.....
Miguel el dramaturgo saltó la verja del jardín y sacando las llaves
del bolsillo alcanzó la puerta de la casa. Consumido de impaciencia,
había dejado atrás a Pedro el músico y a Rodolfo el filósofo,
extraviados en la discusión laberíntica que iniciaran bajando del bus
que los trajera a Algarrobo.
..... Como siempre en invierno, las persianas
tapaban las ventanas y los candados cerraban las puertas del balneario
desierto, apartado hacia el sur del pueblo de pescadores.
... ..Pedro, el mayor de los trs amigos, los
había hechizado al decir que Algarrobo en invierno no podía sino
brindarles "la atmósfera conventual sin rigores monacales", necesaria
para materializar el proyecto común a que obedecía esta venida a la
costa por cuatro o cinco días. Miguel y Rodolfo no habían vacilado en
faltar a clases en la Facultad de Filosofía, y Pedro había maniobrado
para eximirse de asistir a su trabajo en una de las radios de
Santiago.
..... Miguel abrió la puerta y
entró al living. Su familia no venía a la casa desde el verano. Tiró
el bolsón de lona sobre una mesa y salió al jardín. Pedro, encogido
dentro de su impermeable sucio, y Rodolfo, con la cabeza como colgando
fuera del cuello de su camisa blanca, se acercaban, todavía acalorados
por su discusión. La colina descendía hasta el mar cubierta por
jardines verdes y construcciones blancas, aligeradas por la luz del
sol poniente. Abajo se veía la caleta tranquila, encerrada entre una
larga puntilla, una línea de arrecifes medio sumergidos y una isla en
la embocadura.
..... Pedro había dicho a
Miguel que, con su chaleco de cuello alto y su pelo rubio, le
recordaba a un capitán escandinavo que nunca había visto. Y de un modo
teatral destinado a irritar a Rodolfo, el menor de los tres, había
agregado que el sentido del orden de un descendiente de nórdicos era
vital para sacar adelante el "proyecto". Rodolfo había insistido, en
el tono entre humorístico y grave aprendido de Pedro, en su propia
ascendencia española, diciendo que mucho orden se necesitaría, pero
que lo principal era la fuerza. "La fuerza desbocada con que los
hidalgos hispanos arrasamos bosques y apaleamos indios por millares".
Pedro le había repuesto socarronamente: "Tú ya no tienes esa fuerza,
muchacho. Resígnate, has pasado a ser el telón de fondo. Ahora los que
contamos somos Miguel y yo".
..... -Aquí
estamos -dijo Miguel, recibiéndolos con la serenidad que se había
propuesto no perder, ocurriera lo que ocurriese, durante toda la
estadía-. Aquí estamos, señores. -Los invitó a dejar las bolsas en la
mesa, ayudó a Pedro a quitárse el impermeable, y tomando a Rodiolfo de
un brazo, propuso: -¿Qué tal si aireamos un poco la sala?
..... Las ventanas vibraron, crujieron los
postigos, se derramó la luz por el interior y el murmullo del mar les
llenó los oídos. Pedro examinaba la casa complacido y frotándose las
manos.
..... Miguel puso una botella de
gin sobre la mesa y salió a la terraza con una copa para Rodolfo, que
se había quedado mirando el horizonte. -¿Por qué no la cortan? -pidió.
Cerró los ojos. El reguero de luz que el sol trazaba sobre el mar le
bailó en los párpados. Esto es una tontería -agregó, apartándose.
Rodolfo podía tener razón en su enojo, pero lo más importnte era ceder
ante Pedro. Al pie de la terraza había una buganvilia que empezaba a
perder las flores. En una de las casas vacías faldeando la colina se
abrió un postigo, como un párpado, y luego se cerró.
..... -¿Miguel? Nos espían -Pedro surgía como un
duende y se le acercaba con los brazos arqueados. Miguel se preguntó
si la piel enfermiza y estropeada de su cara no revelaba más de los
treintaidos años que Pedro decía tener-. Nos espían desde esa
casa.
..... Miguel apoyó la cadera en el
marco del ventanal, riendo.
.....
-¿Dónde está el piano?
..... -¿Ya
quieres comenzar? -preguntó Miguel. Dejó la copa sobre un librero,
indicando la escala, y miró complacido a Rodolfo.
..... -Una investigación preliminar y nada más
-dijo Pedro, subiendo adelante.
..... La
puerta del pequeño cuarto emitió un chirrido.
..... Pedro puso la copa descuidadamente en la
cubierta del piano vertical, levantó la tapa, y resbaló los dedos por
la madera lustrosa. -No es un Steinway, pero es un piano. - Suspendió
las manos sobre el teclado y separó los dedos, doblando las
coyunturas. Eran dedos delgadísimos y temborosos, y el anular nadaba
en la argolla de matrimonio. Era la primera vez que Miguel y Pedro se
hallaban solos sin Rodolfo, y Miguel miró esos dedos con una sabida
fascinación temerosa.
..... -¿Cuándo me
entregas la segunda parte del libreto? La primera está bien. Tienes
buenas ideas operáticas, Miguel.
.....
-No he escrito una letra -suspiró Miguel, buscando apoyo en la pared,
viendo implicaciones irónicas en la palabra "operáticas". Era también
la primera vez que Pedro se refería directamente al libreto-. ¿No
quieres, de verdad, que abramos la ventana?
..... -Si quieres -rió Pedro.
..... Miguel se llevó las manos a la cara.
-Mañana a la hora de almuerzo te entrego un borrador.
..... -Verdad que tú trabajas durante las
mañanas. La luz de la mañana falsea lo que se ha descubierto en la
oscuridad de la noche. -Rió silenciosamente y puso un cigarrillo en
sus labios. -Si quieres iniciarte debes cambiar tus hábitos. -Se miró
las palmas húmedas -Miguel reprimió un temblor de asco-, cerró los
puños, los giró y los dedos cayeron al teclado. Tocó el vals Sobre
las Olas.
