Luego de unas
vacaciones de setiembre un tanto alargadas por disposición de las
autoridades universitarias, volví a dictar mi curso semanal sobre
Blest Gana, el "padre" de la novela chilena. Siempre me ha
gustado el campus de la Universidad de Santiago, construido en tiempos
de Alessandri por Fernando Castillo Velasco y Asociados. Representa un
buen momento del modernismo en arquitectura. Y me han gustado también
los jardines, con especies hermosas como gingkos, castaños de la India
y tuliperos. Incluso hay por ahí una carica chilensis, papayo
silvestre bastante raro a pesar de lo autóctono.
Esta vez me
costó ingresar al recinto. Había buses con carabineros frente a todos
los accesos, y los "azules" -guardias tan autóctonos como la carica,
pero más bien salvajes que silvestres, y por desgracia menos
infrecuentes en nuestros establecimientos universitarios- no dejaban
entrar ni siquiera a los peatones de aire tranquilo, salvo por una
sola y vigilada puerta, obligando a dar largos rodeos por fuera de las
rejas para alcanzarla.
Una vez dentro, estudiantes y profesores
me pusieron al día. Todo tenía que ver con los 18 alumnos expulsados y
los muchos sancionados por su reciente adhesión a las protestas de
setiembre. Losjóvenes habían planteado una apelación y se temía, se me
dijo, que intentaran, coludidos con elementos extraños, una invasión
masiva y violenta del campus para apoyarla. Los jóvenes pretenden
"participar" y, según parece, también pretenden que "participen" los
académicos: es decir, que se produzca una recuperación de la
universidad por y para la gente propiamente universitaria.
Indudablemente, éstas son ideas que carecen de vigencia en el mando
del país.
Y mientras empezaba a dar mi clase, sobre un tema que
dice relación con lo histórico y lo ficticio en la obra de Blest Gana,
autor que, por afortunada ignorancia de los responsables, nunca ha
sido eliminado del curriculum, me vinieron a la mente unas frases de
la conclusión de esa brillante novela que es El ideal de un
calavera, donde se cuenta la participación de Abelardo Manríquez,
el protagonista, en el levantamiento que acabó con Portales.
No
se las leí a mis alumnos y prefiero no citarlas aquí, a fin de que
mañana no se diga, si Blest Gana es prohibido, que yo he sido uno de
los causantes. Son frases que describen a quienes buscan su grandeza,
"en la fuerza y no en el amor de sus pueblos". Y que lo revelan, a
nuestro ponderado padre, como uno de los peligrosos culpables de lo
que hoy piden los estudiantes.
EL SEÑOR
ARNOUX
(Hoy, No 379, semana del 22 al 28 de octubre de
1984, p. 50)
Cierta
inolvidable vez, Flaubert dijo: "Madame Bovarv soy yo". Y ocurre que
cuando alguien piensa en Flaubert, antes que nada piensa en la
pasional e infortunada Ema. Ella es, en efecto, su personaje. Y como
tal es, también, una proeza muy infrecuente: la gran heroína mujer
creada por un escritor hombre. Como Ana Karenina en Tolstoi o Isabel
Archer en Henry James.
Flaubert supo realizar la ambición, perseguida por tanto
novelista, de alcanzar la identificación con la sensibilidad femenina.
Pero además fue, obviamente, un gran creador de caracteres
masculinos.
A menudo éstos no resultan otra cosa que vaciaderos
para descargar un sangriento ánimo satírico. Pero no siempre. El señor
Arnoux, por ejemplo; Jacques Arnoux, uno de los protagonistas de La
educación sentimental, "novela de aprendizaje" y a la vez panorama
asombroso y devastador de los acontecimientos revolucionarios de 1848,
supera con largueza la condición de mero objeto de la burla. Y lo
curioso es la ambigua y compleja base de la simpatía con que su
inventor lo mira.
Arnoux, un comerciante en arte ("su
inteligencia no era lo suficientemente alta para llegar al arte, ni lo
bástame burguesa tampoco para apuntar exclusivamente al beneficio") no
es dechado alguno de perfecciones. Pero en contraste con Moreau, el
personaje central de La educación, espectador que nunca se
compromete y jamás actúa, que viene a representar la situación
distante y contemplativa del artista, el "ideal" flaubertiano de
conducta no contaminada por los rigores y vulgaridades de la
participación y la competencia, Arnoux es portador de la virtud de la
acción, indicio de los deseos contenidos de Moreau y, por lo mismo, su
alter ego. "Debido, sin duda, a profundas similitudes", Moreau
"se sentía atraído por su persona". A tal punto esto es así que se
enamora de las dos mujeres de Arnoux, su esposa y su amante, y toda la
novela discurre en torno a su relación con ambas.
