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Acerca de Fabulaciones del aire de otros reynos

por Eduardo Jeria Garay
Texto leído en la presentación de Fabulaciones del aire de otros reynos en la Universidad
Católica de Valparaíso, diciembre de 2002.

 

Introducción

Un libro de poemas constituye siempre una posibilidad. Por eso cada publicación es una oportunidad para acentuar diferentes caminos en relación con el oficio de la poesía, lo cual redunda necesariamente en distintos matices e impresiones en los lectores. Por ejemplo, un libro de poemas puede ser una reacción ante autores contemporáneos o inmediatamente anteriores, tal vez el rescate de un estilo o quizás un espacio de experimentación. Sin embargo, algunas pocas veces es posible hallar un poemario cuyo sello tiene menos que ver con los poetas o poemas que con la Poesía; un libro que da lugar a la presentación de un discurso que podemos calificar con propiedad de "estético", pues gira en torno al problema de la Belleza y el Arte y cuyas reflexiones dan sustento no sólo al proyecto del libro sino también a cada poema en particular. Podemos decir entonces, que esos libros buscan de manera prioritaria ser la encarnación en la propia poesía de un discurso sobre lo Poético, lo que sugiere que al interior de la obra subyacen al menos dos corrientes subterráneas y paralelas. En otras palabras, el poetizar como la posibilidad de afirmar una poética o, más allá de eso, de sostener una visión sobre el arte o, incluso más aún, de indagar acerca de cuál debe ser la relación del arte con el mundo, sin seguir el camino de la ironía y la deconstrucción del sentido de la poesía, sino por el contrario, su afirmación y su autocrítica nunca ingenua, pero comprometida. Aquello no deja ser todo un reto y que puede ser apreciado en el caso de Fabulaciones del aire de otros Reynos de Ismael Gavilán.

Este libro tiene la particularidad -como Dionisio- de haber nacido dos veces. Ya en 1999 se nos ha presentado una versión primigenia de él, la cual en su momento, nos pareció de una delicadeza y calidad excepcionales. En esta segunda versión, Gavilán radicaliza su propuesta: añade poemas, suprime otros y les agrega un cuerpo de notas al final del volumen. Es decir, los rasgos que constituyen el tono fundamental del libro según nuestra apreciación, se ven acentuados si tenemos en cuenta que se trata de una segunda edición, ampliada y corregida respecto a la primera entrega de 1999. Este gesto lo leemos como una afirmación acerca de la naturaleza de lo poético: sí, aún podemos habitar en la Belleza; sí, aún creemos que la Rosa -imagen predilecta de Gavilán- no se deshoja al pasar las páginas del tiempo; sí, las palabras aún pueden sostener otro mundo, y no por ello dejamos de creer en éste. Este gesto es del que queremos hoy hablar.

Hemos leído Fabulaciones al menos desde dos ejes. En un sentido longitudinal (o de conjunto) el autor ha tomado la metáfora del viaje para ilustrar un verdadero y sugerente periplo mental. En un sentido transversal (o fragmentario) nos encontramos con 38 piezas independientes en las que se desarrolla un tema, al igual que en las composiciones musicales más clásicas, constituyendo el libro entero una suite.


I

Respecto a la primera mirada, hemos afirmado que el libro sigue la figura de un viaje y un regreso. Creemos que el periplo trata sobre la relación entre el cuerpo, el mundo y la Poesía.

Viaje ¿de quién? Esta travesía asume que el lector del libro no es un neófito, sino que ya conoce las claves culturales de las artes. El autor no nos invita a ser iniciados, sino más bien a volver a reevaluar nuestra comprensión de ellas. Desde este punto de vista, el libro propicia que cada lector vaya de regreso a sus propias lecturas, a sus propias interpretaciones del goce estético, donde el punto de partida y de llegada es el acervo personal y colectivo.