..... Las cejas le
brincaban, un mechón de pelo negro le azotaba la frente y su risa
estremecía el aire encerrado del cuarto.
..... Miguel se deslizó hacia la puerta y bajó
las escaleras. Escuchó a Pedro gritarle: -¡Eres mi genio protector,
Miguel!
..... Rodolfo permanecía en la
terraza y Miguel, tumbado en el sofá, deseó que no se le acercara, al
menos mientras su respiración no se aquietase y no surgiera algún
orden en sus ideas. Sin embargo, agradeció los pasos tranquilos de
Rodolfo al llegar hasta él, con un dedo entre las páginas del Juego
de Abalorios.
..... -¿Qué pasó
arriba?
..... Se puso de pie. -No pongas
esa cara, no pasó nada. -Luego de un silencio nervioso, continuó:
Salgamos un rato, viejo.
..... Rodolfo
lo observó abrir torpemente la puerta del jardín. Descendieron hasta
el mar, pasando junto a una plazuela con chirimoyos. Flotaba en el
aire un débil aroma a lavandas. Se escuchó el motor de un bote
trepidando mar adentro.
..... Rodolfo
repitió su pregunta. Dejaron el pavimento y fueron al murillo de
concreto que corría junto a la playa.
..... -Tu presencia es absolutamente
imprescindible para que esto resulte -dijo Miguel.
..... Rodolfo pareció complacido. Movió los pies,
raspando las piedrecillas en el suelo.
..... -Sin ti -agregó Miguel-, ni Pedro podría
acercarse a mí ni yo podría acercarme a Pedro.
..... Rodolfo alzó las manos riendo. -Con Pedro
siempre hay que ser tres -dijo.
.....
Había conocido a Pedro después de escuchar una de sus obras, un
curioso trío para saxofones que finalizaba abruptamente. La extraña
vida del músico había concluido de cautivarlo y Pedro, a su vez, se
solazaba en la devoción de Rodolfo. Cuando más tarde, a través suyo,
Pedro conoció a Miguel, la relación que estableció con éste fue
igualmente halagüeña para sí, sólo que algo tensa y más superficial:
con sus dos obras en un acto, que cusaron cierto revuelo en la
facultad, Miguel se juzgaba un dramaturgo promisorio, y Pedro lo
atraía más que nada como personaje.
..... Nunca, antes de que aparecieras tú
-proseguía Rodolfo-, alcanzó a formarse, como ahora, un trío. Pero
siempre hubo terceros. Lozano, por supuesto, fue uno. Claro que al
hacerse amante de la mujer de Pedro la anduvo embarrando. Pero quizá
fue mejor, Lozano era un caso penoso.
..... Rodolfo a menudo hablaba de Lozano. Pedro,
muy de tanto en tanto. Estudiante por un tiempo de Bellas Artes,
Lozano se había hecho critico musical, dando con un empleo en la radio
donde trabajaba Pedro. Después de lo de su mujer Pedro "lo había
perdonado", a condición de que desapareciera del mapa. Al cabo de
poco, Pedro mismo lo hizo reaparecer y en medio de mucho secreto lo
continuaba viendo.
..... Ambos callaron.
El breve oleaje golpeaba nítidamente en la playa y el viento trajo un
estallido de grandes olas lejana. Miguel miró las casas en
sombra.
..... -¿Cómo crees que saldrá
todo esto?
......- No sé cuánto avance
la ópera misma -contestó Miguel-, pero confío por lo menos en que
Pedro entre en ella en estos pocos días.
..... -Pero podríamos avanzar algo más que
eso...
..... Miguel le palmeó la
rodilla. -Esperemos lo mejor -dijo-, y vamos al pueblo a buscar un
poco de comida y de vino.Me bajó hambre.
..... Los chirimoyos eran una espesura negra
cuando regresaron con las provisiones.
.....
-¿Oyes a Pedro? -preguntó Miguel. Rodolfo negó con la cabeza.-
Yo tampoco lo oigo.
..... Prefirieron no
subir al cuarto del piano.
..... Por la
pequeña ventana sobre el lavaplatos Miguel vio las casas vecinas
contra el cielo estrellado. Puso arroz a freír y encendió un
cigarrillo. Trasladó el arroz a una olla, le agregó agua y redujo el
fuego. Se sentó en el suelo a fumar. Luego de un momento se asomó a la
sala: había dejado a Rodolfo leyendo el Juego de Abalorios,
pero Rodolfo ya no estaba allí. Anduvo hasta el pie de la escalera y
aguzó el oído: escuchó venir de voces desde el cuarto de arriba.
Sintió deseos de subir pero se contuvo, regresando a la
cocina.
..... Durante y después de la
comida Miguel y Pedro conversaron crispados por un recelo mutuo.
Rodolfo pareció evitar la posibilidad de hallarse a solas con Miguel.
Se acostaron temprano y, mientras se desvestía, Miguel recordó aquella
mañana a comienzos del año anterior en que Rodolfo se le acercara en
los jardines de la facultad diciendo conocerlo de nombre y agregando
que había visto su obra en un acto y la había hallado "magnífica". Se
habían hecho pronto amigos, tomándose con devota seriedad.
..... Durmió mal, y el sol entraba a raudales al
cuarto cuando despertó cerca del medodía. Fumó un cigarrillo en cama,
escuchando a Pedro en el piano, y desistió de escribir durante ese
día. Que Pedro continuara trabajando sobre la idea general y sobre el
primer acto, como parecía estarlo haciendo.
