EN
LOS SÓTANOS DEL CREPÚSCULO
Héctor
Ñaupari
A Jessica,
porque desde sus pupilas cubiertas
de
inviernos y pesadillas
he contemplado estos poemas
EN
EL UMBRAL DE LOS SÓTANOS
I
Cuando
el amor es gesto del amor y queda vacío un solo signo.
José Ángel
Valente
He devorado tu corazón de
ámbar,
tu corazón corrompido por la desazón
y los
dientes filosos del invierno.
En la esquina más oscura de la noche
tus párpados como navajas cortan, pétalo a pétalo, mi
desnuda incertidumbre.
La moldean hasta convertirla en una pálida brizna
de esperanza.
Atrapado en este desconcierto de tus ojos, soy un pedazo de
hierba que crece entre las calles rotas
el loco que martilla golpe a golpe
las palabras
y desafía el óxido pálpito de la ciudad.
A
pesar de mis gritos como torrentes, tú te deslizas como una bandera en
el verano
apareces como la desolación que carcome los árboles
y
lentamente me destilas en tus pensamientos
me conviertes en cada sílaba
que pronuncias.
Otros me han visto iluminado por la lámpara del miedo
pero
soy el lobo de cristal que codicia tus caderas
que ansía cazar a la
bestia sigilosa de tus primeros días
y reposar calladamente en la luz
arcana y distante de tus manos.
Ese es el sueño de todos los pájaros
celestes.
Yo, de todos modos, sólo quiero odiar el viento frío
que entra por los edificios que habito
que recala en mi espalda cuando
estoy de espaldas a la noche
cuando me dejo llevar por el huracán de
la terrible muerte,
esa misma muerte que me ha dado tu corazón para
devorarlo
y convertirme en un grito monocorde
una mariposa sifilítica
un
cadáver ardiente.
II
Huyes
y en cada pisada que dejas sobre la tierra desierta aparece tu nombre.
Está
allí, en la primitiva y filosa lengua del martín pescador
que
atrapa el aire y los salmones pequeños,
en los viejos molinos que se
despellejan frente al sol hambriento
y desafían al musculoso viento
de las laderas.
¿Porqué huyes? ¿Acaso no sabes que
tu nombre es agua y flor,
palabra transformada en piedra incandescente
en
el pálido humo cuarteado por la soledad del otoño?
También
es un pezón, un botón morado entre dunas de piel donde la noche
ha dejado de existir.
En tu desesperada huida has quebrado los cristales
de las estrellas
te has convertido en el grito incesante de los peñascos
el
alarido que no cesa.
Pero no te muevas, oh ninfa
porque eres el desafío
que necesitaban mis temerosas manos
aquellas que sobrevivían entre el
orgasmo y el tedio
para nombrar su confusión
y distinguir el olor
de la sangre del polvo ardiente que tapiza mis alvéolos.
No huyas
porque contigo está huyendo sigilosa la sombra.
Y sin sombra no podré
distinguir el paso monótono de las estaciones,
el ausente calor que
hace sudar mis axilas
el rocío helado que recorre mi espalda de piedra
negra.
En ti las ventanas registran el tibio despertar de los cielos.
Han
fallecido las estrellas.
Ante mi se sacuden lentamente tus ojos ocultos,
sé
lo que observas en tus sueños.
Eterno tigre que le ruge furioso a
la luna,
me veo salir furioso de las tinieblas persiguiendo tu vientre protector.
Sabes
que me confunde el ajado parpadeo de tu corazón
tu dulce nombre inmerso
en el salado mar de las palabras.
Te advertí que no huyeras:
yo
te descubriré como la onda leve de la piedra que fulmina la superficie
marina.
Cuando te encuentre, desearás morir para siempre en un solo
minuto,
ese minuto que es todo nuestro tiempo.
Ese callado instante.
III
Cómo
quisiera tus manos levemente agitadas dibujando mi respiración.
En
ella intento descubrirte: te ocultas por este pasadizo sin puerta ni salida.
No
vengas.
No muestres tu rostro de río
tus hilos genuflexos
tus
nervados torrentes.
........ De una línea
a otra del horizonte se abre tu vientre para las miradas
................
