Un poeta de provincia.
Por Hugo Quintana
Editor de Ortiga Ediciones.
Personalmente, prefiero a aquellos poetas que son capaces de vivir la vida sin tanto sobresalto o ademán inútil, aquellos que no andan por ahí con la siempre discutible intención de atraer el ojo de cualquier lector en época de vacaciones. Prefiero los poetas que detestan el ruido excesivo, que escriben desde cualquier lugar íntimo, reducido, y que jamás transan sus humanidades para conseguir algo de figuración pasajera. Prefiero los poetas sin segundas motivaciones.
Y Sergio Hernández (Chillán, 1931) es un fiel representante de aquesta noble estirpe. Hernández es uno de esos poetas huidizos que se escabullen con facilidad, en una acción casi tránsfuga del que ha preferido esconderse en la provincia de nuestro país, una acción del que ha querido ausentarse de todo el tráfago constante en la que ha devenido el ejercicio de nuestra literatura.
Hernández es un poeta del “casi” silencio, con una obra pequeña (de libros, de páginas), pero de gran altura y al mismo tiempo profundidad en cuanto a su dimensión humana, que por carecer de una “auto” promoción, o promoción (a secas), no ha recibido la atención de los frenéticos lectores de las grandes urbes, pasando –lamentablemente- desapercibida, inmutable, totalmente inexistente para una gran mayoría.
Muchos poetas jóvenes y varios no tan jóvenes, nunca le han oído mencionar siquiera. Y su aporte corre el riesgo de ser desatendido o subvalorado.
En algunas ocasiones, incluso hasta se puede hablar de mezquindad. El poeta, el profesor de literatura que integrara los planteles de ciudades como Valdivia, Antofagasta, Valparaíso, Talca o Chillán, actualmente, es un “desconocido” para buena parte de nuestro país, y por lo mismo, se le ha negado el lugar de relevancia que debiese ocupar dentro de nuestra galería poética.
No son pocos los “notables” que se han referido a su poesía, desde el mismo prólogo que le escribiera Pablo Neruda a su libro “Registro” (Editorial Nascimento, 1965), a las notas hechas por Alone, Jaime Valdivieso, Mario Rodríguez, Hernán Lavín Cerda, etc. Es alguien que cuenta con el respeto y el cariño fraternal de varios importantes poetas y escritores nacionales -cosa que he podido constatar directamente-, pero también es alguien a quien se le restan méritos con demasiada liviandad a la hora de considerarlo como una de las voces mayores de nuestra poesía. Una paradoja absurda que –en cualquier caso- todavía no he podido masticar.
Quisiera que al minuto de citar nombres para un Premio Nacional de Literatura, pues apareciese entre los “posibles”, aunque sé demasiado bien que por no andar “candidatéandose”, nunca va a estar entre los 5 autores que siempre saltan a la palestra. ¿Cuál sería entonces el camino a seguir para que hubiese algo más de justicia para con su obra?.
La primera “defensa” que me veo en el deber de levantar es el tema de la extensión, porque Hernández -efectivamente- ha desarrollado una obra breve, pero no menos importante. No son pocos los casos de autores que con una escasa obra, han inscrito sus nombres como “grandes” dentro de la memoria universal de la literatura: Jorge Manrique o Juan Rulfo, son dos ejemplos de lo anterior.
Han sabido manejar muy bien lo que han escrito, han estado conscientes, han tenido la prudencia para dejar salir, para imprimir estrictamente lo necesario, lo que ellos han encontrado útil hacer público. Esa extraña lucidez les ha permitido adquirir un peso, una relevancia en el contexto de la literatura universal; pero a Hernández, a la hora del “ruido”, pues le ha jugado en contra, debido a que precisamente estamos en una era donde la publicidad lo es todo.
Un segundo punto de vista, dice relación con la influencia, la prestancia que tiene como sujeto, la cercanía de la que es capaz para dialogar o participar en un intercambio de ideas, cosa que es tremendamente interesante para las generaciones jóvenes. Quizás si el maestro, el profesor universitario se deja entrever en esta actitud, en esta perseverancia. Jamás he oído de alguien a quien Hernández, no haya prestado la debida atención, respondiendo cuanta pregunta o inquietud se exponga en materia de literatura o de otras corrientes de conocimiento, convirtiéndose -virtualmente- en una suerte de puente, de vínculo con la memoria histórica que este país -en muchas ocasiones- se empecina en ignorar.