..... Se reunieron por media hora para almorzar y
Pedro volvió a encerrarse sin haber aludido al material que faltaba.
Rodolfo aprovechó para contar a Miguel que habían hablado del libreto
la noche anterior -"inspirador de una manera exacta" según Pedro- y
quiso hacerle ver que, en su opinión, todo marchaba bien, sólo que
debían evitar que Pedro los encontrara juntos porque recelaba algo.
Miguel anotó algunas ideas, que se le escaparon tan pronto como las
puso en el papel, y se entretuvo imaginando sus reacciones si
descubriera que Rodolfo lo engañaba. Eso era imposible. Pensó escribir
un poema sobre su inocencia perdida. Observó no obstante al más joven
del grupo en el Juego de Abalorios y se dijo que tan posible
era que estuviese ensimismado como que lo fingiese: quizá
prefería desentenderse de la intangible amenaza en la atmósfera o
quizá no lo afectaba del mismo modo que a Pedro y a él. Cuando antes
de cocinar salió a dar una caminata, Pedro todavía no bajaba.
..... Ese verano se habían reunido con frecuencia
en El Bosco, punto de partida de largas expediciones nocturnas
a través de Santiago. Arrastrados por Pedro, subían el Santa Lucía y
fumaban durante horas contemplando las luces de la ciudad y escuchando
apagarse el fragor del día; se adentraban hacia la Avenida Matta a lo
largo de las monótanas calles de casas bajas; recorrían los bares de
la Estación Mapocho en el vecindario del mercado, cubierto de papeles
malolientes; descendían por la Alameda, llena de pesadumbre y de
fantasmas, hasta la bulliciosa Estación Central, y Pedro detenía a ls
prostitutas en el camino y las interrogaba de un modo gentil y frío
sobre la marcha de los negocios (Rodolfo se echaba a reír, y a menudo
se retiraban perseguidos por un corro de mujeres enardecidas). Con un
pie en el canto de la acera y las manos en los bolsillos y la corbata
suelta, se confundían a los demás trasnochadores en la esquina de
Huérfanos y Ahumada y hablaban a voz en cuello, invadidos por una
plenitud que les desataba absurdos deseos de llorar. Pedro solía
después dejarse llevar a la radio en cuyos estudios había un piano. Se
metían llenos de la esperanza de oírlo tocar y con frecuencia se iban
sin que Pedro lo hubiera hecho por más de unos minutos.
..... Cierta vez fueron a la calle Dieciocho,
dejaron atrás el viejo y cuarteado edificio de la Escuela Militar y se
internaron en la elipse del Parque Cousiño, oscura y vacía. Rodolfo
trepó las tribunas y formando una copa con las manos ante el pecho,
dirigió una arenga patriótica al cielo estrellado. Miguel, con severa
compostura, siempre algo aparte, ofició de acólito, y Pedro se tendió
boca abajo en las bancas. De pronto Pedro salto en pie. Y aplaudió con
fervor, brincando como un payaso. Rodolfo y Miguel se miraron
asombrados, y lo vieron alcanzar la fila superior de bancas, lanzar
arriba los brazos con las manos empuñadas y emitir un penetrante
alarido. Y sin darse cuenta cómo, se hallaron siguiéndolo
desenfrenadamente por las tribunas, las bancas volando bajo los pies,
cautivados en la sensación extática de que si caían y se quebraban,
darían con la expresión física de algo que ya les había ocurrido
adentro. Entonces los detuvo un ruido en el extremo opuesto de las
tribunas. Las respiraciones acezando, se mantuvieron inmóviles. Los
cogió el foco de una linterna y, saltando fuera de las tribunas,
huyeron hacia los árboles, con la atemorizada y áspera voz de los
carabineros amenazando disparar si no se detenián. Se hundieron en las
hierbas y a gatas primero y en pie después se deslizaron hasta
Rondizzoni. Lograron escabullirse del brazo de la ley, y al coger un
taxi para regresar al Bosco, lo hicieron con indolente
respetabilidad.
..... Bebieron un café.
Pero no habían salido del trance, había que hacer algo de mayor
audacia, y caminaron hacia el pórtico de San Francisco. Se produjo un
corto cambio de palabras respecto a cuál era el edificio más alto de
esa parte de la Alameda, y se inclinaron finalmente por el contiguo a
la Casa Central de la Universidad. Se detuvieron ante el portal,
saludaron repetuosamente al portero que dormitaba en una silla de paja
y subieron riendo hasta el último piso. Husmearon dentro de una pieza
donde zumbaban las máquinas del ascensor, y salieron a la azotea.
Resolvieron que el edificio no era lo suficientemente alto. Subieron a
cuatro edificios más. En la azotea del quinto, Pedro dijo, "Hemos
estado en otros más altos. ¡Pero no importa!" Los avisos de neón en el
muro, funcionando con persistencia cansina, les tiñeron el rostro de
colores lívidos. Abajo pasaban trolebuses vacíos y transeúntes
escasos. Pedro se sentó en el parapeto y girando sobre sí dejó colgar
las piernas hacia fuera; asió el mohoso riel de metal que corría sobre
el parapeto y le pasaba bajo los muslos; taconeó contra el muro, una
risa congelada en el rostro verde: había tirado un cigarrillo a medio
fumar que caía lentamente a la calle despidiendo chispas. Miguel
sintió el hombro de Rodolfo contra el suyo y vio su mano alargarse
hacia Pedro: Pero la mano no osó tocar a Pedro. Entonces Rodolfo se
abalanzó hacia adelante: Pedro había cambiado casi sin ruido de
posición, y se descolgaba hacia la calle, diez pisos más abajo, asido
por las manos a la barra de metal del parapeto. "Déjame, imbécil",
espetó Pedro encolerizado al sentir las manos de Rodolfo en las suyas.