.............. ................. .................... ..................amarillas
de las fieras.
No te detengas.
................
.............. ................. ....Te asombras en mis manos, mariposa
de fieltro.
................ .............. .................
.....Te posas graciosa en los panes y las manzanas.
Y, sin embargo,
en los extramuros de tus ojos no hay aire. Ni siquiera sobrevive el silencio.
Cómo
no devorarte ahora, cómo no convertirte en una estatua de jade verde y
sin peso
envolverte en los intestinos desnudos de mis ojos
herirte en cada
uno de mis elementos
con una vibrante espada
tal vez una
flecha de agosto, pero siempre un arma desesperada
y filosa.
Y, a pesar
de todo, en los umbrales de ti no florecen las sombras. Ni siquiera se esparce
la noche.
.. .............. ...¿Porqué
vienes a mí si sabes que voy a enloquecer tu memoria con
..
............................. ........... ...................... ......... ...mis
preguntas sedientas y saladas?
.. .............. ...Sabes
que a cada instante busco disolverte con mi sudor de fuego.
Y, sin embargo,
vienes, confundida y absorta como una gran muchedumbre,
desde todos los puntos
cardinales.
Te colocas en mi propio centro: el punto donde
yo resisto todas tus palabras
el lugar donde arrojo tu corazón suicida,
el
lugar donde no me abandono a la nostalgia.
IV
Habito
con los gamos salvajes en la tenue frontera del invierno.
En mi boca se
posan sin descanso los secretos del aire
y la peste silenciosa de las flores.
He
visto las ciudades de los hombres:
la de los anatolios, que se esparce en los
cielos sin calles;
la de los egipcios del delta, que viven sobre el Nilo
y
la de aquellos que devoran a sus muertos para adorar a sus huesos
y son inmunes
a las fiebres del monzón del Este.
De ellos he aprendido a tañir
el arpa como un solo e infinito relámpago.
He inventado garúas
tibias danzando ciego y recitando las oraciones de los mesopotamios.
Pero
los hombres no saben que yo soy el aire tibio como una serpiente que pervierte
a las crisálidas.
No saben que he robado el polen que aprecian los
hebreos
que he liberado a las aves de agua
y las he llevado al azul vientre
del poema.
No saben que soy el peregrino de los templos de mármol
el encantador del fuego que bebe la lluvia sin consumirla.
He vivido
lo suficiente para escuchar la música de la noche
para clavar mis ojos
en el hielo, desesperadamente.
Hasta el último día de los
hombres tocaré mi relámpago.
En medio de la tormenta traspasaré
la tenue frontera del invierno.
V
Dulce
centauro que cabalgas hacia la niebla alucinada
no me despiertes de este sueño
tenso y azul
en el que voy consumiendo los vastos archipiélagos
de la odalisca
.................................. . ..................
...... . que habita en los rincones del pasado.
No permitas que el
sol ausente invada mis tímidas alas,
que discretas se despliegan hacia
las altas pagodas de ese cuerpo,
ese cuerpo anónimo como el significado
del vacío,
ese cuerpo ansioso como un tornado que irrumpe en el verano
de la estepa
.................................. . .............
..... .... ........... ................ ...... . y todo lo destruye.
Las
fauces de la odalisca hambrienta han invadido de polvo la corteza de mi espalda
y han tallado su rostro, su faz de lluvia, de crepúsculo amargo y embriagado
..................................
. ............. ..... .... ..que es el rostro alucinado de las sombras.
Pálido
centauro, si pudieras besar como yo beso los capullos de sus pezones
si
pudieras alimentarte de su sexo como lo hacen las flores elementales de la penumbra
que son alimentadas por el alba,
sabrías que hay más placer en
el punto más pequeño de su piel
..................................
. ...que en todos los desórdenes de los sentidos ya probados.
Entonces,
cabalga fiero y arremete tus venablos contra la realidad,
ese gran toro negro,
esa potencia primigenia
y destrúyela como yo aniquilo los templos
de este cuerpo,
......................y celebro
mis húmedos y silenciosos ritos invadido de escombros.
VI
Y que jamás se escriba tu epitafio.
