en las micros amarillas de ese año 2000, Hernández Montecinos nos largó la risotada. Y la aceptamos con humildad. Y le hicimos frente con más talento.

Envejecer, envejecer, es el verbo que plaga mis apuntes escritos sobre este libro, cuando presa en una isla, miraba hacia el mar. Me pregunto ¿alguien envejece entre tanto viaje? ¿Entre tanto trayecto nómade, precioso? En este momento creo que ninguno de ellas/ es biográfica, pero sí son inseparables de mi vida,/ de la juventud de mi vida, quiero decir/ en la cual nunca conocí el amor ¿Y tienes el descaro de decir que no eres tú mismo? Insólito. Y dice el autor que son la interpretación de sus sueños.

Isla de Pascua – Santiago, noviembre del 2008.

 

 

 

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El descaro/ el desgarro en "La interpretación de mis sueños" de
Héctor Hernández Montecinos.
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