Sobre su propia respiración violenta, Miguel oyó la de Rodolfo
quebrarse en sollozos y oyó el jadeo de Pedro, cuyo cuerpo bañado en
luz azul se mecía de lado a lado, aplastado contra el muro. Pedro
torció la vista hacia la calle, el cuello tenso y el mentón
desencajado, y cerró los ojos. El sudor le corría a chorros por las
piernas, pero Miguel se asombró de la firmeza con que creía que
Pedro no se dejaría caer. Cogió a Rodolfo por los hombros y le
golpeó las mejillas y lo sacudió con fuerza. Las manos de Pedro
reptaban por el riel de metal, como cortadas a la altura de las
muñecas. Las miró con fascinación, la derecha avanzando a trechos
breves y la izquierda siguiéndola con agilidad. La luz cogió la
argolla y la mano pareció abrirse. Volvió al parapeto, seguido por
Rodolfo. Pedro alzó el rostro, mojado en sudor y un cinismo
implorante. "¿Te subimos?" preguntó, Miguel. "Súbanme". Se inclinaron
por sobre el parapeto, le cogieron los brazos y tiraron con toda el
alma. Una vez que tuvo los codos apoyados en el borde, Pedro subió las
piernas. Lo observaban con terror: su cuerpo exhalaba un frío helado,
y tiritaba. Le ofrecieron un cigarrillo encendido.
..... Había sido demasiado. Propusieron irse a la
casa de Rodolfo, cuyos padres veraneaban en el campo, y tratar de
dormir algunas horas.
..... Pedro, a
todas luces recuperado y satisfecho de la experiencia, pidió ocupar la
cama doble de los padres ausentes. Rodolfo cedió a Miguel su
dormitorio y se fue al sofá del living. Pedro fue el primero en hablar
a la mañana siguiente. "Me impresionó tu sangre fría", dijo a Miguel
partiendo un trozo de pan en la cocina. "Fuiste la salvación de ambos"
opinó Rodolfo, que servía tazas de café. Miguel se las dio de modesto.
"Me impresionó a mí mismo", dijo. "En cambio tú, Rodolfo", prosiguió
Pedro, "perdiste completamente el control. Si hubiéramos estado solos
tu histeria me habría hecho caer". "Mi calma fue en parte una reacción
a la reacción de Rodolfo" interrumpió Miguel; "igualmente se habría
producido una catástrofe si él no hubiera estado". "Eso no es verdad"
afirmó Pedro, con cierta irritación, "habrías estado igual de
imperturbable con o sin Rodolfo", Miguel recordaba exactamente que su
calma no había sido en su origen una respuesta a Rodolfo.
"Vamos al grano", cortó. "¿Quieres decirnos por qué hiciste esa
estupidez?" "No fue una estupidez", sonrió Pedro, "son actos límites
que causan efectos límites". "Pudo haber causado tu muerte" observó
Rodolfo. "Pero causará mi vida." "Me va a tomar años poder
recuperarme" continuó Rodolfo. "A Miguel, en cambio, únicamente tres
días de buen sueño", concluyó Pedro. Miguel estiró las piernas con
desagrado. "Quizá produzca menos efecto en ti que en ninguno de
nosotros dos". Pedro lo miró con fijeza.
..... Siguieron viéndose durante el resto del
verano, pero a la proximidad y al juego de los primeros días había
sucedido un receloso, permanente acecho entre Miguel y Pedro, y sus
conversaciones se plagaban de evasivas, sus silencios, de miradas
huidizas. Llegaron a pensar que lo único que los mantenía juntos era
el hábito. Hasta que una noche Rodolfo rompió lo que resultó haber
sido un compás de espera al decir en El Bosco que era necesario
materializar las "ansias y sustancias espirituales" desperdigadas en
el aire, y que en el darse el uno al otro en las circunstancias
presentes se les ofrecía la mejor oportunidad de crecer como hombres y
como artistas. Pedro y Miguel se sonrieron con procaz ironía, pidiendo
inmediatamente que se les propusiera el medio de hacerlo. "Una ópera",
exclamó Rodolfo con entusiasmo, "es lo obvio, el fruto está que se cae
de maduro". Aprobaron ruidosamente y esa noche fueron al Parque
Forestal, recuperando el espíritu de los primeros días, e interrogaron
a cuatro parejas de enamorados acerca de la manera más expedita de
cruzar el Mapocho, el inofensivo río de Santiago, sin peligro de sus
vidas.
.....
El mar resonaba dentro de la sala abierta a la terraza. Pedro y
Rodolfo no estaban por ninguna parte. Miguel los llamó a voces y al
buscar en sus cuartos los encontró dormidos. Luego de haberlos
despertado se fue a cocinar.
..... -Creo
-dijo Pedro, sentándose a la mesa- que la naturaleza de lo que tú has
escrito va a demandar un juego de opuestos a la manera de Alban Berg.
Tenemos que producir algo desesperadamente cómico.
..... -Piensa utilizar música religiosa y música
sincopada ridiculizando el tono del texto -explicó Rodolfo.
..... -Desesperadamente cómico -repitió Pedro,
echando la cabeza atrás.
..... Miguel
pensó en su libreto: el personaje central era un dictador que jugaba
con vidas humanas y con el orden social. Rechazaba la armonía como una
concesión humillante a las circunstancias y luchaba por imponer sus
propias normas a la historia.
.....
Miguel apuró su vaso de vino.
..... -Lo cómico está flotando en todo esto, y
haces bien en sacarlo a luz. Pero veamos a qué le das un acento
cómico. De eso depende la acentuación general. Y tengo algunas nuevas
ideas.
..... -Bravo -dijo Pedro, sin
mucha convicción-. Nos vamos entendiendo.