Viaje ¿desde dónde? Comienza con el poema "Mar calmo y viaje feliz" y concluye con "Kavafis regresa a Alejandría". La metáfora sugiere que algo cambia y sin embargo se mantiene igual. El estado inicial está lleno de una sensorialidad rebosante y parece asegurar que en el placer está la trascendencia. Esta afirmación, sin embargo no es más que un punto de partida para la verdaderas intenciones del autor: progresivamente cada hablante -recreado, a decir de Marcelo Pellegrini en su prólogo, con el recurso del monólogo dramático- es enfrentado a una situación donde el goce sensorial no basta: Narciso se enfrenta a la muerte en su propia hermosura; August von Platten se da cuenta que el paisaje que soñamos "necesitaría más que nuestro sueño: necesitaría del beso cristalino de la muerte" ; Omar Khayan sabe que la belleza de una hurí sería "capaz de destruirnos" ; Heliogábalo reina "para sentir la verde sombra del goce destructivo" ; Klimt se da cuenta que la indolente perfección de sus obras y de sus modelos "sólo se incendiaba en la palidez de otra perfección"; finalmente el propio Oscar Wilde agazapado en un poema parece reconocer "que el amor no es nunca la imagen creada de si mismo" y que sólo queda "el puñal virgen del cansancio"; mientras Darío al declinar su vida afirma que "perder placer es triste"; etc. Además, en el cuerpo de notas Gavilán critica a Cernuda por no ser sensible a lo que en Darío -y en el propio Gavilán- es una arista primordial: "la energía erótica, la exaltación del placer". Esta decadencia del placer es la muerte, el fin de la elegancia, un barbarismo que no parece ser sino el fin de la belleza -sea lo que eso signifique- el fin del placer sensual, el fin de la corte, el fin de los propios libros.

Al final del viaje y del poemario, "Kavafis regresa a Alejandría" y nosotros con él para reconocer que "lo que un dios designa es mandato", es decir, se vuelve a situar a todo aquel esplendor nada más que como un estallido de Belleza perecedero. Sin embargo en este momento el autor plantea una salida: hay que aventurarse "para llegar a concluir con la escritura". La Poesía nos permite y nos condena a volver a la sensorialidad y recrearla y sin embargo frente a ella se mantiene una actitud ambivalente. Por una parte es la Rosa inmortal que engalana los jardines, el pétalo predilecto de la eternidad y por otro, "el canto no es anhelo que se alcanza"; o como Céfalas sabe que "en el palacio vacío las palabras no bastan"; no obstante también cree que "resisten la caída de cualquier imperio" más allá de la "arquitectura de demasiado frágil del mundo"; o como el hablante que toma el lugar de Walter Pater "me advierte silenciosa que yo y mis palabras somos lo realmente ficticio.". No es otra cosa que una variación del tema rilkeano -poeta esencialísimo para Gavilán- de lo terrible del ángel y su Belleza más poderosa que nuestra propia existencia. La Belleza es la fuente del placer y la destrucción a la vez. El tema se resume de la mejor manera en el poema final del libro, el ya citado "Kavafis regresa a Alejandría".

