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PALABRAS DE PRESENTACIÓN DE EL MAPA NO ES EL TERRITORIO:  ANTOLOGÍA DE LA JOVEN POESÍA DE VALPARAÍSO

Ismael Gavilán
Sala Obra Gruesa, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Octubre 11, 2007
www.antologiafuga.blogspot.com

 



Antes que nada pueden estar seguros que mi intervención no será excesiva y tampoco será una paráfrasis al prólogo de la antología. Aunque suene irónico de mi parte–y sobre todo para quienes me conocen- no deseo referirme en esta oportunidad a la ventaja o desventaja del concepto antología como género literario, ni tampoco de terciar en una imaginaria apología del por qué el libro que presentamos esta tarde articula tal o cual criterio de lectura u otras sutilezas justificativas de una eventual metodología de trabajo.
Este contexto lo deseo aprovechar para otra cosa, tal vez más nimia, más anecdótica y confío que no tan literaria. Quizás a la intrahistoria que habita el trabajo que hoy mostramos.

Y esa intrahistoria comienza justamente con el plural recién empleado: de ninguna manera esta antología habría sido posible sin la colaboración de muchos de los aquí presentes y varios otros, dispersos literalmente por el mundo.

¿Cómo se forja un libro?, ¿Qué hace que surja uno como el que esta tarde presentamos?

Tendría que partir por justificar algunas obsesiones personales que se sitúan, temporalmente, a mediados de la década de los 90. Si mi memoria a mediano plazo no me falla del todo, en una conversación cerca de aquí, para ser más exacto, en el tercer piso de este edificio –Monseñor Gimpert-, junto al poeta y ensayista Marcelo Pellegrini especulábamos, cuando éramos impúdicos estudiantes, entre muchas otras cosas, por la razón de ser que anima al adjetivo “joven” aplicado a lo sustantivo que implica la palabra poesía: encontrábamos que era un concepto tan aleatorio y tan disímil que mucho –tal como puede suceder hoy- de lo que etariamente se rotulaba como “joven”, “actual” y “novedoso”, pasados unos cuántos años enmohecía en las fauces de un archivo, de una nota o ficha bibliográfica o lisa y llanamente en el recuerdo fugaz del entusiasmo momentáneo. Y por curiosa paradoja aquello que circunscrito al tiempo parecía “viejo”, “ya hecho” o “pasado de moda” se transformaba por la magia de la lectura en presencia viva y cuestionadora: ya sea desde las peripecias verbales de un Huidobro hasta la mágica música callada de fray Luis. Curiosa paradoja que cualquiera de nosotros ha experimentado sin duda.

Otra cosa que nos llamaba la atención con nuestro amigo era la frialdad con que nos dejaba la palabra Valparaíso al momento de pronunciarla como símbolo poético. Nos costaba asimilarla como creo que ahora, yo al menos, me parece comprenderla después de leer a Ennio Moltedo. Pero hace 12 años atrás nuestros arraigos iban más por una manera de intentar entender el lenguaje que por asimilar en la experiencia un lugar, sin saber  que ambos pueden llegar tal vez a significar la misma cosa. En medio de ese intercambio de impresiones, entre café y café, entre pausa de una clase y otra, surgió la poco original idea de hacer una muestra de quienes como nosotros tanteaban la escritura con fortuna y confianza varia. Pero nuestros escrúpulos pudieron más que nuestro entusiasmo y la idea quedó en eso, una idea.

No se me ocurre qué habría salido de ahí, de qué forma se habría concretado cosa semejante. Pero sin duda creo atisbar en esa y en otras conversaciones análogas, tanto con Marcelo como con otras personas algo más tarde, el surgimiento de esos cuestionamientos a los que, pienso, cualquier poeta debiese llegar y que se resumen a mi modesto parecer en las preguntas o reflexiones acerca del lugar desde donde articula su discurso. ¿Cuál es la geografía que le corresponde al lenguaje?, ¿desde dónde es posible enunciar la posibilidad del sentido?, ¿dónde habitamos: en un especio físico, en uno mental o en la circunstancia azarosa de nuestra historicidad?, ¿qué mecanismos socio-históricos se arman al instante mismo de enunciar un discurso que pretende ser rotulado como poético?, ¿existe acaso una poesía territorial, intraducible e idiosincrática?, ¿se resuelve todo en la abstracción de un nombre? Todas esas preguntas y varias otras rondan como fantasmas en algún instante la mente del poeta. Porque sin duda, su experiencia, a mi parecer esencialmente lingüística, no es tanto el reflejo condicionado de un virtual lugar, sino más bien, una trama dificultosa, opaca y propia que conduce a nuestra sabida mortalidad. No sé si un poeta rotulado de “joven” -¿qué es eso? ¿20, 25, 30, 45 años?- se haga esas preguntas. Y si se las hace ya en el hecho mismo de la escritura, conjura en ella y por ella esos cuestionamientos que van de un lado al otro de la imaginación y el sentido.