Arnoux es un
hombre que engaña, adultera, falsifica y especula con toda
espontaneidad y sin que se le pase por la mente que podría obrar de
otro modo. Un empresario que fracasa así como pudo haber triunfado, y
que en una maraña de requisitorias, demandas, embargos y órdenes de
prisión, escapa de París a un modesto y cómodo
escondite.
LIHN Y SU
LIBRO
(Hoy, No 382, semana del 12 al 18 de noviembre de
1984, p. 54)
El libro más
reciente de Enrique Lihn, publicado en Ediciones del Norte en Estados
Unidos, acaba de llegar a Chile. Es un poemario erótico, Al bello
aparecer de este lucero, y viene a continuación de El Paseo
Ahumada, un poemario político, publicado en Santiago hace unos;
once meses. Lihn, un poeta mayor, no siempre reconocido como tal por nuestros parroquianos (quizá, como
alguna vez oí comentar, porque es hombre que "no sabe dar puntada con
hilo"); Lihn, digo, ha trabajado constantemente las dos vertientes, la
erótica y la política, vincualadas en su obra por la oposición entre
el deseo o la voluntad y algo que si no siempre es "la realidad", con
frecuencia es un demonio, quizá el demonio de "la realidad", que se
apodera del hablante. "Atraes el vacío a los lugares en que te
detienes a vivir" o "No me mueve el interés personal, sino el afán de
la bancarrota, la obsesión de la quiebra, en una palabra el miedo por
el que empieza la barbarie". (La musiquilla de las pobres
esferas).
Al bello aparecer opera, como sus libros
inmediatamente anteriores, en especial las novelas La orquesta de
cristal y El arte de la palabra, en el mundo de la "alta"
cultura. Son múltiples las referencias al arte y la poesía enhebradas
en este texto brillante y conmovedor, uno de los más logrados en la
extensa y admirable trayectoria de Lihn, que cuenta las miserias del
buey viejo cuando se entusiasma, como dicen los campesinos, con el
pasto tierno. Hay no obstante un cambio. Porque en las novelas, el
habla coloquial, decisiva en Lihn, es absorbida por el laberinto de
las tradiciones europeas y el poeta asume, con deliberada
exacerbación, el punto de vista cómico del meteco: ese ejemplar
netamente americano que frente a la cultura no tiene otra opción -no
la tuvo Darío ni la tuvo Huidobro- que la de comportarse como un nuevo
rico. Aparece entonces una estética de la indigestión, la indigestión
como resultado del exceso, asumido en cuanto riqueza y pobreza a la
vez.
Aquella explosiva coctelera de ismos que es la prosa de
Lihn encuentra un sosiego raro en Al bello aparecer, el de un
diario (como han solido ser sus libros) donde se registran la
experiencia y el pensamiento en torno a la experiencia, paso a paso,
recorriendo de comienzo a fin un violento romance ruptural. Es el
sosiego de una nueva voluntad de comunicación.
LA AMISTAD DE
NICANOR
(Hoy, Nº 384, semana del 26 de noviembre al 2 de
diciembre de 1984, p. 48).
Uno siempre
disfruta de la amistad con los mayores. Y por mucho que el paso del
tiempo incline hacia la amistad con los menores, en
esto no se cambia.
Me figuro que la cosa viene del deseo que
impulsa al joven a lograr la madurez, al viejo a recuperar la
juventud: de la conciencia de que la propia generación no es sino
una generación: pero, en el fondo, de la certidumbre, tal vez
oculta, de que juventud, madurez, vejez, no tienen tanto que ver con
años y sí dependende aquello en teoría intemporal que es el
espíritu.
"Para ser joven", Parra me dijo cierta vez, "hay que
haber vivido su buen poco". Era 1974. Salíamos de su Taller de Poesía
en el Departamento de Estudios Humanísticos, donde más de un
principiante había leído versos con líneas como "sacudió el yugo
indigno" o "el perverso proceder de tu artificio", "del verde bosque
con pesadumbre te alejas" y "de la lira esa música divina". Tenían
esas líneas su tonito de 1840, más que espontaneidad
juvenil
parecían revelar hallazgos de anticuario.
