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Por Cristián Huneeus (Mensaje, N°
262, septiembre de 1977, pp. 491 - 498 )
El presente trabajo
fue originalmente escrito para un encuentro efectuado en Melboume,
Australia, convocado por sus organizadores bajo el tema general
de "la persona" en la filosofía y la literatura (1). El tema me
entusiasmó en un principio, aunque me ocurrió algo que yo mismo
pude
haber previsto: mi entusiasmo resultó ser poco más que un fuego
fatuo. Porque tan pronto como pensé en un contexto latinoamericano
donde se jugara el concepto de "persona" me descubrí pensando en
otra cosa. Este es un desliz intelectual de mi exclusiva responsabilidad,
pero no por ello deja de ilustrar una cierta situación general.
El concepto de "persona", al modo como se ha elaborado en la filosofía
moral inglesa, condicionando, por ejemplo, el desarrollo de una
narrativa extraordinaria -pienso en George Eliot, en Henry James,
en D.H. Lawrence: en la gran tradición diseñada por Leavis-(2),
es un concepto que escapa a las corrientes centrales del lenguaje
hispanoamericano. Quizá uno tendría que empezar admitiendo una dificultad
extrema en el solo esfuerzo de captarlo, y siempre como un aporte
lejano, remoto incluso: o tal vez, para situar la cosa en un punto
opuesto, como un recurso social circunscrito a la utilidad de su
manejo para una convivencia cotidiana menos desastrosa desde el
punto de vista práctico y aceptado como parte de un discutible sistema
demagógico.
Pareciera ser tan profunda la experiencia histórica hispanoamericana
del carácter o abstracto o práctico pero nunca "verdadero" de las
nociones en que, a falta de otras, nos vemos obligados a movernos,
que la energía máxima de nuestro lenguaje, muy por el contrario
de volcarse hacia la confirmación o el desarrollo de noción alguna,
se instala en cambio en su destrucción. Por este rumbo podría buscarse
la constante de la gran poesía latinoamericana del siglo xx, que
por algo ha sido calificada más de una vez como liberadora.
Parra y Neruda
Así, empezando a
pensar en la noción de "persona" en nuestro medio, terminé pensando en
Parra. Pero me resultó difícil pensar en Parra sin hacerlo primero en
Neruda. Porque es un hecho público y notorio que toda pregunta
americana pasa en primera instancia por Neruda: las
Residencias, ayer y hoy, son un punto de origen y encuentro de
las alternativas fundamentales del idioma.
Lo que vino después,
la extensa obra posterior del vate, habría bastado, como es sabido,
para consagrarlo en un primer plano o si se quiere, dadas las
múltiples direcciones emprendidas en obras tan diversas como Canto
General y Odas Elementales, para no incluir Los Versos
del Capitán, Extravagario y Canción de Gesta, en
múltiples primeros planos. Sin embargo, por mucho que una crítica,
alentada por el propio Neruda, levante para esta poesía clara y
diurna, de la comunicación y la vida social, que empieza a desarrollar
desde su experiencia de la Guerra de España y su posterior ingreso al
PC, un pedestal que la pone o la puso a la altura de las
Residencias, suscribo, con el debido respeto (como dice Parra
en estos casos), el juicio de quienes trazan una raya divisoria más o
menos tajante entre las Residencias y después. Además, me
permito agregar que este juicio se desprende por sí solo de una
comparación entre lo que puede hacer un Neruda con una poesía clara y
diurna, de la comunicación y la vida social, y lo que puede hacer un
Parra con una poesía llamada, aunque engañosamente, de modo
similar.
¿Qué ocurre con los elementos culturales, dentro de los cuales
se sitúa la noción de "persona", en las Residencias en la
Tierra?
Hay acuerdo en referirse al mejor Neruda como una
fuerza natural que opera, bajo presiones tremendas, en las zonas
oscuras y subterráneas de la materia en estado informe, donde la ciega
voluntad organizativa es arrastrada en un tránsito confuso del germen
a la descomposición, y donde lo humano se disuelve en ese transcurrir
caótico.
Si me preguntáis en dónde he estado debo decir
"sucede".
