IMAGEN
DE SÍ MISMOS
Se
inclinaban por la vestimenta llamativa, notoriamente Gaspar, que había
descubierto a Scott Fitzgerald y daba curso a su histrionismo
sartorial interpretando guiones más o menos inexactos de la década del
20, en los que subrayaba el uso del pañuelo al cuello o la corbata de
rosa, los zapatos de gamuza, en casos señalados esa invención
golfística y altamente discutible que fue el zapato patrulla, y
también el chaleco de fantasía -recuerdo vivamente uno de paño rojo,
del color irrebatible de las chaquetas de paperchase, cuya propiedad,
según entiendo, no ha sido posible establecer porque lo usaban todos,
si bien Gaspar de preferencia. No quisiera dar la impresión de que
Gaspar se echaba encima el conjunto de estas prendas a un mismo
tiempo. Pero aunque ejerciera un sentido mínimo de la dosificación,
algo de esto había. Alguna vez se le vio por las calles de Santiago
hecho un perfecto mamarracho.
..........
Santiago era más discreto y cultivaba un estilo más impuro a la
vez que cómodo. También usaba corbata de rosa y chaleco de fantasía,
pero en principio no usaba corbata. Prefería las poleras de cuello
alto, rojas, celestes o negras, evocativas de la bohemia de un pintor
de turistas americanos instalado en la Place du Tertre, pero cuya
auténtica fuente de inspiración estaba en las canchas de ski, según lo
corroboraba su práctica de portar un sombrero tirolés con insignias.
Usaba chaquetas inglesas de tweed o pelo de camello con parches de
cuero en los codos. Eran chaquetas nobles, bien cortadas y de buena
tela, que resistían impecablemente, además de los parches, la carga de
objetos improbables que Santiago se hechaba en los bolsillos. En grado
menor resistían sus mocasines de gamuza, descosidos y deformes,
descuidados como calcetines con papas. La verdad, ahora que lo pienso,
es que Santiago se vestía como si la ciudad entera hubiera sido su
casa propia. El tipo era perfectamente "natural".
.......... Gonzalo Vera circulaba como si viniera
llegando del campo. Pero su vestimenta, aunque rural a toda pueba,
carecía de reminiscencias criollistas. El huaso chileno, flojo,
retrógrado, pituco y pendenciero, no era su modelo. Incomparablemente
más atractiva le resultaba la imagen del estanciero argentino y Vega
no se despintaba la casaca corta de gamuza, las botas de cabritilla
con fuelle blando, las poleras propiamente tales (con cuello y tres
botones) y, a modo de rúbrica, un llaverito trenzado de tiento con
tres boleadoras de plata. A veces aparecía con pantalones de montar y
hasta con botas de equitación, sacudiendo contra la pierna unos
guantes de carpincho. Vega era el que siempre había que vestir cuando
se trataba de seguir a un sitio donde fuera perentorio el uso de la
corbata o por lo menos de la chaqueta. Por cuetiones normativas el
hombre se resistía ya que le gustaba su pinta, pero también le gustaba
usar la ropa de Gaspar o Santiago, de manera que en los aludidos casos
de fuerza mayor la balanza se inclinaba con facilidad en favor de los
usos aceptados.
.......... En cuanto a
Hernán Martínez, nunca tuvo el coraje de sus convicciones en materia
sartorial. En sus figuraciones imaginarias iba a la salida de misa en
la Plaza Pedro de Valdivia, al Drive-in Charles (un día con Gloria
Besa y otro con Isabel Silva), a los trámites bancarios relacionados
con el Fundo El Baño, a las conferencias literarias en la Universidad
Católica, a los bailoteos, a las reuniones improvisadas en casa de
Santiago, impecablemente vestido de huaso, cambiándose diariamente la
faja, así como los santiaguinos cambian todos los días de corbata, y
haciendo notar la altura y el ruido de sus tacones entaquillados. Pero
la triste verdad es que se vestía como jubilado de
provincias.
Guillermo Torres constituía prueba irrefutable de una teoría
sustentada por algunas señoras de la época, entre otras por la madre
de Gaspar,
según cuyo postulado central no cualquiera puede vestirse sport. En
efecto, cada vez que Guillermo se quitaba el terno gris o azul marino
perdía desenvoltura o más bien, falto del encubridor apoyo en la
formalidad, ponía en patética evidencia lo poco desenvuelto que era.
Se sentía como andando a caballo en pelo o simplemente andando en
pelotas y sus movimientos se volvían incomodos y tiesos. Sus trajes
eran celebrados universalemnte, en especial por Gaspar, no así su
sentido de la ocasión para llevarlos, porque Guillermo era de esos
tipos tan capaces de bajar a la playa de Reñaca con zapatos negros y
corbata como de aparecer en Farellones con traje azul cruzado. Al
revés de Vega, a este ciudadano había que desvestirlo cuando la
ocasión lo demandaba. No ocultaba su admiración por los chalecos de
fantasía, los zapatos patrullas, las camisetas de cuello subido o los
pantalones de montar, pero estimaba que estas piezas estrafalarias no
eran para él, y cuando se las imponían se hacía el payaso metafísico.
Yo no soy yo mismo, decía, soy un producto abominable de la voluntad
de mis amigos, y no había forma de bajarlo a terreno mientras no lo
repusieran en su propio personaje, ampliamente protegido por la
sobriedad, tan poco vistoso de apariencia como la variación de tonos
en la carrocería de un Rolls Royce.