Es este mandato y el regreso que en él está implicado el núcleo del poemario. Pérdida del placer y Regreso. Regreso en la palabra a lo que eres y no al deseo. Regreso al mundo en decadencia, destrucción de lo clásico. El poemario es la proyección formal de un mundo perfecto pero en camino a una degradación: Cartago, Roma, el mundo árabe, el orientalismo, la evocación del modernismo rubendariano, aparecen siempre cuando "las arenas cubran las ruinas de estos templos". Es el regreso a lo que en realidad somos. Es el volver a la propia angustia del regreso tras banquetes, joyas, túnicas. El regreso es sacrificio y nadie puede comprender por qué en la escritura ha de volverse a lo que ya se ha ido. Y eso no es sino la idea del exilio, del destierro incorporado a la idea de lo terrible de la Belleza. El hablante no ironiza sino asume este exilio y esta decadencia con nostalgia. Como dice Gavilán... "lo que un dios designa es mandato" y se espera que el regreso sea "para el instante en que el deseo tome otra forma, otro signo y sea la dulzura de un cuerpo al que, transparente, ya no necesitemos darle un nombre". Es el deseo de volver a un mundo donde la poesía sea más que palabras y sea un cuerpo en el cual el Habitar no necesite ser nombrado para constituirse en presencia. Somos disueltos -como Rilke- en la existencia más fuerte de la propia sensorialidad, pero no la del hedonismo que conocemos sino en una existencia más profunda y verdadera, la cáscara de lo invisible, la piel del propio ser. Así, el exilio es la distancia apropiada para el canto, parece decir Fabulaciones. Un exilio donde "quizás todos los poetas estén allende del mundo que creen poseer, sueñen con un mundo otro y éste lleve por máscara a todo lo real." La belleza es traición, máscara de la ruina, pero ventana a una realidad más noble.

Ismael Gavilán nos lleva por el camino de un falso esplendor que esconde la decadencia y éste no es sino el camino y el paso a otro plano de existencia: la belleza como signo de lo terrible, de quien nos ha mantenido en el exilio desde el cual, sin embargo se funda la escritura y la palabra que no es sino nuestro más secreto mandato.


II

Como decíamos anteriormente también es posible leer este poemario como una suite compuesta de temas relativamente independientes entre sí. Cada uno de ellos lleva un sello distinguible: una musicalidad pausada que refleja el influjo de Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva, Eduardo Anguita, pero cuyos lazos estéticos trascienden hasta llegar a Darío, Gimferrer, Colinas, de Villena, del Casal, Cernuda.

Cada tema es recreado partiendo de un verso inicial que es el equivalente al tono de una melodía. Desde aquel verso se despliega lentamente el tema, el cual, se desarrolla para terminar muchas veces con una reintroducción del verso primigenio, trasfigurado por la materia poética.

Esta trama donde se mezclan voces da lugar a un efecto coral, con fuertes matices de solistas, como una visita a un cementerio demasiado vivo. Por esto, el poemario nos introduce a un mundo que han compartido muchas almas a lo largo de una historia; una invitación a un escenario del espíritu, a una región de la vida humana reservada a unos pocos elegidos y que nos invita a compartir un secreto y una complicidad: la belleza está en lo que ya no tarda en morir.

Así, podemos decir que éstos son textos de relectura, de evocaciones de mundos, de conciencia crítica. Y aunque el tono dominante no sea la melancolía, subyace a ellos el sentido de pérdida, pero con una actitud de elegancia de tocar la orquesta mientras el barco se hunde. Gavilán cree que se puede salvar a todo un mundo cuando se rescata un gesto, sólo un gesto de toda una vida humana, aunque tras él se entrevea lo que el poeta piensa del personaje más que el personaje mismo.

Este cuadro es completado con la introducción de una serie de notas a los poemas que sugieren la idea de que todo el texto es un juego de referencias y citas. Como un espejo deformado, Gavilán anula el hermetismo que resulta de una poesía encerrada en claves culturales, de lenguajes sobre lenguajes al hacerlo un espacio lúdico, un laberinto. Introduce al lector no iniciado en un juego de espejos donde no es posible saber qué notas son reales y cuáles no. Esto delata la conciencia del oficio poético y de que la propia idea de lograr una Forma -a lo Valéry- es inseparable de una concepción del arte, de su relación con el mundo y, por que no decirlo, de la vida.

Celebro esta poesía por ser "vino espeso no rebalsado de su copa"; por ser síntesis del placer y de la destrucción, mas no del desenfreno; porque tras la belleza de esta embriaguez se nos anuncia la pérdida y la decadencia de todos nuestros mundos.


Diciembre de 2002


 

 

 


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Poesía de Ismael Gavilán.
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