No se piense sin
embargo que alguien, más allá de los comentaristas caídos en la
trampa del encantamiento verbal de Neruda, pueda ver el proceso en los
términos de materialidad inconsciente en que parece postularse. Cuando
la persona poética de Neruda se propone en ese eje estructural de su
idioma que es el gran "yo soy" de los románticos, la fórmula misma
traduce una operación de la voluntad: el "yo" es el poeta y el poeta
es la palabra puesta a disposición de la materia. En cuanto tal,
desciende a la identificación con la materia o se abre para recibirla
en su ascenso ensanchando ese "yo" de un modo
prodigioso.
A medianoche, con manos mojadas, alguien golpea mi
puerta en la niebla, y oigo la voz del apio, voz
profunda, áspera voz de viento encarcelado, se queja
herido de aguas y raices, hunde en mi cama sus amargos
rayos
Ésta es una
instancia ilustrativa: el yo parece carecer de limite en su capacidad
de sentir y absorber el universo natural. Se ejerce allí con tanta
fuerza que lo humano se mineraliza y vegetaliza en una suerte de
hundimiento mítico por debajo de su carácter de historia cuando surge
en esta poesía. Pero el límite se muestra, y como el factor mas
decisivo, según lo señala Alonso (3) -soy de los que piensan que
Alonso todavía corre- en la imposibilidad de controlar esa
experiencia, siendo en la tensión generada por el conflicto no
resuelto entre materia y forma donde se realiza la situación esencial
que singulariza a Pablo Neruda en la lengua castellana. Vale decir, la
no solución del problema es la solución del problema en la medida en
que el sentimiento de la naturaleza como informe y de la historia como
naturaleza se concreta en una poesía invadida por lo informe. Lejos de
ser este un problema referido en la poesía, es el problema de la
poesía o para ser más exacto, la poesía misma.
No sé si a estas alturas
valga la pena volver a preguntarse qué ocurre aquí con las nociones
culturales. Los objetos producidos por el hombre empiezan a irrumpir
de modo más notorio en la Segunda Residencia que en la
Primera y algún estudioso de Neruda empieza a discernir allí un
acento de crítica social explícita. Parecería, no obstante, que
nociones u objetos, buques, besos, utensilios y todo el resto de la
utilería humana, son tragados por el galope muerto de las
cosas.
Desde el fondo de este pantano se inicia entonces, en aquella
obra notable y dispareja, "dispareja como la Cordillera de los
Andes"(4), según Parra, que es el Canto General, el ascenso de
Neruda a la superficie (en los dos sentidos del término: apariencia y
superficialidad). Allí Neruda se sitúa en la historia, y se plantea el
empeño de participar en ella y constituirla con su palabra. Por lo
demás, el Canto General es, programáticamente, una crónica del
continente americano.
Para ingresar en la
actualidad Neruda empieza a recurrir a un lenguaje cotidiano, que se
afianza en cuanto instrumento de expresión en el primer libro de
Odas Elementales. Lo publica en 1954, fecha doble o mayormente
significativa porque es también la de Poemas y Antipoemas, el
libro inicial de Parra.
En principio no es extraño
que Parra salude este tercer período nerudiano, el de "maduración" lo
llama, como "el más rico de todos" (5). El saludo aparece en un
discurso académico, "género literario", según Parra, donde el
antipoeta "corre el riesgo de salirse de personaje". Fuera o dentro de
personaje, lo que el antipoeta en realidad hace aquí es invitarnos
hábilmente a una medición de fuerzas que lo
favorece.
Neruda se mofa en el extenso y relajado "El hombre invisible"
-el arte poética de las Odas- de su "pobre hermano el poeta",
que "se declara maldito" y que "piensa que es diferente a todo el
mundo" (6), reduce (hasta donde puede) las metáforas y aligera la
frase al cortarla en unidades visuales breves. Es amable y solidario
en una poesía de la reconciliación y la bondad. Parra por su parte
(véase "Advertencia al lector"), en una dicción en la que "no aparece
la palabra arcoiris" y donde "mesas y sillas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes!, útiles de escritorio", anuncia que "el cielo se está
cayendo a pedazos". "No respondo de las molestias que puedan ocasionar
mis escritos", declara: "Como los fenicios pretendo formarme mi propio
alfabeto" (7). La agresión y la sátira tiñen de sangre su comicidad.
