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Harry Vollmer: La escritura como sondeo de la realidad

Por Mauricio González Díaz
icholde@hotmail.com

 

Mi lugar de origen
es la calle
donde está la   vida
(Jesús Sepúlveda.  Poema: Lugar de Origen)

En los libros “Chaucha” y “Con Ajo” del poeta Harry Vollmer, se expresa un sujeto poético signado por el dolor, quién mediante la elaboración de un lenguaje representativo de una parte de la sociedad: los desamparado, marginales y excluidos de los sitios de poder del aparato ideológico de Estado, busca e intenta denunciar, humanizar y construir ambientes e imaginarios a través de la aprehensión y procesamiento de una observación sensible de la realidad fuera del texto.

La relación escritura y realidad es ineludible en esta poesía llamada poética del Callejón por  Bernardo Chandía Fica  y del “Oxido” por  Yanko González(1), aproximaciones que tientan una mirada y manera de concebir estos textos, pues el lector que se enfrente a éstos, escuchará voces que narran su propia miseria, vacíos, miedos y dolores situados en un lugar de desarraigo que los consume, absorbe y subsume en el olvido de las miradas que transitan por la calles.

La identificación del sujeto de la enunciación con los sujetos del enunciado se manifiesta en la sensación de vacío y desasosiego que a ambos embarga. Por una parte, el hablante, en tanto sujeto que trafica las calles, es atravesado por el dolor de una herida que no cicatriza y lo mal acompaña, como la ciudad, en su peregrinar por los bares, callejones y engranajes internos de la urbe. En estos lugares, el sujeto vive y siente la imposibilidad de entender la sensación de realidad; es decir, se da cuenta de que la palabra o enunciado no es suficiente para conocer la realidad, pues existe un desajuste  entre lo que se concibe y lo que se representa de ella, provocando lo que se conoce como la inconmensurabilidad del lenguaje ante el saber.

 ¡Esquizofrénico es, lo que fue dado al hombre! / Mancho con tiza blanca la enorme pizarra blanca / en charla perfecta a estos húmedos pasillos, / antes del conteo de cada noche / antes del poema / el imposible poema que nunca será escrito (41, “Con Ajo”).

Por otra parte, los personajes o voces que hablan en los poemas, se muestran marcados por una infancia asesinada, habitando el espacio de todos y de nadie, donde la existencia es supervivencia, y el halo de la desesperación y sinsentido oscurece las vidas de aquellos sujetos que  sufren de hambre, frío y de un dolor que ya es parte de su alma.

Lean:
 “…En la guardia me reciben todas las noches, / me dejan dormir sobre la banca. / No me arrepiento de la vida y de haberla vivido al reverso, / sólo es el pulmón izquierdo el que me duele / pues en el alma ya nada,   nada siento (35, “Con Ajo”).

Estos sujetos que son parte constitutiva de un cuerpo social, se muestran en voz propia, narrando sus historias de vida, corroídas por los efectos laminadores de una sociedad violenta, en ciudades donde la indiferencia, competitividad, sensación de vacío en medio de la multitud y desapego del otro como igual a mi, son gestos inherentes de los ciudadanos que habitan la urbe.

En voz del hablante se percibe fugitivamente la ternura cuando se vuelve a los recuerdos de la infancia. Este acto de remembranza, por un lado nos muestra la infancia, como un estado - dice J. Teillier – “de recreación de los sentidos para recibir limpiamente la admiración ante las maravillas y miserias del mundo”(2), con las que el poeta arma el espacio ficcional - existencial en el que habita con sus criaturas; y a la vez, la infancia como el lugar y tiempo existencial en el que somos verdaderamente humanos. Y por otro, es un acto que connota de sentidos a los sujetos desamparados y les posibilita hacer habitable la ciudad, por medio del afecto, compasión y ternura que el hablante y pluralidad de voces textualizadas sienten y nos comunican.