.....- Cada vez mejor.
..... -Estas nuevas ideas... ¿corresponden a las
que yo tengo en mi cabeza?
..... -Las
ideas en tu cabeza son el riel de mis ideas.
..... Rodolfo, inquieto por la velada agresividad
del diálogo, se puso de pronto en pie, llenó los vasos, y ofreció un
brindis "por la ópera". La tensión recayó parcialmente sobre él. Quedó
más tranquilo.
..... Luego de comer,
Miguel se fue a su cuarto. Varias veces lo despertaron acordes
burlones en el piano. El sonido sereno del mar le devolvía el sueño
pero cuando amaneció el día, su mente rebosaba de horribles imágenes
plásticas: ciudades incendiadas, uniformes blancos, multitudes
hambrientas, haces de luz verde, azul y roja cruzando un paisaje
urbano que era siempre el mismo, y la escueta sombra de un cuerpo, la
cabeza rota y un parche en el ojo, colgando de un muro.
..... Trabajó todo el día con ahinco y también la
mañana siguiente. Rodolfo bajó después de la una y salió a la terraza.
Miguel fue a reunírsele. El viento batía levemente el ramaje de los
árboles, la superficie del mar permanecía quieta.
..... Entraron a la sala. Rodolfo se acercó a
Miguel.
..... -Pedro dice que advierte
demasiadas tensiones entre nosotros. Cree que tú lo engañas, no sabe
en qué plano estoy yo, y sugiere la necesidad de "otra
presencia".
..... -Estoy terminando un
borrador del segundo acto -habló Miguel con irritación- y si lo he
podido hacer tan rápido ha sido justamente por estas tensiones de que
hablas. Pedro cree que lo engaño, pero, además de otras cosas, la
urgencia de mostrarle que no lo engaño me ha ayudado a
trabajar. Pero él tambien sabe que yo temo que él me engañe a
mí, e ignoro qué efecto le produce saberlo. ¿Es para suavizar ese
efecto que quiere "otra presencia"? ¿O es que va a estallar antes que
nosotros, o es que prepara una nueva jugada? A todo esto, no lo he
visto durante la mañana.
..... -Hay que
hacer un esfuerzo por ver las cosas desde su ángulo -dijo
Rodolfo.
...... Miguel opinó que bastaba
con verlas desde el suyo propio. -Pedro siempre ha sabido de qué se
trata el libreto -prosiguió, acicateado por la impaciencia-. Desde el
momento en que aceptamos tu idea no puede haberle cabido sombra de
duda de que él mismo sería el tema de la ópera. Con todo lo que habla
de juegos formales es incapaz de poner dos notas sobre el papel si no
son para la expresión directa de su mundo personal. Habla de juegos
porque es un jugador, eso es todo. Y sabe que nada de esto se me
escapa -agregó con cierta arrogancia-. También sabe que estoy
fascinado con él como personaje y que si me metí en esto fue
únicamente para escribir sobre él. Que no venga con historias. ¡Que lo
engaño...! ¡Si supiera lo que he sufrido buscando la manera auténtica
de expresarlo!
..... -Exacto. -Las
facciones de Rodolfo se iluminaron.- Exacto -continuaba Rodolfo-. Lo
sabe de sobra. Pero si tú has tenido el problema de buscar la manera
de expresarlo, él ha tenido el problema de la duda respecto a lo que
vayas a encontrar. Pedro necesita extraer de todo esto una experiencia
que lo libere.
..... Las nubes se habían
movido y la superficie del mar relumbraba un color de plata. Miguel se
rascó la frente, el largo pelo rubio cubriéndole los dedos. Lo malo
con Rodolfo era que creía demasiado en Pedro.
..... -Y Pedro no cree que yo sea capaz de
interpretarlo, ¿eso es lo que quieres decir?
..... Rodolfo asintió, bajando la vista.
..... -Estoy haciendo un esfuerzo supremo. En el
comprender a Pedro me estoy jugando entero -dijo Miguel, con
dramatismo-. ¿Te das cuenta de eso?
..... Las manos de Rodolfo gesticularon
vagamente. -Eso no es verdad -dijo.
..... -¿Cómo? -Un destello de fiereza apareció en
la mirada de Miguel.
..... -Te estas
jugando todo lo que eres capaz de jugarte. Pero no más.
..... -Sigue.
.....
Rodolfo habló con calma. -Tu necesidad de armonía te impide jugarte a
extremos. Si estuvieras de verdad resuelto a romper esa armonía, no me
necesitarías a mí de por medio. No niego que a veces hayas querido
arriesgarte e ir más adentro y me hayas sentido como un estorbo.
-Miguel hizo memoria: lo defraudó no hallar nada que confirmase las
palabras de Rodolfo. -Pero me has vuelto a necesitar muy luego
-prosiguió éste-. El mundo de Pedro te maravilla pero te aterra, y te
aterra más de lo que te maravilla, porque no ha barrido con tu
cautela. Para conocer a Pedro tendrías que enajenarte.
..... -Conozco mis límites -dijo Miguel,
arrogante otra vez-. Y si voy a sobrevivir tengo que atenerme a
ellos. Y tú, ¿qué haces con toda tu sabiduría, me quieres
decir?
..... -Yo soy lo que soy -dijo
Rodolfo, involuntariamente solemne-. Un puente con pilares en los dos
mundos y quebrado en el centro. No quiero terminar como Pedro ¿me
entiendes?, no quiero ser un miserable con una mujer y tres hijos
viviendo de la caridad de los parientes ni quiero terminar con
cantidades de novelas o partituras o qué se yo qué abandonadas a medio
hacer. No me atrevo a seguir ese camino. Aunque los genios que admiro
lo han abandonado todo por su obra... Es que en el fondo yo no sé si
tengo alguna obra que entregar. Si Pedro va a llegar a alguna parte o
no, tampoco lo sé... Pero ahí está , tratando...