Hay más: Neruda autor de las Odas se ríe y sonríe de Neruda
autor de las Residencias, pero la retractación es equivoca y no
lo es a conciencia. Como no podría ser de otro modo, el origen de
su idioma de 1950 está en su idioma de 1930, del que deriva y el que
populariza en una retórica que, si se proyecta hacia la vida social y
se reordena internamente para hacerse efectiva, no es sino la misma
exaltación protagónica del poeta allí repudiado. El hombre invisible
de las Odas Elementales, muy por el contrario de ser invisible,
es visible, y desde muy lejos, como el portavoz de la humanidad entera
y como su bandera de redención.
Dadme para mi vida todas las vidas, dadme todo
el dolor de todo el mundo, yo voy a transformarlo en
esperanza.
Es ahora, como
nunca en las Residencias, el poeta "dueño" del lenguaje, cerrado en la
convicción falaz de que lo inventa y lo lleva adonde quiere, en
prerrogativa de su excepción y privilegio.
Ya en 1966 Enrique
Lihn llamó la atención sobre un aspecto que a nuestro entender es el
primero. Según se declara en 1958, Parra sería "paladín de la claridad
y la naturalidad de los medios expresivos", representativo de "un tipo
de poetas espontáneos, naturales, al alcance del grueso público", en
circunstancias que, como subraya Lihn, el propio Parra ha dicho que la
antipoesía es "más retorcida que una oreja". Y tal definición, es el
título del mismo texto en que el autor se presenta como "paladín de
la claridad" (8). Contradicción en el curso de un solo
pronunciamiento. Esto es básico. Queda claro desde el título de
Poemas y Antipoemas: contradicción como sistema y no sólo por
la coexistencia entre textos comparativamente tradicionales, los
"poemas", y textos que -antecedidos por "Advertencia al lector"-
inician la radicalización crítica de la expresión, los "antipoemas".
La contradicción sistemática en su sentido más profundo surge en la
designación de estos últimos: "antipoemas". El antipoema no es una
proposición externa al poema sino una proposición interna que lo
contradice. Y es la tensión así generada la que, siempre sin
resolverse, determina su fuerza y su actualidad.
La designación
propone entonces una fórmula: hacer un antipoema es hacer un poema
haciendo lo contrario de lo que se ha hecho "siempre" en el poema. El
término "siempre" se relativiza en este contexto específico, y pasa,
al menos en la acepción inicial que desata el proceso de Parra, a
significar Pablo Neruda (el de las Residencias, no el de las
Odas). Hasta la aparición de Parra, en efecto, Neruda ocupa,
sin dificultad visible y más allá de la presencia en Chile de un
Huidobro y una Mistral (para no incluir a ese precursor descontrolado
que fue Pablo de Rokha), el total de la dicción disponible para los
poetas. Parra, con lúcida conciencia situacional, lo ha señalado más
de una vez. Por ejemplo, en 1969: "Para ser sincero, Neruda fue
siempre un problema para mí, un desafío, un obstáculo que se ponía en
el camino. Entonces había que pensar las cosas en términos de este
monstruo..." (9).
El equívoco
"Manifiesto"
Un apoyo eficaz
para acometer al monstruo es Vicente Huidobro. Renovador y
experimentalista como pocos, sin duda el poeta que llevó a mayor
fecundidad el intento de aclimatación americana de las vanguardias
francesas de entreguerras, Huidobro es un antecesor de Parra en el uso
del término "antipoesía". "Aquí yace Vicente, antipoeta y mago", son
las conocidas líneas finales de Altazor (1931). Si bien es
efectivo que su trabajo no siempre se ajustó a los cánones que
postulara para la poesía creacionista, la innovación huidobriana
se despliega con mavor éxito allí donde es iconoclasta y lúdica. La
voluntad de sorprender y asombrar con el poema, el humor y el
desparpajo para envolver al lector -a la vez que se le insulta- en una
burla cómplice y conjunta del status de la poesía mientras se le gana
para la causa de la poesía, es un juego tan combativo en Parra como en
Huidobro. Rasgo común decisivo. Pero el "pequeño dios" no es para
acompañarlo. Huidobro está entre quienes "deben ser procesados y
juzgados" "por agrupar palabras al azar / a la última moda de
París" ("Manifiesto") (10). Porque para Parra el poema no puede,
desde ningún punto de vista, aceptarse como lo propone Huidobro: "un
hecho nuevo, independiente del mundo externo, desligado de cualquiera
otra realidad que no sea la propia, pues toma su puesto en el mundo
como un fenómeno singular, aparte y distinto de los demás
fenómenos".