"Escribir
hoy así no es permisible", agregó Nicanor. "No es factible. No es
aceptable. No es operable. Tampoco es amable. Ni menos amigable. Ni
siquiera posible. Dime tú. Nada que termine en 'ble'".
Y anotó
algo en su cuaderno (infaltable). Luego me leyó el artefacto que
sigue: "Esto es, muchacho, un palacio en medio de una población
callampa". Era, sin duda, lo que resultaba Estudios Humanísticos en el
ambiente universitario de ese período. Era, también, lo
que parecía la
casa de República, paradójicamente hoy ocupada por la CNI, donde
entonces funcionaba aquel Departamento.
La palabra clave en el
lenguaje de Nicanor es la palabra hoy. Y, sin embargo, su
sentido de lo contemporáneo tiene una raíz profunda en la tradición.
Aquel Taller, por ejemplo, se transformó en un curso de Poesía
Popular, al que Nicanor llegaba de guitarra y, como un falte, con
maleta cargada de mercadería: libros y libros de décimas rurales,
antologías, recopilaciones. Nos enseñó a todos a escribir décimas
glosadas. Yel tema de cada una era, siempre, lo que nos pasa a diario,
lo que nos toca y nos afecta a cada rato. Cada vez que puedo, subo a
La Reina o voy a Conchalí o viajo a Isla Negra, a oír a Nicanor,
reírme, entusiasmarme, reconciliarme.
PERTINENCIA DEL
IMPERTINENTE
(Hoy, N° 386, semana del 10 al 16 de diciembre de
1984, p. 44)
Es probable -y
deseable-que Enrique Lafourcade haya vuelto a Chile esta semana y haya
retomado su impertinente actividad de comentarista de lo cotidiano. Si
aún no lo hace, esperamos que lo
haga pronto, por el sentido y el valor social de una gestión como la
suya.
Para muchos, entre
los que me cuento, la impertinencia -aquello que el diccionario define
como "importunidad molesta y enfadosa"- es algo vital, sobre todo en
un país donde hasta su más entusiasta defensor debiera convenir en que
su vida de hoy no es la que mejor lo caracteriza. El impertinente, con
su petición de cosas "que son fuera de propósito", debiera compararse
al excéntrico, ese "alguien que está fuera del centro" o "que tiene un
centro diferente".
El excéntrico es
individuo típicamente inglés más bien que chileno, y en Inglaterra
abunda. Pero tanto se ha dicho que Chile es la Inglaterra de América
del Sur, que debiéramos también hallarlo aquí. Lo buscamos, sin
embargo, por todas nuestras épocas, desde los ásperos y desiertos
tiempos de Almagro hasta los deprimentes y discutibles desencantos
presentes. Y no lo encontramos, ésa es la triste verdad. Salvo en
alguien como Lafourcade, disfrazado de anciano conde francés para
manifestar cariños y preferencias; volcado en cambio, cuando emplea su
propio nombre, solamente a la burla de ídolos y sacerdotes de la masa,
del poder, de la élite intelectual. Todos recordamos a Lafourcade
contra Don Francisco y Raquel Argandoña. Algunos lo recuerdan contra
Roberto Humeres. Contra Neruda. Contra Vicente Huidobro. (Yo lo
recuerdo, sin la menor mala sangre, contra el director de
Palotes). Otros contra el curioso Waldo Roth, emigrado a las
Antillas. A partir de estos días, muchos lo recordarán contra el
rabioso general Bachelard y el implacable Potro Aguayo.
Es
decir, más allá de la máscara del conde de La Fourchette, que nunca
deja de disfrutar lo que recuerda o desea, aparece, bajo el nombre de
Lafourcade, un individuo similar a españoles como Baroja o Unamuno,
que, desde una amarga oposición a todo lo que se impone, sostienen un
hermoso principio de la existencia: el de la lucha por lo que no
triunfa todavía.
Artículos de Prensa (1969 - 1985)
Cristián
Huneeus.
Recopilación de daniela Huneeus y
Manuel Vicuña
Dibam/Lom Ediciones,
Santiago, 2001. 158 páginas