..... "No está tratando", quiso decir Miguel.
Pero salió a la terraza. Por primera vez desde que lo de la ópera
comenzara, sus dudas se centraban sobre sí mismo y su libreto. Lo que
Rodolfo había dicho le dolía y lo confundía. Rodolfo incluso creía que
había ido más lejos de lo que realmente había ido en su
acercamiento a Pedro.
..... Rodolfo
hablaba a su espalda, en voz muy baja. -Dije que era un puente
-decía-, y uno de mis pilares está en tu mundo. Tu camino también me
atrae. Tú arriesgas menos, tus riesgos son calculados. Lo que hagas
será muy distinto de lo que haga Pedro. Pero quizá igualmente
válido.
..... Miguel giró el cuerpo,
irritado por esto que le parecía un consuelo bien intencionado.
Rodolfo lo miraba con una expresión pensativa en los ojos. Entonces
surgió la silueta de Pedro, reflejada en los cristales del ventanal.
Estaba inmóvil en el vano de la puerta de entrada, y el viento le
desordenaba el pelo negro. Sonreía.
..... -¿Interrumpo?
.....
Rodolfo y Miguel lo miraron sobresaltados.
..... -Urgentes negocios morales me sacaron de la
casa a la salida del sol, y les pido que me disculpen por llegar a
esta hora. ¿Han almorzado ya? ¿No? Tanto mejor, el aire de costa me ha
abierto el apetito. ¿Puedo servirme un trago, Miguel? Creo que me hará
bien. ¿Rodolfo? ¿Miguel?
..... -Llegaste
nervioso -dijo Rodolfo.
..... Pedro
sonreía todavía. Miguel dejó de pasearse. -Andaba -dijo Pedro- tras la
satisfacción de necesidades espirituales de primera importancia. dado
que nos hallamos concentrados en este retiro para producir una obra
maestra, debemos acceder a todo lo que parezca como necesario para
alcanzar ese fin.
..... Miguel dio unos
pasos vacilantes. Rodolfo dijo: -De acuerdo. -E interpretando los
pensamientos de Miguel prosiguió: -Pero somos tres los que
participamos y hay que evitar que lo necesario para uno redunde en
impedimento para los otros.
..... -No
pretendo ignorar que hay también una jerarquía -Pedro se pasó la yema
del pulgar por las cejas- dictada por la forma de expresión que hemos
escogido.
..... Miguel se había parado
al frente. -En otras palabras más claras -dijo-, vas a que el
acercamiento entre nosotros se produjo, el libreto va saliendo, y la
música se ha atascado. Es decir, las necesidades que priman son las
tuyas.
..... -Me resulta ingrato
conversar en este tono, Miguel. -Bebió un sorbo de gin.-
Particularmente, después de los muchos momentos agradables que hemos
compartido.
..... -¿Cuáles son las
"necesidades morales" que nos vas a imponer?
..... -No puedo dejar de contestarte. Eres el
dueño de casa y comprendo que tu irritación se debe a que no te
consideras informado...
..... -No seas
animal.
..... -
Las necesidades morales son una necesidad: la de otra
presencia.
..... -Y has estado
toda la mañana tratando de llamar por teléfono a Santiago... -Rodolfo
lo observaba asombrado.- Para hablar con...
..... -Con Lozano. Exactamente.
..... La mirada de Miguel saltó al rostro de
Rodolfo, teñida de suspicacia.
.....
-Pero, por qué Lozano, Pedro... ¡Si Lozano es un imbécil!
..... Pedro rió con sarcasmo. -Lozano -dijo- es
mucho más de lo que tú crees, Rodolfo. Lozano, entre paréntesis,
Miguel: llega esta misma tarde; prometió salir de Santiago acabando
almorzar y ya debe venir en viaje. Para que lo sepas, Rodolfo, Lozano
trae un cuarteto para cuerdas que acaba de componer. Espero una
revelación.
..... Un hormigueo ansioso
recorría el cuerpo de Miguel.
..... -Tú
conoces a este Lozano, Rodolfo. ¿Qué es Lozano?
..... Rodolfo le puso las manos en los hombros.
Miguel se desasió. Rodolfo hizo un gesto de resignación. -Ojalá yo lo
supiera!
..... Pedro llegó junto a
ellos. -Desde un tiempo a esta parte Lozano se ha hecho músico
-explicó. Rodolfo no le quitaba los ojos de encima-. Lo he formado yo.
Es mi discípulo único y predilecto, el solo ser en este mundo que
puede sacarme del presente impasse y llevarme, mediante su
propio sacrificio si es necesario, a la conclusión de esta
ópera.
..... -¿Y tú sabías que Lozano
iba a venir? ¿Me has estado engañando todo el tiempo?
..... Rodolfo sacudió la cabeza.
..... -No sabía -habló Pedro-. No temas una
conspiración. Fue uno de esos presentimientos de Rodolfo. Presintió mi
necesidad de tener a Lozano conmigo. Y lo mira en menos y lo
desprecia. No sabe el impacto que Lozano es capaz de producir en el
curso de las cosas.
..... Había todavía
más asombro en el rostro de Rodolfo. Miguel sintió deseos de reír, sin
explicarse que la razón de sus celos y su desconcierto hubieran
desaparecido.
..... -Había un fermento
subterráneo en Lozano -prosiguió Pedro-, atormentado, y vigoroso,
potencialmente destructor, que yo encaucé hacia la creación
musical.
..... Miguel salió del living y
al regresar observó, divertido, los esfuerzos de Rodolfo por descubrir
más acerca del transformado Lozano. Pasaron el resto del día esperando
a Lozano, que no llegó hasta la mañana siguiente.