Pero el camino tampoco está en la declaración de
principios contenida en "Manifiesto".
"Manifiesto" es el poema
más directa y explícitamente programático que Parra nunca haya dado a
conocer y lo es en un sentido equívoco porque a un primer nivel parece
proponer un tipo de poesía convencional: "dirigida", "proletaria", "de
la plaza pública", "de protesta social", en la línea seguida por los
cultores del realismo socialista. Neruda propone algo equivalente en
"El hombre invisible", pero mientras Neruda lo practica sin
vacilaciones al volverse en contra de las Residencias —o sea,
toma un discurso establecido y se aleja prudentemente de las
peligrosas zonas límites-. Parra no llega a practicarla nunca. Sin
embargo, los Artefactos corresponden a la expectativa generada
en "Manifiesto", sólo que de un modo característicamente
inesperado.
"Nosotros conversamos" dice "Manifiesto", en su
tono netamente prosaico, "en el lenguaje de todos los días". El canto
del poeta ha pasado a ser conversación, y la conversación es acto
social, compartido, al que concurren varios individuos que, en la
medida en que participan de ella, participan de una misma
circunstancia histórica. Lenguaje de todos los días o lenguaje de
todos, se da en la obrá de Parra no como extensión generosa del
lenguaje personal, pérdida de pie o descenso al grueso público sino
muy por el contrario como una instalación por derecho propio del
grueso público, entendido en su sentido más lato como "la comunidad",
en el centro de su sistema poético. Pero no es la "comunidad" en sus
deseos o aspiraciones, verdaderas o falsas, justas o injustas: son las
frases del grueso público, las frases hechas, los lugares comunes, el
sistema de fosilizadas metáforas sociales, el mecanismo verbal
anónimo, la "comunidad lingüística", lo que constituye su idioma.
Ocurre entonces que la subjetividad del poeta se desintegra -si es que
cabe decir algo así-, y el pronunciamiento poético pasa a ser, en
razón de los medios con que opera, objetivo en su patentización de un
momento de la cultura. Ese momento es el cruce múltiple de situaciones
que la frase trae con su carga de significaciones institucionales,
históricas, ideológicas y culturales, que al ser sacada de su contexto
habitual e integrada en el collage que es el texto de Parra
descubre y aviva todo un contradictorio mundo de contenidos ocultos,
absurdos, cómicos, afirmando su fuerza de hecho consumado -no hay
hecho más consumado que el lenguaje de todos los días- y a la vez
poniéndose en cuestión a sí mismo al destapar la olla de sus
significaciones inconscientes.
La complejidad de Parra, lo
"retorcido" de la antipoesía, se origina así en las frases sin origen
que la componen y en la "originalidad" impersonal que adquieren al ser
traspuestas desde el plano de su función primera al plano del poema,
formando un sistema sorprendente de revelaciones. No es uno el
ready-made que se traslada, ya que el texto es un montaje de
muchos ready-mades, y el shock provocado en los hábitos
de recepción del lector se expande y contrae a medida que por un
proceso asociativo éste va cobrando conciencia de los quiebres
múltiples en su sistema de respuestas a la experiencia y de cómo está
quebrada la experiencia misma. "A mi modo de ver el cielo se está
cayendo a pedazos". Nunca dejará de ser necesario referirse al
urinario de Marcel Duchamp cuando se habla de Parra ni al modo
efectivo y radical como éste manipula con la conciencia pública
representada en el espectador para establecer su
planteamiento.
Postular, en el contexto de esta poesía, una
proposición idiomática singular, emitida desde la subjetividad del
autor, resulta banal. La tarea del poeta, dice Parra, "pasaría a ser
una especie de trabajo de entomólogo que sale a cazar bichos" (11). Es
decir, el autor sale por el mundo recogiendo las proposiciones
idiomáticas anónimas o elevando a valor anónimo ciertas proposiciones
idiomáticas firmadas, pero también inventando proposiciones tan
similares a las que encuentra que parecen encontradas. La inversión de
roles ha llegado a este extremo.