Carlos Murciano
Lo he intentado todo: convertir tu lengua en agua trémula,
romperme los dedos en el hielo de tu desazón y sumergirme en el hondo cráter
de tu desesperanza.
Todas las noches he besado la tibia mejilla de la muerte.
¿La has visto? Es lívida y hambrienta como el resplandor de las
vértebras.
También he defecado en las esquinas de la desolación,
he visto al ebrio desnudo morir como un náufrago incandescente, con los
pulmones copados por la arena tenue.
Lo he sido todo: la legión que
avanza ciega sin norte sin brújula sin estrategia, la piara de cerdos que
cae eternamente por los precipicios, la serpiente sensual que se enrosca tibia
en tu vientre.
Y, a pesar de ello, estoy aquí para observarte solamente.
Para lamer inconforme tus delicados filamentos. Para que descargues tu furia helada
en mi esófago. Y tú has llenado mi corazón de las frágiles
alas de la mariposa.
Estoy aquí para fecundarte solamente. De cada
uno de mis poros han nacido mis hijos, los hijos de mis hijos, y los hijos de
aquéllos. Y tú te has convertido en la piedra que centellea azul
frente a los equinoccios.
Mi oficio es el de herrero, ¿no lo entiendes?
Soy forjador de espadas como brazos, como lenguas, como garras de tigre que devoran
la carne y la desollan.
También soy juez. He sido el censor inagotable
que te señala con el índice extendido entre tus pechos. Tú
sólo te asombras y te conviertes en mi aliento, una madera áspera
y vibrante.
Estás allí, rígida, cadáver de
fruta y de noche. Esa imagen que no reconoces en el espejo, y que se parece tanto
a mí mismo, ésa eres tú. Me asombro al reconocerme en ti,
a pesar de que tú nunca me has visto.
Hoy, sin embargo, no escaparás.
Te he descubierto pálida en la niebla, te he visto caer como una bandera
en el viento. Desnuda como un sueño te descubriré, y haré
crujir las vértebras de tu cuello. Beberé tus ojos como abismos.
Sólo así despertarás, oh ninfa, oh fobia terrible que todo
lo destruyes.
VII
Yo
soy el vástago bastardo del viento
el hedor del polvo escondido en la
alfombra
el único hombre que se arrepintió de la virtud y se
sometió al pecado
por medio de la indiferencia.
Estas son mis
memorias. He sido leopardo pantera león tigre y serpiente
he visto
mi piel inservible escamarse y salir de mí, trozo a trozo, frente al hielo
negro que no refleja nada.
Yo he visto sin mirar los clítoris como
frutas, como antenas de aire desgarradas por el tiempo. Soy la herida que te haces
en la lengua al comer, el ardor del músculo expuesto a la negra sangre
de la ciudad.
En días lejanos fui condenado por haber pronunciado
profecías falsas: dije que vi las ciudades alzarse hasta los cielos cubiertas
de óxido y de cicatrices mal curadas.
Dije que los mamíferos
serían cadáveres exquisitos y delicados devorados por los hombres,
que
todas las flores de vestirían de noviembre
y que tu me verías
con la mirada en blanco del invierno.
Y aquí estoy. Cubierto de todas
las cosas que los demás desechan, grito tu nombre en todos los idiomas
que aprendí en dichosas épocas ya extraviadas. Espero al dragón
que me tomará de la cintura y me convertirá en fuego.
Mientras
tanto, la suave brisa el aliento de mi padre me acompaña.
VIII
Tus
ojos son las aterradas amapolas que contemplan
la guerra interminable de las
palabras.
Han visto miles de gritos escapando a los descarnados
reinos de los leones
donde no hay cordilleras y sólo se respira el crepúsculo.
Se
han detenido ante las hordas del silencio vencidas por el sueño
y el
furor de las sombras.
Han escapado con las lenguas supervivientes
hacia la piel ciega del delirio.
Tus pupilas están
impregnadas de la sangre de las sílabas, tus ojos permanecieron abiertos
en el sitio a la ciudad azul de las ibis egipcias
y vieron como los alaridos
invencibles penetraron como el sol en la ciudad de todos los silencios.
Y
así, oh ninfa, aún estás mirando, como en medio del sueño,
la creación del lenguaje guiada por mis propias palabras.