..... Dobló la esquina de la plazuela con un
maletín negro bajo el brazo. Desde su ventana, Miguel lo observó
llegar hasta la casa, desgarbado y pálido, con ojos distraídos y manos
repelentes. Rodolfo lo saludó con cortedad cuando acudió en pijama a
los golpes indecisos en la aldaba, y le indicó la pieza de Pedro, que
aún dormía. Luego entró al cuarto de Miguel. Venía demudado y se
restregó los ojos durante largo rato.
..... -¿Y ahora qué? -preguntó Miguel.
..... Las risas de Pedro y Lozano descendiendo la
escalera sofocaron la respuesta de Rodolfo.
..... -Encantado -dijo Lozano, al estrechar la
diestra de Miguel. Luego miró en torno al cuarto, buscando una
silla.
..... -Es bonito este balneario
-agregó-. No lo conocía.
..... Miguel
hizo un esfuerzo por quitar la vista de sus manos, blandas y lacias
como guantes vacíos. Sintió piedad por Lozano, y se preguntó cómo
sería la mujer de Pedro y qué podía haberla llevado a enredarse con
él.
..... -He estado en otros balnearios
por aquí cerca -proseguía el recién llegado-. Cuando niño venia a ver
a unos parientes.
..... Miguel y Rodolfo
se miraron y miraron a Pedro, que de pie y envuelto en una bata
pequeñísima que encontrara en el baño, parecía dormitar.
..... -Lozano ha traído su cuarteto y hoy lo
estudiaremos. Esta noche les tocaré algo en el piano, para darles una
idea, pero tendremos que pasar el día encerrados arriba. Si ustedes
nos perdonan, ¿vamos Lozano?
.....
Cuando salieron, Rodolfo se echó a reír. -Pedro -dijo luego- es gran
admirador de Schoenberg. Y lo que más le gusta de Schoenberg es que
encuentra que actuaba como un imbécil en su vida personal. Esa pasión
por el ping-pong, tú sabes...
.....
Miguel se cogió la cabeza entre las manos. -Este tipo no es un imbécil
-dijo-. No puede ser un imbécil. Parece demasiado
imbécil.
..... Por un tácito acuerdo no
exploraron en sus sensaciones ni discutieron al recién llegado. Pero
la inquietud de Rodolfo fue visible para Miguel: abrigaba temores
respecto al desenlace de esta visita, no comprendía las intenciones de
Pedro, la ópera había pasado a ser otra cosa; algo cuya extrañeza era
patente y cuyo significado se les escapaba a ambos. Miguel, sin
embargo, otra vez debido en parte, aunque no del todo, a los temores
de Rodolfo, mantenía más calma.
.....
Sobre las doce hallaron a Pedro preparando unos sándwiches en la
cocina. Se movía con nerviosa rapidez, mostrándose ingenioso y
excitado como en sus mejores días.
.....
-Es que este cuarteto -explicó- es una maravilla. Ya lo oirán ustedes.
Me enardece y me pone furibundo que mi discípulo me haya superado ya
en su primera obra, pero mi satisfacción de maestro sobrepasa todo
otro sentimiento. Lozano es mi creación.
..... Se sintieron como fieras enjauladas durante
el resto de la tarde. cada acorde en el piano los hacía deslizarse en
puntillas hasta el pie de la escalera y escuchar conteniendo la
respiración, deseando descubrir qué era lo que Pedro
preparaba.
..... A la hora del
crepúsculo, Pedro y Lozano bajaron del brazo a la sala. El rostro
distraído de Lozano había cobrado una movilidad extraña y cambiaba por
segundos, mostrando repliegues inesperados.
..... Pedro lo vigilaba con admiración. -Estoy
exhausto -suspiró-. ¡Qué tipo! Yo les dije esta mañana que esperaba
una revelación. ¡Pero les juro que nunca esperé tanto! He vivido una
experiencia definitiva. Lozano me ha abierto caminos insospechados
para explorar en mis propias obras. Te debo mis próximos años de vida,
Lozano.
..... Miguel llenó las copas de
gin y, de reojo, vio a Lozano sonreír con honda placidez, que fue poco
a poco transformándose en una gratitud patética. Cruzó por su mente la
idea de que Lozano había sido amante de la mujer por amor a Pedro.
Apuró su copa y escuchó a Rodolfo preguntar con tacto:
..... -¿Es la primera vez que compones algo? No
sabía que nunca lo hubieras hecho.
.....
Pedro atendía sonriendo.
..... -Un
cuarteto, sí -respondió Lozano lleno de confianza-. Antes había
escrito unas piezas para piano y otras para cello. Todo eso después
que dejé de verte. Una vez comencé una sinfonía, pero nunca pasé del
primer movimiento. Pedro pensaba que había nacido muerta. A todo esto,
creo que ustedes trabajan en una ópera. ¿Cómo va eso?
..... Miguel quiso decir, "muriendo". Fue Pedro
quien respondío:
..... -Iba mal, aunque
había comenzado bien. Pero tú le has inyectado nueva vida.
..... -Cuenta más -prosiguió Rodolfo, y Miguel lo
vio incierto de lo que estaba haciendo- sobre tu cuarteto. ¿Cuánto
tardaste en hacerlo, qué te inspiró? ¿Tuviste muchos problemas
técnicos?
..... Las facciones de Lozano
adoptaron una nueva expresión, la del hombre convencido de que se
volvía hacia un abundante mundo personal para extarer cuidadosamente
dos o tres trozos selectos y ofercerlos a su audiencia.
..... Pedro sirvió más gin y le dio una palmada
en la rodilla.