Poesía popular
Hay que destacar
dos líneas de antecedentes que confluyen. Una: la poesía popular y el
folklore, apoyándose en un comienzo en la importancia que les diera
García Lorca. Cancionero sin nombre (1937) es un romancero a la
manera de muchos inspirados en Lorca. La superación de ese modo de
relación con la tradición popular es completa y, más que superación,
es en rigor una negación, perfectamente asumida, al extremo de que
Parra no incluye Cancionero sin nombre en Obra gruesa
porque lo juzga un "romancito" "fuera de foco", y se considera Parra
sólo a partir de Poemas y Antipoemas. Su relación con lo
popular se hace directa (como lo prueba, en otro sentido, su
influencia sobre el trabajo de su hermana Violeta) y alcanza hasta la
poesía rural en su misma fuente. En ese repertorio de giros y
sentimientos comunales, que por su rigurosa formalización y su sistema
rígido de convenciones métricas, transmitido por generaciones sin
variación alguna, y firmemente sólido en el principio de que la décima
sólo se hace bien cuando se hace como se ha hecho siempre -a la vez
que siempre refiriéndola a los cambiantes acontecimientos de
actualidad local o nacional- Parra adquiere una confirmación de su
disposición innata al uso del habla popular y conjuntamente una
validación del saber anónimo y permanente que es la poesía popular,
una especie de buen sentido mordaz y vital que marca, desde su arraigo
en lo concreto, un contraste crítico implacable con la poesía culta y
sus pretensiones. "Somos tierrafirmistas decididos", ha dicho Parra en
"Manifiesto", "nosotros oponemos la poesía de la tierra firme...
contra la poesía de café". Entre un Martín Fierro y un
Altazor Parra no vacila. Aprende de Altazor todo lo que
sea necesario pero Martín Fierro lo pone en guardia contra sus
veleidades y su frivolidad. El poeta como gran señor no es,
en último termino, persona seria ni digna de
confianza.
Desde esta experiencia de la poesía popular, y sólo
desde aquí, es posible captar el sentido de la artillería descargada
en "Manifiesto "contra el conservador de izquierda. "Supongamos que
fueron comunistas", pero "no fueron poetas populares, fueron unos
reverendos poetas burgueses". Parra practica las formas tradicionales
de la poesía popular y es poeta popular desde su convivencia y
compenetración, visibles en toda su obra, con el espíritu de la
poesía popular.
El asunto da una vuelta de tuerca cuando
pasamos de la poesía popular rural a la poesía popular urbana, la
segunda línea de antecedentes. Aquí surgen elementos orientadores de
otro orden. Si hay una poesía popular urbana así llamada, ella es
ciertamente la sátira cortada en versos que se lee por las radios o se
imprime en los diarios y revistas de circulación masiva. (Jorge Elliot
recoge y valoriza una muestra notable de los años 20 en
su Antología crítica de la nueva poesía chilena, 1957). Pero
sabemos por lo dicho más arriba que no es en el texto presentado como
verso donde Parra encuentra lo que busca sino en las frases de la
ciudad, que a veces entran al texto presentado como verso, pero que
vienen de otros contextos, fueron lanzadas para otros fines, y
adquieren potencia insospechada en el acto de su transposición al
poema.
El Quebrantahuesos y la
distorsión
Un precedente,
especialmente esclarecedor para los Artefactos de 1972, es el
Quebrantahuesos (12), diario mural publicado por Parra en 1952 en
colaboración, entre otros, con poetas que han realizado una obra
posterior renovadora como Lihn y Jodorowsky. El Quebrantahuesos es una
entrada a fondo en la escritura sintáctica de los medios de
comunicación de masas. Si tiene una deuda con juegos surrealistas como
el cadáver exquisito o dadaísta como el juego del sombrero, su
mecanismo y su operación difieren en lo que sigue: el Quebrantahuesos
trabaja con frases hechas, eliminando el factor subjetivo que hay, por
ejemplo, en el cadáver exquisito, donde cada participante redacta o
dibuja su propia línea. Si deja que el azar desempeñe un papel, a la
vez niega el culto al azar. Recordemos que en el cadáver exquisito
cada participante desconoce las líneas o trazos anteriores del texto o
dibujo en elaboración. En el juego del sombrero los participantes
sacan sin mirar los recortes de papel y las frases se van armando
según salen. El resultado de ambos juegos es un texto multipersonal
arbitrario, donde se quiere investigar la coherencia oculta de las
estructuras del azar y descubrir una cifra, de alguna manera
trascendente, para despejar los absurdos de la vida
cotidiana.
