Con su nueva novela
"Canción para caminar sobre las aguas" (Planeta),
el escritor que cambió la pala y la picota por la literatura,
regresa a la época hippie a través de un mágico
viaje por el Chile de ese entonces.
Lo mejor de la nueva casa de Hernán Rivera Letelier
en Antofagasta es la "sala de parto", lugar donde nacen
sus creaciones literarias. Aunque tiene grandes ventanales que dan
a un exterior precioso y hacia un cielo siempre azul como es el firmamento
nortino, cuando escribe, lo hace de cara a la pared "para que
nada ni nadie
perturbe a mi duende. Pero en los momentos en que necesito mentalizar
alguna escena, u oír un diálogo, entonces acudo al patio,
me tiro sobre una silla de playa y me pongo a contemplar la incandescencia
del cielo. He descubierto que cuando uno tiene un pedazo de tierra,
es dueño a la vez de todo el cielo que se pueda abarcar con
la mirada, y en ese aspecto soy un millonario".
Allí, este millonario de cielo, desarrolla su método,
que es el "antimétodo", porque como se sabe no es
disciplinado para trabajar. "Escribo - dice- a la hora que se
me para el lápiz (y escribo mucho ¿eh?), sin ningún
horario fijo". En todo caso, se jacta de tener una concentración
blindada, a prueba de cataclismos. "Siempre y cuando no me hablen",
aclara este hombre que publicó su primera novela La Reina
Isabel cantaba rancheras hace sólo diez años. Hoy,
sin embargo, sus libros se pueden leer en francés, italiano,
alemán, griego, portugués y turco; es invitado estrella
a congresos y eventos en distintos lugares del mundo; se han hecho
montajes de teatro y existen numerosos proyectos de películas
y series de televisión con sus obras. Y como si esto fuera
poco, ha recibido numerosos reconocimientos. El año pasado
el escritor del norte, que sigue considerándose "un cafiche
de la reina Isabel", porque después de muerta le sigue
dando plata, fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras en Francia.
Pero monsieur Rivera ha continuado con su vida de escritor en medio
de las brillantes luces del éxito. Prueba de ello es Canción
para caminar sobre las aguas, un relato festivo, irónico,
y también emocionante, que se desarrolla en torno al viaje
de unos hippies vagos, desharrapados y marihuaneros.
- Este libro - explica Rivera Letelier- , es el hermanito siamés
de Himno del ángel parado en una pata, que se separaron
mientras escribía aquella novela de infancia. En principio,
las dos historias, la del protagonista niño y, luego ya como
hippie, iban a ir juntas.
Y así nace el relato. "Si logra decirles algo a los lectores,
estamos al otro lado. Pero nunca escribo para comunicar buenos sentimientos,
ni ninguna clase de ideas, ni filosóficas ni políticas
ni nada. Simplemente soy un cuentero".
-En esta obra, te escapas de los temas del desierto de tus libros
anteriores. ¿Fue difícil cambiar el rumbo, más
aún con el éxito de tus otros títulos?
- No fue ninguna decisión, eso, como todo en mi escritura,
se dio solo. Tanto en la vida como en literatura, actúo por
instinto, por intuición. Nunca planeo nada, ni siquiera las
estructuras de mis novelas. Simplemente me lanzo al mar como Colón,
sin mapas ni brújulas, guiado por las estrellas y el corazón.
-Pero esta novela se basa en tu propia realidad.
- Sí, parte de experiencias personales vividas en una época
en que todos los jóvenes queríamos ser libres, teníamos
capacidad para soñar y, además, la audacia era lo cotidiano
en nuestras vidas. Esos tres años de aventuras fueron esenciales
en mi vida: ahí descubrí la poesía. Antes de
eso, había escrito un solo poema, de un solo verso, un verso
tetrasílabo, un verso como jamás he vuelto a escribir
otro. Un verso que lleva implícito la vida y la muerte, el
amor y el odio, la sal y el agua del mundo. Ése fue un verso
que escribí en una muralla cuando era apenas un niño.
El verso decía: "Pico y zorra".
-¿Cómo logras que el humor aparezca aún en
los momentos de mayor desolación de tus protagonistas?
- El humor se me enciende por combustión instantánea.
Yo soy un tipo que cree en el sentido del humor, pero en un humor
con sentido. Y le hace muy bien a la literatura. El humor y la ironía
son las dos ruedas de mi moto.
-Una moto donde también hay preocupación por los
nombres de los personajes como Jerónima Monroe, Cristo Pérez,
Brando Taberna, Angélica Leonarda...