Sus palabras siempre fueron objeto de aprendizaje. Digo esto, como alumno, como discípulo suyo, en algo que él –afectuosamente- denominó como la “poetansia”, grupo que integráramos Jorge Rosas, Pablo Troncoso, Elgar Utreras y quien suscribe este comentario. El factor estilístico de la construcción poética, el tono, la manera de educar y flexibilizar la pluma. El ritmo, la melodía, el contenido y su misión esclarecedora, todas grandes preocupaciones del experimentado poeta. Nada de ripios intelectualistas, nada de “literaturismo” vano, nada de citas para el aplauso, el ego del que confunde poesía con la obsesión de hacerse de un nombre para ganar una superflua relevancia.
Nos convirtió, con la sencillez del agua o del viento, en sujetos de acción de arte, en buscadores fervorosos de esa condición de la humanidad, lo sublime y lo bello como estandartes.
El tercer punto de vista tiene que ver con su verso propiamente tal. Un verso limpio, sonoro, entendible y digerible. Un verso que no renuncia jamás al lirismo, pero con un lenguaje común, cotidiano. Un lenguaje que aspira a la riqueza semántica de la sencillez, sin caer en lo pedestre. Es tanta su habilidad que lo que dice puede ser comprendido por cualquiera y jamás renuncia a la profundidad, incluso de naturaleza filosófica, ya que él mismo confiesa ser un heredero y admirador de autores existencialistas como Jean Paul Sartre o Albert Camus.
El ademán de sus trazos da con naturalidad en el blanco. No fuerza la mano, ni la garganta. Desde “Cantos de Pan”, su primer libro de poemas, hasta “Las Adivinanzas”, es capaz de mantener unidad en el tono.
El cuarto punto dice relación con una acusación sin fundamento alguno. Son muchos los que restan notoriedad al insigne chillanejo, debido a que supuestamente no es un poeta en ejercicio, o sea, con producción actual, que esté escribiendo y que nos vaya a sorprender con una nueva entrega. Sus libros más recientes son –en efecto- versiones antológicas, como “Sol de Invierno”, la hermosa edición que le hizo la Universidad del Bío-Bio hace un par de años.
Hernández escribe, en realidad, pero deja salir muy poco, acaso un par de textos en homenaje a alguno de sus amigos y compañeros de generación, como los poemas dedicados a Enrique Linh o a Jorge Teillier –ambos fallecidos-, o el texto dedicado a Nicanor Parra que fue escrito en ocasión de un viaje del Antipoeta (en 1996) a su pueblo natal: San Fabián de Alico, que se encuentra en la citada antología, o un par de aportaciones hechas en un par de revistas universitarias de restringida circulación.
Escribe poco, y deja salir mucho menos. Es un autor decididamente de la síntesis poética, y no abruma a los lectores con “mamotretos” –como él mismo sostiene-, ni se ha dedicado a lanzar refritos de sus propios poemas, para mantenerse en la baranda de algún altar o proscenio.
Hay muchas razones más para respaldar la necesidad de corregir esta falta, esta omisión que se ha fraguado en torno a la figura y la obra de Sergio Hernández, el requerimiento urgente y decidido de hacer la justicia debida para con el insigne poeta de provincia, aquel que debiese ser rescatado, leído, estudiado como corresponde, y con ello, los reconocimientos, la admiración de quienes conservamos el fragmento prístino de la poiesis.
Y podríamos argumentar todavía más, y no sería una desmesura este gesto; pero es también imprescindible dejar espacio para que el lector decida, y para ello recomendamos la página que le construyó la Escuela de Diseño Gráfico de la Universidad del Bío-Bio: www.ubiobio.cl/hernandez.
Por el momento, hacemos un guiño con un par de muestras de su factura.
ACUARIO
Mi infancia es un acuario inaccesible
un ebrio país de trompos y palomas
al que es preciso llegar con traje blanco
en una mañana azul
de sol volcado
yo no daría ya con los caminos
pero recuerdo algunas cosas
bandas de circo
en tardes de novena
noches de riñas y cansancios
dando conmigo en un desfondado sueño
sin contorno
cuando pasaba el regimiento
abandonaba mis juguetes rotos
y era mi corazón
todo mi cuerpo
después
vino la bruma en espirales
un día
mi madre y los guijarros
dieron un seco ruido de infinito
el tiempo frente a mí empuñó las manos
Soltó pájaros negros en mis ojos
y un trozo de sol
cayó entre los labios
La tarde es un sollozo contenido
mi infancia
es un acuario.
ESTÁ BIEN
Está bien
está bien
todo está bien
sólo que el hambre mata niños
y en la oscura humedad
crecen los muertos
y sin embargo está bien todo
y es grato haber llorado entre cipreses
embriagarse de tiempo
refrescar con amigos y cerveza
las blancas noches de verano
anclar el corazón en algún puerto
incorporar un poco de sol
al alma que habitamos
entretejer de amor
las noches y los días
y sobre todo pensar
que aún pertenecemos
a esta pequeña parte de la muerte
que hemos llamamos vida.
Sergio Hernández (Chillán 1931).