El Quebrantahuesos, por su parte, funciona desde una
lógica de la distorsión. Procede con titulares de periódicos que se
tienen a la vista y cuya presencia simultánea determina los recortes
por armar. La subjetividad autorial queda fuera del proceso, salvo en
la medida en que asocia frases ajenas y anónimas, y no se espera que
la asociación construya un orden. Al contrario, el azar pone un
énfasis violento y cómico en la fuerza a la vez que en la debilidad de
las estructuras del lenguaje de los medios de comunicación de masas y
destruye el pretendido sentido de las unidades de sentido que
estructuran un orden social. En "la literatura actual", ha dicho
Parra, "mi maestro absoluto ha sido Kafka" (13).
La importancia
visual del Quebrantahuesos es decisiva y abre rumbos para los
Artefactos, que se pierden al ser "traducidos" a la simple
letra de imprenta. Ambos son trabajos que operan desde el carácter
visual de la letra, asumiéndolo como parte del texto.
Por otro
lado, hay quebrantahuesos que pasan directamente a integrar poemas.
"Alza del pan origina nueva alza del pan", por ejemplo, es la primera
línea de "Inflación" (14). Las líneas que siguen, "Alza de los
arriendos/ Provoca instantáneamente la duplicación de los cánones/
Alza de las prendas de vestir/ Origina alza de las prendas de
vestir", etc. reiteran el absurdo hasta alcanzar su punto álgido
en un lugar común magníficamente situado: "Inexorablemente, giramos
en un círculo vicioso ".
La libertad combinatoria producida
a partir de la distorsión contextúal alcanza momentos desmitificadores
de gran humor cuando el origen del texto dislocado es el discurso
cívico. "Los límites de Chile" (15) es un magnífico
ejemplo:
No es Chile el que limita con la Cordillera de los Andes,
con el Desierto del Salitre, con el Océano Pacífico, con la unión de
los dos océanos: la cosa es al revés. Es la Cordillera de los Andes
la que limita con Chile, el Océano Pacífico es el que llega hasta la
cumbre del Aconcagua.
Son los 2 Océanos los que rompen en mil
pedazos la monotonía del paisaje sureño. El río Valdivia es el lago
más largo de Chile. Chile limita al Norte con el Cuerpo de Bomberos,
al Sur con el Ministerio de Educación, al Este con la Cordillera de
Nahuelbuta y al Oeste con el vacío que producen las olas del Océano
que se nombró más arriba, al Sur con González Videla. En el medio
hay una gran plasta rodeada de militares, curas y normalistas que
suecunan (succionan) a través de cañerías de
cobre.
Pero el asunto
adquiere un tinte diverso cuando el correlato textual es el discurso
religioso, lo que empieza a ocurrir de manera notoria en La camisa
de fuerza (1969). Se diría que el trabajo de Parra, junto con
operar sobre la poesía popular, los medios de comunicación de masas,
el habla cotidiana, el discurso cívico, lleva al discurso religioso, a
la vez que una agudización de la crítica a todo sistema de
coherencias, un intento de liberación de un predicamento vital que se
le ha tornado angustioso más allá de lo soportable. El humor y la
desmitificación alcanzan en este terreno momentos inigualados, el
absurdo arrasa una vez más con el orden pretendido del material, y
ahora la fuerza de la desescritura es mayor puesto que lo que se
describe es el último reducto de la esperanza. El dilema no es
superado. La última esperanza destruida permanece en Parra como última
esperanza destruida -vale decir no deja, aunque destruida, de ser
esperanza- y convierte la totalidad de los niveles de la experiencia
en una camisa de fuerza, como lo resume el título general del
libro.
Es posible comprobarlo en poemas como "Padre Nuestro",
"La cruz", donde hay una sensibilidad religiosa que acusa una
conciencia real de lo absoluto como dimensión de la experiencia. Su
propia magnitud, junto con agudizar el carácter del conflicto, impide
toda solución que supusiera aceptar el discurso religioso como no
distorsionable. Lo que es evidente en el drama de La camisa de
fuerza es la tentación de la adhesión, como en otro plano lo es el
programa político en "Manifiesto". Pero es igualmente evidente la
resistencia a la aceptación de un lenguaje "portador de la verdad". La
verdad "es un error colectivo", dice Parra en otro de sus textos y en
este sentido "el poeta está ahí para que el árbol no crezca torcido" y
la poesía "es un artículo de primera necesidad". Aquí se reafirma, de
manera inigualada la subjetividad autorial.¿Pero cómo?