A lo Lejos, parece que muy a lo lejos / donde alguna vez pude amar a alguien / según me obligo a creerlo / hay un niño ciego, / jugando a la pelota con un tarro. (14, “Con Ajo”).

Con un espejo observé la luna / y recordé el amor / dejado atrás como el beso de un padre (19 , “Con Ajo”).

La construcción del hablante lírico, en este caso, se forja en la representación del mundo de vida(3) como proyección de un imaginario afincado en el barrio, que quiere dar cuenta de la forma de la urbe “periférica y precaria” De este modo, se intenta elaborar en el texto de ficción un documento de realidad que muestra la maneras de ser y estar de personajes, ciudadanos desposeídos de un entorno esencialmente armónico y poseídos por el miedo y la angustia. En este horizonte, el hablante se encuentra en un constante peregrinar,  y es atravesado por un dolor, transfigurado en el discurso en figuras sicológicas y socio ambientales productos de un laberinto caótico que provoca  “la alienación del sujeto descentrado y deshumanizado por la técnica, el consumismo y el militarismo”(4). Es en esta crisis del sujeto, donde el poeta imbrica una actitud crítica frente a la sociedad, actuando como voz que se construye a medida que va diciendo, narrando, describiendo al otro con el que se reconoce, pues al mirarlo y extender e interactuar el mundo interno con el mundo externo, se va conformando la identidad del sujeto, que a su vez, es la identidad del nosotros.

 En este sentido, la construcción discursiva afincada en la memoria del barrio, funciona como denuncia y reconocimiento de la presencia, real o imaginaria de una existencia social que el poeta visibiliza en el poema, pues se encontraba invisibilizada en la realidad.

“ Todas las noches / los niños miran el cielo / y dejan vigías / cuidando autos a la salida / de los prostíbulos. / Miran el cielo y se vuelven viejos / esperando los / extraterrestres. / Ya nadie vendrá para algunos del Barrio” ( Libro “ Chaucha” sin número)

El discurso poético adquiere dimensiones éticas, pues a partir de algo exterior a mí, puede tener lugar el reconocimiento de mí mismo, originando una manera de ser que se localiza en la presencia de un cuerpo (el barrio y sus raigambres) que es utilizado para “epifanizarlo”, para hacerlo destacar. Por lo tanto, el individuo es trascendido e integrado a un conjunto, donde el texto literario opera como agregación, pues reconoce  aquella parte de la sociedad que la oficialidad del discurso no alumbra.

En el proceso de construcción del sujeto existe una imaginación proyectada en las condiciones materiales de la existencia que opera como dispositivo de reafirmación de aquellas zonas de agonía de la realidad, pues mediante el posicionamiento del discurso en una subjetividad que habla afincada en los bordes “posibilita establecer un espacio distinto y, en cierto sentido privilegiado, lejos del poder dominante que se aborrece y al cual se impugna. Aquí, el sujeto contempla el juego, el escenario y su despliegue para asistir a su desarticulación; los límites adentro, afuera se han borrado y los polos del sujeto y del objeto se fusionan en el espejismo de las calles”(5). En estas coordenadas, podemos apreciar que el poeta asume una responsabilidad hacia su existencia, pues su poesía se inserta en ciertas condiciones histórico – culturales, que “fundan estrategias escriturales que devienen  una nueva forma de interpretar, imaginar y generar un nuevo trato con estas condiciones(6), convirtiéndose el sujeto en un Actor de su propia historicidad.

“Ebrio entre los ebrios, pediré trago por las mesas / en algún lugar donde no me echen. / Luego envenenado por todos y por mi mismo, caeré en la cuneta más profunda /  y observaré la última luz antes de cerrar los ojos.  /  Alguien robará mis zapatos / mi casa recién robada.  / Tal vez piense en el regazo de la madre / también recordaré a mi padre / a medio vestir, tirado junto a la taza. / Y sentiré frío,  también el frío de la angustia / y reiré silencioso / con la última sonrisa   / desde arriba veré a un paco / patear mi cuerpo / ebrio / entre los ebrios (“Chaucha”, sin Nº).