- Los busco con la misma pasión (y los encuentro con la misma
magia) con que les busco y encuentro el título a mis libros.
El nombre de Jerónima Monroe, por ejemplo, lo encontré
en la zona magallánica, durante un viaje en auto desde Punta
Arenas a Puerto Natales. De pronto, sin ir pensando en ella, vi una
estancia que cuyo nombre era Jerónima, e inmediatamente di
un salto. ¡Ése es el nombre de mi hippie gorda!, me dije
emocionado. El Monroe se lo pusieron sus amigos. Ella en verdad se
llama Jerónima Hasbún, y es sobrina de un cura de nombre
Saúl Hasbún.
-¿Por qué si este libro se fundamenta en la realidad,
escribiste una novela?
- Perfectamente podría haber sido de crónicas de viaje.
Pero me gusta crear, inventar, transfigurar; me gusta sobre todo poetizar
la realidad. Por eso lo escribí como novela. Aunque para algunos
parezca un contrasentido, mis novelas pertenecen al reino de la poesía.
- Pareciera que "Canción para caminar sobre las aguas"
fuera un rescate de los pueblos del Norte con sus fiestas y tradiciones
como también de los ídolos populares.
- Para retratar la década de los sesenta, los ídolos
de la cultura popular son un punto clave. No en vano fue en aquella
época en donde, en Chile, nace todo el movimiento de la nueva
ola, por ejemplo. Y fue en esa década en que el rock terminó
por imponerse en el mundo entero. El rock y sus estrellas, el cine
y sus estrellas, la política y sus estrellas. La de los sesenta
fue la década del nacimiento de las estrellas.
-Sigue presente tu atracción por las palabras y dichos:
"Más helado que callo de pingüino" o "Más
triste que un desierto sin espejismos", por ejemplo.
- Las palabras son mis amantes. Cada una de ellas me hace gozar y
sufrir de manera distinta. A las palabras también hay que encontrarles
el punto G. Lo mismo que a los libros. Pero no soy un coleccionista
de palabras. Cada historia tiene las suyas. En cada una encuentro
nuevas amantes. En cuanto a los dichos, algunos los invento yo, otros
son recuerdo de mi infancia.
- ¡Qué problema debe ser traducir tu lenguaje a otro
idioma!
- He tenido mucha suerte en las traducciones. La mayoría son
muy buenas, pues los o las traductore(a)s siempre tienen algo que
ver con Chile. Aunque, claro, siempre hay algunas anécdotas
sabrosas. Como el fax que me llegó de la traductora al alemán
mientras traducía La Reina Isabel cantaba rancheras.
En el fax me pedía que por favor le explicara claramente el
significado sexual de la expresión: "irse por el camino
de tierra". Por supuesto que sudé la gota gorda tratando
de ser lo menos obsceno posible.
-Por otro lado, la prosa en este libro parece más cuidada
que en los anteriores, pero a la vez menos espontánea, con
una menor exuberancia en la narración.
- El lenguaje se va decantando solo en cada uno de los libros.
Además, cada libro, cada historia transpira su lenguaje propio,
apropiado. Algunas historias exudan un lenguaje exuberante, otras
más reposado, otras se dejan contar sólo con un lenguaje
telegráfico, en fin. El escritor tiene que saber hallarle el
tono, el ritmo y el lenguaje a cada una de las historias que escribe.
-El argumento se desarrolla en el gobierno de Allende con una
mirada desde la izquierda. ¿Por qué esa visión
tan sesgada?
- En la novela también hay palos para el lado izquierdo,
por ejemplo para esos compañeros de entonces, que fumaban puros,
llevaban barba y boina, y que en las oficinas públicas colgaban
fotos del Che Guevara, de Mao, de Fidel Castro, de tamaño más
grande que la del propio presidente de la república.
-A diez años de publicar tu primera novela, ¿cómo
evalúas esta "vuelta de carnero" que te ha otorgado
la vida desde que eras un obrero de las salitreras hasta llegar a
ser un escritor de vuelo internacional?
- Estos diez años han sido los más fructíferos,
locos, extraños y viajados de toda mi vida. Y sé que
los diez que vienen serán peores. Tengo una fe tremenda en
lo que hago. Creo también que en estos diez años he
aprendido mucho. Y por supuesto quiero seguir aprendiendo. Como dijo
Gonzalo Rojas al recibir el premio Cervantes: soy un aprendiz perpetuo.
O algo así.