Los artefactos
El
rigor de la empresa supone una exigencia que Neruda no resistió y que
Parra en cambio lleva más allá de lo que uno habría estimado como el
límite final al llegar de la Antepoesía a los
Artefactos. Un paso de tránsito es el poema de despedida, "Me
retracto de todo lo dicho" (16).
Querido lector .... ,,,,,,,. ..
.. . Quema este libro No representa lo que quise
decir A pesar de que fue escrito con sangre No representa
lo que quise decir.
Mi situación no puede ser más
triste Fui derrotado por mi propia sombra: Las palabras se
vengaron de
mi.
La
paradoja última se vierte en esta admisión destructora de aquella
afirmación previa segun la cual la poesía es "un artículo de primera
necesidad" que está ahí "para que el árbol no crezca torcido". No
obstante, como en el Neruda de las Residencias, es la tensión
irresuelta y el rigor para enfrentarla como irresuelta lo que da su
carácter radical a esta poesía: el lenguaje subjetivo es irrelevante
porque no existe la subjetividad salvo en una relación dinámica con
las condicionantes colectivas, entre ellas, la condicionante de la
verdad, que es, por otra parte, un error colectivo en el que toda
palabra está inmersa. Y la relevancia del lenguaje colectivo -del
lenguaje, en suma- está en su carácter esencialmente contradictorio.
La musicalidad, la melodía que unifica y armoniza, es repudiada por
falsificadora, pero este repudio no basta para limpiar el lenguaje de
falsedad. "Inexorablemente giramos en un círculo vicioso". El círculo
estalla y sus fragmentos, rotos, desconectados, aislados, son
los Artefactos, panículas dispersas, pequeños núcleos de
lenguaje recogido, que descubren una impureza, un carácter de verdad
como error colectivo, en toda estructura ordenadora y en todo discurso
fluido, incluso el alcanzado por la propia obra que los antecede,
"romántica" por comparación. La soledad y el abandono en que los
Artefactos se proponen al darse sintáticamente fuera de todo
otro contexto verbal los pone en juego en un campo enteramente
nuevo.
Los Artefactos no están unidos entre sí por el
empaste de un libro. Son breves unidades impresas en tarjetas postales
ilustradas -textos "visuales"- que vienen dentro de una caja. Se
pueden leer en cualquier orden y en el hecho se leen en cualquier
orden, puesto que nada les impone orden alguno. Esto es categórico. El
libro está planteado como una explosión. Los fragmentos atomizados no
tienen modo de reunirse para integrar un cuerpo. Imaginemos que un
lector los quisiera ordenar. Salvo que violentara la naturaleza del
libro imponiendo sobre las tarjetas una fijación material, su orden
será momentáneo y transitorio pues no durará más del tiempo que
permanezcan las tarjetas guardadas en la caja. El próximo lector
introducirá su propia alteración y así hasta el infinito. Las
combinaciones posibles serán a menudo el resultado de lecturas
colectivas. Porque ocurre con los Artefactos que inducen,
por su estructura física, a la lectura colectiva: un grupo de personas
puede distribuirse las panes y no sólo "puede" hacerlo, es invitado a
ello. Esta movilidad debe verse como un desarrollo a partir de las
libertades que en el hecho se toma todo lector frente a cualquier
libro. En el libro convencional el lector lee rápido, lee lento, lee
saltado, relee, subraya. Pero estas libertades son, en cierto modo,
libertades subrepticias, actos ilegales, más o menos ocultos, y en
todo caso claramente ejecutados dentro del ámbito de "la vida
privada". La estructura material de Artefactos cuestiona el
carácter privado de ese ámbito donde se realizan muchos de los actos
más significativos de la vida humana, y lo convierte en ámbito
público. En suma, hace legítima la libertad de leer un texto de
cualquier manera y pone al lector en posición de asumir públicamente
esa libertad. Otro tanto ocurre en el plano de las convenciones de
lenguaje y es así como Artefactos consuma la ruptura ya
iniciada por Parra en sus libros anteriores con las nociones
convencionales de lo propio y lo impropio, y trabaja directamente en
lo que de ordinario se califica y censura como obsceno o pornográfico.
