Cenizas al final
"Los incendios", Novela de Alfonso Mallo.
Ril 2005.
Por Hernán
Poblete Varas
Revista de Libros, El Mercurio, 9 de diciembre de 2005
Cuando uno comienza a leer Los incendios, primera novela de
Alfonso Mallo, narrador argentino avencindado en Chile, tiene
la impresión de encontrarse en Comala. Sólo que aquí
no están ni Pedro Páramo ni los fantasmas que olvidaron
el pasado. Es una oscura realidad de vivos -o, quizás, tan
sólo de existentes. Lo oscuro también resulta paradójico,
porque esta ciudad sin nombre, situada
al sur de alguna parte, vive rodeada por el resplandor de una fuego
inextinguible que la cerca, la consume y hace vivir a lo que queda
de sus habitantes en la perpetua angustia del final que se aproxima
y no llega. La mayoría de esos habitantes huyeron a un tiempo
más propicio, pero ya no es posible alejarse del infierno que
avanza desde el norte: las patrulleras de la policía cierran
todo resquicio con sus metralletas.
Un lugar permanece casi como un símbolo: El Mascarón,
un bar (y algo más) donde farrean sin tiempo ni esperanza los
que no pudieron huir. Aparte, hay otros puntos que marcan hitos entre
las ruinas: el almacén de Verzi, el viejo rosarino que más
que comerciar trueca o regala; el hotel que custodia Vallejo y donde,
menos que vivir, agonizan unas ancianas sin tiempo y donde aparecerá
con su fantasmal belleza Lyh, siempre pasajera; el cubil donde habita
-más que vive- entre goteras y cenizas el gordo Herrera; las
ruinas del frigorífico, por el que deambula filosóficamente
el solitario Kilewicz, mientras recopila y cataloga las diversas formas
que ofrece el suicidio.
Todos ellos restos de lo que en algún tiempo remoto pudo ser
una vida.
Todos sin salida.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y estos habitantes
de la ciudad acorralada por las llamas y los radiopatrullas policiales
la conservan a la desesperada, inventando trucos, salidas, contrabando,
pasiones, negocios sin destino.
Es el cerco de la propia existencia el que los comprime, los encierra,
privados ya de toda esperanza visible, destinados tal vez a un final
como el del viejo y flaco Verzi, al que la muerte le da tal volumen
de póstumas putrefacciones que apenas cabe, ya cadáver,
en la puerta por donde tratan de sacarlo esos amigos que sólo
desean darle, cuanto antes, un funeral de arenas y resacas junto al
mar que, ese sí, existe y permanece.
¿Los alcanzará alguna vez y a todos ellos el fuego irremediable
y purificador?
"A veces imagino que nunca se dieron cuenta de que la memoria,
cuando persiste, hace que el mundo comience a parecerse a las cosas
que rescata y todo se vuelve menos real y, tal vez, un poco lúgubre,
¿no es cierto? Sí, y también breve".
Con estas palabras, Alfonso Mallo cierra su novela. Lo que queda abierto
es el misterio, el porqué de estas vidas que se sumergen en
el caso y la nada.
Alfonso Mallo ha escrito una buena, una intrigante novela. La recomendamos,
aunque duela su lectura.