Así pues, el poeta negocia con aquel sustrato de la realidad para esencializarlo y representarlo, en un imaginario que funciona como praxis para desarticular aquellas representaciones dadas de la realidad y rearticular representaciones que provoquen una identificación, tanto para sí mismo como para con el otro. Por esto, afirmamos que la literatura funciona como productora y/o constructora de identidad, y sobretodo, como discurso crítico de resistencia frente a la adaptación funcional en una sociedad, de carácter individualista que genera la ausencia de sociabilidad, cuyas consecuencias en lo psicosocial son cierto malestar, ansiedad, desorientación y narcisismo. Al respecto, en la poesía de Völlmer encontramos un lenguaje que problematiza la identidad desde lo social, afirmando un modo de habitar de un grupo en la ciudad, que tras la mirada del poeta – agente que devela y fractura, intenta y logra reivindicar a aquellos sujetos desamparados mediante el esfuerzo de unir un cuerpo social regido por un cerebro, pero también por un corazón que dignifica y humaniza a estos seres desprovistos de una vitalidad que un sistema de valores impuesto – cual camisa de fuerza que intenta homogeneizar a una realidad en constante ebullición – les había arrebatado.

 De esta manera, en la literatura que se hace cargo de textualizar una cierta condición humana en el mundo, subyace tanto para el autor como para el lector, una condición ético – política en la producción y recepción del texto, ya que “inquirir en la conexión literatura – identidad (cultural) equivale a indagar en los efectos de experiencia de realidad que un texto concreto provee o no provee en relación con la acción de visibilizar y tensionar los límites identitarios entre nosotros  y los otros”(7).

 

NOTAS

(1) En un texto titulado “Intimidad urbana, huellas de los últimos poetas del siglo veinte”  Bernardo Chandia Fica y Sergio Rodríguez Saavedra realizan una cartografía poética de 104 poetas y sus respectivas poéticas, sintonizándose todos en la posesión de una sensibilidad post, en la urbe. Mientras que Yanko González en la Antología  “Zonas de Emergencia” realiza un estudio titulado “Ritos de paso. Joven poesía emergente: sur de Chile y otros horizontes”, donde formula esta definición en un apartado dedicado a las distintas voces que se presentan en el sur (sobretodo ex X región).

(2)Sobre el mundo donde verdaderamente habito. Jorge Teillier.  Las negritas son mías.

(3) Lo propio de un mundo de vida (Lebenswelt) es que son inconscientes. Es decir, en los orígenes de toda representación o de acción existe una sensibilidad colectiva y un común acuerdo no lógico, que sirven como fundamento de la existencia social. En este sentido, el Lebenswelt, es eso que une de manera no consciente. Michel Meffesoli: “Sobre el tribalismo

(4) Marginalidad y fragmentación urbana en la poesía de los sesenta: un cuestionamiento al sujeto poético de la modernidad”.  Naín Nómez.   Revista Atenea.

(5) Oscar Galindo. Lenguaje, Margen y Ciudad. Notas sobre la escena poética post. Ciudad Poética Post. Diez poetas jóvenes chilenos.  Eds. Oscar Galindo y Luis Ernesto Cárcamo. Santiago: Fondo de Iniciativas Culturales, Instituto Nacional de la Juventud, 1992: 111 – 112.

(6) Bernardo Colipán. La Joven Poesía del sur de Chile: Notas para una arqueología Precoz”. Zonas de Emergencia. Eds. Bernardo Colipán y Jorge Velásquez. Valdivia: Paginadura Ediciones, 1994: 135.

(7) Literatura e identidad Cultural. Sergio Mansilla.  Estudios Filológicos.

 

 

 

 

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