..... Lozano explicó, en
palabras apasionadas, que la primera idea se la había dado una sonata
inconclusa de Pedro, que había trabajado solamente quince días (casi
sin dormir), y que el segundo movimiento le había presentado problemas
tecnicos serios, tanto así que pese a la ferviente aprobación de Pedro
se preguntaba si no había hecho trampa.
..... Retirado cerca de la chimenea, Pedro surgió
de la penumbra -como un duende, recordó Miguel-, y habló en voz
estropajosa. -No digas tonterías, Lozano. Aquí el que sabe soy yo: tú
no has hecho trampa.
..... Rodolfo tenía
un brillo de ebriedad en los ojos y Miguel comprendió que él mismo se
hallaba mareado. Lozano parecía el único sobrio de los
cuatro.
..... Pedro se sentó con cierta
pesadez en la mesa y bebió más gin. Alzó las cejas y abrió la boca,
susurrando algo inaudible. Miguel hizo un cuenco con la mano en torno
a la oreja y acercó la cabeza.
.....
-Hay que celebrar -vociferó Pedro, retándolo con la mirada-. Choca esa
copa, Lozano.
..... Abrieron una nueva
botella de gin y cayeron como aves de rapiña sobre Lozano, resueltos a
emborracharlo. La calma de Miguel se había convertido en desasosiego.
Llevó a Rodolfo a una esquina y abrazado a él le dijo: -es mejor, es
mejor que lo pongamos como cuba, que el golpe se le hunda y le llegue
ablandado al fondo.
..... -Ahh, sí...
-asintió Rodolfo, prendido a su cuello-. Ah, sí... -asintio Rodolfo,
prendido a su cuello-. Ah, síí,el mazazo gigantesco que nos caéra de
lo alto y romperá un hoyo en este sitio del tamaño de la tierra.
La-i-ra de los dioses celestiales. ¿Qué golpe? ¿Dónde quieres que se
hunda? ¿Va a llegar blando al fondo, dices?
..... -No conspires -dijo Pedro, que venía
tirando a Lozano por la corbata-. Aquí no conspira nadie, excepto yo,
el dictador que impone la norma de sus caprichos y sus angustias sobre
las poblaciones del mundo.
..... Miguel
intentó reír.
..... -Ahora al piano
-exclamó Pedro.
..... -No -dilató
Miguel-, primero a la terraza a contemplar la noche.
..... Pedro los retuvo bajo el marco de la
puerta, balanceándose, un dedo alzado en gesto de advertencia. Pero
luego cambió de idea y fue el primero en salir afuera. El oleaje
avanzaba y se retiraba abajo en la playa, echando al viento su ruido
tranquilo.
..... -¿No hay nadie más en
Algarrobo? ¡No hay nadie más en todo Algarrobo! -Rodolfo cogió el
brazo de Miguel-. El mar no se deja ver ni me contesta, amigo mío.
Estamos solos y ciegos.
..... -Ahora al
piano -repitió Pedro. Y esta vez Miguel no los pudo contener.
..... Pedro entró el primero a la pieza, espesa
de olor a humo, a sudor y a colillas amargas. Lozano entró a
continuación. Miguel y Rodolfo avanzaron con torpeza. Pedro estaba de
pie ante el piano y tenía en las manos la partitura de Lozano. A
través de la niebla del licor, Miguel le vio tiritar la mejilla, vio
su mentón apretado y las gotas de sudor hinchando su frente. Supo que
Pedro esta vez no se detendría, dejó escapar un sollozo y se abalanzó
sobre él. Pero Pedro había sido más rápido. había razgado la partitura
en dos y, arrinconado contra el muro, la partía en cuatro, en seis, en
innumerables tiras de papel garabateado. Lozano miraba con ojos
desmesuradamente abiertos y Pedro, batido por los golpes de Miguel,
decía en voz sorda: -Era una mierda, una mierda barata y ordinaria,
una porquería inerte, un asco tu cuarteto, Lozano.
..... Rodolfo observaba paralizado, y Lozano
empezó a restregarse los ojos como un niño despertando de un largo
sueño.
..... -Siempre he sabido -dijo,
como si entonara una letanía- que de músico no tengo nada. Fue bonito,
Pedro, que me hubieras hecho creer que había llegado a alguna parte.
¿Pero por qué me quieres destrozar así? Yo hice feliz a tu mujer y era
feliz admirándote a ti. ¿Por qué hiciste esto? Me duele verte
enloquecido.
..... Rodolfo tenía a
Miguel sujeto por la cintura y Pedro, protegiéndose la cara con los
brazos, se incorporaba pegado a la pared. Le manaba sangre de la ceja
y del labio cuando se descubrió.
.....
-No necesito preguntarte -dijo a Miguel, con rencor-, si estás
horrorizado de mí. Me golpeaste en un iluso intento de matar tu miedo,
y lo tienes más vivo que nunca. Tu libreto era malo, Miguel. Lleno de
trivialidad. Mientras no me pierdas el miedo no podrás nunca
comprenderme. La experiencia ni siquiera te ha tocado, estás firme y
ciego como siempre.
..... Rodolfo soltó
a Miguel y se adelantó hacia Pedro. -Dime- urgió-. ¿Te sientes
liberado? ¿Vas a poder ahora escribir tu obra? Contéstame Pedro,
necesito saberlo, para mí. ¿Vas a poder?
..... Pedro salió del cuarto desdeñando
responder.
..... Cuando despertó a la
mañana siguiente, Miguel comprobó que Pedro y su equipaje habían
desaparecido. Lozano tampoco estaba, pero a Lozano lo había escuchado
salir al alba, arrastrando los pies. Rodolfo dormía en su cuarto, con
una expresión adolorida en el rostro.
La Casa en
Algarrobo
Cristián
Huneeus
Editorial Sudamericana - 1968