IX
La meta es el olvido.
Yo
he llegado antes.
Jorge Luis Borges.
Este es el poema
del amor y la muerte.
En él diré que soy el vértigo,
el corazón roto de la ciudad
el sacerdote disoluto que ofrenda
violetas al invierno.
En cambio, tú eres la herida que no sangra
la noche de veloces estrellas, el filo del suicidio
como un edificio alto
o un puente largo como la sombra de un mástil.
Este es el poema del
amor y la muerte.
Tú sabes que cuando te devoro estiro tu piel,
la separo del músculo y la sangre y tan sólo mastico los tendones
y el tuétano de tus huesos.
Recorro la dulce curvatura de tu cráneo
y lo imagino impenetrable como las ciudades sumerias, entristecidas por la soledad
y los leprosos.
Tú sabes que pruebo el vaporoso calor de tu carne
palpitante extendida en mi secreto altar que comeré tu vestido de tul corroído
por los gusanos sosteniendo tu intestino hirviente en los oscuros recodos de mis
fauces.
Tú sabes que te amaré hasta que te pudras y hiedas
en lo profundo de la tierra.
Este es el poema del amor y la muerte.
Y
en medio del tibio repaso de tus ávidos dedos, soy la condenada desolación,
que vaga por la eternidad, desesperado de ti por muchos siglos de búsqueda
y asedio.
X
Poseído
del furor de leones que devoran sombras,
he florecido del tornado para danzar
junto a las falanges de Filipo.
Con él he contemplado, en la ebriedad
de la noche,
que todos mis enemigos han sido diezmados,
traigo sus cabezas
como trofeos
y sus cuerpos han sido abandonados al fuego.
Como Atila
o Almanzor,
a la cabeza de sus feroces veteranos
he invadido los territorios
del fuego
y he ocupado sus invictas regiones
para saciar a mis pueblos
desolados por las plagas.
En otro tiempo fui un estigio cruzado
un abad
crepuscular que hizo estallar todas las flores
e inundó la nívea
catedral del invierno
con una miel perversa y fértil
para danzar
desatado en el pasado pavoroso
de mis propios huesos.
No obstante tú,
húmeda vestal que invocas las pulsaciones del relámpago,
a ti
no he podido conquistarte,
porque sueles negarte en la simiente más
antigua
a veces declararte anónima en las palabras del vacío.
Y
es que eres la ansiedad del tornado irrumpiendo en el verano.
Transitas delicada
por la corteza de los árboles
constelando el eco del cometa,
y todas
las vísperas de la lluvia adviertes el enjambre de las sombras.
Sin
embargo, estoy decidido a invadirte
inmóvil en la niebla
y contenerte
en los capullos de mis manos.
Debo asir mi santuario al clima feroz de
tus pupilas
para hallar en penumbras el sabor de la rosa
y ansiar la premonición
de la víspera del diluvio.
Tú eres el girasol avasallado por
los eclipses.
Has nacido en la torre donde no habita el crepúsculo.
Por
eso, sólo he podido ser el tallador de piedra que habita en ti,
porque
tú eres la palabra, cantera infinita
donde mis temblorosas manos recogen
el negro mármol de tus lágrimas.
XI
Con
destreza de artesano
he construido para ti tus sueños.
Los he
poblado de gardenias
y he anidado en ellos tu memoria
que es pálida
como las ibis que residen en el reino de los muertos.
También soy
el creador de tus remotas pesadillas:
las he engendrado inesperadamente de
tus ovarios retorcidos,
las he creado como ámbitos incandescentes para
que sobrevivan a la noche.
En tus sueños el frío es demasiado
absurdo para ser parte del poema.
Nada resiste en ellos el aliento de las
durmientes letanías,
ni el aliento de tus poros absortos,
que se
revuelve en el espacio inmóvil donde te sorprendo despierta.
XII
Son las seis de la
tarde.
Dime ninfa, ¿Oyes acaso la respiración de las paredes?
Por
favor, bebe el minuto constante donde no hay tiempo definido.
Quiero saber
qué tesoros escondes en tus templos.
Dime, ¿Bajo qué friso
esmaltado descifraste el enigma, con qué encantamiento nos negaste el agua?
