Por lo demás, vuelvo de este modo a
mi primer y único intento:
contarle a usted, como a un niño, un
cuento que se le antoje
inverosímil y que, por tal, le divierta
siempre, le abisme a veces y
le acalle por algunas horas, con su
bulla y lucubraciones,
los estampidos que hoy todo lo
llenan.
Onofre Borneo a Guni Pirque.
Umbral, tomo i, cap. 15, p. 110.
Entonces, lo
que hace Juan Emar en Umbral es contar un cuento.
Si su modo
de contar hubiese hallado eco en su tiempo, si sus breves libros de
los años 30 se hubieran apreciado, induciéndolo a entregar Umbral a medida que lo
escribía (el tomo I, según evidencia interna, es de 1941), y si esta
teórica publicación, a su vez, hubiese generado el efecto que no
causaron las primeras, Juan Emar habría cambiado el curso del modo de
contar de los chilenos.
De esta suerte, Umbral nos llega
en la categoría más insólita: la de obra precursora que durante cuatro
décadas no ha tenido la oportunidad de serlo por haber quedado
inédita; la de aparecido que supera su inconfundible aire de época y
surge, haciendo lo propio de la narrativa actual, como un
contemporáneo.
Bajo la forma de una extensa carta en 29
capítulos a la mujer amada, el tomo I del Primer Pilar de Umbral
discurre en torno a cuatro experiencias radicales: la mística, la
droga, el juego y el amor. El texto rehuye contar las tres primeras
como experiencias de Onofre Borneo, autor de la carta; en lo suyo,
éste las minimiza y ridiculiza, afirmándole a Guni Pirque, la amada,
que "mi propio pasado" es "gris y monótono". En cuanto a la última,
"la conoce usted tanto como yo, pues ella es usted misma": la
experiencia del amor se remite, en efecto, a la relación del que
escribe con la que recibe lo escrito y en esa relación germina la
escritura, cuyas figuraciones son "nuestros hijos". La imagen de Guni
libera los mecanismos de la invención, pero a la vez los condiciona:
por un lado es posibilidad y por otro es límite: las experiencias de
la mística, la droga y el juego son el objeto reiterado y obsesivo de
la "bulla y lucubraciones" del relato, pero desplazadas hacia sus
"fantasmas", como los llama el narrador. Opera así, en el modo de
contar Umbral, la consciente puesta en primer plano de una dialéctica
donde la situación concreta suscita la actividad intelectual, la
"inspira" (para usar un término adecuado al papel de Musa que recae
sobre la amada), pero le impide el ejercicio dentro de su propio
territorio y la proyecta hacia el de la ficción. La realidad provoca
la irrealidad y ésta revierte sobre aquella y viceversa en un diálogo
o duelo sin término posible ni deseable.
El buscador místico es
Lorenzo Angol, el opiómano es Rosendo Paine, los jugadores son los
Señores de Re y de Do, todos fantasmas, como también lo son Onofre
Borneo y la propia Guni, Desiderio Longotoma, Viterbo Papudo, el tío
José Pedro (atrozmente muerto por un loro embalsamado en el momento de
humor absurdo más exitoso del Primer Pilar) y otros que pasan todavía
fugazmente por el papel, como Baldomero Lonquimay, Florencio Naltagua,
Huinchita Pin, Lumba Corintia y el impagable Palemón de Costamota,
"literato en proyecto" que piensa someter "al bisturí y al
microscopio" a los "preclaros personajes" reunidos en su gabinete y
mostrar lo que hay de don Segundo Sombra en el Barón de Charlus y del
Barón de Charlus en don Segundo Sombra. Se despide, "servidor de
usted", invitando al narrador a reunírsele en la ciudad imaginaria de
San Agustín de Tango, que vendrá a jugar rol protagonico en el Tercer
Pilar, y que se vislumbra desde ya como el lugar en pleno de los
"personajes", por oposición a la "humanidad real".
Es
indudable, además, que los personajes no aparecen como los seres
supuestamente acosados que transitan por la calle, sino como entes en
proceso de gestación: la tentativa de Juan Emar es la de contar cómo
los inventa y cómo inventa para ellos el mundo en que se mueven:
Umbral se pone -precisamente- en el umbral de la invención.
"Busquemos un personaje", empieza el narrador en el capítulo 2. Y
luego de haberlo encontrado, declara: "Para conservar mi
desprendimiento, mi libertad, el personaje se quebró en dos: cedí a
otro el primer rol que me había asignado de recogedor de experiencias.
Cedí mi propio rol de Lorenzo. Lorenzo necesitó entonces a quién hacer
vivir: otro personaje se impuso. Bien. Se llama Rosendo
Paine".
Luego denuncia la liberación pirandelliana de los
mismos que, "una vez crecidos y organizados", se lanzan "a una vida
propia e independiente". Sin embargo, esto no pasa de ser una
seudorruptura de la estrategia central a todo el texto, donde no cabe
la noción de algo así como un personaje independiente del flujo mental
que lo propone. Quien escribe a Guni -el narrador- es un inventor al
descubierto, ostensiblemente inventa cómo y cuándo quiere, pero
también se niega a hacerlo si no le viene al caso: "No haré mayor
descripción (del fundo La Cantera). Quiero que usted... lo imagine a
su gusto, pues de este modo se encontrará francamente más cerca del
verdadero fundo que si se atiene a la descripción de él... El fundo La
Cantera es el sitio que exactamente coincide con el temperamento y las
intenciones de nuestro amigo (Lorenzo)".
Así alzado el discurso
de Juan Emar en contra del mundo "real", manifiesta en la lógicade su
creación una crítica implacable frente a las verdades del tiempo y la
historia. La experiencia mística buscada por Lorenzo Angol y su
paralelo en las visiones del opio de Rosendo Paine significan la
tensión hacia un absoluto lúcidamente acotado pero inasible en su
esencia última. Tal vez sea este intento de acceder al "otro Cosmos"
el punto de cercanía entre el cuento de Umbral y el cuento de
Rayuela.