Lo mismo sucede en el plano político, donde se rompen las nociones
doctrinarias y aparecen enunciados contradictorios desde todo punto de
vista que no sea el de la aspiración a la superación de la barrera
entre lo público y lo privado por el enfoque en close up de los
contenidos reprimidos de la conciencia.
En cierto sentido, hay
artefactos anteriores a los Artefactos. El propio Parra lo
indica al llamar la atención sobre "Versos sueltos", poema ya
publicado en 1957 e incluido más tarde en Versos de salón
(1962). En efecto, "Versos sueltos" es una emisión seriada de unidades
inconexas, como otros poemas -"Frases", "Ideas sueltas"- que figuran
en La camisa de fuerza. Sin embargo, la costumbre de ver en la
continuidad el único modo de planteamiento posible retarda la
comprensión de la potencialidad expresiva contenida en la
discontinuidad, o para ser más exacto, la comprensión de la
discontinuidad como forma de superar lo falsificador del discurso
continuo. Este es un modo de caracterizar la situación. Otro más
satisfactorio sería el siguiente: la técnica de la distorsión
contextual no alcanza su último límite mientras persiste la esperanza
de hallar un discurso que se le resista. En la distorsión del discurso
religioso las posibilidades se agotaron. Y la próxima etapa en esta
especie de recorrido hacia atrás en el tiempo, o de regresión en busca
de los lenguajes de la experiencia más esencial del hombre, es la
explosión del contexto que nos sitúa en la panícula violenta del
Artefacto, donde se emiten voces desde un momento anterior a la
constitución de todas las formas de discurso establecido, gritos,
risas, alaridos, terrores y burlas que substancian un momento de la
experiencia -para terminar donde empezamos- anterior a la elaborada
constitución de la persona y devastadoramente crítico de la
singularidad o la cristalización que le conocemos o le queremos
imponer desde cualquier perspectiva disciplinaria, sea cual ella
sea. Si el verdadero punto de comparación de Poemas y
Antipoemas está en las Residencias en la Tierra ¿dónde está
el punto de comparación de Artefactos?
(1) IV Seminario Trans-Pacífico de
la Australian Society for Latín American Studies, efectuado en
Melboume, Australia, junio de 1976. (2) F.R. Leavis, The Great
Tradition: George Eliot, Henry James, Joseph Conrad, Londres,
Chatto & Windus, 1948. (3) Amado Alonso, Poesía y estilo de
Pablo Neruda: interpretación de una poesía hermética. Buenos
Aires, Losada, 1940. (4) Pablo Neruda y Nicanor Parra,
Discursos, Santiago, Nascimento, 1962, (5)
Ibíd. (6) Pablo Neruda, "El hombre invisible", en Odas
elementales. Buenos Aires, Losada, 1954, pp. 7-12, (7) Nicanor
Parra, "Advertencia al lector", en Poemas y Antipoemas,
Santiago, Nascimento, 1954, pp. 71-73. (8) Nicanor Parra, "Más
retorcida que una oreja". Ponencia ante el Primer Encuentro de
Escritores Chilenos, Universidad de Concepción, 20-25 de enero de
1958. Citado por Enrique Lihn, "Definición de un poeta", en Alfonso
Calderón, Antología de la poesía chilena contemporánea,
Santiago, Ed. Universitaria, 1970, p. 325. (9) Mario Benedetti,
"Nicanor Parra o el artefacto con laureles", Marcha,
Montevideo, 17 de octubre de 1969. (10) Nicanor Parra,
"Manifiesto", en Otros poemas. Obra gruesa. Santiago, Ed.
Universitaria, 1969, 211-214. (11) Leónidas Morales,
"Conversaciones con Parra", en La poesía de Nicanor Parra,
Santiago, Universidad Austral de Chile y Editorial Andrés Bello,
1972, p. 206. (12) Recogido por Ronald Kay para revista
Manuscritos, Nº 1, Santiago, Universidad de Chile, Departamento
de Estudios Humanísticos, 1975, pp. 2-23, (13) Benedetti, op
cit. (14) Nicanor Parra, "Inflación", en La camisa de
fuerza. Obra gruesa. Santiago, Ed. Universitaria, 1969, p.
180. (15) Nicanor Parra, "Los límites de Chile", en Otros
poemas..., op. cit. (16) "Me retracto de todo lo dicho", en
Parra, Otros poemas..., op. cit., p. 246.
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