Son
las seis de la tarde, y ahora habito en ti: no hay rastro de estatuas en la piel
ciega del delirio.
Ninfa, flama sutil y sugestiva
al verte estallan
flores en cada uno de mis poros.
¿Porqué no me respondes?
Sabes
que soy el delicioso contagio que se propaga en todas las fronteras de tu piel,
y que inflama en tu boca un agua inextinguible.
Son las seis de la tarde,
y te he desnudado sólo con el tibio repaso de mis ávidos dedos.
Tu boca entreabierta como la última mirada del ciego observa mi mágico
cuerpo desolado y danza en él.
Eres un desesperado cervatillo
que
se acerca al cazador sinuoso sin saberlo.
Tu piel brilla como la hoja de
una espada
que hiere y abrasa todo lo que a su paso encuentra.
Son las
seis de la tarde, no has respondido a mis preguntas, y me ofreces por toda respuesta
la llamarada de tu vientre, una flor abierta ante el acoso de mis lluvias.
Mi
rocío se desliza como la miel por esa pálida obertura de placer
que ni siquiera tú conoces.
En todo el corazón del crepúsculo
era mía, oh ninfa ansiosa, y de tus poros mana el almíbar de dátiles
maduros, mientras mis manos como arañas nocturnas se multiplican en la
anarquía de tu cabello hirviente.
Son las seis de la tarde, y en
ese instante eres en la mitad del mundo la espada que desgarra la piel de mis
arcanas tribus, y de tus manos soy el príncipe que a tu terrible desnudez
alimenta.
XIII
Miren
con todos los ojos de la piel esa otra piel.
En su ilesa geografía
habitan mis poemas como latidos,
como secretos que se esparcen en el crepúsculo.
Miren con todos los ojos de la piel esa otra piel.
Cómo huye
del delirio inmóvil
que se transforma en aullido, en grito o en gemido
sin alcanzarla.
Yo he vencido con mis manos el enfático vapor de
tus labios abiertos y sangrantes. Con ellas he invadido el sol hasta las sedes
sangrientas del plenilunio.
Miren con todos los ojos de la piel esa otra
piel.
En sus sueños, ahora sé que la eternidad no es propiedad
de las pirámides.
SEGUNDOS
ANTES DEL CREPÚSCULO
XIV
Poesía,
no me niegues tus dones
por más tiempo. Tengo el oído atento,
los ojos despiertos, abierto el corazón.
Javier
Sologuren
El poema es la niebla que anida al borde de la realidad
profana
es el deseo desterrado de las olas
o la sombra que ilumina los
bordes de las lápidas.
También es el destello rebelde del
agua solitaria,
el punto azul que desprende toda flama
el sueño,
quizás el suspenso vestigio del presentimiento.
Yo he juntado cada
sílaba de esas definiciones, sus significados e implicancias,
sus metáforas
y análisis,
cada libro, volumen o tratado construido con ellas,
y
he encendido una gran pira
para enfrentar la fría impronta de la muerte.
XV
El
mar, el mar ¿ Quién podrá agotarlo?
Yorgos Seferis
Desde el poniente hostil de los arrecifes
inespero al crepúsculo
sentado
en las dolorosas murallas de la noche.
En esta hora, una lluvia de rocas
intenta destruir
los desatados kilómetros de la piel terrestre sin
lograrlo.
Y frente al crepúsculo inesperado,
el mar es un guerrero
inmenso
nocturno de frontera a frontera.
Como desolado conquistador
hace florecer fuego en amparo de las castas vivientes
acorazadas en el
útero del verde laberinto de las selvas.
A millares de manos del
poema crepúsculo,
una barcaza de cristal navega en los caminos del océano
para estrellarse en el muro maligno de la noche.
XVI
Existe
un lugar intuido por las mudéjares
antes de la gran huida: habita allí
la sílfide del suicidio
que fragmenta los ríos y los convierte
en polvo.
El agua convertida en arena volátil se esparce por los
pulmones de todas las especies,
la vierten al mar en un suspiro
para que
se conviertan en el efímero sabor de las lluvias.