.......... Por lo que atañe a Palanca Martínez,
que al asumir su cargo de secretario-abogado llegó a vestirse con las
abundantes sobras de Santiago, no recuerdo cómo se vestía por aquellos
años y me parece que tampoco lo recordaba Vega en nuestras
conversaciones de Quillota.
EVOLUCIONES ERÓTICO-CULTURALES
.......... El grupito frecuentaba los conciertos del Teatro Municipal (el
padre de Santiago abonaba palco para la temporada), eran socios
fervientes del Santiago Club Jazz (aunque morosos en el pago de sus
cuotas), almorzaban en el restaurant Miraflores, buscando descubrir en
la cara insípida de cada contertulio a un pintor o un poeta nacional,
llevaban a las niñas a bailar al Bier Hall, en los bajos del cine Rex,
para impresionarls con el espectáculo de la bohemia, y de ahí las
trasladaban, a veces en una sola jornada, al Charles, al Drive-In, a
la Chatelaine y al Carrera, devueltas a la seguridad de sus lugares
habituales y deslumbradas por la soltura y la movilidad de estos tipos
en los mundos de la noche.
A fines
de año no
perdían partido en el Club de Polo (el padre de Gonzalo era
accionista), en invierno subían a Farellones (el padre de Santiago
tenía refugio), y repartían diversamente los veraneos en Reñaca,
Zapallar, Algarrobo, en los fundos varios, (incluido el del padre de
Gaspar en La Florida) y por último en las casas vacías de Santiago
porque era una lata pasar el verano entero bajo la supervisión de la
familia, y los muebles enfundados, las alfombras enrolladas y las
cortinas corridas liberaban los espacios interiores donde podían
pasearse a gusto como en un palacio fresco y abandonado, tirando al
suelo la ceniza de los cigarrillos, con el tocadiscos sonando a todo
chancho, el teléfono para ellos solos, las cuchillerías y platerías y
cristalerías adquiriendo proporciones misteriosas en su encierro bajo
siete llaves y la suma de lo cotidiano alterada por completo en la
expectativa de alguna aventura inconcebible que los transformaría en
adultos por arte de birlibirloque.
.......... Siempre quedaba algún auto en alguna
casa y sabían dar el contacto con una eficaz y operativa conexión de
cable por debajo del tablero. Hacían vacas, recaudando dineros
variamente procurados, o simple y descaradamente firmaban vales en las
estaciones de servicio donde sus padres tenían cuenta (habiendo
juramentado previamente la compicidad del bencinero) y emprendían
expediciones a los fundos de Pirque o Talagante o Paine donde hubiera
niñas conocidas de veraneo. Por lo común estas expediciones eran
coronadas por la decepción o el fracaso. Aunque las niñas que
veraneaban en el campo no fueran neceariamente más sumisa que las
niñas que veraneaban en la playa, la vigilancia paterna era más
estrecha en los reductos rurales que en los balnerios. Y la idea del
grupo no era en absoluto pasar una agradable tarde en el campo con té
familar en la piscina y bellas suspirantes secuestradas por abuelas
tejedoras, tíos echando pestes contra Ibañez y la invasión de turcos
que había llevado al gobierno, cabros chicos que se ponían a pelear y
se caían al suelo para llamar la atención y se le metían a uno por
entremedio de las piernas, y papá que invitaba a recorrer los huertos
donde no había cómo desatender sus conferencias sobre la arañita roja,
la conchuela y el gusano de los penachos mientras a uno se le
entierraban miserablemente las gamuzas. Vega y Hernán Martínez decían
que la agricultura era cosa de siembras extensivas y ganados, de a
caballo, en camioneta, y despreciaban como nadie estas degradadas
formas de cultivo suburbano, especie de gigantismo de la jardinería,
apropiadas para mujeres o parceleros italianos, juicio que todos
suscribían en masa, amantes como eran de los espacios abiertos y las
grandes perspectivas. Pero más allá o más acá de estas cuestiones de
orden ontológico la idea del grupo en materia de pasatiempos
instructivos no era éta, como queda dicho; participaba en cambio de lo
piratesco y consultba la posibilidad del rapto: la idea era sacar a
las niñas de ese ambiente espeso de puro decoroso y traerlas al Golf o
al Polo, para comerse un sandwich después de la piscina o pasar al
Charles, y antes de llevarlas de regreso al campo en las últimas horas
de la madrugada irse a oír discos a una pieza oscura en la casa de
Santiago, donde lo menos que le podía ocurrir era que les atracaran el
bote y lo más dependía de las circunstancias.
.......... Pero si los miembros del grupo mirados
por separado no gozaban, en rigor, de la confianza de los padres de
familia, mirados en su conjunto y sobre todo cuando aparecían
apelotonados en un solo auto producían verdadero espanto. Me lo han
confirmado en numerosos sectores.
.......... Se decía que andaban con puras
sueltas, mayores que ellos y de esas que pueden volver a su casa a
cualquier hora porque les dan permiso para todo y nadie las controla.
Se decía, además, que salían con mujeres casadas, lo que empezaría a
ser parcialmente cierto en el año de gracia de 1956. (Edad de Vega,
Santiago y Gaspar, 19; de Guillermo, Palanca y Hernán, 20). De manera
que en alguna de las incursiones predatorias practicadas en el verano
del 55 les soltaron a los perros, un par de mastines formidables que
no les permitieron bajar del auto, en tanto que un hermano chico,
asquerosamente muerto de la risa, les anunciaba subido en un nogal que
las niñitas no podían recibir gente esa tarde porque se estaban
lavando la cabeza.