De aquella manera, si bien es cierto que esta antología no es ni de lejos la concreción de una idea juvenil, tampoco es –gracias a Dios- una respuesta a esas preguntas que acabo de formular. Sería impropio y desmesurado.

Ciertamente toda antología pretende tomar el pulso a un grupo, a una época, a una manera de entender lo que es la poesía con el afán de situar de alguna forma un “orden” dentro de la selvática presencia de autores, tendencias y modos. El libro de esta tarde no rehuye eso, más bien parte del consciente presupuesto que una antología es “eso” y no una mera agrupación de nombres en sentido cronológico.

Lo que se intenta es una lectura organizada que al plantearse así, inventa su propia escenificación que no tiene necesariamente que ser arbitraria, pero tampoco acomodaticia. En ese sentido, esta antología pienso que no fabrica una generación, ni menos la promulga, tampoco un eventual movimiento, ni se casa con una poética determinada. Quizás, más bien, intenta con todas las limitantes metodológicas que posee, hacernos ver que la gratuidad no es antípoda de un rigor que a veces entre nosotros, en nuestra pequeña sociabilidad literaria, falta o es omitida con un silencio perezoso. Y por ello me gusta pensar y también testimoniar que esas conversaciones mantenidas con Marcelo Pellegrini, se han modificado, transformado y seguido con poetas de otras edades y de intereses diversos, con poetas que aquí, entre nosotros se encuentran y que pueden dar fe de lo que digo. Esos mismos cuestionamientos, esas preguntas, esas intuiciones, esas bromas, esas críticas, esos agudos instantes de lucidez que nacen del intercambio verbal y escrito. No, yo no soy el autor de esta antología, más bien me siento como facilitador de una diversidad de impresiones recogidas de entre todos ellos a través de meses y hasta años y que hoy se configuran como objeto, como libro. En ese sentido me he visto más como un editor que como un autor y ello no es menor en tanto el peso –y el gusto, por qué negarlo- que en ocasiones viví para otorgar una articulación razonablemente adecuada a la diversidad que todos estos poetas representan, no ha significado sosiego y mucho menos autocomplacencia. Creo que esa experiencia es invaluable: amplia nuestra percepción y nos sitúa en el debate frente al amigo, frente al otro, frente al colega poeta y sobre todo en la medida que una personalidad, un rostro y un nombre se transfigura en obra, en texto, en palabras hilvanadas con mil y un recursos, contrarios entre sí, pero nunca anulantes. Ahí están los rostros que cotidianamente nos solicitan. Ahí están los poemas que debemos leer y releer. Y esa misma diversidad, nacida del contraste de poéticas, modos de enfrentar la escritura y la manera en que ésta se arraiga en objetos de significación como son los poemas, me hacen sentir, no satisfecho, sino que curiosamente asombrado, estimulado y convencido que acá en la zona, la poesía que se está escribiendo no reposa ni se entroniza en uno o dos nombres, ni en excéntricas tendencias megalomaníacas, ni en el afán de ser “novedosos”, “originales” y “fundadores o instauradores” de no sé qué entelequia pseudometafísica de administración imaginativa, sino que reposa en treinta y -muy posiblemente- en más nombres que no son nombres que nos parezcan atractivos o simpáticos –que los puede haber- sino que son más bien miradas, tonos y formas de querer saber, entender y asumir lo que es o sería la poesía.

En esta tarde no me queda más que agradecer, otra vez a Angela Barraza y a Arturo Ledesma por su apuesta a esta iniciativa y por el empuje literalmente juvenil que pusieron en ello, más allá de todos los problemas –y sí que los hubo- que la producción de este libro significó. Agradecer a Alvaro Bisama sus palabras que, como todo lo suyo, siempre posee ingenio, hondura y la necesaria empatía para hacernos entender incluso lo abstruso.  Agradecer a través de Gonzalo Gálvez y David Letelier a esta universidad por dar acogida en esta presentación y a todos uds, amigos, amigas, colegas, poetas menores y mayores, conocidos y por conocer, consagrados y anónimos, pero todos formando parte de ese coro en la frase más bella y feliz que el conde de Lautréamont nos pudo haber legado y que resume del mejor modo lo que con torpeza he dicho aquí: “la poesía será hecha por todos”. Muchas gracias.


 

 

 

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