Polvo de río,
aliento fresco que inventa las nubes,
huye con los mudéjares
y recorre
asombrado los primeros días del diluvio
hasta el final del tiempo.
XVII
Lentamente
vira
la soledad
como una barcaza frente al puerto alucinado
intentando alcanzar
los primeros segundos del amanecer sin lograrlo.
En ella me embarco y me
dirijo al vientre submarino
en busca de la azucena de los tritones.
Absurdo
pescador de hipocampos como soy,
he robado esa flor
y he culminado mi huida
perpetuamente perseguido por las olas.
XVIII
Yo
soy el exiliado.
Aquél que escucha las voces del océano sin entenderlas.
¿Qué
será de mí, anudado como estoy por las sombras hijas del crepúsculo?
Yo
soy el viento helado
que niega a las tierras el vapor elemental y la estación
fecunda.
Aquél que huye del ensueño del mar, y que a través
de la cruz del sur
se marcha a vivir con las furias
para ser devorado
sin piedad.
¿Dónde han naufragado los galeones delirantes?
Sólo
estoy cubierto de algas y anémonas
esperando la llegada del crepúsculo.
XIX
El cautivo crepúsculo
es un cíclope.
Posee un ojo negro que no ve el pasado.
Mira sin
ver y no recuerda.
No conoce la inclemencia de agosto
ni la flor en tiempo
indicativo, que fue ofrendada a los dioses de Cartago.
Ese mismo ojo ha
visto cómo los arrecifes se tragan los navíos
y cómo
nuestra ira crea los tornados nocturnos
hace germinar las dalias
y asesina
la serenidad de los pájaros.
Odiseo desterrado por las olas como
soy,
he quemado el ojo del cíclope crepúsculo
con una estaca
ardiente,
y en su vacía y negra cuenca
he permitido pernoctar a las
mariposas
y anidar a las nubes desnudas.
Así creamos el futuro.
XX
El sol es
un clavel inmerso en el vórtice marino.
Desde sus sedientos filos
mi
voz se eleva sin prisa
larga y negra como un mástil
para gritar
tu nombre.
Cuando era un niño,
me cobijaba en las escaleras de
plata
ocultas detrás de la puerta del verano.
Hoy los años
se despliegan como velas en mi espalda
y por fin el dolor germina en mis dientes
se
deposita como néctar en mis sentidos.
Hoy que pude gritar tu nombre
evoco la arquitectura mortal del tiempo
y lo finito en los relojes se
destruye.
Ahora es el crepúsculo.
XXI
Los
nativos llaman al viento que crea el fuego simún,
cual concentración
de los elementos en un único espacio.
De ellos aprendí a respirar
los latidos de las mareas
y abandonarme a las fisuras del soplo del oleaje.
Conservé
su forma de cazar al león blanco que avasalla a la soledad
y matarlo
cuando la devora en las altas estepas de la noche.
Ahora, en el lagarto
interminable del desierto donde estoy,
busco al simún perdido de mis
progenitores.
Para cazarlo, he quemado campos enardecidos de amapolas
y
he disuelto el verde mármol de las islas
en la fragancia del relámpago.
Y
lo he hallado.
Me enseñó su terrible rostro de esmeralda,
para hacerme palidecer hasta el atardecer de mi vida.
Muchos años
después, me veo a mí mismo
en el último minuto de mi
tiempo, suplicando entre lágrimas
por el aire cálido de enero.
XXII
Yo soy
el ciego que perdió la naturaleza del agua
y la devastó en las
fisuras del mundo, condenando a los humanos al eterno desierto.
Es el último
día del equinoccio mientras atisbo en mi cráneo entristecido,
la
llegada de la pálida arena.
En torno a una quebrada rama, cuajada
de tiernos gusanos,
brota con furia de marino
la cuerda que asimila mi
garganta.
Oh dulce capitán de las flechas sumergidas
hacia los
tendones de las olas navego
sobre mi propio cuerpo como barca.
LOS
NOMBRES DEL CREPÚSCULO
XXIII
Ahora
ya no encuentro
el trino de los pájaros
ni el poder de las caderas
femeninas
que tanto sacudieron mis sueños.
Tamura Sakoto
A
veces, cuando mis pensamientos pertenecen a la estética renacentista, me
niego a pensar en ti. También cuando la mañana me lame los cabellos
y fracaso al escribir la palabra frío en el poema, es inubicable, tan absurda
como toscas barquezuelas en una pintura surrealista.
Y, sin embargo, sé
que tengo todas las mañanas del mundo para pensarte, para encontrar el
vapor de tus manos en las negras y desesperadas rocas de los acantilados. Y cuando
por fin te pienso apareces, y entonces me desvisto sobre la cálida mañana
como siempre, y como siempre tú me esperas en la arena ardiente que forma
caparazones de tortuga en toda tu piel.
Sólo así soy una vez
más el caballero medieval despojado de toda capacidad de asombro o de creencia
como no sea creer o asombrarme, o ambas cosas, ante las venas azules que dibujan
mejor tus pezones imprudentes, mientras mi tosca barquezuela navega delirante
por el océano desnudo de tus negros ojos.
XXIV
Restos
de tu memoria pueblan ahora pálidos y azules las esquinas desnudas de mis
manos. En ellas desato mi furia como en la hoja virgen, pero cuando me preparo
a buscar la palabra específica, llueven los sueños: un castillo
de tiempo ha invado de gárgolas y fuego interminable mis sábanas,
mientras los muros salados del amanecer caen hacia el mar de las pesadillas.
Entonces,
sobre las ruinas de mis manos extraigo una palabra como una ciudad salvaje que
se reproduce devorando las selvas, que asesina a la eternidad bajo un rumor de
péndulos y que penetra como un falo en mi voz y en la inconclusa mirada
de los ángeles; esa palabra es una ética inconquistable horadando
la música del agua. Su nombre es el crepúsculo.
XXV
Toda
pasión es un lenguaje indescifrable
como estas flores del cielo.
Enrique
Verástegui
Niña imposible
vestida de azucenas amarillas, el verano inventa las orillas de tu cuerpo y el
sol bebe las frutas de tu boca, mientras yo oculto mi soledad en las tenues corolas
de la palabra.
Entonces, del silencio estival que provocan los vacíos
de los hombres en sus corazones, nace el crepúsculo. Hirviente como la
desolación, yo trato de defenderte. Sin embargo, tu falda me envuelve como
un viento jamás apacible, preveo el sabor a geranios debajo de tu lengua
y destilo los fulgores del mar atardecido de tus ojos diluyendo tu virginidad
en nombre del silencio.
Te reconozco tímida en cada invierno que
tocas, desnuda de anónimas miradas donde no puedo defenderte, y sin embargo
apareces intacta a pesar de las inundaciones, donde sigo penetrando los lugares
de mi cuarto invadidos de tu cuerpo, gacela enloquecida por el leopardo salvaje
como soy, en el último minuto de tu sueño.
Entonces renaces
delirante avasallando crisantemos nocturnos y te alimentas del rumor continuo
de los sauces, a pesar de que soy el símbolo ausente de la noche.
EN
LOS SÓTANOS DEL CREPÚSCULO
XXVI
No
lo que pudo ser: es lo que fue.
Y lo que fue está muerto.
Octavio
Paz
¿Quién podrá creer que hicimos esta travesía
inmóviles?
¿Acaso la ciudad que mata mariposas en tu pubis?
Nadie
comprenderá que tu alma es un negro torrente de hielo que
............
....... ............. .... sepultaba mis pesadillas con su punzante oscuridad.
Yo,
eclipse escultor de sílabas como estallidos ¿No te dije jaspe almibarado
que corta mi lengua en pedazos con sólo tocarla?
¿Acaso no
susurré en tus oídos que eras la apócrifa impresión
de un amanecer medieval, donde se repiten inasibles las nubes cirros y cúmulos?
¿Qué eras?
¿Cómo definirte
en los tiempos en que estábamos rodeados
de cadáveres palpitantes?
Tal
vez decir: en esos días eras la triste Afrodita de un Olimpo olvidado.
A cada hora nos acechábamos. Mientras otros pretendían ser
parteros sangrientos en montes y arenales sombríos, nosotros sólo
mordisqueábamos nuestras débiles almas, mientras caminábamos
ansiosos entre las ruinas de un claustro moribundo.
Y allí, en medio
de las carpetas carcomidas por las ideologías inflexibles y el deterioro
de los años, te estrellabas diariamente en mis rocas testiculares.
Allí
eras sólo tú: tus nalgas de piedra negra y ardiente encabritadas
sobre mí y dentro de mí. Todo temblaba bajo tu silenciosa orgía.
Pero nunca pronuncié ni un gemido, ni me dejé atrapar por el leve
anuncio de tu aliento. Los dos conteníamos la respiración como si
el mismo mundo hubiera dejado de respirar.
............
........................................ ... .... ................ ...¿Acaso
lo has olvidado?
Yo jalando tus cabellos, poseyéndote
en mí,
matando mis sueños como quien corta las cabezas de los
grillos en los
patios, sin someterme a la ansiedad que precede a las pestes
y las revoluciones.
Nos daba lo mismo amarnos en el pálido abril
o en el tibio noviembre. Escapábamos del cólera y de un millar de
ojos inquisidores e innombrables, sumergidos en los escombros de un país
abismal e incomprensible.
Eras la eterna huida: en esos rincones te convertías
en Penélope o Betsabé, Madame Bovary o Nannerl, o sabe Dios qué
otra amante fugaz de mis torpes y masturbatorias novelerías, de los poemas
que leía a escondidas de todos, de los versos que te dediqué e hice
consumir en tus hogueras manos.
Pero nunca supe, ni sabré jamás,
porqué te gustaba amarme en esos lugares sucios y llenos de insectos pensativos.
Quizás porque allí podías desafiar a todos los seres
vivientes que eran para nosotros el mismo barro muerto.
............
....... ............. ...Quizás porque sabrías que nunca
seríamos descubiertos.
Tampoco te lo pregunté. Yo estaba embebido
de tus cabellos desgarrándome el rostro, ebrio de tu trote silencioso hasta
mi cuerpo fatigado por las
............ ....... .........
.. .. .. .. ........ ...letanías de óxidos y alacranes.
Disfrutaba
las heridas que dejabas en mi lengua cuando la diluías en tus pétalos
labios. Me gustaba mantenerlas abiertas raspándolas contra el paladar.
Pero deseábamos más. Ávidos de enredarnos como constrictores
que mutuamente se devoran, tuve que robar para que acabáramos en hoteles
breves y malignos como un beso de Judas infinitamente repetido.
Nunca nos
atrapó el crepúsculo. Habitantes de la noche o el día, pero
jamás del atardecer, despertábamos a veces al borde del alba cubiertos
con nuestras pieles expuestas y cosidas a nuestros tendones y músculos
como el cuero de
............ ......... .. .. .. .. ..
. .. ... .. ... .. ......... .. .. .. .. ........ ..las lágrimas.
En
esos días todavía creía en que nada nos impediría
amarnos sin tener que mentirnos.
Tú creías
en mi amor puro como un jaguar
y yo te preguntaba en mis versos si eras la
ninfa ansiosa, o el desesperado cervatillo que se acerca al cazador sinuoso sin
saberlo.
Pero era tarde. Abandonado del mundo y de tus óvulos, me
había convertido en la delgada lengua de la serpiente, una brutal barracuda
despedazando hipocampos y caracolas.
A mí llegaron sin haberlas
llamado, danzarinas seráficas y amazonas azules, hembras pálidas
y terribles como los huracanes afilados que habitan en la mitad del mundo. Ellas
desvanecieron tu amor hirviente y exquisito, lo arrancaron de mis ventrículos
sangrientos, lo desollaron y extendieron su piel en la árida arena del
desierto sin ocaso del sur.
Sólo eso querían. Los primeros
minutos del amanecer me descubrieron deshecho y desolado, casi una sombra de un
Prometeo marchito.
Y entonces lo descubrí. Nunca hubo albas ni anocheceres,
ni versos ni inquisidores, sólo el irremediable tránsito de los
años al que me sometí por ti sin reconocerlo: una torpe oscuridad
que jamás fue un crepúsculo, sólo los sótanos por
los que llegué a ser esto que soy, esta tierra en penumbras, esta nostalgia
solitaria y este poema que nunca tendrá nombre.